José
Luis Rocha
www.envio.org.ni/noviembre2015
Tres
organizaciones de migrantes centroamericanos: CARECEN en Los Ángeles y San
Francisco, Casa de Maryland en Washington y el Dolores Huerta Community Garden
en Los Ángeles. Distintos los tamaños y los perfiles, a todas las une el haber
crecido de abajo hacia arriba. Todas desafían al Estado con desobediencia civil
y resistencia pacífica. Todas ponen en dificultades a los poderes
anti-inmigrantes de Estados Unidos.
Las organizaciones
que brindan apoyo constante y sonante a los indocumentados han sido -con
justicia- reconocidas como espacios donde se resiste a la exclusión y se allana
la senda hacia formas alternativas de ciudadanía porque ofrecen empoderamiento,
comunidad e inclusión en el día a día. Las fuerzas anti-inmigrantes las han
identificado como un contrapoder con agenda y acciones que tienden a
neutralizar la aplicación de las políticas migratorias.
DESAFÍAN
AL ESTADO
Un informe oficial
al Congreso estadounidense estableció que las actividades de las organizaciones
pro-indocumentados “preocupan a quienes creen que la ayuda humanitaria, por muy
bien intencionada que sea, ayuda a los inmigrantes no autorizados en sus esfuerzos
por subvertir las leyes de inmigración e ingresar al país… Un posible tema para
la supervisión del Congreso se refiere a si algunas de las actividades de estos
grupos humanitarios presentan un obstáculo a la Border Patrol...
Si es así, el
Congreso puede decidir qué -si es que algo- se puede hacer para reducir esas
actividades específicas de los grupos fronterizos civiles que afectan
negativamente a la Border Patrol”.
En este sentido,
esos grupos son un desafío -muy visible- al Estado. Si estas conclusiones
aplican a las organizaciones que trabajan “con” migrantes, con mayor razón y
fuerza aplican a las asociaciones “de” los migrantes.
Los migrantes centroamericanos que llegaron a Estados Unidos en la década de los 80 retomaron una prolongada tradición cívica estadounidense: asociarse para hacerse más visibles y audibles, agruparse para constituir comunidad y presionar por su inclusión. Algunos traían una experiencia organizativa cultivada en el adverso terreno de los regímenes autoritarios de Centroamérica. Otros eran novatos en esas lides.
Todos retomaron una
tradición que en 1831 atrapó la atención de Alexis de Tocqueville. En tanto
pensador liberal, Tocqueville saludó las asociaciones estadounidenses como
plataformas para competir y persuadir mediante argumentos y actividades
legales. Como aristócrata que aún recordaba con temor y temblor a las turbas de
sans-culottes, vio en el
asociacionismo una contención contra la tiranía y los excesos de la omnipotente
mayoría. En todo caso, supo que se encontraba frente a una fuerza política de
primer orden.
LAS
ASOCIACIONES SON “PODERES POLÍTICOS INDIRECTOS”
Según la teoría de
Michael Walzer, estas asociaciones son la base de la desobediencia civil porque
cultivan un sentido de fidelidad a sus normas que supera la obediencia debida a
las leyes de un Estado. De ser así, se cumpliría el pronóstico de Tocqueville:
las asociaciones pueden debilitar al Estado.
Este planteamiento coincide en parte con un hallazgo del historiador alemán Reinhart Koselleck, según el cual en el siglo 16 “la relegación de los valores éticos o de las creencias religiosas en el ámbito de la existencia privada reforzó el poder del Estado, que confiscó y absorbió la res pública”.
El Estado se fortaleció, pero también se hizo más vulnerable: los valores razonados en la esfera privada podían socavar la autoridad del príncipe, los principios de su gobierno y la razón de Estado. De hecho, “en el siglo 18 las nuevas formas de sociabilidad, y particularmente las logias masónicas, se erigieron en jueces morales, aplicando al Estado los criterios de juicio que él mismo había relegado en la esfera privada. La distinción entre la conciencia individual y la autoridad estatal se vuelve así en contra del mecanismo que la había instaurado”.
Koselleck encontró
que los lugares “apolíticos” como las bolsas de comercio, los clubes, los
salones, los cafés y las academias, espacios no sometidos a la autoridad
estatal, se transformaron en instituciones que ganaron “un carácter político
potencial, y en la medida en que ejercían ya una influencia sobre la política y
la legislación estatal, se convirtieron en poderes políticos indirectos”.
La apropiación de lo público por parte del Estado y la concomitante y paradójica politización del ámbito privado que Koselleck encuentra en Europa, fueron aún más dinámicas en Estados Unidos, donde el hambre de asociación tuvo varios estímulos: el incentivo político fue la lucha contra la tiranía de los muchos.
También hubo un
estímulo religioso, que subraya la socióloga estadounidense Theda Skocpol: la
competencia para ganar prosélitos en una nación que surgió sin una iglesia con
un monopolio confirmado por el Estado. Los metodistas fueron los pioneros de la
organización de un clero itinerante que se desplazaba de uno a otro poblado
identificando líderes locales a quienes orientaban sobre cómo fundar y sostener
nuevas congregaciones. Su metodismo no tardó en ser clonado por otros grupos
religiosos y no religiosos.
MIL
Y UNA ASOCIACIONES CÍVICAS
Los grupos de
voluntarios y otras formas de asociaciones cívicas han adoptado en Estados
Unidos múltiples formas: movimientos de reforma moral, sindicatos de obreros y
agricultores, fraternidades con fines filantrópicos, asociaciones
independientes de mujeres, grupos de veteranos y asociaciones étnicas. Siguen
siendo consideradas un factor de importancia fundamental para la vitalidad
democrática estadounidense.
Más de medio centenar de estas asociaciones traspasaron en algún momento el umbral de membresía del 1% de los adultos estadounidenses. Incluso esos grupos de grandes ligas son muy variados en sus motivaciones, como se puede inferir de sus nombres: Ancient and Accepted Free Masons (fundada en 1733), Independent Order of Good Templars (1851), National Teachers Association (1857), National Rifle Association (1871), Woman’s Christian Temperance Union (1874), American Bowling Congress (1895), Aid Association for Lutherans (1902), Boy Scouts of America (1910), Greenpeace USA (1971) y Mothers Against Drunk Driving (1980).
Otros, ya extinguidos, también fueron voluminosos y variopintos: American Temperance Society (1826-1865), American Anti-Slavery Society (1833-1870), National American Woman Sufferage Association (1890-1920), German American National Alliance (1901-1918) y Ku Klux Klan en su segunda edición (1915-1944).
La buena salud de estas asociaciones y del prurito de asociación en general fueron la preocupación de Putnam en “Bowling Alone”: ¿Los estadounidenses estaban o no perdiendo su interés por asociarse? Theda Skocpol le dio una respuesta poco alentadora: “El norteamericano medio tenía también posibilidades de participar y trabajar a su manera en asociaciones que tendían puentes entre clases y lugares, entre asuntos locales y supralocales. Ahora esos puentes se están desmoronando. Los ciudadanos corrientes cuentan con menos ámbitos de afiliación a asociaciones de auténtico peso. Entretanto, los norteamericanos más poderosos actúan -y discuten- casi exclusivamente entre ellos”.
Skocpol lamenta que no surjan asociaciones interclasistas, porque anteriormente “la mayoría de los grupos clásicos de voluntariado en Estados Unidos reclutaba a sus miembros sin distinción de clases sociales”. Pero esto no es enteramente cierto. Por un lado, las iglesias siguen practicando una modalidad mixta de reclutamiento. Aunque la jurisdicción geográfica de las parroquias a menudo reproduce la segregación residencial, la tendencia creciente a congregarse en megatemplos es un retorno a una suerte de melting pot social, donde la impersonalidad de los servicios religiosos es corregida por la participación en actividades en pequeñas células. Por otro lado, la participación en grupos pluriclasistas no es la única forma de ejercer influencia sobre la política.
ORGANIZACIONES,
MOVIMIENTOS Y NO-MOVIMIENTOS
Las organizaciones
de base pueden ser estudiadas desde diversos ángulos. Uno, son sus aportes al
proceso por el que los migrantes van adquiriendo más derechos y, en ese
sentido, aproximándose a la ciudadanía. Su apoyo, como el de las organizaciones
religiosas, es imprescindible para la eficacia de la desobediencia civil de los
migrantes. Son, por ello, plataformas de desafío a las políticas migratorias y
a la voluntad excluyente.
En el caso de Estados Unidos, y en lo que se refiere a la migración, estas organizaciones son correas de transmisión hacia otros sectores influyentes: son un nexo entre los indocumentados y la academia, los medios de comunicación y la política partidaria. Son un nexo entre los movimientos de -y por- los migrantes y los no-movimientos de los migrantes indocumentados.
Los movimientos son las grandes iniciativas y organizaciones, generalmente lideradas por migrantes de segunda generación o de primera ya establecidos: el Immigrant Rights Movement con sus marchas del año 2006 de entre 3 millones 700 mil y 5 millones de inmigrantes en 160 ciudades contra el proyecto de ley Sensenbrenner, la Dream Activist network y Dreamers Adrift con su TheDreamIs-Now.org, la Labor Immigrant Organizing Network (LION) y la Coalición por los Derechos Humanos de los Inmigrantes de Los Ángeles (CHIR-Los Ángeles) y La Tierra es de Todos.
El concepto de no-movimiento fue acuñado por el sociólogo iraní Asef Bayat para referirse a las acciones colectivas de actores no colectivos, a las prácticas compartidas por un elevado número de personas ordinarias que emprenden actividades atomizadas pero similares, como los precaristas que se van apoderando gradualmente de un predio baldío en el centro de una ciudad o los migrantes que cruzan la frontera y se establecen en Estados Unidos sin pedir permiso. Su actuación al unísono tiene la fuerza de un acto concertado y, a veces, la apariencia de ser fruto de una confabulación muy planificada, aunque cada uno de sus ejecutantes obre por separado, sin programa ni ideología y con un conocimiento más bien somero del efecto que tiene la sumatoria de actos y el valor agregado del suyo.
Por eso los
no-movimientos son más flexibles, fluidos y auto-productores de su estrategia.
La suya no es una política de protesta, sino de práctica. Algunas de las
organizaciones de los centroamericanos entrelazan -aunque no de forma
sostenida- esa fuerza masiva de los no-movimientos con la acción dirigida de
los movimientos o son un híbrido que combina los rasgos de uno y otro.
EL
CENTRO DE RECURSOS CENTROAMERICANOS (CARECEN) EN LOS ÁNGELES
En 1981 CARECEN
nació como Central American Refugee Center en la ciudad de Washington.
Fundado por refugiados salvadoreños para asegurar el estatus legal a las
decenas de miles de centroamericanos que huyeron en los años 80 de la guerra
civil, CARECEN es la más famosa y más transnacional de la organizaciones de
salvadoreños, seguida por El Rescate y la Clínica Romero, tres organizaciones
que mimetizaron el fraccionamiento del Frente Farabundo Martí para la
Liberación Nacional (FMLN).
En 1983 abrió oficinas en Los Ángeles y en 1985 sus ramas se extendieron a San Francisco, Houston y New York. Fue rebautizada como Central American Resource Center (Centro de Recursos Centroamericanos), cuando el tema del refugio pasó a segundo plano y lo que más urgía era diversificar los servicios a una población migrante muy voluminosa. Actualmente provee servicios legales a bajo costo, asesoría en vivienda, organización de grupos según intereses (padres, jóvenes, trabajadores) y cabildeo en políticas migratorias, reforma educativa y derechos laborales.
Hace décadas expandieron su atención y lazos a guatemaltecos, con la alianza entre CARECEN de Los Ángeles y la Asociación de Fraternidades Guatemaltecas (AFG), que tiene un comité de acción política para postular candidatos a las elecciones locales. Actualmente están más expandidos, al punto que Lariza Dugan-Cuadra, una nicaragüense-irlandesa, es la actual directora ejecutiva de CARECEN-San Francisco.
CARECEN
EN SAN FRANCISCO: “EMPEZAMOS GANANDO NADA”
CARECEN de San
Francisco fue incubado en 1985, pero salió a la luz en 1986, según rememora el
periodista y politólogo Ricardo Calderón, ex-decano de periodismo y
ex-secretario general en la Universidad de El Salvador y uno de los históricos
fundadores de CARECEN-San Francisco: “La idea surgió de ver cómo era la
situación de los migrantes acá, especialmente los salvadoreños. Tres
profesionales salvadoreños ex-universitarios nos juntamos y se sumaron tres
mujeres anglos, también profesionales, una de ellas abogada. Y buscamos qué
hacer para la comunidad. Era una época cruda de la guerra civil allá en El
Salvador. Queríamos crear algo que les permitiera a nuestras comunidades
arreglar acá sus situaciones migratorias porque por una parte estábamos viendo
que los notarios estaban haciendo dinero a costillas de nuestra gente sin tener
la preparación debida. Incluso les inventaban las historias y les inventaban
las evidencias que presentaban para el asilo político, que era a lo que
aplicaba la gente”.
Con algunas patrañas, los abogados conseguían armar los casos de asilo. Una vez sometido el caso, las autoridades migratorias -abrumadas por la avalancha de aplicaciones y urgidas a proporcionar al menos un veredicto temporal- emitían un permiso para trabajar. Pero no era más que una solución momentánea que podía terminar en deportación.
En ese caldo de éxito aparente de los leguleyos, el nacimiento de CARECEN generó hostilidad en la comunidad, entre los abogados y entre otras organizaciones. Pudo sobrevivir gracias al equipamiento barato a base de máquinas de escribir usadas y al trabajo voluntario de sus fundadores durante dos años.
Empezaron ganando nada. Después, apenas 600 dólares al mes en concepto de estipendios. Esa austeridad les dio ventaja sobre otras instituciones con voluminosos salarios y equipos relucientes. Al inicio, la distribución salarial no respetó la jerarquía y el volumen de responsabilidades. Los 600 eran tanto el ingreso de los directores como el de una madre soltera con tres hijos. Y así empezaron una andadura que ya lleva 30 años, sorteando obstáculos financieros y venciendo diferencias nacionales, ideológicas y organizacionales, según con cuál de las organizaciones del FMLN simpatizaban más sus miembros.
“TENÍAMOS
ABOGADOS QUE NO COBRABAN”
CARECEN había
establecido vínculos con las Fuerzas Populares de Liberación (FPL) y otras
fuerzas insurgentes. El investigador Eric Popkin ha señalado que CARECEN había
dado apoyo al FMLN movilizando votantes contra la intervención del gobierno
estadounidense en El Salvador.
Esos vínculos crearon dilemas: ¿ayudar o no ayudar a los nicaragüenses que llegaban huyendo del régimen sandinista? Y más tarde, según relata Calderón, “nos vino el otro conflicto, el TPS para los salvadoreños en el 91 y el crecimiento de las remesas. Ayudarles a los salvadoreños aquí significó ayudarle a ARENA allá en El Salvador. ¿De qué manera? Con las remesas. Porque ARENA estaba en el poder y su gestión se beneficiaba con las remesas. Nosotros teníamos ese conflicto y otras organizaciones nos atacaban por eso: le están haciendo el trabajo a ARENA, nos decían”.
La única salida a ese conflicto consistía en vadear esas discusiones o darlas por zanjadas con la opción de luchar por el bienestar de la comunidad de centroamericanos en Estados Unidos.
Para ayudar a la comunidad había que dotar a los miembros de un estatus legal. Había una miríada de solicitudes que empezaron a resolver gota a gota. Las asesorías legales consistían en una revisión minuciosa de los casos para reunir toda la evidencia que la concesión del asilo requería. Cuando el paquete estaba listo, los remitían a bufetes de abogados que no cobraban por esos casos.
Ahora es menos frecuente contar con abogados de experiencia que estén dispuestos a no cobrar. Los que quedan son antiguos activistas y viejos colaboradores, como Robert Foss, que fue abogado de CARECEN-Los Ángeles y ahora tiene su bufete y dirige los servicios legales del International Institute of Los Ángeles, fundado en 1914 para ayudar a los migrantes recién llegados.
Cuando cenábamos con un grupo de mayas guatemaltecos, le pregunté a Foss cuánto cobraba. “Cuando encuentro a alguien así -respondió, posando la mano sobre los hombros de uno de los muchachos-, que tiene cara de buena gente, que viene de Guatemala o El Salvador, que a lo mejor está vinculado a alguna organización, no le cobro”.
CARECEN y otras
organizaciones semejantes cultivan vínculos con éstos cada vez más escasos
abogados porque el trabajo legal sigue siendo el de mayor peso. Los servicios
legales en CARECEN-Los Ángeles absorben el 67% del staff, en contraste con el
12.5% de las labores administrativas, el 10% del equipo de educación y
organización comunitaria, el 6% del trabajo con padres y jóvenes y el 4% de la
organización laboral.
“YA
TENGO UNA CORAZA DE TORTUGA O DE ARMADILLO”
La solución gota a
gota no era suficiente en los años 80 ni lo es ahora. En los años 80, CARECEN
difícilmente podía convertirse en el líder de una iniciativa para cabildear en
favor de los que huyeron del conflicto bélico. El estigma de ser un apéndice de
la guerrilla actuaba como un dique a sus actividades más abiertamente
políticas.
Según Calderón, “como había una relación bien fantástica con los sectores religiosos, fueron las iglesias bautistas las que nos dijeron ‘Nosotros lo podemos hacer’, y entonces ya a ese nivel no participamos nosotros directamente. Con abogados que habíamos propuesto, se tiraron a plantear lo del ABC (así llamada por la American Baptist Churches, que demandó a la fiscalía general y al Immigration and Naturalization Service por no conceder asilo a salvadoreños y guatemaltecos) como una demanda contra la emigración y se dio la coincidencia de que se ganó la demanda de las ABC en 1990 y en los 90 también se aprueba el TPS para los salvadoreños. Entramos al 91 con dos programas de elegibilidad para los salvadoreños”. Después empujaron la ley NACARA, que fue menos generosa con los salvadoreños que con los nicaragüenses y cubanos.
Calderón enfatiza que CARECEN conserva su arraigo popular por su cercanía con la gente, por sus promotores campechanos, “que aparecen de cachucha y se ven como camaradas”, y por sus abogadas, “dos chicas que están atendiendo casos legales en la Corte. Ellas tienen una gran identidad y hasta sufren con la gente cuando oyen sus historias. Lloran y todo. ‘Y vos, ¿por qué no llorás?’, me dicen. Ya son 27 años de estar metido aquí. Ya me hicieron sufrir en su momento. Tengo una coraza como la tortuga o como la del armadillo”.
LA
PRESIÓN DE QUIENES LOS FINANCIAN
En el otro extremo
están las agencias financiadoras, que “miran al cliente como estadística, y eso
no nos gusta, pero necesitamos ese fondo y tenemos que sumar números. Lo demás
no les importa. Por ejemplo, tenemos tres casos que son sensacionales. Gente a
la que ya habían mandado a deportar y logramos detener la deportación. Eso
significa horas de horas, estar revisando la ley, estar haciendo contacto con
oficiales de migración y oficiales de la ciudad para detener esa deportación.
Todo por sólo dos personas. Nos llevó mucho tiempo. Pero había que hacerlo. Era
justo”.
El otro problema es el show que las agencias a veces quieren que CARECEN represente ante los medios de comunicación o el tipo de casos que les sugieren resolver, ligados a problemáticas, como los perseguidos por homofobia o violencia doméstica, en las que CARECEN está adquiriendo experiencia gradualmente, pero que no forman parte de su saber acumulado. Sin embargo, CARECEN logra mantener su agenda y sus vínculos con la política de la ciudad y el condado.
Gracias al apoyo del gobierno local, CARECEN-San Francisco pudo obtener su personería jurídica. También ha sido -sin proponérselo- plataforma de construcción de carreras políticas, como es patente en el caso de un ex-director ejecutivo que se lanzó exitosamente como candidato suplente a una diputación.
EN
CASA DE MARYLAND, TRABAJA “A MAN WITH A PLAN”
Casa de Maryland
nació como Central American Solidarity Association of Maryland, fundada
hace 20 años por estadounidenses y centroamericanos para proporcionar
asistencia a las personas que durante los años 80 huyeron de la guerra en El
Salvador, Guatemala, Honduras y Nicaragua.
El actual director ejecutivo es Gustavo Torres, colombiano de nacimiento, con un pasado en Nicaragua durante los años 80 que los segmentos anti-inmigrantes explotan con burdas deformaciones, como la de Ann Corcoran del Potomac Tea Party Report, en un artículo que tituló “Gustavo Torres: Just your friendly Sandinista warrior next door”, donde con desgañitada pluma afirmó: “Los sandinistas son comunistas, están en Estados Unidos, están en Maryland. Gustavo Torres es uno de ellos”.
Corcoran se basó en la información de un interesante pero muy ambivalente artículo de “The Washington Post”, encabezado por la frase A man with a plan, título muy elocuente pero también apropiado para erizar la piel de los anti-inmigrantes. En ese reportaje David Montgomety mencionó el activismo de Torres en Colombia y sus años en Nicaragua como colaborador del Centro de Investigación y Estudios de la Reforma Agraria (CIERA) y de “El Tayacán”, un semanario de educación popular, de inspiración cristiana y con opción por el proceso revolucionario.
Gustavo Torres me llegó a recoger a la estación del metro de Takoma, cercana a la sede central de Casa de Maryland. Venía de una reunión con Nacy Pelosi, y quizás por eso, o porque en esos días las expectativas sobre la reforma migratoria estaban en un punto de ebullición -después supimos que el equipo de Obama estaba preparando el decreto que al detener las deportaciones de más de 5 millones de indocumentados, les abrió una primera puerta a la residencia legal-, la conversación enfiló de inmediato hacia los grandes temas de la política migratoria.
“OBAMA
TIENE EL PODER PARA PARAR LAS DEPORTACIONES”
“La reforma
migratoria es nuestra prioridad central en este momento -me dice Gustavo
Torres-. Cerca del área metropolitana hay 500 mil migrantes indocumentados.
Muchos de ellos son nuestros miembros. Nuestra prioridad es lograr pasar las
reformas migratorias. Por eso organizamos grandes marchas ante la Casa Blanca y
el Capitolio. Para el Primero de Mayo tenemos una gran marcha de desobediencia
civil allí porque pensamos que el Presidente tiene un rol clave que jugar y es
sencillo parar las deportaciones. Él tiene el poder de parar las
deportaciones”.
“La solución final es la reforma migratoria, que sólo el Congreso puede aprobar. Pero a nivel de las deportaciones, el Presidente lo puede hacer mañana, así como lo hizo con los soñadores en el 2012 por la presión que hicimos, pero también porque era un momento político clave. Estábamos en todo el proceso electoral. Para él era vital promover, impulsar y motivar a la comunidad latina para que votara por él y definitivamente el 71% votamos por Obama por lo que hizo por los Dreamers. En ese momento, en el 2012, paró las deportaciones y se beneficiaron cerca de un millón de jóvenes”.
La propuesta que Gustavo Torres describió en marzo de 2014 fue esencialmente la que Obama terminó implementando en noviembre de ese año, aunque con una cobertura bastante menor, de 5 en lugar de 9 millones: “El Presidente puede usar el Poder Ejecutivo. Nosotros hicimos un análisis legal y ya se lo entregamos. Concluimos que él como Presidente tiene la discreción administrativa para implementar de cierta forma las leyes: en este caso, puede decidir que a esas personas no las va a deportar porque no tienen récord criminal, están aquí tanto tiempo, son los papás de los soñadores, tienen hijos en este país… Propusimos varias categorías. Ya hicimos los cálculos. Básicamente, si el Presidente emite un decreto a favor de todas estas categorías que yo te mencioné, cerca de 9 millones de personas no serían deportadas hasta que el Presidente salga en el 2016. Y para entonces esperamos que ya hayamos pasado la reforma migratoria. Ésa es nuestra estrategia”.
Esa estrategia de la que me habló Gustavo Torres ha tenido un éxito parcial. En noviembre de 2014 Obama envió a las autoridades migratorias los memorándums para detener las deportaciones de indocumentados que son padres de estadounidenses, no tienen antecedentes penales y pagan impuestos.
GANARSE
A LOS REPUBLICANOS ES CLAVE
Casa de Maryland
mostró que tiene el oído del Presidente. Thomas Pérez, ex-Presidente de Casa de
Maryland, es el actual Ministro del Trabajo. Cecilia Muñoz, que antes formó
parte de su Junta Directiva, es la directora del White House Domestic Policy
Council y anteriormente se desempeñó como White House Director of
Intergovernmental Affairs, el principal nexo entre Obama y los gobiernos
estatales, locales y tribales.
Esta relación ha
facilitado el trabajo con la administración Obama y sin duda les ayudó. Pero no
basta: los memos de Obama fueron impugnados y su administración sostiene el
acelerado ritmo de las deportaciones para no perder credibilidad. Muñoz ha sido
abucheada por latinos y activistas porque las deportaciones continúan
encarcelando niños y separando familias. El trabajo con los republicanos sigue
siendo esencial.
Contra todo pronóstico,
no fue infructuoso el trabajo con Bush, cuyas coordenadas en el mapa migratorio
Torres ubica con mayor optimismo que otros activistas: “Bush era muy
pro-inmigrante. La razón era bien sencilla: viene de Texas, donde la comunidad
latina es inmensamente grande y él ha estado viviendo y trabajando con la
comunidad latina. Es sinceramente pro-inmigrante, y eso es algo bien
importante”.
La experiencia de Casa de Maryland demuestra que el peso demográfico de los latinos y su participación en el mercado laboral son determinantes para obtener logros en pro de los indocumentados, así como también los políticos con visión, que trasciende el ámbito local y posan la vista en objetivos nacionales: “No hemos logrado la reforma migratoria porque todavía no tenemos el poder y la capacidad para influenciar al Partido Republicano en unos estados controlados por blancos. En muchos distritos el 90-95% de votantes son blancos. A ellos les importa un pepino la cuestión de migración. Les importa su distrito. El distrito 18 de Missouri es un distrito totalmente blanco. Si vas y le hablas a ese representante que vote a favor de la reforma, se muere de la risa. Te dice ‘Ilegal, no quiero hablar contigo’. Porque los latinos no tenemos ninguna presencia en su distrito. Son los votantes de ese distrito quienes lo van a elegir y si esos votantes no tienen relación con emigrantes, no está interesado en la reforma migratoria. Ahí los representantes tienen un enfoque totalmente localizado.
Pero otros tienen
una visión nacional. Saben que si quieren volver a la Casa Blanca, tienen al
menos que decirles a los latinos ‘Bienvenidos’. No es que con eso van a ganar
el voto, pero les permite abrir una ventana y decirles ‘Miren, no somos tan
malos”.
El tamaño que ha adquirido Casa de Maryland, desde sus humildes orígenes impulsados por CARECEN, los ha convertido en un interlocutor político ineludible de los políticos con miras nacionales.
VICTORIAS
DISEÑADAS DESDE UNA MANSIÓN
La nueva sede de
Casa de Maryland impone. Es un palacete que fue de un terrateniente esclavista,
situado en Langley Park, un barrio de modestas viviendas con un 72% de
población extranjera. Después de que Sawyer Realty LLC les donara la mansión
McCormick-Goodhart de alrededor de 7 mil metros cuadrados -para ser preciso, se
las vendió por un dólar-, Casa de Maryland emprendió su rehabilitación con una
mezcla de fondos gubernamentales y de corporaciones como la Adventist
Healthcare y el Bank of America.
En 2010, con 13.8
millones recaudados en plena crisis económica, la nueva sede abrió sus
operaciones. La enorme residencia quedó convertida en oficinas, salones para
impartir clases de inglés, entrenamiento laboral y asesoría legal. Es el
cuartel general de Casa de Maryland, una organización que ahora dispone de más
de 90 empleados y un presupuesto anual de 6 millones de dólares en 2011.
La mayor parte de los fondos provienen de grandes fundaciones, pero también cuenta con las aportaciones de 50 mil asociados, que con sus 25 dólares al año le dan una sólida base para que opere con independencia y mantenga sus servicios, entre los que sobresalen -para orgullo de unos y escándalo de otros- su asistencia legal a más de mil casos al año y su bolsa de trabajo que en 2010 hizo 18,989 ubicaciones de trabajadores indocumentados en empleos temporales y 248 en ocupaciones permanentes.
Sobre el bolsón de fondos independientes se creó CASA in Action, un proyecto de 100 mil dólares para respaldar candidatos políticos con programas pro-inmigrantes. Esa compartimentación, libre de fondos estatales y sus ataduras, les permite incursiones más agresivas en la política partidaria. Quizás este tipo de tácticas son las que le han ganado a Torres la fama de genio maligno.
SON
MECENAS DE LA VIOLACIÓN DE LAS LEYES
Ese trabajo político
les ha proporcionado logros notables, cuenta Gustavo Torres: “Por ejemplo, el
año pasado, logramos pasar una legislación que se llama Dreamers, que es
para asegurarse que los jóvenes indocumentados puedan ir a la universidad sin
que les cobren como que están fuera del estado. Cuando tú estás dentro del
estado te cobran una tarifa y si vienes de fuera es otra, 6 mil o 18 mil
dólares, una diferencia grandísima. Fue exactamente un referéndum, fuimos a
elecciones y el 60% de la población, 1 millón 800 mil personas, votaron a favor
nuestro”.
“Otra victoria relacionada con el cabildeo es el salario mínimo. La pasamos el mes pasado (febrero 2014), aquí en el condado de Montgomery -el cuarto más rico del país- y el condado de Prince George, que es donde nosotros tenemos nuestra sede. Lo logramos gracias a una coalición grande de afroamericanos, blancos progresistas y latinos. Como sabes, aquí el salario mínimo está a 7.50 dólares la hora. Lo vamos a lograr pasar a 11.50 para el 2017. Empieza a subir este año a 8.50, 9.50 y 10.50, 11.50… Es otra victoria grande para nuestra gente, sin importar su estatus migratorio”.
El trabajo de Casa de Maryland, en coalición con otras organizaciones y el interés del gobernador estatal Martin O’Malley por complacer a la creciente población latina, ha cuajado en una serie de condiciones que no tienen paralelo en otros estados: los migrantes indocumentados tienen derecho a un abogado y tienen derecho a votar en las elecciones locales, independientemente de su estatus migratorio.
Pero los logros tienen un precio. Casa de Maryland ha sido acremente criticada. Como recibe fondos de distintos niveles del gobierno, ha sido acusada de emplear fondos de los contribuyentes para apoyar a los indocumentados y, en ese sentido, es un mecenas de la violación de las leyes. Apoya la desobediencia civil cotidiana de los migrantes no autorizados.
Su trabajo en cabildeo, la publicación de panfletos que muestran a los indocumentados sus derechos, las protestas pacíficas en la calle y la defensa de los derechos de los trabajadores han bastado para que Casa de Maryland coseche una legión de enemigos y que estos fabulen con vínculos entre Casa de Maryland y el American Communist Party, Free the Cuban Five Committee, el FMLN, Socialist Workers Party, Black Panther Party, los Hermanos Musulmanes y hasta con Hugo Chávez, entre muchas otras “liaisons dangereuses”.
Estos disparates podrían parecer cómicos. De hecho, parecen una nueva versión del chiste donde un hombre que recibe un alto por conducir ebrio, le cuenta al oficial una rocambolesca historia sobre los destazados que lleva en la valijera, de modo que el parte policial luzca tan absurdo que lo dejen libre. Pero son disparates que han inspirado conductas literalmente incendiarias: la sede de Casa de Maryland en Shady Grove fue objeto de un atentado pirómano en su primer mes de operaciones. Torres podría decir la frase que Don Quijote no dijo, aunque razones no le faltaron: “Ladran Sancho, señal de que cabalgamos”.
LOS
GUATEMALTECOS SE ORGANIZAN
La beligerancia
organizativa de la década de los años 80 dejó en Estados Unidos un sedimento de
instituciones guatemaltecas que, por lo general, trabajaban de forma aislada y
a menudo sectaria. Algunas de ellas fueron creadas por activistas vinculados a
la Unidad Revolucionaria Nacional Guatemalteca (URNG). Otras tenían filiaciones
religiosas o étnicas.
Probablemente, este comportamiento dejó de ser viable para organismos con grandes pretensiones y fondos que menguaban a medida que Guatemala dejaba de ser el titular del día. Pero ese capital acumulado nutrió una serie de redes que eventualmente lograron sumar fuerzas en pro de una causa común: la legalización de los inmigrantes guatemaltecos. En enero de 1998 los activistas guatemaltecos organizaron la primera marcha nacional por los derechos de los inmigrantes. Congregaron a 3 mil participantes.
Ese mismo año organizaron una asamblea en Chicago que incluyó organizaciones del más variado espectro ideológico y étnico: CORN-Maya of Indiantown (Florida), fraternidades de Massachusetts y Los Ángeles, las organizaciones de refugiados Anastasio Tzúl/Guatemala Support Network of Houston y Anastasio Tzúl/Casa Guatemala de Chicago, la Guatemalan American Chamber of Commerce (Chicago), el Comité Guatemalteco Americano de Long Island, la Asociación Guatemalteca Americana (AGA) de Miami, la Asociación de Guatemaltecos Unidos (AGU) de San Francisco y la Guatemalan Unity Information Agency (GUIA) con oficinas en Los Ángeles y Washington.
Según los investigadores Susanne Jonas y Néstor Rodríguez, GUIA había sido fundada a iniciativa del cónsul guatemalteco en Los Ángeles y su vinculación con el gobierno marcaba un contraste con las organizaciones de refugiados cuyos miembros habían llegado a Estados Unidos huyendo de la represión del ejército guatemalteco. Sin embargo, juntas formaron GUATENET, una red de entidades que hizo aguas en 1999, naufragando entre diferencias étnicas e ideológicas. Algunas de sus organizaciones y otras no tardaron en formar la Coalición de Inmigrantes Guatemaltecos en Estados Unidos (CONGUATE).
ALDEAS
MAYAS PRESENTES Y VIVAS EN LOS ÁNGELES
Aparte de CONGUATE,
hay un gran número de redes comunitarias con identidad maya, entre otras
muchas, la binacional Liga Maya /Internacional con sede en Vermont y
contraparte en Guatemala, la Organización de los Pueblos Mayas en el Exilio de
Florida y la Maya Various Interpreting Services and Indigenous Organizing
Network, que proporciona servicios de traducción en las audiencias de
aplicación al asilo.
Como observan Jonas y Rodríguez, aunque estos grupos se ocupan de temas sociales y culturales, y no de campañas políticas por la legalización, trabajan el ejercicio de derechos y los servicios legales de inmigración. Su cobertura étnica y nacional se expandió y sus temáticas han variado. Tanto el abanico más variado de sus servicios como su menor ideologización son síntomas de un giro, quizás de una transformación que responde a las nuevas necesidades, o a una mayor atención a las necesidades de cada día de quienes tienen más claro un futuro en los Estados Unidos.
No obstante su inserción en Los Ángeles, tampoco se puede decir, retomando la metáfora del historiador Oscar Handlin, que hayan sido arrancados de raíz. El origen sigue ejerciendo una fuerza gravitacional. Los guatemaltecos en Los Ángeles cuentan con muchas organizaciones, donde las divisiones geográficas de aldeas de origen marcan la pauta. Los indígenas guatemaltecos de San Antonio Sija están divididos por “parajes”, que son las unidades territoriales de las aldeas mayas.
Regularmente
invierten en bienes comunales en sus aldeas: adoquinado de calles y
pavimentación de caminos, compra de terrenos para escuelas y cementerio,
ampliación de la iglesia católica y reparaciones en dos conventos, mejoras en
el campo de fútbol, construcción de salones comunales y de un muro de
contención en el paraje Chonimacorral. Han financiado la celebración del día de
la Independencia cada 15 de septiembre en los parajes Camposeco, Pajul y
Chonimacorral.
Desde 1991 las
asociaciones apoyan las fiestas patronales con jugosos fondos para financiar a
grupos musicales mexicanos y guatemaltecos cuya fama trasciende las fronteras:
Lalo Tzul y su marimba orquesta Ecos Manzaneros, Fidel Funes, Los
Internacionales Conejos, Alma Tuneca, Checha y su India Maya Caballero... Los
costos de cada concierto ascienden a los 45 o 30 mil quetzales, según si el
grupo es mexicano o guatemalteco.
Estas inversiones en actos culturales y en construcciones y compras de terreno en sus aldeas muestran el peso del origen. No menos sintomático de ese peso es el hecho de que la institución que los cohesiona y convoca de manera más masiva es el fondo para repatriación de cadáveres, el único con contribuciones periódicas e inaplazables, que les garantizan retornar después de muertos adonde quedó enterrado su ombligo.
Si las asociaciones estadounidenses se habían distinguido por remontarse desde lo local hasta el ámbito nacional sin perder sus raíces locales, estos grupos logran ser binacionales-locales, es decir, muy focalizados localmente, pero con presencia y actividad en dos naciones. En esto se distinguen de las típicas asociaciones estadounidenses, cuya estructura reproduce la estructura local/estatal/nacional del gobierno federal de los Estados Unidos.
NACE
DOLORES HUERTA COMMUNITY GARDEN: A MEDIO CAMINO AL NO-MOVIMIENTO
Estas formas de
organización con sus motivaciones sociales y culturales abrieron brecha hacia
las agrupaciones más flexibles de la nueva generación, que desde sus primeros
pasos aparecieron como entidades sin orientación ideológica ni alineación
política.
Quizás también, como suele ocurrir, las nuevas generaciones tomaron nota del recurso organizativo de los adultos y de sus muchas posibilidades, pero encontraron que ahí no había espacio para su protagonismo, y crearon su propia organización… a su medida.
Un ejemplo es la asociación que llamaré Dolores Huerta Community Garden, pseudónimo con que la socióloga Pierrette Hondagneu-Sotelo en su libro “Paradise transplanted” se refiere no al grupo, sino al huerto del grupo.
Aglutina a poco más de una treintena de indígenas mayas, jóvenes de entre 16 y 30 años, la mayoría de la etnia quiché y de la aldea San Antonio Sija. Es una organización bastante informal, a medio camino entre movimiento y no-movimiento. No tiene personería jurídica. Nació ligada a la iglesia católica, pero no es confesional. No tiene una estructura jerárquica formalmente establecida. Tampoco una meta que guíe sus acciones hacia un impacto que trascienda a los miembros del grupo, un producto utópico que fabricar.
Las obligaciones de sus miembros -mujeres y hombres- no están estipuladas en un código. Su agenda es harto flotante, no está constreñida por programas específicos y a menudo tiene un carácter ad hoc. Y aunque sí tiene un ritmo de reuniones pautado, las más de las veces sus miembros interactúan durante encuentros espontáneos, en una heladería o un comedor tailandés, con un número variable de participantes que, al tenor de sus experiencias del día, orientan una plática muy horizontal, donde los más veteranos pueden explicar cómo enfrentaron problemas similares, pero jamás pontificar sobre las conductas óptimas.
Tienen toda la pluralidad ideológica de un no-movimiento. La iconografía que el grupo sube a su Facebook oficial combina motivos de la religiosidad más tradicional con alusiones a las luchas de los años 80 y una beligerante veneración hacia Monseñor Romero.
Su discurso a veces refleja una moral sexual marcada por el conservadurismo católico, pero eso no impide que los hombres suban a sus Facebooks cientos de selfies con la infinidad de Misses Guatemala de voluptuosos escotes que van surgiendo por cada barrio, evento y empresa comercial. Tampoco impide que alguna muchacha cambie de novio o salga regularmente con un miembro del grupo a quien aclare
-para su extrema perplejidad- que no tiene intenciones de establecer una relación formal ni exclusiva.
NACIERON
EN GUATE Y MIGRARON SIENDO NIÑOS
Gramsci identificó
en este tipo de desconexión -“prédicas” que no calzan con la “práctica”- una
señal inequívoca de una nueva hegemonía emergente. Sin duda hay mucho de eso en
esta duplicidad, que en este caso particular refleja la brecha cultural entre
un pasado -que tanto es un fardo como un apoyo- y un presente de complicada digestión
porque estos jóvenes han hecho una transición desde una aldea rural que en 2002
tenía 6 mil 641 habitantes a Los Ángeles, una ciudad que en 2010 tenía 3
millones 792 mil 621 habitantes.
El cambio es semejante al que Néstor Rodríguez alude con el agudo contraste entre San Cristóbal de Totonicapán y Houston, puntos de partida y asentamiento de otro grupo quiché, una aldea rural de artesanos y agricultores y una ciudad de industrialización avanzada.
Como miembros de la
generación 1.5 -nacieron en Guatemala, pero migraron siendo niños-, algunos de
estos jóvenes no sólo se muestran más preocupados con sus vidas y sus
perspectivas en Estados Unidos y por eso no es probable que a largo plazo
continúen manteniendo lazos con su tierra natal, como acertadamente afirma
Cecilia Menjívar, sino que se encuentran en un estado de liminalidad cultural,
con muchas implicaciones para el código moral.
La liminalidad es
ese estado ambiguo que caracteriza a la fase intermedia de una transición, un
tiempo-espacio que suspende las jerarquías. Por eso mismo, un tiempo con un
nuevo “hacer” que no siempre casa bien con el viejo “decir”.
Un no-movimiento, admite un amplio abanico de posiciones, quizás muy apropiado para los jóvenes en liminalidad, que buscan la emancipación a tientas -sin ideología que haga de tabla de salvación sustituta-, escrutando ahí donde aprieta la necesidad y con los medios que las trayectorias personales ponen a disposición de mujeres y hombres concretos.
NI
CHAPINES NI ANGELEÑOS... NI CHICANOS
Foucault decía que
“las identidades se definen por las trayectorias”. Para las jóvenes y los
jóvenes del Dolores Huerta Community Garden el grupo es una oportunidad
de encontrarse con aquellos con quienes tienen trayectorias muy similares y
puede gestarse una comunión en la liminalidad. Ya no son chapines de Guatemala
ni mayas del altiplano. Ni siquiera quichés de San Antonio Sija.
Sospecho que sus principales problemas no podrían ser entendidos por sus coetáneos de allá: cómo evitar a la migra, cuándo recurrir al ministerio del trabajo, qué hacer ante la pornografía que circula a mares, cómo reaccionar ante muchachas que ya no son “hijas de dominio”, qué decirle a los muchachos que quieren la sumisión de allá y qué actitud tomar hacia una familia polimorfa, que tanto puede adoptar la forma de una pareja de heterosexuales sin hijos como de lesbianas que adoptan, solteros permanentes u hogares donde la mujer tiene un ingreso que duplica el de su marido.
Sin embargo, tampoco son angeleños. Aunque sea una ciudad que los fascina, Los Ángeles es una urbe demasiado inmensa y con una historia muy enrevesada como para que esos jóvenes que llegaron hace menos de una década consigan asimilar las complejas implicaciones que de ahí se derivan. No existe para ellos ni para otros centroamericanos una palabra que nombre su liminalidad, un equivalente del “chicanos” que aplica a los mexicanos del mismo rango generacional migratorio.
CON
MUCHA INFORMALIDAD Y CON UNA VALIOSA CONDUCCIÓN
Tengo que reconocer
que mi expectativa de encontrarme con jóvenes confinados a un gueto geográfico
y a unas relaciones signadas por la endogamia se hizo trizas ante la evidencia
de múltiples relaciones y del conocimiento de los recovecos más extremos de Los
Ángeles, desde laureados académicos hasta millonarias alemanas, desde la casa
de Sylvester Stallone en Beverly Hills hasta los antros donde circulan drogas
duras en los meandros del lumpenproletariado.
Tomando en cuenta que la mayoría de ellos no domina el inglés y algunos sienten que su acento quiché los traiciona en cada palabra que pronuncian en español, este amplio espectro es impresionante. Creo que esa erudición urbana y variopinto abanico de relaciones es un logro del grupo. El Dolores Huerta Community Garden ha sido una plataforma para procesar la liminalidad cultural y la liminalidad del estatus migratorio cultivando una integración más que incipiente.
El apoyo que los jóvenes reciben de William Pérez, un catequista salvadoreño que llegó a Los Ángeles a inicios de los 80 huyendo de la represión militar, es múltiple. Su rol en el grupo es harto dúctil. Tanto puede ser un consejero con una experiencia invaluable o un gestor de relaciones públicas, como un camarada más al que pueden contar sus cuitas íntimas. William insufla a los encuentros un toque desenfadado y mucho sentido del humor.
Las pláticas informales abordan los problemas acuciantes para los muchachos: ser adolescentes, ser indígenas mayas que viven en un medio cultural tan distinto, recuperar sus raíces, la promiscuidad, el acoso de las pandillas, las muchachas de su aldea que en Los Ángeles ya no se comportan como muchachas de su aldea y los problemas del mundo del trabajo, como el estigma que cargan por su casi nulo dominio del inglés y no siempre fluido manejo del español, que pronuncian con un acento inconfundible, música para los oídos de los embaucadores y patrones inescrupulosos.
El hecho de que su programación no esté constreñida no significa que no la tengan. Sus actividades regulares están ahí para testimoniarlo: los encuentros de los viernes, cursos de capacitación, catequesis, huerto colectivo como ejercicio de terapia psicológica, talleres de autoestima y espiritualidad, como el titulado “Sanando el niño interior”, impartido por un psicólogo que los visitó desde San Francisco el Alto. El grupo es constante incluso en sus encuentros espontáneos y reuniones informales.
LOS
HUERTOS: SANTUARIOS PALIATIVOS Y DE RESISTENCIA
El huerto está
situado en el corazón de Pico Union, muy cerca del lugar de nacimiento de las
maras 13 y 18. Pico Union es una de las zonas más densamente pobladas de Los
Ángeles y de los Estados Unidos. El huerto no es una “onda” exclusiva de ellos.
Hay toda una tradición de huertos comunales en la ciudad, donde mexicanos,
salvadoreños y guatemaltecos han conseguido reproducir la flora medicinal y
alimenticia de sus países: chayote, pápalo, chipilín, epazote, bananos, papaya
y mangos, entre otros cultivos.
Son plataformas semi-espontáneas para congregarse con diferentes motivaciones, como ocurre con los no-movimientos. Como Pierrette Hondagneu-Sotelo y José Miguel Ruiz observaron, estos jardines sirven como santuarios paliativos para quienes viven existencias marcadas por la marginalidad y la ilegalidad. Proveen espacios donde la gente se alivia de las durezas y sufrimientos de la ilegalidad. Es obvio que también tienen una finalidad nostálgica y que también pueden tener un gancho religioso, económico o psicológico, como es el caso del Dolores Huerta Community Garden.
A esas dimensiones
hay que añadir otra. Adrian Bailey sostiene que la ilegalidad viene acompañada
de actos espaciales de visibilidad estratégica. Debido a que la ilegalidad está
relacionada con otras exclusiones -clase, etnia, género, nación-, estos
espacios son importantes como sitios reinventados para ejercer la resistencia,
apuntan Hondagneu-Sotelo y Ruiz.
LOS
HUERTOS: LUGARES POLÍTICOS DE ENCUENTRO
El urbanólogo Mike
Davis ya hablaba de esta reinvención hace 15 años, ofreciendo el ejemplo de
barrios de Los Ángeles que entre los años 80 y 90 habían sido revitalizados y
tropicalizados por mexicanos y salvadoreños mediante la remodelación de
viviendas.
Los huertos son otra forma de reinvención y apropiación de la ciudad. Son una manera de forzar la inclusión y por eso una resistencia que llamo desobediencia civil, ésa que consiste en actuar como si se fuera ciudadano, subrayada por los actos que buscan visibilidad estratégica. Debido a la dimensión espacial de la ilegalidad los huertos son plataformas para ejercer formas alternativas de pertenencia. En este sentido, son lugares políticos porque en ellos se pueden llevar a la práctica integraciones y visibilidad de la presencia que no están contemplados en los estatus que la burocracia del Estado impone.
Estos espacios
adquieren más implicaciones políticas y son más necesarios en un contexto en el
que la legislación migratoria restrictiva no sólo es aplicada en la frontera,
sino en el interior del país. Son espacios más contestatarios cuanta más
penetración geográfica tiene la voluntad expulsora y todos los artilugios del
banóptico.
Pierrette Hondagneu-Sotelo y José Miguel Ruiz mencionan que esos huertos son lugares de encuentros entre indocumentados y entre centroamericanos con distintos estatus migratorios. Yo enfatizo lo que más obviamente se desprende de la investigación de ambos: son espacios para encuentros con académicos, personas bien establecidas en la sociedad estadounidense, con solvencia y magníficas credenciales en el mundo laboral, del consumo, de la educación superior, del ejercicio de derechos y del estatus legal. Personas que pueden decir todo lo que piensan y saben decirlo. Ciudadanos con cientos de contactos con instituciones y otros ciudadanos, y que por eso hacen las veces de nudos de conexiones y correas de transmisión.
UNA
TARDE EN EL JARDÍN
Entre otras
actividades, acompañé a los muchachos -los “bichos”, como William les llama en
buen salvadoreño- a la presentación del libro “Paradise transplanted”, que tuvo
lugar en la casa de su autora, en medio de un acogedor jardín de cactus y
suculentas, muy apropiado para una ciudad donde gran parte del agua viaja
cientos de kilómetros en acueductos desde el río Colorado y las montañas de
Sierra Nevada, en ríos que todavía suenan con las piedras de viejas disputas
que han enfrentado al sur de California con el norte y con Arizona, reyertas
con episodios pico de corrupción como el “más sincrético que ficticio” -observa
Davis- escenificado en el film “Chinatown” de Roman Polanski, o los cierres
masivos de pozos a fines de los 80, contaminados en un 40%, cuya limpieza se
calculó que tomaría tres décadas y costaría entre 2 y 40 billones de dólares.
A ese jardín que parecía una versión bonsai de un oasis, en el día más caliente del año, arribamos hacia las 5 de la tarde. Creo que tanto los muchachos como yo nos sentíamos un poco como “pollos comprados”, out of place, dicen los gringos. Tal vez los muchachos menos que yo, porque habían estado ahí en más de una ocasión. Tal vez sólo estoy proyectando mi sentimiento de extrañeza. Poco a poco fueron llegando las colegas, ellas y ellos, de Pierrette, la mayoría docentes de la University of Southern California, quizás algún vecino. Había bebidas y algunas bocas de estilo mexicano distribuidas en dos mesas. Y un puesto para la venta del libro, a beneficio del Dolores Huerta Community Garden.
Hubo un pequeño y simpático acto. Pierrette fue presentada por su esposo y habló del libro con mucha modestia, sobre todo tratándose de una investigadora laureada con el premio C. Wright Mills, entre otros reconocimientos. Al concluir, cedió la palabra a los muchachos y a William, que comentaron sus esfuerzos por insertarse en Estados Unidos y el significado del huerto.
ENCUENTROS
QUE DESENCADENAN CAMBIOS
Nos repartimos en
las mesas del jardín y conversamos. Ese momento fue acondicionado para que los
académicos conocieran la vida de los indocumentados, jóvenes mayas en Los
Ángeles. Pero la plática distendida, errabunda por diversos tópicos, fue -como
todo el evento- una puesta en escena del “ya pero todavía no” que las
reflexiones escatológicas emplean para referirse al Reino de Dios: se construye
ahora, pero todavía no se alcanza en plenitud. Eso ocurre con la integración:
se construye en esos momentos, pero no alcanza validez legal.
Quizás el contraste con otros países muestre qué sentido tiene ese tipo de encuentros: ni en Alemania ni en Nicaragua la casa de un profesor universitario sería el lugar de encuentro y recaudación de fondos a beneficio de un grupo de indocumentados. ¿Qué significa esto? Que si los huertos son sitios para neutralizar una voluntad excluyente, su eficacia es aún más constatable en el contacto con académicos que reflexionan sobre esos espacios como lugares de resistencia y que luego llevan su compromiso a áreas extra curriculares: invitarlos a sus casas, presentarlos a sus amigos, recaudar fondos, etc.
En la medida en que desencadenan una serie de acciones que hacen labor de zapa en los cotos de la burocracia excluyente, estos huertos no sólo son “semillas de resistencia y transformación social”, sino también emplazamientos de lucha política. Ahí es donde el desacato de los migrantes y sus pretensiones de inclusión tienen un efecto, ahí desencadenan un efecto dominó de actos con múltiples ramificaciones. Esos encuentros logran que los académicos tengan un polo a tierra y sean más conscientes de las demandas del día a día.
Esos encuentros también consiguen que eventualmente las demandas prácticas sean satisfechas. Algunos de estos muchachos migraron por la violencia y de vez en cuando hacen sondeos sobre sus credenciales para calificar como candidatos al asilo. En la cena de despedida que organizaron en un fast food de Pico Union, donde se congregó la totalidad de los muchachos que había entrevistado y otros más, participó el abogado Robert Foss. Como un médico experto que con un par de síntomas identifica la enfermedad y conoce el remedio, cuando los demás estábamos enzarzados en una bulliciosa y caótica plática, alzó la voz y dijo: “William, aquí tenemos un caso de DACA”.
SE
FORMARON DE ABAJO HACIA ARRIBA
Gran parte del
activismo centroamericano, de sus organizaciones y de las que los asisten
hunden sus raíces en las luchas de los años 80. Tienen un saber y un capital
social acumulados en tiempos interesantes. Algunas nacieron ligadas a los
movimientos insurgentes de sus países de origen, pero han ido diversificándose
a medida que pasó el tiempo y el fin de la Guerra Fría dio paso a una nueva
etapa de la Pax Americana, donde la mayoría de los conflictos que antes eran
imputados al racismo, la inequidad, la explotación y la injusticia, son
presentados -señala el filósofo esloveno Slavoj Žižek- como problemas de
intolerancia.
Este giro del liberalismo para barrer los conflictos debajo de la alfombra, a la par del maquillaje y reforzamiento de la dominación, tiene como secuela positiva la variedad de actores que otrora nunca hubiéramos pensado encontrar trabajando codo a codo por la misma causa: señores de misa diaria, abogadas de Berkeley, ex-guerrilleros desencantados, activistas de toda la vida, hippies contumaces, muralistas, periodistas salvadoreños, educadores populares, sastres mayas, entre otras y otros.
Deliberadamente inserté en este mismo texto a la gigantesca Casa de Maryland junto al diminuto Dolores Huerta Community Garden: la primera una mezcla de movimiento con top-organization, la segunda en los linderos de un no-movimiento. Esta mixtura ha producido una diversidad de organismos y de sus perfiles: son distintos los tamaños, movimientos financieros, niveles de formalización, membresía y servicios.
Pero tienen un rasgo en común: estas organizaciones se formaron de abajo hacia arriba. El Dolores Huerta Community Garden incluso se formó de abajo hacia los lados, y la Casa de Maryland de abajo hacia muy arriba. Todas nacieron movidas por intereses comunes, profundizando un rasgo que Gramsci había detectado hace más de medio siglo: “El hombre-colectivo actual se forma esencialmente, por el contrario, de abajo hacia arriba, sobre la base de la posición ocupada por la colectividad en el mundo de la producción”.
A los miembros de las organizaciones de migrantes los une su posición en la producción, en el mundo del consumo, la identidad étnica y, sobre todo, la condición de indocumentados que tienen el coraje de actuar como si no fueran indocumentados. Por eso logran crear instituciones cercanas a los intereses de los excluidos, aterrizadas y atentas a las necesidades de las mujeres y hombres concretos. Si han de minar la hegemonía, lo harán desde muy abajo.
AVANZAN
ENTRE TENSIONES
Ese polo a tierra ha
supuesto algunas rupturas. Para CARECEN la lucha por los centroamericanos en
Estados Unidos significó la ruptura con ataduras ideológicas que lo anclaban en
una época y una región.
Su voluntad de “dedicarse a la comunidad” fue expresión de las tensiones de una doble pertenencia, reflejo del confinamiento en el panorama nacional y el nacionalismo metodológico que Ulrich Beck impugna, porque limita la perspectiva al concebir que la sociedad y la política modernas están organizadas en forma de Estado-nación. En este caso, significaba asumir que las luchas políticas orbitan primordial o incluso exclusivamente en torno al país de origen. Hubo una tensión entre la lealtad ideológica y partidaria y el imperativo de responder a las necesidades de gente concreta cuya indocumentación la hacía objeto de una exclusión política.
Su voluntad de “dedicarse a la comunidad” fue expresión de las tensiones de una doble pertenencia, reflejo del confinamiento en el panorama nacional y el nacionalismo metodológico que Ulrich Beck impugna, porque limita la perspectiva al concebir que la sociedad y la política modernas están organizadas en forma de Estado-nación. En este caso, significaba asumir que las luchas políticas orbitan primordial o incluso exclusivamente en torno al país de origen. Hubo una tensión entre la lealtad ideológica y partidaria y el imperativo de responder a las necesidades de gente concreta cuya indocumentación la hacía objeto de una exclusión política.
Esa tensión no la vivió el Dolores Huerta Community Grarden, de nuevo cuño y tan desideologizado como un no-movimiento. Casa de Maryland vive la tensión de forma permanente, aunque no entre un marco nacional y uno transnacional, sino por su doble carácter de organización con rasgos grassroots y grasstops.
Es posible que mientras más conserven esa condición próxima a un no movimiento, mayor sea su sensibilidad y flexibilidad. El Dolores Huerta Community Garden es mucho más autónomo y autogestionario que CARECEN y Casa de Maryland, que ahora dependen de múltiples fundaciones con interés de influenciar su agenda. Su pequeño tamaño le permite montar con celeridad y eficacia los “operativos” que sus miembros requieren para caminar hacia la inclusión.
EL
LENGUAJE RELIGIOSO DE ESTA JUVENTUD
Su lenguaje marcado
por una religiosidad tradicional puede ser engañoso. El marco simbólico de la
religiosidad tradicional puede ser la lengua franca de los dominados. Es un
lenguaje que sirve para producir comunión de jóvenes en liminalidad, pero no
necesariamente refleja la práctica. A menudo es el lenguaje de la conformidad
que recubre como un leve barniz una vida cotidiana salpicada por actos de
desobediencia: permanecer sin documentos, evadir las redadas protegidos por un
crucifijo, cruzar los check points de
la migra aferrados a una camándula...
El origen de abajo hacia arriba de Casa de Maryland y CARECEN, o de abajo con expansión e impacto horizontal del Dolores Huerta Community Garden, les permite su rol de bisagras entre la masa de indocumentados y las grandes organizaciones y actividades bien estructuradas, como los grandes movimientos de migrantes, las manifestaciones, las ONG, la academia y los medios de comunicación.
Su función de nexo consiste en reaccionar a las demandas de los no-movimientos y provocar reacciones en instituciones y personas en posiciones de poder y con posibilidades de hacer escuchar su voz y decir su mensaje.
INMERSOS
EN UNA DESIGUAL GUERRA DE IDEAS
El evento en casa de
Pierrette tuvo mucho de teatral: fue una escenificación del contrapoder
incluyente que reta al poder excluyente. De ahí deriva su misma eficacia para
producir un efecto y desencadenar reacciones. De ahí extrae la fuerza que
permite a los indocumentados proyectar su palabra hacia distintos ámbitos. Los
vínculos con la academia que tienen múltiples grupos (Border Angels, el
Dolores Huerta Community Garden, el grupo Líderes Campesinas (Envío, junio
2008), los vínculos y eficacia políticos de Casa de Maryland y el impacto
mediático de las asociaciones de Dreamers representan un contraataque,
que tiene un poco de movimiento y otro de no-movimiento, un poco de actividades
concertadas y un mucho de acciones espontáneas, a la muy calculada producción
ideológica del pensamiento conservador que Susan George denuncia y revela como
dotada de multimillonarios fondos.
En esta guerra de
ideas, estos grupos emprenden una batalla desigual, pues incluso Casa de
Maryland ni por asomo dispone de recursos financieros equiparables a los de las
grandes agencias conservadoras, como las fundaciones Templeton, Bradley,
Olin, Scaife y Smith-Richardson. Pero activan un efecto dominó de
prolongado alcance en el tiempo, el espacio y los sujetos. Fácilmente podemos
rastrear que los conceptos de “ilegalización de los migrantes”, “ciudadanías
globales” y “legalidad liminal” brotaron de las experiencias personales y
contactos directos de Nicholas De Genova, Peggy Levitt y Cecilia Menjívar con
grupos de indocumentados, algunos muy semejantes al Dolores Huerta Community
Garden. Con éstos y otros lazos los migrantes van ejerciendo la libertad
tal y como Marx la entendió: no como una ausencia de constricciones, sino como la
capacidad de luchar contra ellas.
Por medio de estos
grupos los migrantes consiguen profundizar su reto al Estado haciendo uso del
derecho político a organizarse, estableciendo alianzas entre migrantes de
distintos estatus migratorios y diversas generaciones, manteniéndose dentro de
la legalidad, pero promoviendo la inclusión de los que han sido ilegalizados.
Si están más explícitamente politizados, como Casa de Maryland, canalizan la fuerza de no-movimiento de los migrantes hacia los despachos de los políticos de alto coturno. Transforman la fuerza espontánea de los no-movimientos en acciones mediáticas y las vierten en el lenguaje que los políticos progresistas entienden, por medio de los métodos de resistencia pacífica que el teórico alemán Theodor Ebert llama “usurpación civil”, un conjunto de acciones constructivas, en las que figuran el movimiento Santuario y otras iniciativas que no le permiten a la mano excluyente del Estado obrar con eficacia y que envían señales.
CONSIGUEN
NEUTRALIZAR AL PODER
Ninguna de estas
asociaciones justifica las aprensiones que a Tocqueville, como aristócrata
temeroso de los clubes de los Jacobinos y de los Cordeliers, le inspiraba el
asociacionismo: ni constituyen una amenaza al Estado que pueda conducir hacia
la anarquía, ni sus miembros se adhieren a ellas con la sumisión acrítica de
quien abdica de su libre albedrío y acepta una tiranía más insoportable que la
del gobierno.
Pero sí confirman el hallazgo de Kosellek: son grupos “apolíticos” cuyos valores cuestionan al Estado y limitan su capacidad de ejercer el poder. Las suyas son acciones desobedientes -a veces lo explicitan, como Gustavo Torres- que contienen cambios legislativos hacia una ciudadanía en formación y/o frustran las acciones que rechazan a los indocumentados.
Obtienen lo que Norberto Bobbio reconoce como el principal objetivo de la rebeldía pacífica: neutralizar al oponente, poner en dificultad al adversario más que envilecerlo o destruirlo, impedirle o dificultarle la consecución de sus fines. No son acciones que enfrentan al poder con un contrapoder, sino que lo reducen a la impotencia.
No anda, pues, tan descaminado el informe al Congreso: estos grupos afectan negativamente las políticas excluyentes de la frontera y del interior del país.
MIEMBRO DEL CONSEJO EDITORIAL DE ENVÍO.
INSTITUTO
DE SOCIOLOGÍA – UNIVERSIDAD PHILIPPS DE MARBURG