Guillermo Almeyra
www.jornada.unam.mx/190317
Las elecciones
presidenciales francesas se realizarán el 23 de abril próximo y probablemente
conducirán a una segunda vuelta (ballotage) el 7 de mayo entre los dos candidatos
más votados. A menos que se produzca un milagro a último momento, la izquierda
no estará presente en un eventual segundo turno, tal como sucediera en los
comicios de 2002, en los que los franceses tuvieron que elegir entre el
derechista y corrupto Jacques Chirac y el fascista Jean Marie Le Pen, y
escogieron aplastantemente al primero.
El presidente
François Hollande y su ex primer ministro Manuel Valls se encargaron de
desmoralizar al electorado de izquierda, alejar de la política a grandes masas
juveniles, debilitar al movimiento sindical y a los partidos obreros
tradicionales y de regalarle buena parte de los electores de los mismos al
Frente Nacional fascista.
Hollande, que
había llegado a la presidencia con propuestas socialdemócratas, aplicó en
cambio desde el gobierno las políticas del gran capital europeo y de su socia
Ángela Merkel, la canciller alemana. La izquierda social y la izquierda
política se separaron así y la última se fragmentó al máximo.
En las elecciones
primarias de la derecha, hubo una sorpresa, pues el ex presidente Nicolas
Sarkozy, desprestigiadísimo, fue superado por François Fillon, un católico
ultraconservador aparentemente intachable. Pero el semanario satírico Le Canard
Enchaîné publicó que ese dechado de virtudes, con dinero público, había dado a
su mujer y a sus dos hijos 900 mil euros (un euro vale 1.10 dólares
estadunidenses), que los hijos habían devuelto en parte al padre y que Fillon
tampoco había declarado un préstamo por 50 mil euros. La justicia averiguó y comprobó
las denuncias y hoy el supuestamente intachable candidato de la derecha
constitucional (con ideas muy cercanas a las del Frente Nacional fascista) es
un pato malherido que no se sabe siquiera si llegará como candidato a la fecha
de los comicios.
En las primarias
del oficialismo también hubo un coup de théatre (golpe teatral), pues el ex
ministro Benoit Hamon le ganó la candidatura al hombre de Hollande, el ex
ministro del Interior Manuel Valls, centroderechista antiobrero.
El social-liberal
Emmanuel Macron, hombre fiel de la confederación patronal francesa y ex
ministro de Finanzas de Hollande, por su parte, se presenta ahora con un
partido propio y podría recoger los votos perdidos por los republicanos de
Fillon, debido a los escándalos financieros de éste, y convertirse así en el
candidato de la derecha.
Actualmente
encabeza las encuestas Marine Le Pen, del Frente Nacional, con 25 por ciento de
las intenciones de voto. Esta amiga de Vladimir Putin (un banco ruso le
financia la campaña electoral) y admiradora de Donald Trump, conduce una
campaña racista, xenófoba y ultranacionalista que tiene eco en los sectores más
atrasados y marginales de la sociedad y es mayoritaria entre los obreros
desilusionados de la izquierda y los sectores juveniles más atrasados y
marginales, pero no cuenta con el apoyo de ningún sector capitalista de peso.
También ella tiene problemas judiciales, pero a su electorado eso no le importa
mucho y, por el contrario, la hace ver como astuta. Sin embargo, el Frente
Nacional parece haber topado con un techo de cristal que no le deja crecer
mucho.
Por la izquierda,
los que mejor aparecen son el socialista Benoit Hamon, con cerca de 11 por
ciento, y Jean Luc Melenchon, ex socialista ahora candidato del partido Francia
Insubordinada y del Frente de Izquierda, el cual cuenta con menos de 14 por
ciento.
Por lo general,
los partidos de izquierda votan en el primer turno por sus propias banderas y,
en el segundo, concentran sus votos en el candidato de izquierda mejor colocado
para derrotar a la derecha. Pero esta vez, como en 2002, eso podría conducir a
que en el primer turno ninguno logre 25 por ciento y, entonces, la disputa se
reduzca al enfrentamiento entre la derecha tradicional y la extrema derecha, o
sea, entre Macron (o incluso Fillon) y Marine Le Pen. Si ya en la primera
vuelta, el 23 del mes próximo, es previsible una fuerte abstención, ésta podría
ser muy grande en la segunda e, inclusive, le podría abrir el camino al Frente
Nacional si no hubiese una fuerte movilización antifascista.
En el caso
hipotético de que la izquierda dejase de lado sus diferencias y presentase ya
en la primera vuelta un candidato socialdemócrata de centro con un programa
social podría recuperar parte de los votos perdidos, reducir la abstención y
lograr incluso superar unida 27 por ciento. Pero la izquierda moderada teme
unirse porque eso podría llevar a un sector capitalista hacia el Frente
Nacional fascista y teme más aún ganar las elecciones por miedo a tener que
gobernar en momentos de crisis.
Por eso ni
siquiera discute un programa social para ahora y después de las elecciones.
Fuera del aumento de salarios y de la interesante exigencia de Hamon de un pago
de ciudadanía de 750 euros (algo más de 800 dólares) a los jóvenes de menos de
25 años (que no abundan en Francia, que es un país de viejos), las campañas de
todos los partidos, incluso de los revolucionarios, está centrada en las
exigencias prelectorales como, por ejemplo, la presentación como patrocinadores
de 500 firmas de concejales, alcaldes, diputados o senadores distribuidos en 30
departamentos. La pasividad social de la izquierda y la calma en el frente
social conspiran también contra la democracia.
Pero Francia no es
Estados Unidos y la gran burguesía está unida. Es europeísta y sabe hasta dónde
puede arriesgarse a llegar desafiando a los trabajadores, y éstos eligen y
votan directamente a gente que es controlable y revocable a nivel local, no a
delegados, como los estadunidenses.
Europa además
recuerda aún el nazifascismo, y la izquierda está desunida y adormecida, pero
sigue existiendo tanto en Francia como en otros países.