Xavier Pikaza Ibarrondo
www.religiondigital.com/271016
El valioso documento de la Congregación para la
Doctrina de la Fe sobre la Sepultura de los Difuntos (Ad resurgendum cum
Christo, Para resucitar con Cristo) suscita algunas reservas
significativas, tanto por lo que omite, en este final del Año de la
Misericordia, como por lo que quiere exigir.
Es un documento antiguo, aprobado y firmado hace ya
meses (como verá el lector que siga hasta el fin de esta postal para leerlo),
pero publicado ahora, cuando se acerca la fiesta de difuntos (2 del XI 2016),
para caldear el ambiente con el tema.. Como resulta normal en estos casos, la prensa
oral y escrita de ayer (25.10.16) ha omitido sus valores, para insistir sólo en
sus cuatro prohibiciones principales, con aire de reserva y veces de crítica
fuerte:
(a) Se prohíbe esparcir las cenizas de los muertos
por campos y valles, ríos y mares, pues ello implica un menor respeto
por los difuntos, y lleva el riesgo de volver a una religión naturalista, que
vincula a los muertos con la naturaleza sagrada, sin fe en la resurrección.
(b) Se prohíbe conservar las cenizas en casas o
espacios privados (fuera de cementerios sagrados o iglesias) porque
ese gesto “encierra” a los muertos con el ámbito familiar, sin más, como se ha
hecho en muchos pueblos, en vez de insistir en su apertura hacia un misterio de
vida y resurrección que va unido a las iglesias o cementerios cristianos
(c) Se prohíbe dividir las cenizas en pequeñas
unidades (una quizá para cada familiar), y así repartirlas, como si se
dividiera al difunto y no se admitiera su unidad personal ante Dios.
(d) Se une a las tres anteriores una opinión a mi
juicio poco ajustada con la Biblia sobre la separación del alma y del
cuerpo… y una arriesgadísima decisión, diciendo a los párrocos y ministros que no ofrezca la oración de la Iglesia (los
funerales) por aquellos difunto (o en el ámbito de aquellas familias) que no
acepten en este campo la doctrina de este Documento y quieran que sus cenizas se
esparzan por montes y mares, pensando que ello va en contra de la costumbre y
compromiso de los cristianos que han orado siempre por todos los difuntos.
Dos son, a mi juicio, las reservas principales que suscita este valioso documento, que nos ayuda a
entender el sentido de la vida humana, la esperanza de la resurrección y el
gran don y compromiso creyentes de la comunión de los santos que,
según la doctrina de la Iglesia, vincula a los vivos y a los muertos. Una reserva es circunstancial, de tiempo; otra a de
fondo.
1. RESERVA MÁS CIRCUNSTANCIAL: ÉSTE ERA BUEN
MOMENTO DE TRATAR DE LOS VIVOS, NO DE LOS DIFUNTOS (AL MENOS DE ESTA FORMA).
Ahora, al final del Año de la Misericordia, que el papa Francisco había promulgado a favor de
los vivos más necesitados, de toda raza y religión, la Congregación de la Fe promulga este documento
por los muertos cristianos. Es
como si el Papa fuera por un lado (quiere ayudar los vivos, en la línea de Mt
25, 31-46 y sus obras de misericordia), pero ellos, los de la Congregación, van a
lo suyo y se ocupan de los muertos de su rebaño creyentes.
No creo que lo hayan hecho a propósito, pero sí que
parece sospechosa, esta idea ir en una línea opuesta a la del Papa y
de gran parte de la cristiandad actual (así me lo ha
repetido un amigo bien enterado)...
-- El Papa está empeñado en ofrecer el amor activo de Jesús por los hombres
y mujeres más necesitados (hambrientos,
sedientos, extranjeros, encarcelados…),
--pero la Congregación va a lo suyo, la oración por
los muertos cristianos, su signo sagrado, como si eso importara más que la justicia en la tierra, como ha dicho el Papa
Francisco, con palabras dramáticas, en Lodato Sí.
(Así dice mi amigo, no sé si tiene razón, pero lo parece)
Está muy bien el orar por los difuntos y expresar con (en) ellos el misterio de la vida
que vence a la muerte, con la esperanza de Cristo, a favor de todos los
hombres, no sólo de los cristianos,
-- pero la primera intención y obra de Cristo Jesús ha sido acompañar,
ayudar y elevar a los vivos, como
sabe cualquiera que haya empezado a leer los evangelios (no hace falta que los
haya terminado, como deben haber hechos los autores de este Documento).
A este respecto quiero recordar una sabrosa
anécdota medieval
que ahora se repite, una anécdota a la que le dedico unas páginas en mi
libro Las Obras de Misericordia, escrito con J. A. Pagola (Verbo Divino,
Estella 2016).
1. Hacia finales de la Edad Media, en catecismos y
obras de moral se quiso añadir una séptima obra de misericordia a las seis de Mt 25 (dar de comer y beber, vestir,
cuidar a los enfermos y encarcelados,
acoger a los extranjeros…), para completar así el número armónico de siete
(sacramentos, pecados, virtudes, cielos…). Había dos opciones más extendidas
entre catecismos, libros de moral y predicadores:
(a) Una ayudar y promocionar a las mujeres necesitadas y en peligro de
explotación personal y social, es decir, la liberación de la mujer.
(b) Otra era la de enterrar bien a los muertos, y orar muchos por ellos,
con funerales, misas y cementerios.
Triunfó esta última: Orar por los difuntos, con buen enterramiento y misas… Fue buena la
promoción de esa obra, de manera que una parte considerable de la Iglesia (y del
clero postridentino) se especializó en orar por los difuntos, más que ayudar a
los vivos.
Hubiera sido mejor la otra, ayudar a las mujeres en
riesgo de destrucción personal y social, como ha dicho
implícitamente el Papa Francisco.
Lo mismo pasa ahora. El Papa quería poner de relieve las obras de Mt 25, a favor de los vivos. Estos de
la Congregación han optado por los muertos, que son muy importantes, pero con riesgo de olvidar a los vivos en
necesidad.
Quizá no lo han hecho queriendo, pero peor van a lo suyo, en este final
del Año de la Misericordia, en el que todos esperábamos que la Congregación
dijera algo profundo, comprometido, en la línea de las Obras de Misericordia de
la Biblia y del Papa Francisco.
No quiero pensar mal, pero corre la voz de de que
está detrás la mano de Card. Müller en contra de Bergoglio Papa, un Cardenal
que no está de acuerdo (dice mucha prensa) de la “deriva” del Papa… No creo que
sea así, pero así parece serlo.
2. RESERVA INTERNA… LAS DEFICIENCIAS DEL DOCUMENTO
No es malo, como he dicho; al contrario, es muy bueno y recuerda cosas importantes para cristianos y no cristianos, pero debería
haberse perfilado más, en forma positiva, de gozo y alabanza por la vida, en un
momento en que parece que muchos banalizamos a los muertos.
Pero quizá no era el momento de decirlo, con un documento así, que es en
principio positivo pero que, para la prensa (¡y no es la prensa impía, sino
también la católica!) se resume en las cuatro prohibiciones que he señalado
arriba (echar las cenizas por montes, tenerlas en casas particulares,
repartirlas en trozos menores… y rezar por los que así lo han dispuesto).
Quiero recordar sólo de paso que una de las cristianas mejores que conozco (¡alma de
Dios, madera de santa!) perdió a hija mayor en accidente, y cumpliendo su voluntad, tras misas y funerales, recogió las cenizas de crematorio y las esparció
por los lugares favoritos de la niña…). Algún cura le ha dicho que así su alma vaga
errante, que no puede salvarse… Ahora si lee este documento llorará de pena
otra vez, por su hija y por los “curas” vaticanos que no conocen lo que es el
sufrimiento por la muerte de una hija.
Vuelvo al tema. Es un Documento bueno, como todos los de la
Congregación, bien organizado y construido, pero no parecía necesario, por la consecuencia
práctica que saca:
‒ Ciertamente, admite la cremación de los cadáveres, cosa que la Iglesia había admitido hace ya tiempo,
aunque con la oposición de algunos eclesiásticos, pero insiste en las cuatro
prohibiciones que he señalado. Ciertamente, comparto la preocupación del
Documento por el respeto a los muertos, a sus cuerpos y cenizas. Pero pienso
que en este momento el tema no es el que plantea ahora la Congregación. Un
amigo me ha dicho después de leerlo:
‒ O la Congregación para la Doctrina de la fe no tiene mejor tema en
el que pensar, y debe hacer algo para justificar su existencia, o no sabe ya
nada de lo que pasa en el mundo.
‒ La inmensa mayoría de los párrocos no van a preguntar a los familiares sin van
a enterrar al difunto o incinerarle, ni sin van conservar su cenizas en un columbario
del cementerio parroquial o esparcirlas en la naturaleza (mar, río o montaña).
Ciertamente, un tipo de Iglesia sigue prefiriendo el entierro de los cadáveres,
por tradición, por cercanía afectiva al cementerio y por pervivencia de una
profunda religiosidad cósmica, de la que procedemos la mayoría de nosotros.
Como hombre de antigua Iglesia, también yo prefiero afectivamente el camposanto, un cementerio de pueblo o aldea, cerca
de la Iglesia, como en éste en el que vivo, donde vienen a rezar las mujeres
del lugar a sus muertos. Pero cinco razones me llevan a poner en duda el valor y actualidad de lo
que dice la Instrucción Ad resurgendum cum Christo, sobre
funerales y entierros (que viene reproducida a continuación):
1. Por recuerdo de infancia. Mi abuela, como las mujeres de la aldea, se
acercaba cada domingo tras la misa al Camposanto a rezar por sus difuntos… y mi
padre nos dijo que eso era muy santo. Pero añadió que también era santo el
cuerpo de los muertos que no habían tenido sepultura de Iglesia, como el de
aquel marino al que acababan de “sepultar” por la borda en el mar, dos semanas
antes, bajo el toque de sirenas, con la oración de capitán y de toda la tripulación y
los pasajeros, sabiendo que sería inmediatamente devorado por los peces, en las
aguas llenas de tiburones del Caribe. Como lobo de mar, cristiano viejo, sabía
que las aguas del mar son uno de los mejores cementerios para los difuntos,
esperando la resurrección. Si las cosas fueran de otra forma (nos dijo) y sólo
se salvaran los del buen cementerio de Iglesia Dios sería injusto.
2. Por novedad cristiana. Los seguidores de Jesús
veneramos a un hombre cuya memoria no se encuentra vinculada con un cementerio. Cuando el ángel de la pascua dice a las mujeres
que van a rezarle (como hacía mi abuela) “no está aquí” estaba iniciando una
nueva forma de entender la vida de los muertos, más allá de la simple
sepultura, entiendan como entiendan luego los teólogos lo que ese pasaje de la Biblia implica
sobre el cuerpo del Crucificado. A la Biblia de Jesús le importa la preocupación por los vivos, más que el buen rito
de los muertos, como acabo de poner de relieve el el Comentario de Marcos, cuyo
comentario he finalizado estos días, con un largo análisis sobre tumba y
resurrección, algo que, al parecer no les importa a los clérigos de este
Documento, que pueden saber mucha teología de un tipo, pero poca Escritura y
Evangelio.
3. Por respeto religioso. Los
hombres y mujeres han venerado desde antiguo de diversas maneras los muertos,
de manera que los han enterrado, incinerado o recordado de otras formas (como
indicará el adjunto de esta postal). Todavía hoy me emocionan los
enterramientos funerarios de los viejos pueblos, en colinas y montañas,
dólmenes, trilitos… Ellos me siguen recordando la presencia y victoria de la
vida en la misma naturaleza. Pero sé que han existido también otras formas de
expresar el respeto a los muertos, y entre ella sobresale la “siembra” de las
cenizas enterradas o incineradas en los más diversos lugares de tierra, en el
mundo entero convertido en gran cementerio de miles de generaciones de
vivientes. .
4. Por inutilidad. Diga lo que diga la Congregación
de la Doctrina de la fe, la inmensa mayoría de los párrocos van a seguir
haciendo lo que pueden,
lo que mejor saben, sin entrar demasiado en la cuestión de si los que piden un
funeral por su muerto van a enterrarlo o incinerarlo, van a conservar su
cenizas en un columbario de cementerio o esparcirlas con respeto y amor en los ríos o montes, los mares y los
campos. Nadie cree ya que los agentes de pastoral van a seguir sin más, en ese
campo, las directrices de la Congregación para la Doctrina de la fe,
simplemente porque tienen otras cuestiones más importantes a las que atender, especialmente las obras de
misericordia por los vivos, las seis de San Mateo. Y además ¿qué pasa con los
cuerpos empleados en las facultades de medicina, con mayor o menor respeto,
para fines de estudio, se va a prohibir también su uso?
5. Finalmente, en este momento de cambio de
mentalidad, en este umbral de un tiempo nuevo, los pastores cristianos (obispos
y presbíteros, teólogos y catequistas…) debemos preocuparnos de ofrecer una
doctrina y experiencia esperanzada sobre la vida de los difuntos, la comunión de los santos (más que ocuparnos de
pequeños ritos como los de este Documento). Sigue siendo admirable el fervor de
los cristianos que crearon inmensos cementerios bajo tierra (catacumbas…) para
enterrar a sus difuntos. De su fe vivimos, desde ella debemos avanzar. Pero hoy
ya no se puede imponer una costumbre y experiencia antigua en las inmensas
megápolis, por falta de terreno, por cambio de mentalidad… y quizá por fe
cristiana, pues nuestro Dios es Dios de vivos, no de muertos, como dijo Jesús.