José
Ignacio García
www.cpalsocial.org/061115
La ecología, y con ella las
cuestiones medioambientales, se ha convertido en un tema relevante para nuestro
tiempo. El modelo de desarrollo económico basado en una fuerte
industrialización y un fuerte consumismo, vertebran nuestra vida social. Este
eje se sostiene sobre otros elementos importantes como son la innovación
tecnológica; la publicidad; y la actividad financiera. Es indudable que vivimos
momentos de bienestar desconocidos hasta ahora, y que este bienestar llega a
una cantidad mayor de personas en todo el mundo.
Pero, y simplificando mucho el
análisis, el precio que estamos pagando también es muy grande pues lo que
parece cada vez más evidente es que será muy difícil sostener este modelo de
desarrollo; sin olvidar que millones de personas siguen sin disfrutar las
ventajas del mismo.
La crisis ecológica siguiendo el proceso de
producción, nos habla del agotamiento de los recursos naturales.
El petróleo, el gas o los minerales son recursos no renovables por lo que una
vez extraídos ya no se pueden recuperar. Con los llamados recursos renovables
la situación no es mucho mejor: la deforestación; la contaminación de los
acuíferos y la pesca intensiva ha agotado pesquerías tradicionales. Los índices
de contaminación atmosférica son una amenaza real y cotidiana para nuestra
salud. Con todo, la biodiversidad es la
gran perjudicada. Solo el sol parece escapar, por el momento, a nuestra
actividad verdaderamente depredadora.
La respuesta cristiana, apuntada ya por San Juan Pablo II y
declarada formalmente por el Papa Francisco, es la de “una conversión ecológica, que implica dejar brotar todas las
consecuencias de su encuentro con Jesucristo en las relaciones con el mundo que
los rodea” y esto además porque “ser protectores de la obra de Dios es
parte esencial de una existencia virtuosa, no consiste en algo opcional ni en
un aspecto secundario de la experiencia cristiana.” (Laudato si’, 217).
El objetivo de este artículo es proponer algunas puntos fuertes, y otros no tanto, que se pueden identificar en la espiritualidad ignaciana cuando buscamos la conversión ecológica. Obviamente no son todos, y tampoco se pueden considerar exclusivos de la espiritualidad ignaciana, sino que comparten muchos aspectos de las dificultades de los cristianos en general.
El individualismo y el riesgo de un
antropocentrismo desmesurado
Evidentemente el
individualismo no es fruto exclusivo de la espiritualidad ignaciana, pero no
podemos obviar que la espiritualidad ignaciana sí puede reforzar actitudes de
este tipo. Primero por su propio proceso, ya que es fundamentalmente una
experiencia personal –ejercicios de oración mental– que van facilitando una
experiencia espiritual que se construye en la interioridad del sujeto:
discernimiento, juego de consolaciones y desolaciones… entre otros.
Sólo más adelante, esta experiencia interior se verá contrastada en la experiencia vital del individuo. Pero también aquí la espiritualidad ignaciana no genera primariamente grupo o comunidad, sino personas comprometidas que en un segundo tiempo se vinculan, se socializan. Podríamos decir que la espiritualidad ignaciana no es individualista pero desde luego sí se construye individualmente.
La lógica del tanto cuanto y la difícil
relación con lo creado
El Principio y Fundamento (de
los EE) es una pieza clave en la espiritualidad ignaciana y, sin embargo, si se
pierde el contexto transcendente en el que está formulado puede tener un sesgo
antropocéntrico enorme: “El hombre es creado para alabar, hacer reverencia y
servir a Dios nuestro Señor, y mediante esto salvar su alma; y las otras cosas
sobre la faz de la tierra son creadas para el hombre y para que le ayuden a
conseguir el fin para el que es creado. De donde se sigue que el hombre tanto ha de usar de ellas cuanto le
ayuden para su fin, y tanto debe privarse de ellas cuanto para ello le impiden.”
(EE 23)
Lo que en principio es una
admirable invitación a vivir con una sana distancia respecto a las cosas, y a
no sentirse atrapado por ellas, puede deslizarnos a una zona más ambigua en la
que no se reconoce estatuto propio a lo creado; y en la que el ser humano se
convierte en medida de las cosas, pues todo estaría puesto delante de él para su
servicio.
Necesitamos leer el PyF en esa
dimensión transcendente para superar un horizonte pragmático y utilitarista.
Como dice el Papa Francisco: “Si nos acercamos a la naturaleza y al ambiente
sin esta apertura al estupor y a la maravilla, si ya no hablamos el lenguaje de
la fraternidad y de la belleza en nuestra relación con el mundo, nuestras
actitudes serán las del dominador, del consumidor o del mero explotador de
recursos, incapaz de poner un límite a sus intereses inmediatos. En cambio, si
nos sentimos íntimamente unidos a todo lo que existe, la sobriedad y el cuidado
brotarán de modo espontáneo.” (Laudato si’, n.11)
La dinámica de la encarnación: cómo Dios
abraza al mundo
Hasta aquí hemos visto algunas de las posibles limitaciones en la espiritualidad ignaciana para este proceso de conversión ecológica. Vamos ahora a destacar algunos de los elementos que sí pueden, y mucho, ayudar en este camino de conversión.
En la contemplación de la encarnación (EE 101) se nos ofrece un modelo de tres tiempos para acercarnos al mundo creado: contemplar, compadecerse y comprometerse con el mundo.
Estamos describiendo una
dinámica muy potente también para la conversión ecológica, pues evidentemente
necesitamos cambiar nuestra mirada para descubrir valor allí donde ahora sólo
vemos utilidad; necesitamos no sólo comprender la complejidad del mundo natural
y de las complejas interacciones que lo mantienen en equilibrio (sistemas
físicos y químicos), sino que debemos empatizar de tal modo con lo real
–especialmente con lo frágil y sufriente– que seamos capaces de comprometernos
de una forma responsable.
De la contemplación al compromiso ecológico
La segunda semana de los
Ejercicios Espirituales es crucial para fraguar la dimensión apostólica de
nuestra fe. Por eso también tiene que jugar un papel importante en esta
conversión ecológica. Se trata de pasar de la admiración que provoca la acción
fascinante del Dios creador al compromiso, y la radicalidad de vida, que se
esperan del discípulo del Señor Jesús. No hay tal conversión si no implica una
transformación de nuestros estilos de vida, de nuestras conductas personales.
La espiritualidad ignaciana se
configura como una espiritualidad de elección y seguimiento. La contemplación
de la vida de Jesucristo, nos ayuda a superar las dificultades que habíamos
visto anteriormente. Frente al individualismo se trata ahora de incorporar la
experiencia de un discipulado comunitario. Los riesgos medioambientales no son
“otros riesgos” sino los “mismos riesgos” de una acción humana carente de
horizonte ético. “No hay dos crisis separadas, una ambiental y otra social,
sino una sola y compleja crisis socio-ambiental. Las líneas para la solución
requieren una aproximación integral para combatir la pobreza, para devolver la
dignidad a los excluidos y simultáneamente para cuidar la naturaleza,” dirá el
Papa Francisco (Laudato si’, n. 139)
La fuerza de la elección
Hasta ahora hemos visto dos aspectos de la espiritualidad ignaciana que pueden contribuir muy positivamente a la conversión ecológica: el anclaje de la experiencia espiritual en el agradecimiento a través de la contemplación del misterio de la encarnación; y la dinámica del seguimiento como forma de respuesta al amor primero de Dios.
El tercer y último elemento es
la práctica del discernimiento,
crucial por los numerosos riesgos que rodean el seguimiento del Señor (el
miedo, los prejuicios, la ideologización, la parálisis o la crítica ignorante)
especialmente cuando se trata de orientar nuestra conducta en sociedad.
El papel del discernimiento en
esta conversión ecológica es muy importante porque como hemos indicado
anteriormente, nuestra praxis tiene que ir acompañada de una evaluación serena
aportada por los datos de la ciencia, por el conocimiento de acontecimientos y
de sus actores, y por una búsqueda infatigable por descubrir a los más
perjudicados y los que más sufren en este contexto.
El discernimiento juega un
papel crítico para evitar que podamos caer en posiciones voluntaristas o
ingenuas, que poco tienen que ver con la libertad comprometida del seguidor de
Jesús.