Miguel Matos, S.J.
www.cpalsocial.org/110317
Me siento
orgulloso de haberme sumado de manera radical al Proceso Bolivariano desde sus
mismos comienzos. Considero que las motivaciones en favor de esa opción
estuvieron en la línea del pensamiento filosófico, social y político de mi fe
cristiana.
Con igual justicia
sigo reconociendo los innumerables e innegables logros atribuibles hoy al mismo
Proceso Bolivariano. Le sumo a esto el hecho de que en ningún momento he puesto
mis esperanzas en el actual liderazgo opositor, por sí solo, como supuesta
respuesta alternativa. Unos 18 años de oposición para solo ofrecer como
programa “sacar a Maduro”, es casi vergonzoso. Cada vez estoy más convencido
que el futuro de Venezuela o se construye a base de una confluencia de todos
los sectores en pugna o seguiremos con el “juego trancado”
Por esos motivos
me siento en una suerte de obligación para expresarme en este momento tan
particularmente especial que atraviesa nuestro país. Hay momentos para el
silencio y hay momentos para una clara expresión de los pensamientos. Hay
momentos de silencios cómplices y hay momentos de parlamentos oportunistas. No
pretendo complacer ni mortificar a nadie con este pronunciamiento. Siempre he
tratado de ser esclavo sólo de mi propia conciencia, cuando he despertado
halagos como cuando he obtenido rechazo.
Si tuviera que
describir en una palabra el síntoma más sensible de mi actual estado de ánimo,
usaría la palabra indignación. La indignación me la producen tanto los gestores
de la oposición como los del gobierno.
Esta vez me referiré
más a la indignación que me produce la insensibilidad, complicidad, prepotencia
y torpeza por parte del estamento oficial. No porque crea que es esa la única
fuente de nuestras desgracias. Casi cada venezolano tendría que reconocer su
cuota de desidia, anarquía, flojera, vivaracherismo, deshonestidad, violencia,
egoísmo, visión superficial de la realidad con la que se incrementan
diariamente nuestras tragedias. Todo esto como consecuencia del desbarajuste
estructural.
Tengo que decir
que estoy, a las inmediatas, seriamente golpeado por las experiencias de
impotencia que presencio diariamente en los alumnos de las escuelas de Fe y
Alegría de Caracas. A lo que me estoy refiriendo son, desgraciadamente, datos
que ya son demasiado conocidos por todos, pero que claman para que no nos
acostumbremos a ese espectáculo diario de las ausencias de los alumnos por no
haber ingerido alimento el día anterior, los desmayos en clase, el mínimo
rendimiento por las mismas razones. Un capítulo especial, desgraciadamente, ya
harto conocido, sería ese capítulo irritante y mortal de la falta de medicinas
aun para medicamentos de alto riesgo.
Para no caer en
reiteraciones me estoy concentrando en solo dos de las situaciones ya
ultraconocidas: hambre y medicinas. Pero cada venezolano tiene su vertiente por
donde accede a otras innumerables y fatales informaciones.
Este espectáculo
del hambre y de la falta de medicinas no es un hecho aislado y tiene de alguna
manera conexión con un panorama mucho más completo integrado por la infamia de
una corrupción hecha epidémica, el descuido criminal de los servicios públicos,
las triquiñuelas con las que se entorpecen los calendarios electorales, la
situación de los presos políticos, la intimidación que se ejerce contra las
opiniones diferentes, el torpe manejo de las divisas, las expropiaciones
irresponsables, la especulación auspiciada por agentes del Gobierno como es el
componente militar, el sectarismo más agresivo, las violaciones a la Constitución
; todo esto ambientado en una actitud prepotente de quienes se sienten dueños
absolutos del país.
Ante estas
situaciones resulta verdaderamente imposible, mantener una mínima fidelidad a
opciones asumidas en otro contexto. Una mínima lealtad, justamente, a la opción
por los más pobres, no puede hacerse coincidir ni con una fidelidad automática
ni con un silencio cómplice. Con la misma fuerza con la que en un momento se
apoyó por coherencia ideológica a este proceso, con esa misma fuerza se tiene
que impulsar una salida que redima verdaderamente a esos pobres que hoy buscan
en los basureros algo para no morirse de hambre o intentan con alternativas
aproximativas de la medicina natural, detener el daño letal de enfermedades
mortales.
En ese sentido se
ubica una de las situaciones que más me han irritado, como es la negación del
Gobierno a auspiciar un corredor humanitario con el apoyo de Caritas y de otras
agencias, para combatir la hambruna y la falta de medicinas. Ha sido para el
Gobierno más importante mantener hacia el exterior la apariencia de suficiencia
alimenticia que impedir las muertes de venezolanos. En esta, como en otras
situaciones, le ha resultado más importante al Gobierno su mantenimiento en el
poder.
No es fácil tener
que situarse, a partir de un momento determinado, en una ubicación contraria a
aquella desde donde sentías que aportabas a tu opción por los más pobres. Ha
costado tiempo esperar por si se veían síntomas de decisiones sinceras pensadas
desde la tragedia de nuestro pueblo. En este discernimiento también se ha
tenido en cuenta el efecto de una innegable conspiración nacional e
internacional muy injerencista contra una dinámica sociopolítica que debe ser
dirimida por los venezolanos. Ignorar la existencia de este factor sería
también ingenuo. Pero es indudable que estos factores externos e internos,
enemigos del actual sistema, no han resultado ni resultan ni ligeramente tan
determinantes ni eficaces para esta tragedia, como son las políticas
irresponsablemente erradas y los vicios conocidos por todo el mundo y que son atribuibles
al Proceso Bolivariano.
¿A qué hay que
apuntar? En primer lugar hay que apuntar a mantener viva la esperanza de los
venezolanos para el futuro, la solidaridad para el presente y una cruda
evaluación de nuestro pasado inmediato. Es necesario además superar los
maniqueísmos. Necesario también es impedir que un sector ignore al adversario.
Es un
enfrentamiento en el que están comprometidos grandes sectores de nuestra
colectividad en ambos lados. Entre los peores enemigos se cuentan el sectarismo
a ultranza, la distracción con respecto a los problemas más urgentes, la
resignación, la pasividad paralizante y la incitación a las salidas violentas.
Y a favor de una salida está la presión permanente, convocante y creativa hacia
los factores e instancias más influyentes para que sitúen el dolor de los de
abajo en la referencia obligada de todo su accionar.
·
Nota del lector: La revista SIC no es sólo
para Venezuela, se lee en otras partes. El autor –que hasta ahora ha tenido una
posición muy respetable apoyando todo lo bueno del proceso bolivariano-, no da UN SOLO dato cuantitativo que
ilustre lo que está diciendo. ¿No cabe en un artículo de revista? Que lo ponga
en otro lado, pero que no eche esta andanada y no le dé base real. Quizás para
los venezolanos está claro, para los que no vivimos allá, no lo está. Demasiadas
mentiras ha vertido EEUU sobre Venezuela como para creer sólo en afirmaciones.