Frei Betto
www.amerindiaenlared.org/sep2016
El papa Juan Pablo II
estableció, el 27 de noviembre de 1986, el Día Mundial de Oración por la Paz.
En aquella fecha reunió en Asís, tierra de san Francisco, a 160 representantes
de 32 confesiones cristianas y 11 denominaciones no cristianas: hinduismo,
sikismo, budismo, judaísmo, islamismo, shintoismo, zoroastrismo, bahaismo y
tradiciones de origen africano.
El papa Francisco repitió la
iniciativa el pasado 20 de setiembre, aunque manteniendo la convocatoria para
el 27 de octubre.
Este año hay motivos especiales
para orar por la paz. Por
primera vez en la historia una nación votó democráticamente por la continuación
de una guerra que ya dura 50 años: el conflicto en Colombia entre las
tropas del gobierno y la guerrilla de las FARC. Se espera que el premio Nobel
de la Paz, concedido este mes al presidente colombiano Juan Manuel Santos,
fortalezca el acuerdo de paz entre las fuerzas beligerantes.
Según la ONU las guerras del
siglo 20 segaron la vida de 109,700 millones de personas. La primera Guerra
Mundial (1914-1918) dejó el rastro de 15 millones de muertos. En la Segunda
(1939-1945) perdieron la vida 50 millones, de los cuales el 62% eran civiles.
Durante el siglo 21, la guerra
de Irak eliminó en siete años cerca de cien mil personas, de las cuales
cuatro mil fueron militares norteamericanos. La de Siria, iniciada en el 2011,
ya lleva sacrificadas 300 mil vidas, un tercio de las cuales eran civiles,
además de obligar a once millones de personas a abandonar sus casas.
No seamos ingenuos. La guerra
no es sólo “la continuidad de la política por otros medios”, como declaró
Clausewitz. Hoy día es, sobre todo, un medio sórdido de obtener un lucro
fácil a través de la industria
bélica, que factura US$ 400 mil millones al año, y del contrabando de
armas. Sólo las naciones
ricas del hemisferio Norte, que tanto hablan de paz, son quienes fabrican
artefactos de guerra y promueven intervenciones militares en naciones
periféricas. Practican el precepto de “armaos los unos a los otros”.
Orar por la paz es comprometerse a luchar por la justicia. Fue
el profeta Isaías el primero que advirtió que la paz no se gana con un
equilibrio de armas, como piensan los gobernantes actuales envueltos en el
conflicto de Siria, sino con la promoción de la justicia.
Ningún animal mata a su semejante, excepto para alimentarse. Sólo
nosotros los seres humanos, criaturas de Dios, cargamos con esa perversidad de
matar por venganza, ira, prejuicio o ambición de poder.
Orar por la paz es practicar
el “amaos unos a otros”, o sea la tolerancia, y extirpar del corazón esas
energías negativas que nos inducen a desencadenar pequeñas guerras cotidianas
que usan como arma el lenguaje ofensivo y las posturas exclusivas.
En el corazón de cada uno
de nosotros se engendran guerras que equivocadamente tienen como objetivo
a aquellos que no están de acuerdo con nuestras ideas, opiniones e iniciativas.
Cuando debiéramos mirar el verdadero objetivo: las desigualdades sociales que
son el origen de tantos conflictos, y la pretensión de imponer a los demás, a
sangre y fuego, nuestro modo personal de pensar y actuar.
Orar por la paz es erradicar la intolerancia y combatir las causas de
las injusticias. Ellas son las fuentes de todas las desavenencias.