Eric Nepomuceno
www.jornada.unam.mx/120317
Hace pocos días
Michel Temer, quien ocupa la presidencia de Brasil desde el golpe institucional
del año pasado, dijo que la economía empezaba a mostrar resultados excelentes.
Bueno, tratándose
de un caballero que al emitir su discurso en el Día Internacional de la Mujer
dijo que el papel de ellas era esencial para saber de los aumentos de precios
en supermercados, se puede esperar cualquier cosa. Incluso semejante disparate.
La verdad
verdadera es bien otra: el país vive la peor recesión de su historia. El año
pasado el producto interno bruto (PIB) brasileño sufrió un bajón de 3.6 por
ciento, y por primera vez desde 1996 todos los sectores de la economía, sin
excepción, retrocedieron. El ministro de Hacienda, Henrique Meirelles, trató de
inyectar algún ánimo en los mercados, diciendo que lo de 2016 es como mirar por
el retrovisor y que a fines del primer trimestre, con toda seguridad, la
retomada económica será visible y palpable.
Bueno: a menos que
Meirelles disponga de información ultra-híper-secreta, no existe razón alguna
para creer en lo que dice. Tampoco sirve argumentar que la fuerte caída de la
inflación es un indicio de mejora, como dicen Temer y su gente. Se olvidan de
lo obvio: la inflación bajó porque el consumo se desplomó.
Por más que el
resultado del PIB negativo fuese esperado, la confirmación oficial tuvo el
efecto de una ducha de agua fría sobre todos los segmentos económicos. La tan
mencionada retomada de la economía será mucho más difícil de alcanzar de lo que
preveían las proyecciones del mercado financiero, para no mencionar las del
gobierno, que además vive una turbulencia política de proporciones asustadoras.
En 2015, la
retracción del PIB ya había sido muy elevada: 3.8 por ciento. Al confirmarse
que por ocho trimestres consecutivos la economía encogió, la única comparación
posible se da con la recesión observada en 1930 y 1931, como reflejo de la
crisis norteamericana de 1929.
En aquellos años,
sin embargo, el retroceso del PIB fue de, respectivamente, 2.1 y 3.3 por
ciento, muy inferior al de ahora.
Otro dato que hace
que el optimismo del gobierno de Temer carezca totalmente de base: en el tercer
trimestre de 2016, la caída del PIB había sido de 0.7 por ciento. Fue cuando el
hablante Henrique Meirelles aseguró que el cuarto y último trimestre ya
mostraría recuperación.
Bien: en lugar de
recuperación, lo que hubo ha sido un retroceso aún mayor, de 0.9 por ciento.
Un dato que
preocupa al cada vez más fragilizado gobierno es el empobrecimiento de la
población. Desde 2014, último año del primer mandato de Dilma Rousseff, el PIB
per cápita se desplomó 9.1 por ciento, lo que llevó el consumo familiar a
disminuir 4.2 por ciento el año pasado.
El discurso de que
la destitución de la presidenta significaría la retomada de la confianza y,
como consecuencia, el retorno de las inversiones, fue claramente desmentido.
Los grandes medios
de comunicación, por su lado, pilares esenciales del golpe institucional,
aseguraban, a lo largo de las últimas semanas, que pese a la gravedad de la
situación, había indicios claros de que la economía reaccionaba gracias a
Michel Temer y compañía.
Bueno, reaccionó
desplomándose de una vez.
Tampoco el
argumento de la herencia maldita recibida por Temer se mantiene como al
principio del golpe. Crece, en la opinión pública, el sentimiento de que desde
el primer día de 2015, en el inicio de su segundo mandato presidencial, Dilma
Rousseff fue duramente saboteada por la Cámara de Diputados, presidida por el
actual prisionero Eduardo Cunha.
Los mismos medios
de comunicación que contribuyeron de manera esencial a la destitución de la
presidenta se deparan con serias dificultades para justificar cómo medidas
propuestas por la entonces mandataria y duramente rechazadas por los diputados
ahora son vistas como llaves de la salvación nacional.
Ya no a cada día,
pero a cada hora, se hace más y más difícil ocultar que el golpe, armado en
2015 por el Partido del Movimiento Democrático Brasileño (PMDB), de Michel
Temer, y el Partido de la Social Democracia Brasileña (PSDB), del senador Aécio
Neves y del ex presidente Fernando Henrique Cardoso, y concluido en 2016, no
trajo de regreso ni la confianza del mercado, y menos las inversiones,
principalmente del sector privado.
En relación con el
desempleo, hubo una fuerte expansión, empujando a millones de familias que, con
Lula, habían ascendido a la clase media, de regreso a la pobreza. De los 38
países que divulgaron los resultados de su economía en 2016, y que juntos
significan 81 por ciento del PIB mundial, Brasil ha sido el único que
retrocedió. Hasta la conturbada Grecia logró crecer: 0.3 por ciento.
Si a ese cuadro se
suma la única cosa que verdaderamente se expandió muchísimo desde el triunfo
del golpe –los escándalos de corrupción–, se entenderá la potencia y el alcance
de la turbulencia que sacude a Brasil.
Ese es el precio
que el país paga por el golpe institucional y la instalación de un gobierno
plagado de bandoleros y descalificados.
Los próximos días
prometen nuevas y fuertes emociones. En cualquier momento empezarán a gotear
los nombres denunciados por corrupción. Entre los más sonantes están ministros,
políticos de todos los partidos aliados y, por si fuera poco, el mismo Michel
Temer.
Este es el retrato
de un país en descomposición ética, política, moral y, claro, económica. Este
el precio, terrible precio, tenebroso precio.