Silvia Ribeiro*
www.jornada.unam.mx/141115
El cambio climático
existe y es grave. Cifras más o menos, todos los análisis convergen: para evitar que el planeta se siga
calentando con impactos devastadores urge reducir drásticamente las emisiones
de gases de efecto invernadero (GEI), consecuencia
del sistema de producción y consumo con combustibles fósiles como petróleo, gas
y carbón. Los rubros que más GEI emiten son extracción y generación de
energía, sistema alimentario agro-industrial –incluida deforestación y cambio
de uso de suelo–, construcción y transportes.
Sin embargo, las
reducciones necesarias y cómo garantizar que los principales responsables
(países y empresas) dejen de contaminar el clima de todos y minar el futuro de
nuestras hijas e hijos, no está en la agenda del próximo encuentro mundial
sobre el clima que se realizará en París el próximo diciembre.
En su lugar, la 21
Conferencia de las Partes (COP21) de la Convención Marco de Naciones Unidas sobre
Cambio Climático (CMNUCC) que se reunirá las dos primeras semanas de diciembre
prevé condonar un sistema de acciones voluntarias, llamadas contribuciones
previstas y determinadas a nivel nacional (CPDN o INDC, por sus siglas en
inglés) sin compromisos vinculantes ni real supervisión internacional,
legitimando nuevas falsas soluciones y peligrosas tecnologías. De paso
terminarán de enterrar el proceso multilateral de negociaciones para enfrentar
esta crisis global.
El precedente de
este próximo acuerdo-no acuerdo (se trata de legalizar que cada país haga lo
que quiera) fue el Protocolo de Kyoto, un acuerdo internacional vinculante que
estableció que los principales países emisores, responsables de la mayoría de
GEI, redujeran en 5 por ciento sus emisiones por debajo del nivel de 1990. El
total de emisiones era entonces 38 giga toneladas equivalentes de dióxido de
carbono anuales (equivalentes porque hay otros gases de efecto invernadero).
Estados Unidos, principal emisor histórico y segundo actual, nunca firmó
el Protocolo de Kyoto y siguió aumentando sus emisiones. Al 2010, las
emisiones globales, en lugar de bajar, habían aumentado a 50 giga toneladas
anuales. En ese año, China pasó a ser el
primer emisor, ahora con 23 por ciento del total, seguido de Estados Unidos
(EU) con 15.5 por ciento. Pero acumulado, EU es responsable de 27 por
ciento de emisiones desde 1850. Con 5 por ciento de la población mundial, usa
25 por ciento de la energía global y sus emisiones de GEI per cápita son más de
mil 100 toneladas por persona mientras en China son de 85 toneladas por
persona. Cabe notar que el desarrollo actual de China sigue el mismo modelo
destructivo de producción y consumo industrial, con crecientes brechas de
desigualdad interna.
Esta nueva realidad
de emisiones de países emergentes afirmó a los principales emisores históricos
a exigir que todos debían reducir –aunque ellos no lo habían hecho nunca.
Bloquearon una nueva etapa del Protocolo de Kyoto y aprovecharon para minar el
principio de responsabilidades comunes pero diferenciadas que había sido un
pilar de la CMNUCC.
Para la COP 21, por
primera vez cada país debe entregar a la Convención su plan de contribuciones
previstas, y como son determinadas a nivel nacional, el secretariado se limita
a contabilizar lo que significan. A fin de octubre 2015, se habían entregado
las contribuciones previstas de 146 países. Según el Programa de Naciones
Unidas para el Medio Ambiente, esos planes se traducen en un aumento de 3 a 3.5
grados en el promedio global al 2100, casi el doble del límite oficial acordado
de máximo 2 grados y mucho más de 1.5 grados que los estados insulares, la
mayoría de países del Sur y organizaciones de la sociedad civil consideran
máximo aceptable para no morir bajo las aguas, sufrir violentos huracanes,
sequías y hambrunas.
Las medidas propuestas por los grandes emisores históricos son altamente
insuficientes, incluso en términos formales. Un análisis de
organizaciones ambientalistas, sindicales y sociales, aplicando un criterio de
contribuciones justas por país (tomando en cuenta responsabilidad histórica y
capacidad de hacer reducciones según nivel económico actual debido a la
industrialización que provocó las emisiones) muestra que Estados Unidos, Japón y Europa ni siquiera llegan a 20 por ciento de lo
que deberían reducir. Por el contrario, los países más pobres, contribuyen
más de lo que nunca causaron y algunos países emergentes (China, India)
proponen mucho más que su justa parte per cápita. (civilsocietyreview.org).
Es una perspectiva reveladora,
pese a que no toma en cuenta otro aspecto fundamental: cómo se componen esas
contribuciones que harían los países. Porque además de insuficientes, la mayor
parte de sus contribuciones se basan no en reducir emisiones, sino en
compensarlas con mercados de carbono, con técnicas de geoingeniería como
captura y almacenamiento de carbono (CCS) con mal llamada bioenergía que
devasta ecosistemas y compite con producción de alimentos, y con programas perversos contra comunidades
campesinas e indígenas, como la
agricultura climáticamente inteligente y REDD+para bosques.
Además de
anunciarnos que aumentarán las emisiones, las medidas propuestas van contra las
comunidades y movimientos que tienen alternativas reales, viables y posibles
para salir de la crisis. La COP21 se dirige a consolidar un crimen histórico.
Pero no será sin denuncia y resistencia desde abajo.
*Investigadora
del grupo ETC