Marco
Antonio Velásquez Uribe
www.religiondigital.com/241115
Introducción
Con los dantescos
ataques terroristas perpetrados en París, hay necesidad de comprender un
fenómeno complejo, con raíces históricas, religiosas y geopolíticas. Con mayor
razón cuando desde el mundo occidental priman prejuicios a la hora de analizar
el presente. Prima también el desconocimiento de la cultura islámica,
especialmente en amplios círculos cristianos, donde el diálogo inter-religioso
no ha tenido la fecundidad esperada.
El futuro de la
humanidad está ligado al futuro del pueblo musulmán, en cuya tarea hay que
redescubrir un desafío común para cristianos, judíos y para el mundo entero.
Ello implica volver una mirada llena de admiración a una cultura que tiene
mucho que ofrecer a la gran tarea de la justicia, de la paz y de la solidaridad
entre los pueblos.
El presente artículo
tiene el propósito de ofrecer una visión panorámica, apretada y limitada de la historia
de un pueblo, para comprender la coyuntura del presente, porque sólo sobre la
base del conocimiento recíproco se pueden reconstruir relaciones de
colaboración, de respeto y de entendimiento.
El Estado Islámico no es el Islam
El Estado Islámico no es consecuencia del islamismo, sino la respuesta a
pugnas políticas y religiosas de sectores del mundo islámico, radicalizados en
la vertiente sunita. En consecuencia, no representan al Islam ni a la rama sunnita del islamismo.
Los musulmanes, en
casi 1.400 años de historia, constituyen la segunda religión más numerosa del
mundo después de los cristianos, con una población de 1.300 millones de
seguidores, que representan el 20% de la población mundial.
Del universo de la
población musulmana, el 75% pertenece a
la rama de los suníes y el 25% restante son chiíes. Los suníes viven
predominantemente en Arabia Saudita, Siria, Omán y en África Occidental. Los
chiíes, en cambio, se distribuyen preferentemente en Irán, Irak, Barhein y El
Líbano. Unos y otros están en toda la geografía del mundo.
Con la muerte de
Mahoma sus seguidores se dividieron en tres
corrientes: los chiítas, para quienes el yerno y primo de Mahoma (Alí) es
su más legítimo sucesor; los sunitas,
que atribuyen tal sucesión al suegro de Mahoma (Abu-Bakr); y los yariyíes, que creen que cualquier
musulmán puede alcanzar tal condición. La potestad de Alí es la del primer imán
del islamismo y la de Abu-Bakr es la del primer califa.
El califa es el
sucesor de Mahoma, quien detenta el liderazgo político y religioso. Si para los
sunitas Abu-Bakr es el sucesor natural de Mahoma; para los chiítas, Alí fue
elegido por el propio profeta como sucesor. Queda así en evidencia una arista
determinante de la pugna histórica que divide a chiítas y sunitas.
En la historia del
islamismo existe una sucesión de seis califatos, sucedidos entre chiíes y
suníes. El primero surgió con la muerte de Mahoma en el año 632 y se extendió
hasta el año 1924 con el Califato Otomano, donde se desarrolló el extenso y
duradero Imperio Otomano.
Este último, al cabo
de 625 años fue abolido en 1923, como consecuencia de múltiples divisiones
territoriales, que culminaron con la creación de la República de Turquía al
término de la Primera Guerra Mundial. Con el establecimiento del Estado de
Turquía, en el año 1924 se abolió constitucionalmente el Califato Otomano,
ocurriendo la extinción de la milenaria institución del califato.
Surgimiento del Estado Islámico
Noventa años
después, en 2014 un grupo sunita, desmembrado de Al Qaeda y del Estado Islámico
de Irak, se autoproclamó como el Califato del Estado Islámico, tomando como
capitales a las ciudades de Al Raqa en Siria y de Faluya en Irak. Así, el
Estado Islámico -sin ser un estado reconocido internacionalmente- ha pretendido
establecer soberanía nominal en los territorios de Siria e Irak.
Siguiendo una
estrategia proselitista y de propaganda, el
Estado Islámico se ha difundido como un grupo terrorista insurgente, de
naturaleza fundamentalista y seguidores de la yihad islámica. La yihad es
una obligación religiosa de los musulmanes, cuyos seguidores (los muyahidines)
asumen el decreto religioso de extender la ley de Dios, incluso mediante la
guerra santa si fuera necesario, idea acogida en algunos en círculos
intelectuales suníes.
El Estado Islámico
ha introducido elementos de la escatología coránica, que anticiparían los
últimos tiempos. Ello, en virtud de una interpretación apocalíptica y mítica de
enseñanzas referidas al mismo profeta Mahoma, conocidas como hadices.
Se introduce así la
creencia de una gran batalla entre los ejércitos de Roma y los guerreros del
Islam, que se libraría en una ciudad que el Estado Islámico ha identificado
como Dabiq. Ésta se ubica al norte de Siria en la frontera con Turquía. En la
cultura islámica, Roma refiere al mundo occidental en cuanto identifica la
geografía del antiguo Imperio Romano.
La interpretación de
aquel hadiz musulmán habla de una
horda que despliega 80 banderas en la ciudad de Dabiq, donde la victoria queda
asegurada para los seguidores del Islam. Con esa epopeya mesiánica los
seguidores del Estado Islámico promueven su llamada universal a alistarse en
las filas de un ejército, cuyo emblema son las banderas negras que despliegan
en sus campañas.
Apegados a esta
visión escatológica, el Estado Islámico tomó posesión de la ciudad de Dabiq en
agosto de 2014, convirtiéndola en un bastión militar y defensivo, donde esperan
la invasión de Siria por parte de las fuerzas aliadas de EEUU y Europa, ahora
unidas con Rusia.
Responsabilidad política del mundo occidental
La reconfiguración
de la geografía política del mundo islámico, a partir de la caída del Imperio
Otomano, cambió radicalmente los elementos básicos que daban identidad a su
cultura, como son la unión entre lo religioso y lo político.
El establecimiento de nuevos estados como Siria e Irak -impuestos por
Francia y Gran Bretaña al término de la Primera Guerra Mundial- ha sido fuente
permanente de fricciones internas en el mundo islámico. En igual sentido, la
creación del Estado de Israel, al término de la Segunda Guerra Mundial, unida
al abandono del Pueblo Palestino, ha instalado otra fuente de permanente
conflicto geopolítico en la zona.
La política exterior de EEUU y sus aliados, con claros
intereses estratégicos asociados al control del petróleo, ha agudizado la arista política de un conflicto histórico. Las
intervenciones de EEUU en Irán, en Afganistán y en Irak potenciaron la
violencia con el uso de una fuerza militar sin contrapeso, provocando
condiciones de gran inestabilidad política y social.
Los efectos en la
población civil inocente han sido devastadores, con escasos logros militares y
geopolíticos; mientras el uso desproporcionado de la fuerza militar ha
potenciado el desarrollo del terrorismo como una respuesta estratégica.
En ese contexto, la
Primavera Árabe, alentada por occidente, significó una desestabilización
política de grandes proporciones, que terminó potenciando la violencia y la
guerra civil, especialmente en Siria, donde Bashar al Asad consiguió resistir a
los insurgentes. Este hecho ha resultado determinante para la configuración del
Estado Islámico, especialmente porque la política exterior norteamericana
financió a grupos insurgentes que luchaban contra la dictadura de Bashar al
Asad, creando vacíos de poder que fueron aprovechados por los creadores del
Estado Islámico.
Además de los
efectos directos del terrorismo del Estado Islámico sobre la población civil,
está el aumento de la población de desplazados que abandona sus hogares y sus
países, especialmente de Siria, presionando el flujo migratorio hacia Europa.
De manera similar, el terrorismo de Boko Haram, que actúa en el norte de
Nigeria y que reconoce al Estado Islámico, acentúa el proceso migratorio hacia
el mediterráneo.
Desafíos de cara el futuro
Es evidente que los
atentados ocurridos recientemente en París han provocado un cambio fundamental
en el eje de la geopolítica mundial.
Mientras la
respuesta de los estados europeos apunta a atacar organizadamente al Estado
Islámico, la estrategia del ISIS apunta a islamizar una causa que encuentra
creciente acogida en sectores juveniles, nacidos y formados en la sociedad del
bienestar europeo.
Cuando la
perplejidad se ha instalado globalmente y el uso de la fuerza militar se
encuentra activo, cunde la tentación por animar peligrosos nacionalismos, así
como conculcar las libertades individuales y sociales bajo la justificación
preventiva del terrorismo, así como desalentar los procesos de acogida a los
desplazados, o despertar injusta hostilidad hacia el mundo islámico.
Paralelamente, la
industria armamentista encuentra un escenario propicio para probar y evaluar la
capacidad bélica de sus artefactos, así como los analistas dimensionan la
capacidad militar de los estados involucrados en una aventura militar cuyos
efectos son impredecibles.
Mientras los
impulsores de la guerra hacen lo propio, los ciudadanos del mundo contemplan
pasivos la evolución de un conflicto previsible y esperado. Sin embargo, hoy más
que nunca, hay necesidad de despertar a un protagonismo inclusivo, donde las
grandes religiones monoteístas están llamadas a jugar una tarea insustituible.
Las interrogantes
sobran y las respuestas esperan, sobre todo con actitudes y gestos de voluntad
globales que permitan reconstruir confianzas profundamente heridas en el curso
de la historia.