Charlando
con Juan Goytisolo
Entrevistas
050617
Aviso
al lector: esto no es exactamente una entrevista. Más bien es una charla improvisada
en un café, entre dos viejos amigos, con una grabadora a mano. Goytisolo pasó
por Barcelona con motivo de la presentación de su última novela, El
exiliado de aquí y allá. Miguel Riera charló con él.
En
1980 aparecía en España, publicada por la editorial Montesinos, Paisajes
después de la batalla, una novela que no fue muy bien comprendida entonces
pero que anticipaba el disparatado mundo en el que muy pronto se vería
sumergida la sociedad española. Su protagonista, el Monstruo del Sentier (por
el barrio parisiense en el que vive), es un personaje extraño, solitario, que
tiene unos misteriosos contactos con organizaciones terroristas, profetiza
catástrofes ecológicas y tiene fantasías sexuales que lo acercan al mundo de
Lewis Carroll. El Monstruo padece un doble exilio: de su país y de su tiempo,
una característica que es fácil rastrear en otros textos de Goytisolo (en su
edición de Blanco White, por ejemplo).
Doble
exilio sufre también el protagonista de El exiliado de aquí y allá,
protagonista que no es otro que el mismo Monstruo de Paisajes, enviado
al otro mundo por una bomba lapa pero que no se resigna a estar ausente del
todo, y desde su “más acá”, que es nuestro “más allá” –un parque virtual del que
Internet es una pieza fundamental– trata de entender el mundo que tan
forzadamente había abandonado.
La
novela, llena de guiños, es verdaderamente divertida, no con el chiste fácil
propio de la literatura pretendidamente cómica, sino a través de múltiples
alusiones y enlaces subterráneos en una trama difuminada, amén de las a veces
hilarantes descripciones de los personajes y sus avatares. Antes de regresar a
Marrakech, donde vive habitualmente, Juan Goytisolo paseó por el lugar que más
ama de Barcelona: las Ramblas. Y es ahí donde charlamos.
—Te voy a hacer una pregunta que ya
te habrán hecho un millón de veces…
—No lo
creo. La primera pregunta que me han hecho muchas veces es la siguiente: ¿es
verdad que usted escribe con un bolígrafo de un euro? Ya ves, la noticia no
está siempre en el libro que has escrito, sino en el bolígrafo que has
empleado.
—Bueno, esa desde luego no era la que iba a
hacerte. No, la pregunta es esta: ¿por qué has regresado a la novela después de
haber anunciado que abandonabas ese género?
—Es que
en realidad no fue un anuncio. Fue una frase que le dije en una entrevista a
Javier Valenzuela y que se convirtió en un titular. Le dije que probablemente
no escribiría más, porque en aquel momento no tenía nada que decir y como no
escribo por obligación, si no tengo nada que decir, me callo.
—Personalmente me alegro. Este
libro que acabas de publicar con el pertinente título de “El exiliado de aquí y
allá” enlaza con “Paisajes después de la batalla”, donde estabas adelantándote
al mundo que venía, y que tú habías detectado. Algunas personas comentaron
entonces que te habías extraviado, que exagerabas, que el futuro no sería el
que tú pintabas en la novela.
—Cuando
apareció Paisajes, en España no existía aún la experiencia urbana que
yo sí tenía. Era una sociedad homogénea, no había inmigrantes, las fantasías
del Monstruo del Sentier parecían en este contexto meros disparates. Pero en
realidad ahí estaba ya todo: el terrorismo, el incendio de las barriadas, el
cambio climático, todo está en esa novela.
—¿Y cuándo decidiste rescatar al Monstruo?
—Entre
2002 y 2004 estuve escribiendo textos que eran como discursos, voces, y pensaba
publicarlos en forma de un librito pequeño que se llamaría A la escucha de
las voces del tiempo. Luego me di cuenta de que en realidad esos textos no
eran islas, sino que constituían un archipiélago. A partir de ellos, poco a
poco, elaboré la novela. Ha sido un trabajo complejo porque he querido mantener
el argumento en segundo plano y dejar hablar a los textos. Hay una frase de
Boris Pasternak que he leído citada en un libro de Sánchez Robayna: Él
sueña en una prosa en acción y no en relato. Creo que no hay mejor
definición de El exiliado de aquí y allá, es una prosa en acción.
—Te habrás divertido ridiculizando
las grandes alienaciones del mundo de hoy…
—Pues sí.
Es una parodia, que he intentado hacer lo más cruel posible, de los ruidos del
tiempo. Y todo tiene su origen en la lectura de la prensa, en lo que se oye por
ahí…
—¿Hasta
qué punto es real el mundo que nos pintan los medios?
—Obviamente
existe un mundo que está en los medios, pero al margen de ese mundo hay
centenares de millones de personas. Hoy las personas sólo existen como noticia,
como decía Guy Debord. Esa es la realidad. Lo hemos visto en las elecciones
norteamericanas: puro espectáculo. No hay más que ver la inmunda invasión de lo
privado en el espacio público, bien patente en los programas de telebasura. Es
horroroso.
—Al parecer, la vida política y
social actual no puede prescindir de la escenificación. Todo se escenifica,
incluso la verdad.
—Ya había
empezado a tratar ese asunto después de Paisajes en La saga de los
Marx, introduciendo la televisión y el cine en la novela. Otros escritores
lo hacen al revés: escriben una novela pensando ya en su posible adaptación al
cine o la televisión. Es estúpido, para eso es mejor escribir directamente para
el cine o la televisión. Claro, este tipo de novela burguesa existirá siembre,
pero hay otra forma de narrar.
—De todos modos está bien que se
escriban todo tipo de novelas porque hay todo tipo de lectores. El problema
surge cuando la crítica y los medios ensalzan novelas que no tienen talla
literaria. Cuando los medios olvidan que la literatura es un arte.
—El fallo
más grande de la cultura española, y en esto Octavio Paz tenía toda la razón
del mundo, es la ausencia de una crítica literaria y cultural de nivel. Este es
el punto flaco de la cultura española. Y si se publican libros de análisis
apenas tienen reseñas, aunque algunos sean muy buenos. El libro de Sánchez
Robayna Deseo, imagen, lugar de la palabra, es extraordinario, y nadie
ha dicho nada.
—Hablando de Guy Debord, ese
elemento espectacular ha sido incorporado por todos los segmentos sociales, en
tu novela incluso por los antisistema. Incluso el terrorismo se piensa desde el
espectáculo, desde el poder y desde las organizaciones que lo practican.
—Sí,
claro, se busca sobre todo el efecto mediático: “Han puesto una bomba en un edificio
em-ble-má-tico”.
—Vaya, como explicitas en la
novela, la has tomado con esa palabra, emblemático. ¿Por qué? Es una palabra de
uso corriente en los medios de comunicación.
—No la
soporto. Es como “entrañable”. Antes todo era “entrañable”, y ahora todo es
“emblemático”. Hay palabras que se ponen de moda, y yo detesto las modas.
—Tu obra literaria es una continua vuelta
de tuerca. El extravío literario del que algunos habían hablado no es otra cosa
que la plasmación de un inconformismo radical. ¿Cómo crees que está siendo
recibida en España tu obra por parte de la crítica?
—Bueno,
depende, hay para todos los gustos. Normalmente el escritor cambia de tema. Los
novelistas que publican a menudo, lo hacen sobre la relación con su padre, o
hablan de la infancia, de la guerra civil, etc. De temas distintos. Yo no
cambio de tema, cambio de propuesta literaria. Cada libro es una propuesta
literaria distinta. Y la novedad, claro, choca.
—Cuando recibes malas críticas,
¿cómo te lo tomas?
—Cuando
recibo malas críticas me consuelo leyendo la co-rrespondencia de Flaubert con
George Sand, en la que dice: “¿Ha visto usted cómo los críticos se ensañan
conmigo y las alabanzas que reciben…” y entonces da una lista de nombres
perfectamente desconocidos. Siempre ha sido así.
—Peor es la ausencia de crítica, es
decir, la incapacidad de la crítica –salvando excepciones, que siempre las hay–
para abordar determinadas obras. Recuerdo que cuando publicaste “Las virtudes
del pájaro solitario”, se produjo un silencio tremendo, yo creo que porque la
crítica no sabía cómo abordar el libro.
—Ya decía
André Gide que lo que se comprende en un abrir y cerrar de ojos no suele dejar
huella. Y a veces el crítico no pasa de la primera página. Claro que hay
razones de otro tipo. Paisajes después de la batalla no fue entendido
en España porque la realidad que evocaba no era conocida aún en España, y
tampoco fue bien aceptada en Francia porque presentaba un París que no
coincidía con el tópico que reflejaban los escritores extranjeros, que siempre
hablaban del Quartier Latin, de Montparnasse, de los barrios aristocráticos,
etc. Recuerdo que la responsable de cultura de Le Monde le dijo a un
amigo que yo no tenía derecho a hablar así de París, lo consideraba como una
agresión. En cambio la novela tuvo muy buena crítica en Londres y en Nueva
York. Si hubiese escrito las mismas cosas sobre Londres posiblemente la crítica
francesa la habría saludado y la inglesa la habría boicoteado.
—Son visiones etnocéntricas, en
realidad provincianas, de lo que debe ser la ciudad.
—No se
dan cuenta de que las ciudades, como las personas, son mutantes. En mi novela
todo es mutante, ya has visto que los personajes cambian. El personaje a veces
se pone en la piel del rabino rasta, a veces se confunde con Alicia, Alicia es
a la vez un imán y una señora que hace un número porno, o se transforma en la
ratera encoñada… buscando la inverosimilitud, pero también la realidad que hay
detrás de esa inverosimilitud.
—Las tres religiones del Libro
quedan ahí sarcásticamente retratadas, por lo menos en sus versiones más
integristas. ¿Qué relación tienes tú con la religión?
—Bueno,
una cosa son las tradiciones religiosas, que me parecen respetables siempre que
no opriman a la población… Y he tenido una relación muy intensa con san Juan de
la Cruz y el sufismo árabe… De lo que estoy en contra es de la ideologización,
la politización y la comercialización de la religión. Lo que desenmascaro es
que cuando se habla de espiritualidad muchas veces lo que hay detrás es poder,
riqueza y mando, eso es lo que están buscando.
—Yo te tenía por pretecnológico, y ahora
pones a tu protagonista en el ciberespacio…
—En
realidad y como todos, vivo rodeado de gente que domina el mundo virtual…
empezando por los dos chavales mayores que corren por mi casa y que están
siempre en Internet… eso me ha ayudado a convertir el más acá del personaje en
un enorme parque cibernético. Por cierto, el subtítulo de la novela es un
homenaje a Machado de Assis.
—Ah sí, claro, en “Memorias Póstumas de Blas Cubas”. Blas escribe también desde el otro mundo.
—Es un
homenaje a una de las más grandes novelas que se han escrito.
—¿De qué otra filiación literaria
procede la novela, si es que puede hablarse en estos términos?
—Explícitamente
hay una referencia al Quijote. Por ahí está Cándido de
Voltaire, Jacques el fatalista de Diderot y sobre todo Bouvard y
Pécuchet, que para mí es un libro de cabecera. Cuando estoy de mal humor
abro sus páginas y en cinco minutos se me pasa. Yo desearía que la gente con
sentido del humor y que esté momentáneamente de mal humor leyera esa novela.
—En tus dos novelas está presente
con fuerza el tema del terrorismo….
—El
terrorismo es importante por sus consecuencias, y también por la alianza
existente entre el terrorismo y el sistema. Desde el 11 de septiembre estamos
atrapados entre la sociedad de consumo y la conversión del terror en mercancía.
—Una mercancía con la que se
comercia para conseguir tener a la sociedad domesticada.
—Claro,
Orwell tenía razón. Si te paseas por el centro de Londres quedas fotografiado,
al menos trescientas sesenta veces. Una vuelta completa.
—Una cosa lleva a la otra. Habrás
visto que lo de Afganistán no lleva camino de solucionarse…
—Se han
metido en un embrollo. Si uno ve la historia, con el fracaso del intento de
ocupación inglesa en el siglo XIX, después la invasión de la URSS con el
fracaso que conocemos… Se han metido en un barrizal del que no van a poder
salir fácilmente. Y si a esto sumamos la situación de EEUU en Iraq, donde están
empantanados… sin poder quedarse ni salir… Si salen lo harán desplumados y
enseñando el trasero, si se quedan siguen prolongando una situación
insostenible, y con Irán de por medio. ¿Cómo se le ocurre atacar Osetia del Sur
a este loco de presidente de Georgia? Menudo disparate. Porque imaginar que EEUU
iba a intervenir es absurdo, y acaba por hacerle el juego a Putin.
—Has citado a Irán. ¿Crees que
EEUU, directamente o a través de Israel, puede crear un nuevo conflicto en ese
país?
—Parece
imposible que EEUU vaya a enfangarse de nuevo, pero cabe la posibilidad de que
Israel lo arrastre. Eso sería un desastre descomunal. Yo he defendido siempre
el reconocimiento del Estado de Israel dentro de las fronteras
internacionalmente aceptadas. Pero la política que está llevando a cabo,
machacando a la población palestina con una brutalidad que no tiene nombre, a
la larga es suicida. Hablando con Jean Daniel, él me dijo esta frase tan
reveladora: Tengo miedo por Israel e Israel me da miedo. No se puede
expresar mejor. Para cumplir el deseo de tener un estado como los demás, los
sionistas han creado un estado que no es como los demás, un estado excepcional
que ignora todas las resoluciones de la ONU, que hace lo que quiere.
—Hace lo que quiere porque le apoya
el gran patrón.
—El apoyo
incondicional de EEUU me parece muy grave, tanto para EEUU como para el propio
Israel.
—¿Qué opinas de eso que llaman intervención
militar humanitaria?
—Que es
muy selectiva. En Bosnia no hubo intervención humanitaria. En el genocidio de
Ruanda tampoco. Me parece muy bien que se eviten todas las matanzas, pero los
Derechos Humanos se les exigen a unos países y a otros no. En la prensa
norteamericana se hablaba mucho de la situación en Guinea Ecuatorial, pero en
cuanto apareció petróleo se acabó, desapareció del mapa de los países que
vulneran los derechos humanos.
—Volviendo a Palestina: cuesta
entender que Hamás y Al Fatah sigan a la greña y no puedan acordar una política
conjunta ante Israel.
—La
primera vez que estuve en la franja de Gaza fue durante el rodaje de la primera
Intifada. Luego volví después de los acuerdos de Oslo, y me llamó la atención
que todos, en el entorno de Arafat –los llamaban los tunecinos–, se habían
construido unas villas suntuosas junto al mar, en un país que estaba en la
miseria, y no encontré a nadie que me hablara bien de ellos. Había un
descontento general… A mí no me sorprendió que Hamás ganara las elecciones,
porque estaba creando una serie de instituciones caritativas, de ayuda a la
gente, de promoción social, y los otros… en fin. Obviamente yo simpatizo más
con Al Fatah que con Hamás, pero hay que ver la realidad tal como es.
—Regreso a la literatura. Desde tu
punto de vista, como escritor alejado de los ruidos españoles, ¿cómo se inserta
tu obra en el conjunto de la literatura contemporánea española?
—Yo creo
que todo escritor de verdad es una anomalía. Todos los escritores que me
interesan son anomalías dentro del panorama cultural.
—¿Y qué escritores españoles contemporáneos
te interesan?
—De mi
generación, desde luego Sánchez Ferlosio. Tiene una actitud ética con respecto
a la cultura, extraordinaria. Por mi parte confieso que leo más poesía que
narrativa, y con la poesía soy muy exigente. En la poesía encuentro lo que yo
también busco, la concentración verbal, y no la gran extensión. Pero he leído a
algunos novelistas jóvenes que me interesan: Javier Pastor, Juan Francisco
Ferrer, José María Pérez Álvarez, que ha escrito tres extraordinarias novelas, Cabo
de Hornos, Nembrot y La soledad de las vocales. Pero hay otros
más, algunos que a veces colaboran en Quimera intentan hacer cosas
nuevas, se les ve una voluntad de cambio, de renovación.
—En las entrevistas, ¿qué es lo que
te preguntan más veces?
—Casi
siempre me preguntan por qué no me dan el premio Cervantes o el príncipe de
Asturias. Siempre contesto que son los escritores los que honran los premios, y
no los premios a los escritores. Sánchez Ferlosio honró el Cervantes cuando se
lo dieron, y no al revés. Y un premio, en cambio, puede deshonrarse, como
cuando se lo dieron a Francisco Umbral.
—¿Cuál es el último premio que te
han dado?
—El Juan
Rulfo, en Guadalajara, el mismo año en que la literatura catalana fue la
invitada de honor.
—¿Sabes que ahora hay dos premios Juan Rulfo,
el de Guadalajara y uno nuevo que se da en Francia, creo que lo da “Le Monde
Diplomatique”? Es extraño… Oí rumores de que la
Generalitat de Catalunya iba a condecorarte con la Cruz de Sant Jordi.
—No sé.
Me llamó alguien y me habló de que me daban esa cruz, pero le conteste que ya
había llevado yo demasiadas cruces en la vida para tener que soportar otra.