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¡El gran desafío para la equidad sanitaria!


Jorge Luis Prosperi Ramírez

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La esperanza de vida de un niño difiere enormemente en función de donde se haya nacido. En la Comarca Ngäbe Buglé o en la ciudad de Panamá, donde puede esperar vivir más de 80 años. Dentro de nuestro país, las diferencias con relación a la esperanza de vida, mortalidad materna, alfabetismo, vivienda, ingresos, son dramáticas.

Pero eso no tiene por qué ser así y no es justo que sea así. Es injusto que haya diferencias sistemáticas en el estado de salud, cuando estas pueden evitarse mediante la aplicación de medidas razonables. Eso es lo que denominamos inequidad sanitaria.

Por su parte el modelo biomédico de salud, predominante en nuestro sistema, con grandes hospitales públicos y privados, tiene utilidad para disminuir las consecuencias adversas de las enfermedades, pero es insuficiente para mejorar eficazmente la salud de las personas, y para promover la igualdad en salud. Hace falta superar el gran desafío que suponen los determinantes sociales de la salud, particularmente importantes en Panamá, caracterizado por una gran desigualdad socioeconómica y amplias inequidades en salud.

De acuerdo a la Organización Panamericana de la Salud, “existen varios determinantes de salud y enfermedad que están intrínsecamente relacionados, incluyendo el nivel socioeconómico, la educación, el empleo, la vivienda, y la exposición a agentes físicos y ambientales. Estos factores interactúan entre sí e influyen en forma acumulativa sobre la salud y carga de enfermedad de los individuos y las poblaciones, estableciendo las desigualdades e inequidades entre y a lo largo del territorio de los países”.

Para abordar efectivamente esos determinantes, la Comisión sobre Determinantes Sociales de la Salud de la OMS, creada con el fin de recabar pruebas fehacientes sobre posibles medidas e intervenciones que permitan fomentar la equidad sanitaria, nos hace tres recomendaciones concretas:

Mejorar las condiciones de vida, es decir, las circunstancias en que la población nace, crece, vive, trabaja y envejece.

Luchar contra la distribución desigual del poder, el dinero y los recursos, esto es, los factores estructurales de los que dependen las condiciones de vida, a nivel mundial, nacional y local.

Medir la magnitud del problema, evaluar las intervenciones, ampliar la base de conocimientos, dotarse de personal capacitado en materia de determinantes sociales de la salud y sensibilizar a la opinión pública a ese respecto.

Démosle una mirada crítica a la situación de las principales causas de enfermedad y muerte en nuestro país y reflexionemos si estamos abordando en serio, como sociedad y como gobierno, los Determinantes Sociales de la Salud.

De acuerdo a la Contraloría General de la República de Panamá, en el quinquenio comprendido entre 2011 a 2015, más de 55,000 ciudadanos perdieron la vida prematuramente por “enfermedades crónicas no transmisibles y las llamadas Causas Externas”.

Las enfermedades circulatorias, los tumores, los accidentes, la diabetes y las neumonías, les quitan la vida a 12,000 personas cada año. Todas son causas relacionadas en forma directa o indirecta con los determinantes sociales de la salud y con la insuficiente capacidad de nuestro sistema público de salud. Esas personas le hacen falta a sus familias, a la sociedad y al país. Muchas de estas muertes pudieron evitarse o postergarse, evitando los factores de peligro asociadas a ellas. Y lo más preocupante es la tendencia al aumento del número de enfermos y fallecidos por estas causas.

Al analizar en detalle la mortalidad por causas externas, descubrimos que se mantiene la tendencia al ascenso para la mortalidad por accidentes de automovilismo. La buena noticia de acuerdo al gobierno, es que los homicidios y suicidios van en descenso, aunque la mayoría de la población no está de acuerdo y percibe que la inseguridad y la violencia sigue siendo nuestro principal problema.

En todo caso, estos graves problemas de salud no han sido una prioridad real en la agenda política de nuestros gobernantes, que han estado más preocupados en construir e inaugurar edificaciones, muchas veces innecesarias y, en no pocos casos, sin equipamiento ni recursos humanos adecuados. No se han ocupado de manera efectiva en fortalecer la capacidad del sistema de salud y mucho menos para promover las condiciones sociales que permitan actuar sobre los factores Determinantes de éstas, e incentivar a las personas al autocuidado de la salud.

En relación al desarrollo de un Sistema Único Público de Salud; el gobierno no ha superado el discurso y la promesa, que ya nadie cree, de un compromiso con un sistema público fuerte y equitativo. Elaboraron una hoja de ruta para implementar la Estrategia para el acceso universal a la salud y la cobertura universal de salud. Pero luego de casi tres años, seguimos esperando…

A nivel del MINSA, abundan las evidencias que demuestran insuficiente capacidad para cumplir con su rol Rector. En este caso, es especialmente preocupante el pésimo desempeño de nuestras autoridades para “Promover la Salud”. Los servicios de salud no están orientados hacia la promoción, ni se construyen alianzas sectoriales y extra sectoriales para la promoción de la salud. Tampoco se promueve lo suficiente la participación social en salud, ni se fortalece el poder de los ciudadanos en la toma de decisiones en salud pública. Lo que significa que se está haciendo muy poco para fomentar cambios en los estilos de vida y en las condiciones del entorno para facilitar el desarrollo de una “cultura de la salud”.

En relación a la lucha contra la distribución desigual del poder, el dinero y los recursos, y la posibilidad de mejorar las condiciones de vida; les presento las siguientes consideraciones, muchas de ellas harto conocidas por todos.

Para comenzar, el contexto político actual, no favorece que tomemos acción efectiva frente esta situación. En este último decenio la pérdida de pudor de nuestros políticos, supera con creces nuestros ya penosos antecedentes.

Es probado y conocido públicamente que el pago de sobrecostos por las obras, la aceptación de coimas y la confección de contratos ilegítimos han constituido el principal modus operandi utilizado por elementos de los tres poderes del Estado para desfalcar al país. Para ello, se han valido del nefasto clientelismo político, colocando en muchos altos cargos públicos a funcionarios inescrupulosos sin reparos a la hora de permitir y ser parte de la apropiación de los recursos pertenecientes al pueblo panameño. Como lo demuestra la historia reciente, y es motivo de titulares casi diarios en nuestros medios de comunicación.

Por otro lado, aunque el Ministerio de Economía y Finanzas nos informa que nuestro crecimiento económico se mantiene robusto, nos recuerda el PNUD que “en Panamá existe un alto grado de desigualdad, y que el crecimiento de la economía contribuirá poco a la reducción de la pobreza si no se disminuyen los altos niveles de esta desigualdad…”. Es claro pues que en Panamá tenemos un “robusto” crecimiento económico que beneficia principalmente a un grupo de privilegiados, y una gran desigualdad que perjudica principalmente a los más pobres y marginados de nuestro país…

Para corroborar estas afirmaciones, los invito a examinar en la siguiente gráfica la relación entre indicadores de salud seleccionados, con el porcentaje de población pobre, el IDHP y el Índice de Pobreza Multidimensional.

De acuerdo a la publicación del PNUD “Atlas de Desarrollo Humano Local: Panamá 2015, mientras aumenta la pobreza y disminuye el IDH, la población afectada sufre múltiples privaciones individuales en materia de educación, salud y nivel de vida, y se deterioran la esperanza de vida, la salud las madres y los infantes; lo que da indicios sobre el efecto de los servicios de agua, saneamiento y electricidad en la salud de la población.

Complemento el análisis con dos cuadros que demuestran las diferencias marcadas entre las Comarcas y provincias y entre las diferentes provincias. Especialmente en la dimensión de nivel de vida que evalúa el acceso a servicios básicos, ingresos y empleo. Aquellas áreas con menor Índice de Desarrollo Humano (IDH) muestran más desigualdad entre los componentes. Especialmente altas son las brechas en nivel decente de vida, lo que implica importantes desafíos para el país en el acceso a servicios básicos y empleos de calidad.

La información señala la persistencia de la desigualdad, y que existen personas y comunidades que no logran beneficiarse de igual manera de los progresos que manifiesta el país. Estas son las poblaciones prioritarias, que deben ser apoyadas de manera especial desde las políticas públicas: la niñez en condiciones de pobreza, la juventud fuera de la escuela, las mujeres fuera del mercado laboral, las personas con discapacidad y las poblaciones indígenas en condiciones de vulnerabilidad.

Al final me queda claro que estamos obligados a formular políticas que integran acciones en salud, sociales y económicas, y a desarrollar un sistema de salud que incorpore intervenciones multisectoriales, introduciendo la cobertura universal de salud para mejorar la salud y sus determinantes. Pero antes debemos resolver los asuntos que tenemos pendientes con la justicia social, la desigualdad y la inequidad sanitaria.


Para ello requeriremos del compromiso político del más alto nivel, que promueva el liderazgo solvente y fortalecido de nuestro sector salud, y promueva el abordaje multisectorial, inclusivo, altamente participativo, para la producción social de salud a nivel de gobierno y sociedad. Por nuestra parte, el gran reto que tenemos es vencer la apatía que nos caracteriza y ejercer el control social de la gestión pública antes de que sea demasiado tarde.