Carlos Fazio
www.jornada.unam.mx/231115
Duele París. Como
duelen las miles de víctimas de las matanzas indiscriminadas y los ataques
directos, encubiertos o de falsa bandera de gobiernos, grupos terroristas,
paramilitares y ejércitos privados de mercenarios en Beirut (Líbano); Ankara
(Turquía); Rabaa, Nahda, el Sinaí (Egipto); Mosul (Irak); Raqqa, Alepo, Homs,
Palmira, al-Shuaytat, Deir-ez-Zor (Siria); Bamako (Malí); Gaza y Cisjordania y
un largo etcétera, Iguala incluido.
Duelen todas las
víctimas de la barbarie homicida, los fanatismos apocalípticos y los baños de
sangre de la violencia de Estado o al por mayor (según la ya añeja
clasificación de Noam Chomsky y Edward Herman de 1979), siempre mucho más
extensa tanto en escala como en poder destructivo y letal, que la violencia al
por menor −o terrorismo desde abajo− de grupos no estatales que se oponen al
orden establecido.
Existe mucha
hipocresía en Occidente. Amén del maniqueísmo, la doble moral y la praxis mediática
mentirosa y xenófoba de la coyuntura, la horrorosa carnicería de París no tiene
vínculos con el islam y un eventual choque de civilizaciones. Más bien huele a
hidrocarburos. Tiene que ver con oleoductos y gasoductos. Y también con la
industria armamentista. Responde a reacomodos geopolíticos y geoestratégicos de
las grandes potencias capitalistas y a los intereses de corporaciones
económico-financieras trasnacionales en la actual fase de acumulación
neocolonial por desposesión o despojo.
Por lo general,
detrás de los grupos terroristas no gubernamentales se esconden estados que los
financian. El autodenominado Estado Islámico no es la excepción. Surgido
vertiginosamente como de la nada, el EI, Isis o Daesh es el comodín de turno
del Pentágono estadunidense y sus aliados europeos de la OTAN, de la que la
Francia del presidente François Hollande forma parte. Con sus asesinatos en
masa, sus decapitaciones difundidas en las redes sociales, el secuestro de
miembros de minorías religiosas y su califato en territorios de Irak y Siria,
el EI es una creación artificial; con sus diversos disfraces, es el instrumento
de la política genocida de un puñado de estados neocoloniales al servicio del
gran capital.
Más allá del manto
nebuloso que envuelve al terrorismo yihadista y a sus mentores y patrocinadores
estatales, suficientes pruebas e indicios indican que el Estado Islámico ha
sido financiado por las monarquías absolutistas del golfo Pérsico apoyadas por
Occidente (Qatar, los Emiratos y Arabia Saudita), en particular la dictadura
saudita; ha recibido apoyo militar, técnico y de infraestructura (equipos
antitanques, pick ups Toyota artilladas, sofisticados aparatos de comunicación,
etcétera) de los servicios de inteligencia y los ejércitos de Estados Unidos,
Gran Bretaña, Francia e Israel; el flujo transfronterizo de armas,
entrenamiento y su capacidad operativa en Irak y Siria han sido articulados por
la OTAN y compañías de seguridad privadas (mercenarios) desde el territorio de
Turquía, país que ha servido también de supermercado negro para la venta de
antigüedades, drogas, petróleo y gas robados en los territorios que controla.
En cuanto al origen
del EI, asoma la larga mano de Washington y la sombra de un viejo halcón de
la diplomacia de guerra del Pentágono: John Dimitri Negroponte, ex zar de
la inteligencia estadunidense y ex embajador en Honduras, México e Irak. Desde
su llegada a la misión diplomática de EU en Bagdad, en 2004, Negroponte fue el
articulador de la triple alianza de los imperialistas de la OTAN, los déspotas
de los estados del Golfo y grupos fundamentalistas musulmanes, cuyo objetivo
inicial fue la destrucción de los gobiernos laicos, la sociedad civil y la
economía de Irak y Libia, y luego de Siria.
Como ha reseñado
Michel Chossudovsky, Negroponte fue enviado a Bagdad por la inteligencia
militar de EU para que, en el marco de un programa de contrainsurgencia
dirigido a desarticular a la resistencia iraquí, principalmente sunita,
reditara su actuación en Tegucigalpa, donde se había encargado de reclutar,
financiar y hacer operar escuadrones de la muerte locales, y desde donde tuvo
un papel clave en el apoyo y supervisión de los contras nicaragüenses
basados en Honduras.
Tras la llegada de
Negroponte a Bagdad con sus dos principales operadores de campo –Robert S.
Ford, como agregado político, y el coronel retirado James Steele como consejero
para las fuerzas de seguridad iraquíes bajo la ocupación– comenzaron a aparecer
cuerpos de víctimas esposadas, con señales de descargas eléctricas en el cuerpo,
la piel quemada o arrancada, los ojos fuera de sus órbitas, y tiros de gracia.
Abu Bakr al Bagdadi,
detenido por EU en Faluya y formateado en la cárcel de Camp Bucca, crearía el
Estado Islámico de Irak. Y con base en el terror y la violencia sectaria de
escuadrones de la muerte y grupos paramilitares, el modelo iraquí, conocido
como la Opción Salvador, fue operado después por Robert Ford en Siria,
tras su designación como embajador en Damasco, en 2011. Ford llegó a Siria dos
meses antes del comienzo de la insurgencia del Ejército Libre Sirio, creado por
Washington, y uno de sus objetivos fue generar divisiones y facciones entre
sunitas, alauitas, chiítas, kurdos, drusos y cristianos.
A su vez, el Frente
Al-Nusra −la rama de Al Qaeda en Siria, integrada ahora al Estado Islámico−,
del que el ministro francés de Exteriores, Laurent Fabius, declaró que estaba
haciendo un buen trabajo, también exhibe las huellas de entrenamiento
paramilitar y sistemas de armas estadunidenses, además de que la limpieza étnica
y las atrocidades cometidas contra civiles son similares a las que perpetraron
escuadrones de la muerte en Irak. Asimismo, sobran indicios de que ha sido
financiado clandestinamente por EU y la OTAN.
El objetivo de EU y
sus aliados europeos y de Medio Oriente no es atacar al EI, sino propiciar un
cambio de régimen en Damasco y fragmentar Siria, según el modelo tribal y
caótico sembrado en Irak y luego en Libia. El terrorismo geopolítico tiene que
ver con la pugna hegemónica para el despojo entre EU y la OTAN versus la
nueva alianza Rusia/China.