José M. Castillo
S.
www.religiondigital.com/050317
Hace pocos días,
se ha sabido que la Sra. Marie Collins, irlandesa, ha abandonado el Vaticano
donde colaboraba con la Comisión Antipederastia, presidida por el cardenal
O'Malley. El motivo de este abandono ha sido que Marie Collins, ha encontrado
continuas resistencias, dentro del mismo Vaticano, para defender a las víctimas
de abusos sexuales por parte de clérigos pervertidos. Una de tales víctimas,
había sido la misma señora Collins de la que abusó un cura cuando era una
chiquilla de menos de diez años.
Además, todo este
asunto se ha producido con un agravante: lo más escandaloso está en que las
resistencias, para que se acabe con estos abusos y se castigue a los culpables,
vienen de donde menos nos podíamos imaginar, del Santo Oficio. Esto es lo que,
en estos días circula por los medios de comunicación.
Si esto,
efectivamente, es así, ¿cómo es posible que el Santo Oficio, cuya misión y
razón de ser consiste en vigilar por la rectitud de la Doctrina de la Fe y de
la vida cristina, se dedique ahora a poner dificultades a una Comisión,
organizada por el papa, en un asunto tan grave y tan escandaloso, como es el
abuso sexual de menores, sobre todo cuando ese abuso es cometido por "hombres
de Iglesia"?
Me resisto a creer
que la Congregación parta la Doctrina de la Fe tenga y ampare entre sus
funcionarios a individuos tan indeseables, como serían quienes se empeñan en
que los delitos y pecados más vergonzosos se puedan cometer impunemente en la
Iglesia. Y si es que el Santo Oficio permite que, dentro de él mismo, haya
sujetos tan desvergonzados, que no me cabe en la cabeza que eso se esté
haciendo porque en el Vaticano haya ahora mismo sujetos con tan poca vergüenza
que se dediquen a hacer lo contrario de lo que tendrían que hacer.
Entonces, ¿por qué
ocurren estas cosas en la Curia Vaticana? Es cuestión de poder. Se sabe que hay
cardenales y obispos que no ocultan su resistencia al papa Francisco. Pero esta
resistencia no es por motivos de fe. Nadie ha podido acusar al papa Francisco
de desviarse de la Fe "divina y católica", como quedó definida en el
concilio Vaticano I, en 1878, (DH 3011). La resistencia se debe a desacuerdos
en el modo de ejercer el papado. Francisco es un hombre sencillo, cercano al
sufrimiento de la gente, poco clerical y espontáneo. Ante un papa así, ha
cundido el desconcierto. Y la consiguiente resistencia.
¿Dónde está el
fondo del asunto? No está en que en el Santo Oficio estén de acuerdo con los
pederastas y sus repugnantes crímenes. Lo que el Santo Oficio no quiere es que
eso lo resuelva una "comisión" en la que cabe, por ejemplo, una
señora venida de Irlanda. No, en estos asuntos, por lo que la señora Collins
dice, "mando yo", piensa el Santo Oficio. Y por esto, sin duda, es
por lo que los funcionarios de ese Sagrado Dicasterio no toleran que nadie,
venido de fuera, se entrometa en sus asuntos y en el modo de resolver tales
asuntos.
Por poner un
ejemplo, se me antoja que, en el Santo Oficio, tiene que sentar muy mal que se
hagan públicos los abusos sexuales que algunos clérigos cometen contra niños y
niñas menores de edad. La práctica preferida del Santo Oficio ha sido el
ocultamiento en los motivos y en el proceso de sus decisiones. Los abusos de
menores son un asunto que viene de antiguo en la Iglesia. Y hoy sabemos con
seguridad que, hasta el pontificado de Benedicto XVI, una de las preocupaciones
constantes en la Iglesia era que los abusos de menores se mantuvieran en
secreto.
Ya, en los años 50
del siglo pasado, yo tuve que soportar los avisos, que se nos mandaban a los
que trabajábamos en un seminario diocesano, para que se mantuvieran en el más
estricto secreto los abusos que allí se habían cometido contra chiquillos
inocentes.
Es evidente que,
durante mucho tiempo (no es posible saberlo con precisión), una de las grandes
preocupaciones de la Curia Vaticana fue, ante todo, asegurar su buena imagen
pública, aunque el precio de semejante imagen fuera destrozar los derechos y la
dignidad de criaturas inocentes. Como es lógico, una Iglesia así, con
semejantes convicciones y con tal escala de valores, no podía ser ejemplo de
nada y para nadie.
Pues bien, así las
cosas, el próximo lunes, 6 de marzo, se inicia en la audiencia de Granada el
proceso contra los "romanones". Un colectivo de once curas, que han
sido acusados de abusos a menores. El asunto se ha ocultado cuanto ha sido
posible. El arzobispo de Granada, don Javier Martínez, sabía lo que ha estado
sucediendo en esta diócesis durante años.
Y son bien conocidas
las escenificaciones de inocencia que el prelado ha hecho en la catedral de la
diócesis y en otras ocasiones. Este arzobispo tiene ya antecedentes penales,
como es bien sabido. Pierdan o ganen este juicio los "romanones" (y
el arzobispo), ¿cuándo llegará el día en que no sea necesario esperar a que un
tribunal civil ponga las cosas en claro, sino que las autoridades eclesiásticas
tengan tanta y tan transparente credibilidad, que con su palabra nos baste para
estar seguros de lo que realmente sucede y quiere la Iglesia?