José
M. Castillo S.
www.religiondigital.com/211115
Dicen los entendidos en
filosofía del derecho que la “igualdad” es un término normativo. Y eso quiere
decir que los “diferentes” deben ser respetados y tratados como iguales. Por
otra parte, la “diferencia” es un término descriptivo. Y esto quiere decir
simplemente que entre las personas hay diferencias (L. Ferrajoli).
Pues bien, si todo esto
es así, la primera tarea del derecho tendría que ser constituirse en “la ley
del más débil”, como bien ha repetido el mismo Ferrajoli. Es decir, el derecho
tendría que estar pensado y gestionado de forma que, en la realidad de la vida,
las leyes tuvieran la fuerza y la eficacia de ir igualando normativamente a
quienes las diferencias se han encargado de ponerlos en los niveles más bajos
de la sociedad. Lo que exigiría revisar muy a fondo tantas y tantas cosas que
ponen a unos por encima de otros. Con lo que el derecho se convierte, muchas
veces, en una serie de leyes que sirven para poco en la vida real. O sea, en el
mundo de la diferencias.
Me explico. La igualdad
entre las personas depende, por supuesto, del derecho. Pero no sólo del
derecho. Depende también - y en gran medida - de la economía, de la cultura, de
la religión y de tantas otras cosas. Por ejemplo, todos tenemos el mismo
derecho a una vivienda digna. Pero si no tienes dinero para pagarla, con el
solo derecho puede ocurrir que tengas que vivir debajo de un puente. Como
también es cierto que todos tenemos el mismo derecho a un trabajo, a una
educación, a una sanidad, etc, etc. Pero si la economía está organizada de
forma que unos trabajos se pagan de forma que ya no queda dinero para pagar a
los demás, pues con sus derechos y todo, habrá cantidad de gente que no
encuentre trabajo, al tiempo que otros cobrarán dos o tres sueldos.
Y es que, si yo me
estoy explicando bien, para que eso de la igualdad sea cierto, habría que
organizar de otra manera el derecho de propiedad. No me cabe en la cabeza que
haya gente que anda voceando lo de la igualdad en dignidad y derechos, al
tiempo que uno se entera de que esos dignísimos voceros de derechos e
igualdades se compran pisos, pagan buenas carreras para sus hijos, se costean
caprichos y otras vanidades.
Lo mismo que, si
pensamos en el asunto de la religión y sus creencias, no olvidemos que las
religiones y los grupos religiosos, aseguran que Dios es quien ha establecido
las desigualdades. Y es Dios también el que quiere que tales desigualdades se
mantengan. Por ejemplo, las religiones dicen que los hombres y las mujeres, no
sólo son diferentes, sino que son también desiguales. Los obispos no son
iguales que los curas. Y los curas no son iguales que los laicos. Los creyentes
no son iguales que los ateos.
Y para terminar: si las
desigualdades son causa de violencias - que lo son -, nos vendría bien a todos
(a mí el primero) ser más cuidadosos cuando nos quejamos de los violentos.
Porque bien puede suceder que, en esto de la violencia, abunden los lobos con
piel de oveja. Y es que, últimamente, los lobos se han multiplicado más de lo
que imaginamos. Lo que ocurre es que no los vemos.