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¿Quién como Jesús
de Nazaret osó tanto?
Si fuéramos capaces de olvidar un poco nuestra rutina y asomarnos con mirada limpia al Evangelio, descubriríamos la sorpresa que supuso la entrada de Jesús en la vida pública de su país.
Para lograr esa mirada ayuda recalcar algunas cosas fundamentales:
1. La vida oculta de Jesús
Jesús estrena su vida pública muy tardíamente, a los 30 años. Y lo hace como un desconocido, pues su vida había transcurrido en un pueblecito insignificante como era Nazaret. Allí, transcurrió su vida normal, como un niño más, frecuentando la escuela a partir de los cinco años, hasta los doce. A esa edad, podía haber emprendido unos estudios mayores, saliendo hacia alguna ciudad importante.
Pero no lo hizo y,
como otros muchos, hubo de aprender y dedicarse a un oficio, que en su caso fue
el de carpintero.
Sabemos que, justo cuando tenía 12 años, viajó en una fiesta de Pascua a Jerusalén, perdiéndose en el templo y que sus padres lo encontraron dentro del templo, sentado en medio de los maestros, escuchándolos y haciéndoles preguntas; y todos estaban asombrados por su inteligencia y respuestas (Lc 2,46-47).
Volvió a Nazaret y
fue creciendo como adolescente; frecuentaba la sinagoga los sábados y allí
durante horas aprendía a orar, lo hacían tres veces al día: a la mañana, al
mediodía y a la noche, recitando la oración llamada Shema = “Escucha, Israel” y
la “Sheone Esre”, una serie de 18 oraciones. Y, así, entre el círculo de la
familia, del trabajo y de la sinagoga fue creciendo y llenándose de sabiduría y
la gracia de Dios estaba con él (Lc 2, 39-40).
2.
Jesús supera la enseñanza tradicional y oficial
La segunda cosa a subrayar, y es la que llama poderosamente la atención, es su manera de aparecer en la vida pública. Lo hace con fuerza y sin rodeos:
– No creáis que he venido a echar abajo la Ley y los profetas. He venido a darles cumplimiento. Y que se enteren los Letrados y fariseos. Su fidelidad a la ley y mandamientos del Señor es puramente exterior y formal, con ella no se puede entrar en el Reino de Dios.
Si lo pensamos un
poco, esta actitud de Jesús tuvo que ser tremenda. Un desconocido, un don nadie
como él, sin estudios, sin títulos especiales, sin la categoría de cualquiera
que hubiera adquirido la ciencia de los escribas, señala al cuerpo oficial
docente, único autorizado a llamarse rabbi y con poder para explicar cualquier
doctrina o rito religioso, y le dice que no, que las cosas tal como las
explican no se ajustan a la ley, ni expresan correctamente la voluntad de Dios.
3.
Jesús iguala a todos ante Dios: a nacionales y extranjeros.
Y se lo dice públicamente, con una oferta contrapuesta a la suya. El culmen de esta contraposición, dicen los autores, que tuvo lugar en un momento en que Jesús hizo algo que colmó la paciencia de los gobernantes y decidieron matarle. Este algo tuvo que ver con el Templo. Resulta que Jesús entró un día en el templo y encontró que había un grupo de vendedores de animales y cambistas. Y los echó del templo. Vendedores de animales porque cuando los judíos querían ofrecer a Dios sacrificios, tenían que llevar un animal sin defectos e impureza y entonces estos vendedores les ahorraban el trabajo de buscarlo y les garantizaban la pureza del animal.
Cambistas porque cuantos tenían que pagar el impuesto anual del culto, no podían hacerlo con la moneda romana (la única que circulaba en Palestina) sino con otras acuñadas en la ciudad de Tiro. Y los cambistas les facilitaban la adquisición de estas monedas.
Conviene subrayar que este comercio estaba tolerado por los sacerdotes, quienes percibían una parte de ganancia y, además, tenía lugar en el atrio exterior del Templo llamado Atrio de los gentiles o de los paganos.
Y esto es lo que desató la violencia de un Jesús siempre pacífico y sereno. ¿Por qué? ¿Por querer purificar al Templo de aquellas actividades comerciales? No.
“A Jesús, escribe el escriturista Ariel Alvarez, nunca le importó la pureza del Templo, jamás mostró interés alguno por el decoro de la liturgia, ni por el recato de los sacerdotes ni por los ritos que éstos ofrecían. Nunca se preocupó por el culto y su pureza” (Enigmas de la Biblia 7, pg. 69).
Entonces, ¿Por qué
se enojó tanto Jesús?
La contestación nos la da Marcos: “Jesús entró en el Templo y comenzó a echar de allí a los vendedores y compradores; volcó las mesas de los que cambiaban dinero, y los puestos de los vendedores de palomas; y no permitía que nadie pasara por el Templo llevando cosas. Y se puso a enseñar diciendo: “La escritura dice: Mi casa será llamada casa de oración para todas las naciones. Pero vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones”.
Cuando los escribas y sumos sacerdotes se enteraron de lo ocurrido, se propusieron darle muerte, porque tenían miedo al impacto que sus enseñanzas producían en la gente“ (Mc 11, 15-18).
Ahí está la clave:
Marcos, que escribe para cristianos de origen pagano, quiere decir que “Para
Jesús el atrio de los paganos, donde estaban ubicados los vendedores y
cambistas, también debía considerarse Templo por respeto a los paganos.
Los paganos no
podían rezar sino en el Atrio de los Gentiles, no podían pasar a rezar en el
Atrio de los Israelitas. Para Jesús, el Atrio de los Gentiles era tan sagrado
como donde rezaban los judíos, porque Dios también escucha la oración de los
paganos. Por eso, exclama: “Mi casa será llamada casa de oración para todas las
naciones. Y vosotros la habéis convertido en una cueva de ladrones”.
Es decir, que
“Paganos y judíos están en un mismo nivel, y las actividades comerciales
tampoco están permitidas en el Atrio de los gentiles, pues tan sagrado es el
Atrio de los paganos como el de los judíos”. (Idem, pgs. 70-71).
En resumen: la
oración de los judíos y paganos tiene ante Dios el mismo valor. Tesis ésta
revolucionaria, pero inadmisible para los israelitas. Y por eso decidieron
matarlo.
3.
Jesús viene a cumplir, enmendar y superar
Jesús sabía que
cada ser humano tiene conciencia de lo que es y de la ley que lleva dentro y le
dicta lo que es bueno o malo. Pero esa ley, con ser individual, es también
histórica y comunitaria y va adquiriendo en cada grupo y momento una
formulación concreta, nunca definitiva. Esto quiere decir, que la capacidad de
discernir y hacer el bien está siempre en nosotros como algo ingénito, pero con
el desafío de buscar la manera de desarrollarla concorde con nuestro ser. Y en
esa búsqueda, nuestro yo no avanza solo sino que depende de los demás y de la
herencia histórica que recibimos constantemente.
En las tres
lecturas de hoy, tanto el Eclesiastés, como San Pablo, como el mismo Jesús nos
transmiten una experiencia y una sabiduría, unas reflexiones que siendo de una
misma raíz humana se enriquecen unas a otras sin llegar nunca a un final
definitivo.
El eclesiastés
dice: si quieres puedes guardar los mandamientos de Dios, está en tu mano
elegir y decidir. Y San Pablo afirma que hay una sabiduría divina, escondida,
que se nos ha dado por el Espíritu, que todo lo penetra. Y Jesús, sintiéndose
inserto en esa gran Tradición de la sabiduría humana, participada por su
pueblo, entiende y se siente con autoridad para criticarla, renovarla y
perfeccionarla.
En este sentido, vale la pena entrar en el comentario de algunos de los puntos que Él nos ofrece hoy y captar los criterios que deben acompañar nuestra búsqueda.
En este sentido, vale la pena entrar en el comentario de algunos de los puntos que Él nos ofrece hoy y captar los criterios que deben acompañar nuestra búsqueda.
Primero: en nuestra
tradición religiosa hay una gran verdad, que no podemos borrar, pero no siempre
las interpretaciones que se nos han dado por los que se consideran custodios y
guías de esa verdad, han sido buenas y, por tanto, admisibles.
Por ejemplo: Se
enseñó a los antiguos: NO MATARÁS. Pero yo os digo: no basta con no matar. Hay
que respetar la vida del prójimo sin herirla con el odio, el insulto, la
calumnia, la soberbia. Y se engaña quien crea que, con todo eso encima, puede
exigir que le respeten a él, que no lo juzguen ni condenen las instancias
éticas de la sociedad.
Y, por supuesto, a nadie se le puede ocurrir acercarse a hacer una ofrenda a Dios con el odio, la envidia o la soberbia en su corazón. Tal ofrenda sería falsa y sería detestada por Dios. Nuestras relaciones serán buenas con Dios, en la medida en que lo sean con el prójimo. Nadie puede reconciliarse con Dios, si antes no se reconcilia con el prójimo.
Y, por supuesto, a nadie se le puede ocurrir acercarse a hacer una ofrenda a Dios con el odio, la envidia o la soberbia en su corazón. Tal ofrenda sería falsa y sería detestada por Dios. Nuestras relaciones serán buenas con Dios, en la medida en que lo sean con el prójimo. Nadie puede reconciliarse con Dios, si antes no se reconcilia con el prójimo.
Voy, pues, más allá de la ley del simple no matar.
Segundo: No basta
con seguir la enseñanza antigua que nos manda:
– No cometerás adulterio,
– No cometerás adulterio,
– Puedes repudiar
a tu mujer y pedir acta de divorcio,
– Yo cumplo mi
palabra jurándolo por Dios.
NO.
Sin llegar a
adulterar puedes hacer algo parecido deseando a la mujer del prójimo, puedes
repudiar a tu mujer inmotivada e injustamente, puedes jurar en falso
recurriendo a Dios y manchando su nombre.
No vengo a suprimir nada ni a inventar nuevos mandamientos, sino a cumplir lo que somos y nos corresponde. Dios quiere que seamos nosotros mismos. Y no que lo disfracemos con falsas y retorcidas doctrinas.
No vengo a suprimir nada ni a inventar nuevos mandamientos, sino a cumplir lo que somos y nos corresponde. Dios quiere que seamos nosotros mismos. Y no que lo disfracemos con falsas y retorcidas doctrinas.
Tercero: Y, como
estamos hablando de temas enseñados públicamente y legislados, denuncio a
cuantos expertos y sabios en los mandamientos sagrados, se limitan a vivirlos
sólo externa y aparentemente y a exigirlos severamente, a la letra, matando el
espíritu que requiere apertura, comprensión, sinceridad, coherencia,
transparencia. “Ninguno de los príncipes de este mundo, -nos ha dicho el
apóstol Pablo-, conocen esta sabiduría que Dios nos revela por su Espíritu” (1Cor
2:12).
Cuarto: Toda ley
es un medio en el que se expresa y plasma el respeto y fidelidad a lo que
somos, con nosotros mismos y con los demás. Pero esta expresión es evolutiva y
perfeccionable, porque nuestro conocimiento nunca es último, progresa y
determina mejor la naturaleza y propiedad de lo que somos y requiere adaptación
permanente.