www.diagonalperiodico.net/N°278/2609-051016
Consumes
aceite de palma cada día, pero es probable que nunca lo hayas visto
físicamente. Ni sepas que detrás de este producto hay una historia de
deforestación, desplazamiento de poblaciones, explotación laboral, inversiones
de fondos públicos y grandes beneficios para unos pocos. El proyecto
de investigación del colectivo de periodistas “Carro de
Combate” destapa todo lo que hay detrás de
este líquido rojo.
“Nos
parecía muy interesante hablar del aceite de palma porque es un producto del
que la población general apenas tiene información. Parece que no lo
consumimos”, explica Aurora Moreno, una de las autoras de la investigación. Ha
sido a raíz de un cambio en la regulación europea de etiquetado cuando este
producto se ha hecho más visible. “Hasta hace poquito se podía poner en la
lista de ingredientes simplemente aceite vegetal. Ahora tienen que poner qué
tipo de aceite utilizan. Por eso pensamos que era un momento muy
oportuno, porque muchos consumidores se iban a dar cuenta de que el aceite
de palma está en todas partes”, explican desde Carro de Combate.
Lo
primero que sorprende es descubrir que la mitad de los productos procesados que consumimos
contiene aceite de palma. Lo encontramos en las galletas, chocolates,
bollería, dulces, margarina y sopas envasadas, por ejemplo. Pero también está
presente en productos de higiene como champú, gel o pasta de dientes, y a
partir de él se puede producir biodiésel. Esto nos puede dar una idea de la
importancia que esa materia prima ha alcanzado en la economía mundial. “Está
muy alejado de nosotros, porque no se produce en las zonas donde vivimos y, sin
embargo, lo consumimos masivamente”, destacan las investigadoras.
Pero
¿por qué aceite de palma y no otro? Hace 30 años apenas se producía un millón y
medio de toneladas, y hoy en día es el aceite más consumido del mundo, con un tercio de la producción
mundial. El cultivo de palma no sólo es sencillo, sino que tiene unos
rendimientos por hectárea mucho mayores que otras plantas productoras de
aceite, explican. Además, en los países en desarrollo era más fácil y barato
continuar ampliando sus cultivos en bosques vírgenes que mejorar la
productividad de los que ya había. Por eso la expansión de la palma aceitera se
ha dado a costa de bosques de alto valor ecológico, pues ambos
necesitan las mismas condiciones climáticas para existir. “La devastación ha sido inmensa
en países como Indonesia y Malasia, que controlan, a día de hoy, el 86% de la
producción mundial”, apuntan.
La
investigación de Carro de Combate ha llevado a Nazaret Castro, Laura Villadiego
y Aurora Moreno a rastrear las plantaciones de palma no sólo en Asia, sino
también en América Latina y África, para descubrir los impactos de
este monocultivo. Ahora presentan sus
primeras conclusiones.
Incendios
y esclavos
En el sudeste asiático, el cultivo de
palma se relaciona con la deforestación, los incendios masivos, las
inundaciones y los problemas de abastecimiento de agua. “Indonesia sobrepasó
en 2012 a Brasil en la rapidez con la que
pierde sus bosques y tiene ahora la tasa de deforestación más elevada del
mundo”, indican. 1,7 millones de hectáreas fueron arrasadas en 2015
por unos fuegos que se repiten cada año. “Quemar el suelo es la forma más
rápida de limpiarlo. Por eso la utilizan”, explica Laura Villadiego. Y por este
motivo Indonesia es, además, el tercer emisor mundial de gases de efecto
invernadero, por detrás de Estados Unidos y Brasil.
En
cuanto a Malasia, el gran drama tiene el rostro de trabajadores migrantes: “La
mayor parte son de Indonesia. Trabajan en situaciones muy cercanas a la
esclavitud. Generalmente, estas grandes plantaciones tienen en medio un
pueblecito en el que viven. Y en muchos casos no pueden salir de ahí, están
literalmente retenidos, y para asegurarse que así sea les confiscan los
pasaportes”, explica Villadiego. En el caso de Malasia, estos trabajadores
migrantes no tienen derecho a casarse o registrarse legalmente. Generalmente
tras 10, 15, 20 años acaban teniendo relaciones con mujeres locales. “Ha nacido
una generación completa de niños apátridas que no pueden ser reconocidos
legalmente, porque la legislación no lo permite. Algunas estimaciones hablan de
incluso 50.000 niños sin nacionalidad por esta cuestión”, denuncia.
En América
Latina, Colombia es el mayor productor, por delante de Ecuador. En estos
países, las plantaciones de palma han sido potenciadas desde el Estado,
siendo el único cultivo subvencionado. Al no tratarse de una
producción tan competitiva en los mercados internacionales como la asiática, lo
que intentó la industria palmera fue crear mercados nacionales de agrocombustibles,
con un importante apoyo gubernamental. “Se ha publicitado la palma como
alternativa a los cultivos ilícitos –coca y marihuana– cuando en realidad no es
así. Donde se está plantando palma antes se plantaban cultivos para la
alimentación local, como yuca, maíz y árboles frutales”, explica Castro.
Además,
este cultivo ha entrado de la mano, en muchos casos, de grupos
paramilitares. “En
Colombia, el auge de la palma de aceite ha llegado de la mano de la brutal
violencia de los paramilitares, que, con total impunidad, sembraron el
terror en varias regiones del país a finales de los años 90 y obligaron a
desplazarse a pueblos enteros en territorios como el Chocó o Montes de María”,
relata Castro. “Donde antes había tierras fértiles para el cultivo de alimentos
que convivían en armonía con la vegetación local, ahora hay sólo palma. En esos
territorios la palma es, más que un lucrativo negocio –que también–, un modelo
para el control del territorio”, explican en su informe.
Pérdida
de autonomía
En
Ecuador, por su parte, la palma se está promoviendo como alternativa de
desarrollo para la selva amazónica.
Pero, como denuncia Castro, “cuando
la palma entra, no sólo destruye la biodiversidad de ese territorio, también la
capacidad de esas comunidades para poder desarrollar sus formas de vida”.
La palma necesita muchos nutrientes y tras ella el suelo queda destruido, “difícilmente
se puede plantar después ninguna otra cosa”, destaca la investigadora. Con ella
coincide Nathalia Bonilla, activista de la organización Acción Ecológica en
Ecuador: “Pasados los 25 o 30 años que permanece productiva la planta, los
campesinos han perdido la riqueza de su suelo y han visto cómo se contaminaban
sus fuentes hídricas al tiempo que han perdido autonomía, porque lo que antes
podían vender por sí mismos a los consumidores, ahora sólo tiene un comprador
posible: la empresa palmera a la que pertenece la planta procesadora”.
En
zonas con un grave problema de desempleo es sencillo convencer a la población:
“Esas inversiones llegan con el discurso de fomentar el desarrollo local y
crear puestos de trabajo, así que la gente lo empieza a ver como una forma de desarrollarse.
Tienen quejas, pero se las callan; no hay un discurso de
resistencia”, reconoce Castro. Pero algo no encaja, como explica el
profesor de la Universidad Andina Carlos Larrea: “El banano emplea diez veces más trabajadores por hectárea
que la palma aceitera. Si lo que se espera es que la palma sea la
solución al agudo problema del desempleo en [la región ecuatoriana de]
Esmeraldas, la apuesta parece equivocada”.
En el caso de África,
aunque se trata del territorio originario de la palma, las grandes plantaciones
industriales comenzaron en los últimos diez años. La producción se concentra en
la zona occidental, en países como Camerún. La industria ha descubierto un
territorio con gran potencial de crecimiento, dado que allí encuentran mano de
obra barata, población que conoce cómo trabajarla y gobiernos muy dispuestos.
En
contrapartida, “está habiendo una respuesta bastante organizada, en
Camerún al menos, de defensores del medio ambiente y de pueblos autóctonos y
protegidos, como los pigmeos”. Contra una de las principales empresas francesas
del sector, por ejemplo, sus trabajadores se han organizado en seis países y
han mantenido reuniones en París con los dirigentes, explica Aurora Moreno.
Entre
realidades tan lejanas y nuestra realidad diaria existe una conexión, y es
nuestra cocina. Los
mayores compradores de aceite de palma del mundo son viejos conocidos en
nuestra cesta de la compra: las
multinacionales Nestlé y Unilever. “Lo que no nos hace bien no es el
aceite de palma en sí, sino esa falta de diversidad y esa manipulación de los
alimentos. Nos alimentamos con unos pocos ingredientes, porque son los más
rentables y más manejables para la industria”, insisten desde Carro de Combate.
¿Cómo huir de ellos? La clave, para estas investigadoras, está en cocinar
más y comprar menos alimentos procesados. “No digo que comprando alimentos
frescos estén ausentes de problemas, pero seguramente van a tener menos”, afirman.
En definitiva, cocinar no deja de ser un acto político más.
Cooperación
cómplice del negocio
El
crecimiento meteórico de la industria palmera ha sido impulsado por las
agencias de cooperación al desarrollo de diversos países europeos, el Banco Mundial
y muchos fondos de inversión, como el Fondo Africano para la Agricultura. Estas
instituciones han respaldado supuestos proyectos de desarrollo relacionados con
la palma. Así ha sucedido en la isla de Sumatra (Indonesia) o en la R. D. del
Congo, donde una empresa financiada por organismos de cooperación europeos,
entre ellos la AECID española, ha sido acusada de acaparamiento de tierras y
explotación de sus trabajadores.