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La crisis actual
en torno a Catar es el conflicto más severo entre los estados árabes del Golfo
desde el final de la Guerra Fría. Aunque estos miembros autocráticos de la
OPEP, ricos en petróleo, han sido históricamente en su mayoría aliados de
conveniencia, unidos por por temores comunes (URSS, Sadam Husein, Irán, etc.),
su desconfianza mutua nunca ha llegado al punto de exigir lo que equivale a una
rendición completa de uno de sus miembros. Varias características interesantes de
esta crisis saltan inmediatamente la vista.
En primer lugar,
la ruptura repentina y sin previo aviso de las relaciones diplomáticas entre
Arabia Saudí y otras importantes potencias regionales, como es el caso de
Egipto, por un lado, y Catar, por otro, a quien se le ha prohibido, además,
utilizar las rutas de transporte aéreo y terrestre que transcurren por sus
territorios. No había ninguna disputa visible entre Catar y sus vecinos, ni
ninguna decisión política provocativa en los últimos tiempos. Esto hace pensar
que fue un movimiento premeditado y planeado por Arabia Saudí y sus socios.
Aunque el papel de
EEUU en esta crisis sigue siendo ambiguo, es poco probable que Riad haya
emprendido algo tan drástico sin contar con Washington, más aún teniendo en cuenta
que esta decisión se ha producido inmediatamente después de la visita de Trump
al país saudita. Si bien el inquilino de la Casa Blanca permaneció silencioso
al principio, finalmente manifestó en Twitter su apoyo a Arabia Saudí, a pesar
de que EEUU mantiene una importante presencia militar en Catar.
La naturaleza de
las acusaciones formuladas contra Catar es simple y llanamente extrema. Los
jefes de gobierno de EEUU y Arabia Saudí han acusado a Catar del peor de los
delitos, a saber, apoyar al extremismo islámico violento. Trump ha llegado a
decir que el cambio de política de Catar sería un paso importante para resolver
el problema del terrorismo.
La naturaleza de
la crisis sugiere que había tensiones latentes desde hacía tiempo y que ahora
han salido abruptamente a la superficie. El enfrentamiento entre saudíes y
cataríes y la composición del bando pro-saudí dan a entender la existencia de
varios elementos en juego.
La caída de los
precios del petróleo en los últimos años no es el menos trivial de ellos. Las
costosas guerras de Arabia Saudí en Siria y Yemen no hacen más que empeorar la
situación. Puesto que la principal actividad económica de Catar se basa en el
gas natural, cuya producción está fuera del alcance de la OPEP, es posible que
Arabia Saudí quiera forzar a Catar, cuyo PIB per capita es el más alto del
mundo, a compartir parte de su riqueza con la fracasada monarquía saudita.
Esta drástica
medida probablemente no habría sido necesaria si las ambiciones saudíes y
cataríes en Siria se hubieran satisfecho. Después de todo, el objetivo era la
construcción de oleoductos a través del territorio sirio y la captura de sus
yacimientos de petróleo a través del ISIS, todo ello con la aprobación tácita
de la administración Obama. Aunque el resultado de la guerra en Siria es
todavía incierto, está claro que los esfuerzos de Arabia Saudí y Catar por
expandir su riqueza a expensas de Siria han fracasado.
Los saudíes están
también tratando de afianzar su dominio político en la región, como parte del
concepto de una “OTAN suní”. La política exterior independiente de Doha, que a
menudo ha ignorado o incluso contradicho los intereses saudíes en Siria y
Libia, ha sido un obstáculo para alcanzar ese objetivo. Por otra parte, la
política independiente de Catar también parece ser la razón por la que países
como Egipto e Israel hayan apoyado los movimientos sauditas. Catar es un
importante patrocinador de los Hermanos Musulmanes y de HAMAS, que son
importantes enemigos de los gobiernos de estos dos países, respectivamente.
La otra gran
muestra de la autonomía de Catar ha sido su política con respecto a Irán, donde
también ha estado en contradicción con el enfoque de la línea dura saudí. Dado
que la “OTAN suní” apunta directamente a Irán, si Riad consiguiera imponerse a
la independencia catarí, se afianzaría como la potencia política dominante en
la Península Arábiga. La subordinación y humillación de Catar también serviría
como una advertencia a largo plazo para cualquier otra potencia menor del Golfo
que quisiera seguir una política exterior independiente de Arabia Saudí.
La importancia de
Irán en el conflicto entre Riad y Doha ha sido puesta de relieve por la
decisión de Teherán de suministrar alimentos a Catar para superar el bloqueo
saudí y por el ataque terrorista de Teherán, que ha sido atribuido a Arabia
Saudí por las autoridades iraníes. Teherán, además, ha abierto su espacio aéreo
a Qatar Airways y ha intensificado los esfuerzos no oficiales para atraer a
Doha a su propia esfera de influencia.
Con todo esto en mente,
la reciente visita de Trump a Arabia Saudí, que culminó con una extraña y
rutilante ceremonia, adquiere un nuevo significado. Aunque no sabemos todavía
cuánto margen de maniobra está dando Washington a Riad en sus relaciones con
Doha y cuánta coordinación y comunicación hay entre las dos potencias, la
conducta de Trump mientras estuvo en Arabia Saudí tenía probablemente la
pretensión de mostrar que la monarquía saudita tiene la plena confianza de
EEUU, aunque, evidentemente, Catar no ha prestado atención a ese mensaje. Si la
acción saudita diera como resultado que Catar retira su apoyo a los Hermanos
Musulmanes y HAMAS, esto sería de ayuda para que EEUU restablezca parte de su
hegemonía en la región. Además, la neutralización de Catar podría traer a las
guerras de Siria y Libia más cerca de su fin, al eliminar a un actor importante
que tiene un objetivo propio.
Por último, pero
no por ello menos importante, Catar también goza de mejores relaciones con
Rusia y Turquía que Arabia Saudí, lo cual, sin duda, plantea temores
adicionales en Washington en el sentido de que Rusia pueda disputar a EEUU la
hegemonía en Oriente Medio. La emergencia de un eje Rusia-Irán-Turquía-Catar,
como resultado de la diplomacia rusa y de las propias ambiciones regionales de
Ankara, es un escenario de pesadilla tanto para Riad como para Washington.
Todavía no está
claro si la administración Trump ha obligado a Arabia Saudí a emprender este
curso o si Trump no tuvo más remedio que respaldar y aceptar la línea de acción
saudita, con algunas adaptaciones para respetar los intereses estadounidenses
antes mencionados. Por un lado, Trump podría haber utilizado fácilmente el
mismo argumento que ha empleado contra los cataríes sobre su “apoyo al
terrorismo” en contra de los saudíes. Por otro lado, el poder del lobby saudita
en Washington y la inexistencia de un poder delegado capaz de hacer con Arabia
Saudí lo que Riad está haciendo con Catar significa que los saudíes no están
simplemente siguiendo órdenes de Washington.
Sin embargo, a la
luz de la próxima visita de Trump a Polonia y de la participación en la
denominada cumbre de la Iniciativa de los Tres Mares, hay que contemplar
también la posibilidad de que EEUU haya visto en Catar a un competidor no
deseado en el mercado del gas natural líquido. Es cada vez más evidente que
EEUU va a seguir expandiendo su papel como exportador de hidrocarburos en el
futuro, lo cual, lógicamente, supondrá algún conflicto no solo con Rusia, sino
también con Catar e, incluso, con Arabia Saudí. Y también es cada vez más
evidente que al menos parte de esa expansión tendrá lugar en Europa, es decir,
en el mercado al que Catar esperaba acceder mediante su apoyo a los yihadistas
en Siria y la consiguiente apertura de un camino para sus gasoductos hasta
Europa.
El desencuentro
entre EEUU y Catar parece haber tenido un serio impacto en los gobernantes de
Doha que, temiendo que cualquier demostración de debilidad pueda conducir a su
derrocamiento e incluso la muerte, han decidido mantenerse firmes y empezar a
buscar apoyos en fuentes poco ortodoxas. Ese proceso, a su vez, ha mostrado
tanto la extensión del sentimiento antisaudita en la región como los límites de
la influencia estadounidense.
El presidente de
Turquía, Erdogan, salió briosamente en apoyo de Catar y llegó a reafirmar la
alianza militar turco-catarí y el envío de tropas al país del Golfo. También
Pakistán decidió enviar una fuerza militar a Catar. En su conjunto, estas
acciones probablemente disuadirán cualquier aventura militar saudí, que
posiblemente contaría con la cooperación de facciones descontentas del ejército
catarí. En estos momentos, sería necesaria una intervención militar de EEUU
para acabar con el gobierno de Doha, pero Washington prefiere claramente hacer
el trabajo sucio a través de agentes interpuestos. Además, no hay indicios de
que exista intención alguna de prohibir o bloquear el tráfico de buques de
carga de gas natural líquido de Catar. A pesar de que Egipto se ha unido a la
coalición anticatarí, no ha bloqueado los buques que transportan gas catarí a
través del Canal de Suez.
Aun así, los
dirigentes de Catar estaban bastante preocupados y enviaron a Moscú a su
ministro de asuntos exteriores para realizar consultas. No obstante,
considerando que Arabia Saudí respondió al apoyo turco a Catar expresando su
propio apoyo a la causa kurda, hasta el momento solo verbal, parece que Rusia,
Turquía y muchos otros países de la región no quieren ver a Catar de rodillas.
Portavoces de las
fuerzas armadas rusas han indicado que, mientras que la guerra en Siria ha
disminuido sustancialmente en intensidad, los militantes apoyados por Catar y
Arabia Saudí se encuentran ahora en una situación muy confusa, donde no está
claro quién se supone que son sus enemigos: las fuerzas sirias u otros grupos
rebeldes. Independientemente de cómo evolucione la situación, es muy poco
probable que Catar decida colaborar con los planes de Arabia Saudí. Lo más
probable es que Doha se aleje gradualmente de las políticas sauditas y refuerce
sus lazos con Turquía y, por lo tanto, indirectamente con Rusia e Irán.
Como nota final,
hay que reflexionar sobre el hecho de que este es un enfrentamiento grave y
potencialmente muy peligroso entre dos importantes aliados de EEUU.
Considerando que
tanto Catar como Arabia Saudí son miembros del “mundo libre” (sic), del que
EEUU es el líder indiscutido, el hecho de que unos pocos desacuerdos políticos
entre ellos no puedan ser abordados más que mediante bloqueos y amenazas de
guerra no habla muy bien de la capacidad de Washington para seguir manteniendo
su imperio. Aunque el conflicto entre Arabia Saudí y Catar no tiene precedentes
en cuanto a su intensidad, está lejos de ser el único conflicto interno del
“mundo libre” que EEUU parece incapaz de contener.
Hemos visto el
Brexit, la inminente “UE de dos velocidades”, los rifirrafes entre Turquía y la
UE y Turquía y la OTAN, los fracasos del TTIP y el TPP y otros signos de la
debilidad de EEUU. El uso de Arabia Saudí contra Catar sugiere que Washington
podría estar moviéndose hacia un modelo diferente de control imperial, a saber,
uno basado en el “divide y vencerás” entre sus propios estados clientes. A
corto plazo, esto podría dar buenos resultados. Sin embargo, la conciencia de
ser estados clientes de EEUU les está llevando a algunos a buscar la ayuda de
Moscú, lo cual, a su vez, da pie al desarrollo de narrativas sobre la
“injerencia rusa”, incluso en el caso de la crisis catarí.
Publicado
originalmente en: Qatar Crisis: Origins and
Consequences, South Front, 22/06/2017