Iñigo
Sáenz de Ugarte
www.eldiario.es/171115
François Hollande ha
declarado a la guerra a ISIS y como presidente tiene la capacidad de arrastrar
a todo su país con ella. "Nuestro enemigo en Siria es Daesh (ISIS). No se
trata de contener, sino de destruir esa organización". Con estas dos
frases, el presidente francés se aleja de Barack Obama y su política de
implicarse sólo lo imprescindible en la guerra siria, y se acerca al
discurso de Bashar Asad, que quiere que Europa que se lance sobre los
grupos yihadistas, aunque sea su Gobierno el principal beneficiado.
¿Tiene razón Hollande?
¿Es responsabilidad de los países asumir la eliminación contra ISIS como
un objetivo prioritario? Estas son algunas de las razones por las que hay que
decir que no.
Declarar la guerra al
grupo yihadista supone concederle un triunfo propagandístico de consecuencias
difíciles de prever. Es el mismo estatus de combatiente en la guerra contra
Occidente que Al Qaeda siempre anheló. ISIS
no es un Ejército. Las personas que disparan con fusiles de
asalto contra civiles en un restaurante o una sala de conciertos no son
combatientes ni protagonistas de ninguna guerra. Son asesinos que deben ser perseguidos y detenidos. Si la policía y
los servicios de inteligencia necesitan más medios y competencias para hacer
frente a esa amenaza, ese es un debate que una sociedad democrática debe ser
capaz de afrontar.
La proclamación de
Hollande da a ISIS un estatus que no debería tener y tendrá efectos
peligrosos. Los jóvenes musulmanes europeos radicalizados pueden creer
que ISIS es la mejor forma de desafiar al Estado.
Contra
los disidentes
Las guerras no admiten
disidentes. Si la nación está en peligro, aquellos que cuestionen la política
del gobierno y su visión de los conflictos de Oriente Medio acabarán siendo
tachados de traidores o cómplices del enemigo. Hollande no ha dicho cómo
ejecutará su objetivo de aniquilar a ISIS en Siria, pero sí ha desgranado
varias propuestas para limitar los derechos civiles, empezando por una reforma
constitucional. Los que se opongan a estos últimos cambios tienen muchas
papeletas para ser acusados de poner en peligro la seguridad de los franceses.
Una
guerra al servicio de intereses políticos
En la guerra la
reputación de cada bando, su capacidad de disuasión, es un elemento
fundamental. Todos los golpes se responden, y cuanto antes mejor, para no dar
pábulo al derrotismo y la desmoralización. Por eso, se toman decisiones
militares que no tienen una lógica militar, sino política. Un ejemplo de ello
es el ataque aéreo francés de la noche del domingo contra la ciudad siria de
Raqqa, ocupada por ISIS desde hace casi dos años.
Raqqa
ha sido atacada en varias ocasiones por aviones norteamericanos, y en las
últimas semanas por aviones rusos. Es de suponer que tras la matanza de ISIS los
dirigentes del grupo yihadista no iban a estar esperando a que les cayeran las
bombas. El bombardeo no degradó la capacidad de ISIS de cometer atentados, a
menos que se crea que acabar con un campo de entrenamiento que se compone de
una explanada de tierra y unas casetas es un paso dramático para acabar con la
amenaza.
Ese
ataque fue un gesto político para demostrar que el Gobierno no dejará ningún
ataque sin respuesta. Su parte fundamental no fue el daño infligido,
sino las imágenes de aviones despegando que aparecieron en los informativos de
televisión.
Ignorar
el origen de las ideas de ISIS
Lanzar una guerra
contra ISIS en Siria es inútil si no nos enfrentamos a la base ideológica que
anima a los grupos yihadistas que operan en Siria u otros países. De lo
contrario, acabar con ellos será sólo una etapa más en una guerra interminable.
Si Hollande es sincero en su intención de acabar con la funesta ideología que
está detrás de ISIS, debería señalar al país que ha alentado y financiado la
versión más violenta del salafismo en las últimas décadas.
Ese país es Arabia Saudí. El pacto
fundacional del Estado saudí entre la dinastía que lo formó y los clérigos
wahabíes continúa siendo la base ideológica de un país que inocula al resto de
sociedades musulmanes su visión retrógrada del Islam, con la ayuda de los
fondos inagotables del petróleo. Para ellos, los fieles de otras religiones son
una influencia impura, y en ellos incluyen a los musulmanes chiíes, y por
tanto de una manera u otra deben ser combatidos.
Los
yihadistas llevan ese mensaje a su máxima expresión de odio y violencia. Decapitan a sus presos porque en Arabia
Saudí cortar el cuello al reo con una espada es la forma legítima de aplicar la
pena de muerte. Consideran que las
mujeres son seres inferiores porque en Arabia Saudí tienen ese estatus.
Sostienen que los chiíes son animales que hay que sacrificar porque los
clérigos saudíes tienen una opinión similar sobre ellos, como se puede apreciar
en los programas religiosos de las televisiones saudíes.
Hollande, el nuevo
campeón de la lucha contra el terrorismo yihadista, viajó recientemente a Arabia Saudí para vender cazas militares por
valor de 6.000 millones de euros, además de otros muchos contratos civiles.
Si ISIS es el mal absoluto, parece que
eso no impide hacer negocios con los arquitectos de ese mal en caso de
obtener beneficios económicos.
Nos
hace cómplices de otras guerras
¿Cuál es por tanto la
credibilidad de Hollande para alentar una gran campaña contra la violencia
yihadista si está colaborando en otra guerra en la que los civiles están siendo
atacados de forma indiscriminada? Es el caso de Yemen. Francia además no es el
único país responsable.
EEUU acaba de
vender munición para que los aviones saudíes continúen
bombardeando Yemen (lo que incluye zonas civiles o un hospital de Médicos sin
Fronteras). La factura alcanza los 1.300 millones de dólares y permite por
ejemplo comprar mil bombas guiadas por láser de cerca de una tonelada.
Lo único que sabemos de
EEUU, además de esta ayuda y de que aporta información a Riad sobre los
resultados de sus bombardeos, es que el Departamento de Estado ha dicho que
confía en que Arabia Saudí actúe con contención en ese conflicto y que evite
los daños a zonas civiles.
La guerra de Yemen es
otro ejemplo de las prioridades saudíes. A pesar del inmenso esfuerzo bélico
volcado en ese país, Riad no ha atacado a Al Qaeda, que controla una parte
importante del este del país, en general muy poco habitado. Se ha lanzado
contra las milicias chiíes huzíes que habían conseguido la ventaja en la guerra
civil yemení y sabe que Al Qaeda siempre será un rival encarnizado de cualquier
organización política o militar de los chiíes.
La
coalición fantasma
Hollande dice que
quiere armar una coalición internacional para hacer frente a ISIS. Como explica
Olivier Roy,
los países implicados en las guerras de Oriente Medio tienen otros enemigos que
les preocupan más. Asad está más preocupado por las otras fuerzas insurgentes
que le amenazan directamente. Erdogan tiene en su punto de mira a los
kurdos. Los kurdos iraquíes pretenden por encima de todo mantener su estatus
casi independiente. Para los saudíes, su enemigo mortal es Irán.
Hay que añadir que
EEUU, al menos durante la presidencia de Obama, continuará bombardeando
objetivos de ISIS y apoyando a los kurdos en el norte de Siria, pero no ha dado
muestras de empeñar fuerzas de tierra significativas contra los yihadistas en
territorio sirio.
No
queremos volver a la guerra de Bush
España y Gran Bretaña
sufrieron en la década pasada ataques similares al ocurrido en París. Con ser
horrible, esta es una situación por la que hemos pasado antes en Europa. Hemos
visto a jóvenes ver sus sueños mutilados, a padres enterrar a sus hijos, a
trabajadores asesinados cuando acudían a sus puestos en el transporte público.
Siempre hemos tenido delante el mismo dilema y, a pesar de haber cometido
muchos errores cuyas consecuencias aún estamos pagando, ha persistido en la
mayor parte de la opinión pública europea la idea de que restringir al máximo los
derechos civiles y embarcarse en aventuras imperiales en Oriente Medio sólo
puede agravar nuestra situación. Si no somos como los terroristas, y no lo
somos, tenemos que demostrarlo. España lo demostró después del 11M.
Es el momento de apoyar
a Francia de múltiples maneras porque es un aliado y porque sufre ahora lo
mismo que sufrimos antes nosotros. No es el momento de lanzarse a las armas
junto a un líder político desacreditado hasta ahora en su país y que iba en
camino de ser derrotado en las próximas elecciones. No necesitamos un George Bush francés.