Benjamín Forcano
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Presento, por primera vez, las
síntesis que he hecho de la primera parte (Páginas 1 a la 118) y de la segunda
(119 a 223) del libro La novedad de Jesús. Todos somos sacerdotes, Xabier
Pikaza, Ed. Nueva Utopía, Madrid 2014).
Cumplo así mi propósito y espero reporte satisfacción, luz y voluntad renovadora a los que las están esperando y a cuantos las lean por primera vez.
Primera Parte
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Reemplazar el sacerdocio
jerárquico por el sacerdocio de Jesús, que es el de todos
A modo de preámbulo.
Desde siempre se nos ha hablado del sacerdocio
común, como algo propio de todos los cristianos. Pero, ha servido de bien poco.
Ese sacerdocio, que es el de Jesús, y que representa una mutación sustancial
con respecto al sacerdocio del pueblo judío y de otras culturas del Antiguo
Oriente, es el único existente en la Iglesia católica, pero ha pasado a ser
exclusivo de los hoy llamados clérigos.
El sacerdocio de Jesús no necesita de templos, ritos y sacrificios, ni de especiales intermediarios entre Dios y los hombres; es distinto y se condensa en el amor que rige y mueve toda su vida, no en otro tipo de sacrificio externo, violento, oficiado por intermediarios sagrados.
Hay que volver al origen y retomar el Evangelio,
porque nos hemos alejado de él, otorgando el título de sacerdotes, únicamente a
una élite,- la clase clerical-, contrapuesta al laicado y erigida sobre él como
una categoría superior, con poderes que la elevan sobre el resto de los fieles.
Admitir que la Iglesia se compone de dos categorías: una clerical y otra laical, con desigualdad entre ambas, es introducir algo contrario a la condición y dignidad sacerdotal de todo cristiano, fundadas en el sacerdocio de Jesús. En el Vaticano II, aparecen aún dos eclesiologías, no armonizadas. Así, en LG 10 se dice: “El sacerdocio común de los fieles y el sacerdocio ministerial o jerárquico, aunque su diferencia es esencial, no sólo gradual, sin embargo se ordena el uno para el otro, porque ambos participan, del modo suyo propio, del único sacerdocio de Cristo”.
Es el único texto donde se señala que la
diferencia es esencial, pero sin fundamentar en qué y por qué. El sacerdocio de
Jesús se comunica y opera en todos según lo que es. Y así se caminó en la
primitiva Iglesia. Asignar a un “grupo” -los hoy clérigos- una participación
singular y específica de ese sacerdocio hasta el extremo de establecer una diferencia
esencial, es un invento posterior.
El Vaticano II recalca en mil partes la posesión
y comunión de todos en el sacerdocio de Jesús y en virtud de ella queda
descartada toda desigualdad, discriminación o subordinación. El sacerdocio “jerárquico” no responde al
sacerdocio de Jesús ni tiene sentido en la primitiva Iglesia. Será, a lo
más, una de las tareas o servicios que producirá y designará la comunidad
sacerdotal, pero nunca en el sentido de transferirle un valor o dimensión nueva
que le de plenitud en el obispo y en menor grado en el presbítero.
El sacerdocio de Jesús es laical en él y en
consecuencia en todos, y creará en las comunidades cuantas funciones, tareas,
carismas o servicios (ministerios) sean necesarios. Es bueno cuestionar ciertos
procedimientos eclesiásticos, que no encajan ni de lejos con la praxis y
enseñanza de Jesús y también con la manera de ser y obrar de la Iglesia
primitiva. El tema de la excomunión aplicada y comentada estos días a personas
cristianas, no hay por donde reconocerlo confrontado con el Evangelio y el
vivir de los cristianos del comienzo.
Como he dicho, ilustra sobremanera y sugiere
modos de obrar distintos el estudio que un buen y reconocido biblista como
Xabier Pikaza acaba de hacer: “La
novedad de Jesús: todos somos sacerdotes”. Estudio sereno, riguroso,
superdocumentado y que ayuda a poner en su lugar el poder abusivo de la clase
clerical. En este momento de crisis y de inevitable y creativa renovación según
propugna el Papa Francisco, se necesitan estudios así, para entender, aclarar y
estimular propuestas que seguramente a muchos van a sorprender. Los caminos,
que ahí se abren al futuro y que hay que ensayar y crear son innovadores,
fecundos seguramente, si sabemos asumirlos responsablemente. Nada tienen que
ver con el capricho, la indisciplina, o la rebeldía instintiva u otros motivos
que algunos puedan imaginar.
Surgen y hay que crear nuevas soluciones. (Cfr.
Xabier Pikaza, La novedad de Jesús: todos somos sacerdotes, Nueva Utopía,
Páginas, 224).
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INTRODUCCIÓN
La razón del tema es clara. Nos encontramos,
tras dos mil años de historia, con que el tema del sacerdocio cristiano ha
entrado en gravísima crisis: los llamados a continuar con la figura tradicional
del sacerdocio no responden ni llegan y, al mismo tiempo, la escasez de los
existentes y el envejecimiento de la mayor parte, ponen al descubierto una
brecha que amenaza el modelo eclesiológico bipolar Clérigos / Laicos.
Puede que la ausencia de vocaciones sea un
factor importante en este fenómeno. Pero, independientemente de él, se muestra
otro aspecto que considero radical para esclarecer lo que está pasando y
alumbrar un nuevo futuro: ¿Se trata simplemente de una crisis vocacional o más
bien de un retomar el Evangelio y ver si el sacerdocio de Jesús, propio de todo
cristiano, se ha mantenido en su recorrido histórico en lo que de verdad es o
se lo ha reemplazado por otro, que lo trastoca profundamente?
Dada la preponderancia absoluta que la figura del sacerdote, tal como la conocemos hoy, ha adquirido por siglos en la cristiandad, a muchos les parece más que temerario cuestionar esta figura y suscitará -de ello no tengo duda- asombro, dudas y protestas inacabables.
No es mi tención entrar a describir la peculiar personalidad del clérigo, que le lleva a renunciar a la propia autonomía y libertad para cumplir incondicionalmente la norma del sistema clerical establecido, sino ver si la figura clerical dominante responde al nuevo sacerdocio de Jesús, con las consecuencias que esto conlleva para sus seguidores.
Esto supone, primero de todo, fijar el
significado original del sacerdocio jesuánico y comprobar si, a lo largo de la
historia, lo hemos sabido mantener o nos hemos apartado de él. Puedo adelantar
que el estudio arroja luz en el sentido de que, a partir del siglo III, esa
figura primordial fue adquiriendo rasgos y cualidades, que lo sustraían a la
comunidad y se la reservaba a una minoría, como categoría superior al margen de
la comunidad. El inicio y el recorrido histórico nos traen hasta el mundo de
hoy y entonces podemos confrontar si el retrato actual del sacerdote concuerda
o no con el del comienzo.
EL SACERDOCIO DE JESÚS
1. El sacerdocio como poder en el tiempo de Jesús
En las diversas culturas del Antiguo Oriente, existían los sacerdotes. Eran intermediarios entre Dios y los hombres (el mismo “patriarca” o rey del clan, que eran sacerdotes, estaban en simbiosis con Dios); suscitaban su poder y lo controlaban en lugares y fiestas determinadas; eran creadores de santidad ritual y especialistas en sacrificios.
Dentro del pueblo judío, siglos antes de Jesús, aparecen también santuarios y grupos sacerdotales (levitas), especialistas en sacrificios. El Código Sacerdotal (libros Levítico y Números ) hablan del Sumo Sacerdote como autoridad máxima , representante de Dios y delegado del Rey persa, quien una vez por año tiene que penetrar en el “Sancta Sanctorum” del templo para interceder por el pueblo.
Hasta la conquista romana (64 a. C) se mantiene
esta situación y, a partir de ella, las funciones se dividen: un Gobernante
romano con poder civil y un Sacerdote con autoridad religiosa.
2. Jesús fue un laico
Metido Jesús en su vida pública, se lo conoce y actúa como un laico, en la línea de los profetas y de los pretendientes mesiánicos, de los sanadores carismáticos y de los sabios populares. En el punto culminante de su vida, Jesús sube a Jerusalén y se enfrenta con los sacerdotes. Sube a Jerusalén, pero no para “legalizar” sus ritos y someterse a la autoridad de los Sumos Sacerdotes, sino para mostrar que el templo ya no tiene valor sagrado para el pueblo.
A muchos sacerdotes actuales, les sorprenderá
que se diga de Jesús que fue un laico. Considero de gran utilidad sintetizar lo
que el citado Xavier Pikaza desarrolla sobre este punto (Cfr. La novedad de
Jesús: todos somos sacerdotes, pp. 13-31).
“El sacerdocio de Jesús coexiste en El desde su
condición de laico. El Hijo del hombre, humano a cabalidad, no se atribuyó
títulos de honor, pues títulos y honores los tenían otros (sacerdotes y
rabinos, presbíteros, pontífices y obispos-inspectores), sino que actuó como un
simple ser humano, sin tareas oficiales, ordenaciones jurídicas, ni
documentaciones acreditativas. No se llamó sacerdote, ni recibió las sagradas
órdenes, sino que fue un judío marginal, de origen galileo y de extracción
campesina, obrero de la construcción (albañil o carpintero) sin tierras
propias.
Jesús tuvo la certeza de que el tiempo se había
cumplido y que Dios le impulsaba a proclamar la llegada del Reino , que él
debía empezar ofreciendo a los enfermos, marginados y excluidos de Israel, para
abrirlo después por medio de ellos a todos los hombres y mujeres, siempre a
partir de los pobres. Se sintió Mesías enviado de Dios Abba, creador y amigo de
los hombres, pero no quiso hacerse rey con poder político, ni fue sacerdote o
guerrero sagrado, sino que pareció y actuó simplemente como un hombre,
anunciando salud para los enfermos, plenitud para los pobres y reconciliación
para todos. Así lo dijo y lo vivió sin cátedras, templos, palacios, en el
“bazar” abierto de la calle y el camino.
Jesús, pues, era un laico o seglar, sin estudios
ni titulaciones especiales, al interior de las tradiciones de Israel (en una
línea profética), pero fuera de las instituciones poderosas de su entorno
(templo, posible rabinato). Creía que Dios era Padre de todos los hombres, creó
un movimiento de sabiduría singular, curación integral y comunión entre los
marginados de su entorno, a quienes iba despertando, acompañando y animando,
pues ellos eran destinatarios y herederos del Reino de Dios, que es vida para los
enfermos y hartura para los hambrientos y expulsados de la sociedad establecida
(Cf. Mt 5:3; 11:5; Lc 6:20; 7:22).
Era un marginal y, como tal, estaba convencido de que sólo en el margen (fuera de las instituciones del sistema), podía plantarse la obra de Dios, la nueva humanidad porque el Reino pertenece a los pobres; no empleó métodos de reclutamiento y separación clasista, no adiestró a un posible grupo de combatientes, ni fundó una agrupación de especialistas de la ley ni un resto de “puros” frente a la masa perdida. No apeló al dinero, ni a las armas, ni educó un plantel de funcionarios, sino que vivió directamente en el bazar abierto de la vida.
Habló con imágenes que todos podían entender y
actuó con gestos hacia los excluidos y necesitados que todos podían asumir.
Compartió la comida a campo abierto con aquellos que venían a su lado y mostró
un cuidado especial por los niños, enfermos y excluidos de la sociedad.
No fue un soñador cándido, ajeno a la sociedad (un simple contra-cultural), pero tampoco un hombre del orden social o religioso. No se le podía asemejar a los fariseos, que daban primacía a la ley; él colocaba el servicio y el amor a los pobres por encima de las normas nacionales. No fue un hombre del sistema, pero tampoco un outsider utópico. Fue profeta mesiánico y hombre carismático, al margen de la buena sociedad, pero supo ponerse en el centro de la gran plaza de la vida y promover la convivencia, desde un amor a Dios, que hace posible el perdón y la libertad entre hombres. La religión no era a su juicio, un sistema de organización sagrada, sino una experiencia directa de comunicación gratuita con Dios y entre los hombres.
Dos eran sus principios:
-Creía en Dios y en su nombre actuaba.
– Fue amigo de los pobres. Ellos fueron los
primeros destinatarios de su mensaje.
Quiso ser universal desde las zonas campesinas
donde habitaban los humildes. En su mensaje cabían todos, por encima de las
leyes de separación nacional, social o religiosa. Se rodeó de seguidores y
amigos, algunos de los cuales dejaban casas y posesiones para estar con Él.
Convocó a doce discípulos especiales, los hizo mensajeros del nuevo Israel y
los mandó a anunciar la llegada del Reino, sin que tuvieran autoridad
administrativa o sacral alguna (no eran sacerdotes) sino como corazón de la
nueva humanidad reconciliada.
Presentó su causa ante el gran Sanedrín, sin armas, pero los sacerdotes, secuestradores del Dios del Templo, le acusaron ante Pilato, y pensaron que condenándole a muerte acallarían su voz y destruirían su utopía mesiánica, que era peligrosa, por universal e igualitaria. Murió entre otros dos “bandidos”. Su delito fue amar y anunciar un Reino universal, pues el amor es peligroso para el sistema del templo y del imperio.
Presentó su causa ante el gran Sanedrín, sin armas, pero los sacerdotes, secuestradores del Dios del Templo, le acusaron ante Pilato, y pensaron que condenándole a muerte acallarían su voz y destruirían su utopía mesiánica, que era peligrosa, por universal e igualitaria. Murió entre otros dos “bandidos”. Su delito fue amar y anunciar un Reino universal, pues el amor es peligroso para el sistema del templo y del imperio.
De manera que, en el comienzo real de la
Iglesia, están los pobres, a cuyo servicio debían ponerse los Doce y los
restantes seguidores. Dentro de su movimiento mesiánico, sin una filosofía
especial, sin una fórmula social particular, sin un programa económico o
político, militar o religioso , aparecía él simplemente como un hombre amigo de
todos y, en especial, de los pobres y excluidos: “Por aquellas fechas vivió
Jesús, un hombre sabio… autor de hechos extraordinarios y maestro de gentes que
gustaban de alcanzar la verdad. Y, aunque condenado por Pilato a morir en la
cruz, las gentes que le habían amado anteriormente, tampoco dejaron de hacerlo
después. Y hasta el día de hoy no ha desaparecido la raza de los cristianos,
así llamados en honor de él” (Flavio Josefo).
Sólo en este fondo de amor se puede entender a
Jesús, profeta galileo marginado, en contacto directo con los excluidos, dentro
de una sociedad dominada por un imperio implacable (cuyo César se proclamaba
rey divino), mientras parecía que el Dios nacional y/ o judío, secuestrado por
los jerarcas del templo, callaba. Jesús murió fracasado, pero su fracasó mostró
que era verdad lo que había vivido y anunciado. Algunos de sus seguidores
descubrieron que él estaba vivo y así reiniciaron el más prodigioso de los caminos
mesiánicos de la historia”.
3. El testimonio de Pablo:
LA Iglesia sacerdotal, muchos ministerios. El
grupo que más próximamente seguía a Jesús, nunca se sintió un “cuerpo
sacerdotal exclusivo” sobre el resto de los creyentes. Nos lo cuenta Pablo, que
escribió sus Cartas a los 20 años de la muerte y pascua de Jesús. Todos, según
él, constituyen Iglesia sacerdotal que crea y desarrolla muchos ministerios.
Necesitamos releer sus enseñanzas (Corintios, Romanos, Galatas….) para recuperar este sacerdocio frente a otras posteriores interpretaciones. Tres cosas claras recalca Pablo:
a) El Cristo mesiánico, cuerpo entero de la Iglesia
Según Pablo, el Cristo mesiánico es como un CUERPO donde todos son miembros de todos, sin cabeza superior ni cuerpo subordinado. Dicho cuerpo despliega diversos carismas, unificados por el amor.
-Unos, vinculados a la PALABRA: Profecía, Enseñanza,
Consuelo.
-Otros, vinculados a la ACCION: Diaconía (asistencia comunitaria), Participación (entrega de los bienes a favor de los demás), Presidencia (dirección de los asuntos comunes), Acción misericordiosa (ayuda personal humana).
Entre todos los carismas hay comunicación y encuentro y por ellos todos los cristianos son unos ministros de los otros. El carisma de la PRESIDENCIA viene reseñado como el último y a nadie de quienes lo ejercen se le llama obispo o presbítero, ni se lo concibe como sacerdote.
Pablo invierte, además, una experiencia
religiosa de tipo jerárquico, que era dominante en el entorno helenista. Cada
cristiano debe servir a los demás, especialmente a los que conforme al honor
del entorno eran menos honrados; para la Iglesia son los más importantes los
que menos tienen, pueden y saben.
Allí donde la Iglesia posterior se siente
afirmando la unidad del Cuerpo desde una jerarquía sagrada, de tipo episcopal o
presbiteral, definida como signo de Dios o su Cristo, ella podrá ser platónica
o romana, pero no paulina o cristiana.
La novedad descubierta por Pablo es que en el Cuerpo eclesial no hay jerarquías superiores, que se imponen, ni funciones exclusivas de varones (o mujeres) pues todos han sido llamados al servicio mutuo. El contexto social romano y helenista frenó esta novedad y así ha quedado en la Iglesia católica hasta tiempos actuales.
b) Actualidad de Pablo: superar el jerarquismo sacral y la exclusión de las mujeres.
Estamos en los comienzos del tercer milenio,
conocemos el peso de los condicionamientos helénico-romanos, que hoy podemos
revisar y superar. El Cuerpo mesiánico es para todos, encuentro igualitario en
Cristo, superando el jerarquismo sacral y la exclusión de las mujeres.
Pablo habla de mujeres (Evodia y Sintique) y de
grupos de colaboradores donde predominan las mujeres ( Tebe, Prisca, Aquila,
María, Junia, Trifena y Trifosa, Pérsida…). Mujeres que se han esforzado por la
causa de Jesús pero sin que en ningún momento las designe como inferiores o
subordinadas al varón, están a su mismo nivel, al igual que él son “atletas”
del Evangelio, portadoras del mensaje de Jesús.
Estas mujeres son apóstoles (testigos de Jesús,
servidoras de la comunidad y dirigentes (presidentes) de iglesias domésticas,
como sucede también en otras comunidades cristianas. Sus ministerios han
brotado de manera normal, según las necesidades apostólicas y organizativas de
la Iglesia, por iniciativa de Pablo y de sus iglesias conforme al carisma del
Espíritu Santo.
Todavía por entonces no se ha implantado en la
Iglesia el patriarcalismo, que triunfará con las Cartas Pastorales (escritas
por discípulos de Pablo) imponiendo una estructura de poder que es, en
principio, extraña al Evangelio.
4. Sucesores de Pablo,
comienza el patriarcalismo
Conocemos las Cartas de la Cautividad (Colosenses y Efesios) y las Cartas Pastorales (1 y 2 Timoteo y Tito), escritas por discípulos de Pablo, entre el 70-90 d.C. El mismo autor Xabier Pikaza resume así las innovaciones que se introdujeron:
-“Estas Cartas expresan un esquema jerárquico de organización social no fundada en los pobres y excluidos, sino que responde a una casa-familia rica, con buen amo, mujer, hijos y criados. (Cf. Ef 2:21; 4:12.16.29). (Idem, pg. 75).
“Aunque el carisma paulino pervive en ellas, sus
autores tienen miedo de la libertad cristiana (quizás por temor al
gnosticismo). Por eso, apelan a la autoridad, tanto en línea de tradición
(mantener lo dado), como de organización (obedecer a presbíteros, obispos) para
establecer las iglesias como grupos honorables, con orden y limpieza
administrativa, siguiendo el ejemplo del buen judaísmo (retorno a un tipo de
ley, que Pablo había superado) y el testimonio del imperio romano, sistema
eficiente de personas y pueblos…
Se vuelve primordial un tipo de organización parecida a la que existe en el entorno. Los presbíteros-obispos, padres de la casa eclesial, acogen a los que vienen y enseñan a todos, son servidores de la palabra/oración. Lógicamente, las Pastorales no promueven la misión (no hay apóstoles), ni la experiencia directa de Jesús (no hay profetas), sino que mantienen el depósito de la fe, la buena doctrina de la tradición, por unos ministros bien estructurados” (Idem, pgs. 90-91).
Podemos subrayar que en este tiempo comienzan a
profesionalizarse las tareas del Evangelio y se asumen los principios de honor
social, que Jesús había superado expresamente realizando seguramente la mayor
inversión de la historia cristiana.
5. Reinterpretación de los
ministerios desde una perspectiva sacral
En la Iglesia primitiva los diversos ministerios en ningún momento se identifican con un tipo de “sacerdocio”, propio del culto judío o pagano. El sacerdocio de Jesús se entiende de una forma nueva y como tal se aplica a la Iglesia entera. No esperemos que Pedro, Santiago, Juan o la Magdalena se presenten como sacerdotes, con elementos del antiguo Israel y del entorno helenista y romano.
Pero, es a partir del s. III d.C. que la Iglesia
ha reinterpretado sus ministerios desde una perspectiva sacral, con elementos
del antiguo Israel y del entorno helenista y romano. De este modo, los fieles
llegan a perder su “carácter” sacerdotal y se vuelven meros laicos.
a) El ritual y sacerdocio de
Jesús se identifica con su propia vida.
La Carta de los Hebreos sabe a heteredoxa, en cuanto rechaza el ritual de Jerusalén con su templo y sacerdotes y presenta el sacerdocio de Jesús como nuevo y más antiguo que el mismo de Jerusalén, tal como aparece con Melquisedec antes del ritual del Levítico y del Templo.
Hay entonces cristianos helenistas que rechazan y superan el templo con sus sacerdotes y no muestran ninguna nostalgia por la destrucción del templo (año 70 d. C) sino que esperan la reconstrucción final en el verdadero templo y sacerdocio de Jesús. Retornar al sistema sacral es una equivocación. Hebreos dice que hay que vivir el sacerdocio de Jesús sin templo ni sacerdotes superiores, con un nuevo sacerdocio.
La institución sacerdotal de Aarón (templo, culto
y ritos de Jerusalén) desaparece y llega el nuevo sacerdocio de Jesús (Heb 9:11-12).
Desaparece el rito externo con su violencia sacrificial y emerge la vida
personal, gratuita, que Jesús regala a Dios ofreciéndola a favor de los
humanos. Culmina así su camino penetrando en el templo de los cielos y queda
sin sentido la liturgia de Israel (Heb 10:4-9). El único “sacrificio” es la
vida. En esa línea, Jesús sí que es sacerdote, al expresar en su humanidad el
ser divino y vivir en amor hacia los demás: “No olvidéis de hacer el bien y
ayudaros mutuamente. Estos son los sacrificios que agradan a Dios” (Heb 13:14).
Todos los creyentes, por la ofrenda de nuestra
vida, quedamos integrados en el sacerdocio de Jesús. Todo intento de aplicar
este sacerdocio a la función sacral de unos jerarcas (obispos o presbíteros)
que se llamarían sacerdotes, carece de sentido.
El texto de los Hebreos condena,
paradójicamente, el orden levítico con sus sacerdotes y sacrificios especiales.
Pero, una parte de la Iglesia cristiana, en contra de los Hebreos, ha
recuperado y expresado el simbolismo sacral del templo de Jerusalén (y la
sacralidad greco-romana) en su organización y liturgia, en línea del Antigua
Testamento.
Ha llegado, pues, el momento de volver a la letra y espíritu de Hebreos, que es tanto como asumir el carácter existencial y comunitario del sacerdocio de Jesús. La comunidad profesa una espiritualidad sacerdotal no reservada para algunos miembros superiores o especiales de la Iglesia
.
Y esta misma enseñanza aparece en (1 Pedro y Apocalipsis): el sacerdocio es un don del pueblo entero, todos los cristianos auténticos son sacerdotes , todos forman el Reino , esperando la llegada de la nueva Jerusalén: “Todos los miembros de la comunidad, fieles al testimonio de Jesús y dispuestos a entregar la vida en la lucha final de la historia, se vuelven sacerdotes de este gran “sacrificio” que es el amor que se mantiene firme en medio de la persecución” (X. Pikaza, Idem, p. 108).
Y esta misma enseñanza aparece en (1 Pedro y Apocalipsis): el sacerdocio es un don del pueblo entero, todos los cristianos auténticos son sacerdotes , todos forman el Reino , esperando la llegada de la nueva Jerusalén: “Todos los miembros de la comunidad, fieles al testimonio de Jesús y dispuestos a entregar la vida en la lucha final de la historia, se vuelven sacerdotes de este gran “sacrificio” que es el amor que se mantiene firme en medio de la persecución” (X. Pikaza, Idem, p. 108).
6. La gran inversión
Grupos de cristianos, después del 150, intentaron separar el cristianismo de su base israelita. La Iglesia reaccionó defendiendo su origen israelita, su independencia y sus propios ministerios sacralizados.
“En ese contexto la Iglesia sufrió una
re-sacralización judía, una jerarquización helenista y una organización
imperial romana. De esa manera, a partir del 200 d.C, la Iglesia se estructuró
y expandió como cuerpo social y religioso, con un sacerdocio nuevamente
“elitista”, de unos pocos, mientras que el judaísmo rabínico se centraba en las
tradiciones laicales de la Misná…
Los cristianos apelaron pronto a una visión jerárquica del gobierno reinterpretando su culto en una línea sacral, de manera que sus sacerdotes aparecerán como un orden superior de humanidad, en contra de la experiencia de Jesús y de la primera Iglesia que vinculó el nuevo sacerdocio a la comunidad cristiana.
Dentro de una visión ontológica de la realidad y
de la Iglesia, los de arriba (obispos, presbíteros) se presentarán como signo
de Dios, en contra del Evangelio, que supo descubrir a Dios en los últimos del
mundo, en los pobres y excluidos de la sociedad. Esta jerarquización se vincula
con la filosofía griega y el imperio romano en cuyo entorno se introdujo el
cristianismo. Mientras el judaísmo
rabínico rompía sus relaciones con el helenismo para recuperar su matriz semita
(hebrea, aramea), el cristianismo asumía desde la perspectiva de Jesús la
filosofía jerárquica griega (platónica y estoica) y un tipo de organización
romana (sacralizando así la autoridad).
Esta fue la gran inversión. Ella pudo “salvar” al cristianismo (evitando el riesgo de disolución gnóstica del Evangelio), pero lo hizo a costa de un elemento muy importante del mismo evangelio, que es la identificación del sacerdocio con la vida cristiana, es decir, con el amor comunitario abierto a Dios” (X. Pikaza, Idem, 112-115).
7. Bautismo y Eucaristía
En línea con lo dicho, conviene encuadrar el
origen y significado del BAUTISMO y EUCARISTIA como dos de los signos laicales
primordiales de pertenencia a la Iglesia.
BAUTISMO.
Muy pronto los discípulos, tras la expresión pascual de Jesús, bautizaban a los creyentes, indicando que “morían” para servir a la vida. El bautismo en agua fue la primera institución (signo) visible de los seguidores de Jesús.
El bautismo era un RECUERDO del bautismo de Jesús donde él recibe la misión de ponerse al servicio de los hermanos. En ese momento, Jesús se dispone a proclamar el triunfo de la vida de Dios a través del perdón y de los excluidos del sistema.
El bautismo aparece como un rito vinculado a la
VIDA, al alcance de todos, signo de la salvación realizada por Cristo.
Habiéndose cumplido la espera, Dios por medio del Espíritu, revela su obra en
el rito entendido como don de Dios y compromiso al servicio de los demás: para
realizar en el mundo lo mismo que Jesús.
Como el agua, es un rito UNIVERSAL, símbolo de un nuevo nacimiento en amor e igualdad. Es también un rito SECULAR, plenamente LAICAL, que puede realizarse por cualquiera de los creyentes y no por un grupo especializado de sacerdotes (que no existían). Jesús no fue al templo de Jerusalén a bautizarse ni a pedir permiso a los sacerdotes para poder bautizar. En la comunidad de los suyos, todos eran “sacerdotes” al estilo suyo, y todos podían bautizar.
EUCARISTIA
La eucaristía es una experiencia, vivida entre los discípulos, como COMIDA COMPARTIDA y RECUERDO de la vida de Jesús.
+Comida tenida en el campo con sus seguidores y con el pueblo, sin ningún rito.
+Comida que les recordaba la cena de despedida de Jesús, la última, con sus palabras: “Cuando se reúnan, hagan esto en memoria de mí”, palabras dirigidas a ellos como representantes de la totalidad de los que le habían de seguir.
+Comida que les servía para unirse, vincularse, recordar que él estaba vivo, después de haber muerto por anunciar el Reino, y acrecentar entre ellos el conocimiento, el amor y la unidad como cuerpo mesiánico.
+Comida normal, al uso cotidiano del lugar, sin
ser preparada por un cuerpo de sacerdotes ni liturgos especiales. A partir de
los años 40, se había hecho un modelo universal, pero ajeno al modelo del
sacerdocio de los sacerdotes de Jerusalén.
+Comida, y no rito sacrificial para ser repetido por sacerdotes profesionales. San Pablo, en ningún momento habla de quién debe presidir esa “comida” integrada por el Pan y el Vino. Le preocupa cómo se vive y cómo ayuda a los que en ella participan. La regulación de la presidencia está ausente. Preside, dentro de la casa familiar, uno u otro, hombre o mujer, sin aludir para nada a un ordo de sacerdotes que se atribuyera tal tarea como propia. Cómo entra más adelante el modelo patriarcal, lo explica con claridad y rigor Xabier Pikaza.
Segunda Parte
LA IGLESIA DE JESUS UNA SOCIEDAD DE IGUALES
De la majestad de la catedral
a la sencillez de la plaza pública
Empezar de nuevo: coexistencia
de dos Eclesiologías
El Vaticano II quiso volver a sus orígenes, anteriores al siglo XI, (Iglesia gregoriana 1073-1085) y aun antes del siglo III para recuperar las cosas como fueron al principio. De esa herencia vivimos hasta el Vaticano II. Pero el concilio no pudo incluir armónicamente (Lumen Gentium 1964; Gaudium et Spes 1965) las dos visiones de Iglesia.
De hecho, aparece dominante una eclesiología de comunión, pero en el plano jurisdiccional y práctico se hace más explícita una eclesiología jerárquica.
En el primer modelo: “Iglesia = Pueblo de Dios”, lo primero es la iglesia sacerdotal y, dentro de ella a su servicio, se instituyen los ministerios.
En el segundo, se parte de un grupo al que el
mismo Cristo habría instituido como “dirigentes sacerdotes” (apóstoles,
obispos…) para regir la Iglesia. Dicho grupo posee por encima del pueblo el
poder sagrado, ha dominado y ha hecho que nada cambiase. Se ha seguido hablando
de iglesia de comunión pero en realidad ha dominado la eclesiología del
sacerdocio jerárquico, que es la que se admite y repite sin más.
El problema de fondo es que se ha descartado la
identidad del sacerdocio de Jesús, propia de toda la Iglesia, y de los
ministerios que le pertenecen. Se trata, por tanto,
1. De reconstruir una experiencia y piedad sacerdotal, propias de todos los cristianos, no exclusiva de clérigos. Ni el Papa ni los Obispos son más sacerdotes que un “simple” cristiano.
2. Sólo cuando los ministerios se los vea como tareas de todo el pueblo de Dios se podrá hablar de renovar esos ministerios, en la línea de un servicio evangélico y comunitario. Y sólo así surgirán vocaciones nuevas, de varones y mujeres, casados o solteros, de servicios eclesiales.
La novedad cristiana: un nuevo templo, el amor y
comunión de los creyentes
Los primeros grupos cristianos se relacionaban desde la memoria de Jesús crucificado, aceptando, en parte, la forma organizativa de las casas y las sinagogas, y en las que se vinculaban por amor, gratuitamente, desde los pobres.
Su misma comunión les hace ser cristianos, identificados en una misma fe. Les congregaba el amor de Dios y la esperanza de su Reino, tal como se había manifestado en Jesús. Ninguno de los ministros, que había en sus grupos, se arrogaban un poder sacerdotal sobre los otros, pues ese “poder” pertenecía a todos. La esencia de su vida cristiana era una experiencia de comunicación creyente, personal y social, una forma de vida compartida sin apelar al dinero, no un dogma ni una espiritualidad intimista.
La fe en Cristo y de unos en otros, los libra y
los hace vivir dando la vida los unos a los otros: ”Su misma comunión eclesial
, les hace ser cristianos” (Pg. 127), sin que previamente sean cristianos y
luego tengan que reunirse.
El sistema judío, helenista y romano heredado, cumplió su función, pero ha ido perdiendo consistencia y hoy se impone retornar al primer momento de la Iglesia, que vuelve a vincularnos con los pobres: los expulsados y fracasados de la historia.
Pasamos así de una estructura jerárquica a un movimiento de comunicación inmediata de la vida, que infunde un impulso de amor en lo social, que los organiza entre sí con una diversidad de servicios y no como un orden de doble categoría: superiores y más altos unos e inferiores y subordinados, otros.
Surge un nuevo templo donde compartir
experiencias y enriquecerse unos a otros desde el anuncio del Reino de Dios.
“Salir de la catedral para situarse en la plaza de la vida” (Pgs. 129-130) y
convivir espontáneamente con los expulsados del sistema, sin tener que pasar
por el control de los sacerdotes o maestros de la Ley. Ni estructura Imperial
ni Templo sino Dios, sin intermediarios superiores, en reconocimiento de la vida
de los otros y aportando la propia, para descubrir de esa manera al Dios de los
pobres. Simplemente, vivir amándose mutuamente, en una comunión donde caben y
tienen la Palabra los más pobres.
No se necesitaban, por tanto, modelos de poder centralizado para acoger, cultivar y regalar la vida como Jesús, para cultivar la presencia de Dios y construir un nuevo Templo: la misma creación era el Templo de Dios. “El orden de la catedral viene de fuera, como una dictadura que se impone sobre la piedra y la madera muerta, “obra de las manos” de los hombres; la Iglesia de Jesús es el “edificio nuevo” que se identifica con el mismo amor y comunión de los creyentes, que van creando su propia humanidad (Pg.131).
Una red amor y comunión: la
nueva catedral
El principio del cristianismo supuso en el siglo I que Jesús estableciera una forma nueva de comunicación, expresada en el Sermón de la Montaña, que como “ mano invisible” divina, se fue expandiendo desde abajo; se dio un tipo de intercambio personal y social que antes no existía. Esta experiencia se vinculaba a Jesús, presente espontáneamente en múltiples gestos y contactos, promovidos y organizados por la experiencia del Señor resucitado en la plaza de los acontecimientos diarios y no por una jerarquía más alta.
La Iglesia crece en espacios donde la vida se comparte libremente y con amor. Esa vida no es una catedral, (sin alma) construida, sino una red de conexiones que se hacen y recrean incesantemente. El espíritu de Jesús daba unidad a esa red de relaciones sociales.
Mirada así, la Iglesia más que una catedral (con
un Papa, unos obispos y unos sacerdotes-presbíteros controlando desde fuera) es
como un bazar en el que se da la experiencia de hombres y mujeres que se aman,
poseídos por el espíritu de Cristo, en comunión múltiple de vida.
O, mirada desde dentro, es el “templo vivo donde
cada una de sus piedras (cada creyente) crece y comparte con los otros un
organismo nunca imaginado de comunicación y vida personal. De esa manera, sin
catedrales ni posiciones de privilegio, Jesús hizo de su Iglesia un edificio de
piedras vivas, un cuerpo mesiánico” (Pgs. 134-135).
Salir de la catedral para descubrir, en medio de los pobres, el Evangelio
Salir de la catedral para descubrir, en medio de los pobres, el Evangelio
Jesús no encerró a sus seguidores en una catedral, ni los trató como menores, sino que los miró como libres y responsables, reyes de sí mismos, como hijos de Dios-Padre, y contando con ministerios no jerárquicos.
El Nuevo Testamento no conoce ministerios “sacerdotales”
de un orden superior, sino ministerios fraternales, propios del sacerdocio
universal de Cristo en línea de servicio: presidir, (presbiterado), supervisar
(episcopado), y que ponen en crisis el modelo que culmina con el Papa y los
obispos que él nombra, alejados de la fraternidad y del Evangelio.
Papa, obispos y presbíteros son sacerdotes por pertenecer a la comunidad sacerdotal de la Iglesia, a la que sirven y de la que reciben la Palabra y el Sacramento. Esta comunidad cristiana es fruto del amor infinito de Dios, que nada impone y no de un orden de poder papal o episcopal que se ejerce al estilo de la filosofía griega y del imperio romano, que se configura de arriba a abajo, con la dignidad de unos hombres más altos y sabios, que son los que gobiernan: ”En este sentido, la “potestas” (suprema, plena, universal e inmediata) de la Iglesia (representada por el Papa) es el amor compasivo, universal con que se aman los creyentes, en apertura a todos los hombres, de manera que podemos decir que el mismo amor es “Obispo” y Papa” (amigo/a, hermano/hermana…) de la Iglesia (Pg. 139).
La unidad y autoridad cristianas residen en la
comunión multiforme de los creyentes. Lo que de verdad ayuda a realizar sus
objetivos no es el poder ni otro tipo de consenso y presencia.
La revolución cristiana se realiza fuera del poder
La conversión (revolución) cristiana ha de hacerse desde fuera del poder, no como suele hacerse en la vida económica y política de los pueblos. En la Iglesia de Jesús, no es que el Papa y los obispos puedan regalar nada a la comunidad (más autonomía, ) sino que actúan para que todos puedan amarse en libertad, y organizarse por sí mismas, manteniendo dialogal y ministerialmente la comunión entre ellas.
La autoridad es de los oprimidos y expulsados,
lo que significa que la Iglesia tiene puesto su corazón en los pobres y
entregándose y amando a ellos manifiesta que le pose el amor de Dios y revela
la verdad del Evangelio.
De esta manera, la unión en el amor mutuo se presencializa el amor de Cristo entre los hombres y da a entender que lo primero es cultivar la libertad y comunión del Evangelio y no cambiar las instituciones o las verdades definidas de la fe.
¿Celebración de un nuevo concilio?
La celebración de un concilio Vaticano III, que asegure nuevas estructuras de la jerarquía, que solucione desde arriba el tema del celibato, ordenación de las mujeres, poderes de los obispos, función del Papa…, tras saber que las mayoría de los obispos han sido nombrados en una línea sacral y fundamentalista, no sería representativo de la Iglesia ni de la dinámica del Evangelio ni participarían como conviene las otras Iglesias.
Lo primero y más importante es
que las Iglesias busquen caminos desde abajo, mientras sirven a los pobres, aprendiendo a
compartir los sufrimientos de los expulsados y abrir con ellos un camino de
libertad. El celebrar lo tienen los pobres, con autoridad propia, que los
constituye en concilio permanente.
Entonces, el concilio deja de ser un acto
separado, y se convierte en un lugar donde unos y otros regalan y comparten la
vida. Un concilio demostrado en la vida diaria, con formas concretas de presencia
y servicio a los pobres, con la oferta de la Palabra y el Pan, de dignidad y
comunión de amor.
“Por coherencia histórica y evangélica, los dirigentes de la Iglesia deben volver al lugar donde estuvo Jesús y los primeros cristianos: entre los hambrientos y marginados del imperio antiguo y así redescubrir y recrear la catolicidad del Evangelio” (Pgs. 146-147).
Lo que une a la Iglesia no son dogmas ni leyes,
ni unas jerarquías superiores, sino la mutación evangélica mostrada en el amor
mutuo y en el pan compartido, y en el perdón que brota desde los mismos pecadores
perdonados. Así surgió y operó la declaración fundacional del primer concilio
de Jerusalén: “Nos ha parecido al Espíritu Santo y a nosotros …” (Hech 15:28)
Desde esa comunión, puede haber funciones diversas (1 Cor 12:14) . El Dios de Jesús habla a cada uno, en su intimidad, pero en común con otros. Potenciar la vida de comunidad para no caer en el individualismo ni en manipulaciones impositivas, requiere que las comunidades celebren por sí mismas, como derecho propio, el bautismo y la eucaristía, abriendo la puerta a nuevos creyentes. La eucaristía misma, celebrada por la comunidad en el nombre de Jesús, hace posible el surgimiento de una comunidad, con dones diferentes, pero todas al servicio del mismo cuerpo eclesial.
Sacerdocio común, nuevos
ministerios
“Puede que, en general, los “jerarcas” actuales de la Iglesia sean personas sacrificadas y de gran altura moral. Pero la institución del poder sagrado no responde al evangelio. Los sacerdotes muy legales de Jerusalén condenaron a Jesús, pretendidamente mesiánico. Pero muchos seguidores de aquel, han vuelto a establecer un tipo de sacerdote semejante al anterior” (Pgs. 150-151).
Conviene, pues, distinguir una autoridad de funcionarios pendientes del funcionamiento y producción de la máquina-sistema, esclavos a sueldo, de otra que busca el encuentro directo, abierto a todos, especialmente a los carentes de dignidad y expulsados del sistema. Esta autoridad, testigo del Reino, regala vida y está al servicio de la comunidad.
. La organización de la burocracia sacerdotal
que ha configurado la historia de Europa, alzándose como clase elegida,
inviolable, nobleza espiritual, de halo divino, no es la que corresponde al
Nuevo Testamento y, en consecuencia, no puede seguir recibiendo honores de
casta superior.
A partir de la ilustración (siglo XVIII) sobrevienen las ciencias y el capitalismo, que se añaden a un pasado cristiano, con un presente de globalización neoliberal.
. En este proceso, la Iglesia católica, a partir de la ruptura del protestantismo, intensificó su unificación jerárquico-burocrática, destacando el sentido universal (católico) del Evangelio, pero quedaba convertida en sistema que no salvaguardaba la libertad de personas y comunidades.
El cambio cultural y la dinámica del evangelio
han puesto en crisis estos modelos de autoridad. El ministro católico del
futuro, como creyente que forma parte del pueblo sacerdotal, realizará su tarea
en servicio de la comunidad en la línea de Cristo. Esta visión se está gestando
ya en diversos lugares y formas., sin que los más interesados por la Iglesia
oficial, no logren verlo. Este camino no olvida el pasado, pero no se encierra
en él.
Frente a este futuro, se pueden diseñar tres tipos de ministerios, insuficientes:
-El del clérigo, que aparece al lado de la catedral o de la nobleza medieval o barroca, llamado a extinguirse y que pronto será objeto de museo, ajeno al Evangelio.
-El del clérigo, que sigue funcionado como si los laicos fueran clientes de una jerarquía de la que reciben servicios espirituales. Y
-El del clérigo que, al ritmo actual del
mercado, trata de cuidar y programar su oferta para aumentar sus ventas.
La autoridad del sacerdocio
común: el mensaje y vida de Jesús
Tal como hemos ido viendo, el ministerio cristiano no es un poder de sistema, separable de los fieles; no es un honor añadido a los ministros; ni es una habilidad para atraer más clientes, sino que es la vida misma de los fieles. No hay nada ni nadie por encima de los fieles, constituidos en verdad definitiva con su amor mutuo y su comunión con la Palabra y el Pan.
En el principio, pues, está el “sacerdocio común”, que el mensaje y vida de Jesús ofrece a todos los que quieran escucharle,
Por lo que “en la iglesia no hay lugar para consagrados especiales, ni sedes santas, ni santos lugares, o personas, ropas, canciones o colores ofrecidos a Dios por ser distintos. No hay para Jesús un mundo de Dios por arriba, sino que el mundo de abajo (pobres y expulsados) es presencia de Dios (Pgs. 160-161).
Todo en la iglesia es mundano y laical y, a la
vez, sagrado, expresión de su misterio. Y la misión cristiana consiste en
cultivar la vida de Dios en este mundo. A la Iglesia , para ser lo que Jesús le
ha confiado, le basta con la Palabra y el Amor mutuo, al estilo de Jesús. Le
sobran los edificios, y planes burocráticos; le sobra el capital, el activismo
y la propaganda de mercado, y le basta con la vida misma de los fieles.
En un segundo momento, y desde ese sacerdocio
común, se podrá hablar de ministerios especiales al servicio de la misión y
comunión cristiana.
Lo primero de todo el
Sacerdocio de base
Unida por la Palabra y el pan, la iglesia expresa su identidad en el camino concreto de la finitud y fragilidad de la vida humana, del nacimiento y muerte de los hombres. Celebrar la presencia de Dios en este espacio de fragilidad supone que, a diferencia de una visión jerárquica y sagrada de los ministros, los bautizados pueden proclamar y compartir el pan por sí mismos, cumpliendo con las palabras de Jesús: “Donde estén dos o tres reunidos en mi nombre… allí estoy yo en medio de ellos” (Mt 18:20).
La tradición posterior invirtió la experiencia de Jesús. Ahora, es momento de recuperar el sacerdocio de base. Aun cuando no sea oficial, “Siempre que un grupo de cristianos se reúna, de buena fe, en nombre de Jesús, escuche su palabra, e invoque su memoria en el Pan y en el Vino compartidos, podemos y debemos afirmar que existe eucaristía encarnación sacramental de Dios, por Cristo, Iglesia” (Pg. 164).
Lo primero en la iglesia es el sacerdocio de
base. Y “La gran iglesia sólo puede entenderse en forma de comunión de
comunidades autónomas, que aprenden a celebrar por sí mismas, escogiendo para
ello sus propios ministros” (Pg, 165).
Los nuevos ministros
“Los nuevos ministros bastará con que sean hombres o mujeres de comunidad que, por vocación personal, carisma del Espíritu y aceptación comunitaria, quieran y puedan servir a la iglesia, sin dejar por ello su vida secular… Y lo serán durante el tiempo en que la misma comunidad les confíe su tarea al servicio del Reino” (Pg. 168).
Estos ministros deben saber discernir y decir la
Palabra de Jesús, pues la Iglesia no tiene más capital que esa palabra de
libertad que escuchan y expanden para compartir la vida en común.
Desde ese compartir Palabra y Pan, la liturgia no es un rito separado de la vida, sino el gesto central de la misma, que nos lleva a superar la visión egoísta de la economía y del mercado.
Desde ese compartir Palabra y Pan, la liturgia no es un rito separado de la vida, sino el gesto central de la misma, que nos lleva a superar la visión egoísta de la economía y del mercado.
En sentido estricto, aunque pueden ser uno o varios los celebrantes, los celebrantes son todos los cristianos que comulgan entre sí al comulgar a Cristo. Los cristianos, a diferencia de otras teorías, ofrecen la misma vida hecha palabra que engendra y educa, cura y acoge. Dar la palabra significa que se deja espacio al otro, para que todos seamos juntos.
La Iglesia, presente entre los
excluidos, como red de comunidades
La iglesia trabaja dentro del sistema económico actual, donde aparece la vida más amenazada, introduciéndose como Dios en la historia y expresar su amor gratuito en el amor que los hombres tienen y comparten. De esta manera, manifiesta la vida de Dios, que triunfa sobre la muerte en espera de la resurrección: “Jesús no fue un reformador de instituciones, ni quiso crear un orden nuevo de ritos. Desarrolló la creación, partiendo desde abajo, de los pobres y por eso fue asesinado por los representantes del sistema político-religioso…El tiempo de ciertas instituciones de tipo sagrado y de poder social, creadas posteriormente, se están acabando y desde la raíz del Evangelio, han de surgir nuevas comunidades que empalmen con la primera comunidad del siglo I después de Cristo” (Pg. 174). “El cambio ha comenzado y aunque no es de esperar que lo promueva la cúpula clerical, este cambio debe ser cristiano, evangélico, en el sentido más intenso de este término” (Pg. 176).
Se trata de abrir el Evangelio a todos los
humanos, con superación de la institución actual, pero sin abandonar a cada uno
a la improvisación y al grupo a la anarquía, sino vivir el encuentro de la
Palabra y Pan con espacio y camino para todos.
Por tanto, ni jerarquía sin comunidad, ni
comunidad sin jerarcas; ni cristianos sin institución ni cristianos con
instituciones fuertes sin libertad; ni angelismo, ni improvisación, ni
imposición jerárquica con sumisión de los fieles, ni pura anarquía.
Como en el principio, podemos compaginar la variedad de tendencias y grupos, que brotan del mensaje de Jesús y de su Pascua, en autonomía y comunión: “Las Iglesias se unieron como red de comunidades que se saben vinculadas por un mismo Jesús” (Pg. 10).
Sólo quedan fuera, los que
pretenden ser única Iglesia
La gran Iglesia sólo rechazó a ciertos grupos
judeo-cristianos que intentaron cerrar el mensaje y vida de Jesús en unas
estructuras legales de tipo nacional (sólo para ellos), negándose a recibir en
su comunión de Cristo a los paganos. Sólo quedaron fuera de la Iglesia los que
quieren ser única Iglesia: se expulsan a sí mismos, los que expulsan a otros
porque piensan y comen de distinto modo. En la gran iglesia cristalizó la
mutación evangélica, expresada en el pacto eucarístico de las diferentes
iglesias, cada una con sus ministros y proyectos de Evangelio, pues la misma
Pascua les llevaba a la unidad “carnal” de los creyentes, un camino que sigue
abierto a todos (Cfr. Pg, 183).
La Eucaristía es un momento central de la vida, que vincula a los creyentes en torno a una mesa, en diálogo de afecto y palabra, por encima de diferencias ideológicas y sociales. Es comida y compromiso de entrega personal por los demás como Jesús, en gesto que se abre a todos los humanos.
La Eucaristía, Cena abierta a todos
Sin dejar de profesar la Divinidad del Cristo y su presencia misteriosa en los creyentes, la Eucaristía invita a quienes quieran dialogar, por ser una Cena abierta a todos los que quieran participar en ella, situándose así en cualquier lugar del mundo, al servicio de la humanidad entera; es una comida que se comparte y disfruta entre todos.
“El principio universal de la “nueva
evangelización” es que tengamos pan y vino, cereal y zumo para todos y que
existan, de un modo especial, ámbitos de encuentro hechos de palabra fraterna y
comunicación universal directa” (Pg. 189).
La comida compartida, propia de todos los hombres, queda como signo de comunión, hoy que andan tan divididos, para que puedan sentarse a la mesa de la realidad compartiendo un amor y una esperanza.
Ser y sentirse católicos supone hacerse universales, acogiendo los valores de otros, respetando su identidad social y religiosa, sin querer convertirlos, ofreciéndoles aquello que la Iglesia más valora, la eucaristía.
La tradición cristiana sabe que el único Dios real es el Amor, revelado como don de sí. Por encima de la Ley, que enaltece y desiguala, está el amor generoso, pues da gratuitamente lo que tiene. La idolatría del Capital nace de la envidia que nos enfrenta a unos con otros, máxima miseria que nos impide saber lo que es amor en gratuidad, centro del ministro cristiano del amor.
Sobre el principio del Amor,
se asientan todos los ministerios
Dios, que ha creado todo por amor, sin pedir nada a cambio, se ha hecho carne en nosotros, para continuar dándose gratuitamente. El Capital del amor no busca seguridades, ni ganancias, se entrega sin más seguridad que la respuesta de los amados. Sobre ese fondo del amor, se asientan todos los ministerios. El Pan compartido es el símbolo del regalo que de sí mismo hace cada uno a los demás, para que vivan, si competencia ni violencia agresiva. Cada vez más, surgen personas y grupos pequeños que se sienten llamados a vivir el Amor-Pobreza de Dios, en un despliegue gratuito de la vida, colaborando a que la iglesia, como institución, deje de operar como un sistema que le procure riqueza y seguridad: “Tras siglos de historia, con brillantes concilios y leyes, organizaciones y doctrinas muy precisas, la Iglesia tiene que desandar ese camino, para situarse de nuevo ante el Dios de Jesús, en gesto de pobreza radical” (Pg, 199).
Las comunidades de la Iglesia deben renunciar a
los métodos y formas del capital en todo lo que implica edificios, poderes
legales, y ventajas económicas, sociales e ideológicas, rompiendo el sistema y
regalando sus bienes a los pobres. Así caminará con los pobres, en generosidad
de amor y podrá hablar en nombre de ellos y hacerse fermento y código de
humanidad.
Abierta así, la Iglesia no tendría necesidad de buscar unos ministros separados de la vida. Desde ese fondo surgirán “vocaciones ministeriales” de servido evangélico. La Iglesia sólo es verdadera y rica en la medida en que se disuelve como institución en línea de sistema, en favor de los pobres.
Como comunión que es de personas, la Iglesia se alza frente al sistema capitalista con el Amor compartido, utopía de humanidad, anunciando como los primeros ministros el Evangelio, creando comunidades liberadas frente a los riesgos del capital.
De esta manera, la iglesia no necesitará buscar dinero para “pagar” a sus ministros (seminarios, sostenimiento,…) sino que, como comunidad de Jesús, actuando confiadamente tendrá personas dispuestas, voluntarias y delegadas de las comunidades al servicio del Evangelio.
El cristianismo sin huir de este mundo
refugiándose en la interioridad, está dentro de la historia al servicio de la
comunión personal de los hombres, gratuitamente, pues nada produce para vender.
Su propósito es ser eficiente en clave de gratuidad.
Recrear y pensar la misión de la Iglesia
Obviamente, la misión de la Iglesia no es comercial a modo de conquista o negocio, ni puede presentarse como a veces ha ocurrido, como empresa espiritual que produce bienes morales y los vende en el gran mercado del mundo: “El tiempo de la “empresa clerical” acabó y nuestra tarea es recrear y pensar la misión de la Iglesia, en línea evangélica, desde la libertad y comunión de Cristo… En esta línea, la crisis desde de los seminarios constituye una bendición pues nos sitúa ante la exigencia de potenciar el ministerio de un modo cristiano, no artificial, desde la vida misma de las comunidades” (Pgs. 206-207).
El mundo entero se ha convertido en una empresa
productora ramificada en mil empresas menores, pero gobernadas por el mismo
capital-mercado. La Iglesia en cambio es una Comunidad de comunidades
caracterizada por su capacidad de ponerse al servicio de la comunión. Vive en
ella la gratuidad creadora de Jesús, que ofrece una experiencia compartida de
gratuidad personal.
Las empresas productoras son necesarias, pero fácilmente por su dinámica acaban mercantilizándose y pierden su identidad. La iglesia, que trabaja en términos de recibir, compartir y entregar la vida libremente, se presenta como portadora de los siguientes ministerios:
Las empresas productoras son necesarias, pero fácilmente por su dinámica acaban mercantilizándose y pierden su identidad. La iglesia, que trabaja en términos de recibir, compartir y entregar la vida libremente, se presenta como portadora de los siguientes ministerios:
*Suscitadora de amor, en plena gratuidad, para
bien de todos.
*Promotora del “nacimiento” humano en profundidad en sí mismo (bautismo) y en los demás (eucaristía).
*Creadora de humanidad entre quienes están fuera del orden establecido (cojos, mancos, ciegos, pobres, expulsados, sobrantes…) haciéndoles capaces de ver y andar, de acogerse y darse unos a otros.
Estos ministerios pueden realizarse sin medios
económicos, pues quienes los realizan cuentan con la vida misma, y contribuye a
expandirla ente quienes carecen de ella.
“La misión de Evangelio de la Iglesia quiere abrir un camino de humanidad para todos sobre el mundo, en actitud de pura gracia, pues sólo la gracia es capaz de transformarlo todo” (Pg. 212).
“Frente a la globalización del sistema, que se impone por fuerza en el mundo, se abre así el amor de comunión gratuita para todos los humanos. Este amor no destruye los mecanismos del sistema en cuanto tales (mediaciones económicas, organismos políticos, reglas del mercado), pero quiere y puede convertirlos, poniéndolos al servicio de la gratuidad y comunión humana. En este contexto, apoyándonos en la gracia de Jesús, he presentado el sacerdocio y los ministerios de la Iglesia como experiencia y camino de encarnación y comunión pascual, sobre las normas del mercado, en esperanza de resurrección” (Pgs. 222-223).