¿Cómo es el Nuevo Sistema
Mundo? ¿Cuáles son sus principales características? ¿Qué dinámicas están
determinando el funcionamiento real de nuestro planeta? ¿Qué características
dominarán en los próximos 15 años, de aquí a 2030?
Para tratar de describir
este Nuevo Sistema Mundo y prever su futuro inmediato, vamos a utilizar la
brújula de la geopolítica, una disciplina que nos permite comprender el juego
general de las potencias y evaluar los principales riesgos y peligros. Para
anticipar, como en un tablero de ajedrez, los movimientos de cada potencial
adversario.
¿Qué nos dice esa brújula?
EL DECLIVE DE OCCIDENTE
La principal constatación es: el declive de occidente. Por vez primera desde el
siglo XV, los países occidentales están perdiendo poderío frente a la subida de
las nuevas potencias emergentes. Empieza la fase final de un ciclo de cinco
siglos de dominación occidental del mundo. El liderazgo internacional de
Estados Unidos se ve amenazado hoy por el surgimiento de nuevos polos de
poderío (China, Rusia, India) a escala internacional. El "desclasamiento
estratégico" de Estados Unidos ha empezado. El "siglo americano"
parece llegar a su final, a la vez que va desvaneciéndose el "sueño
europeo"...
Aunque Estados Unidos sigue
siendo una de las principales potencias planetarias, está perdiendo su
hegemonía económica en favor de China. Y ya no ejercerá su ‘hegemonía militar
solitaria’ como lo hizo desde el fin de la guerra fría (1989). Vamos hacia un
mundo multipolar en el que los nuevos actores (China, Rusia, India) tienen
vocación a constituir sólidos polos regionales y a disputarle la supremacía
internacional a Washington y a sus aliados históricos (Reino Unido, Francia,
Alemania, Japón).
En tercera línea aparecen
ahora una serie de potencias intermediarias, con demografías en alza y fuertes
tasas de crecimiento económico, llamadas a convertirse también en polos
hegemónicos regionales y con tendencia a transformarse, de aquí a 15 años, en
un grupo de influencia planetaria (Indonesia, Brasil, Vietnam, Turquía,
Nigeria, Etiopía).
Para tener una idea de la
importancia y de la rapidez del desclasamiento occidental que se avecina, baste
con señalar estas dos cifras: la parte de los países occidentales en la
economía mundial va a pasar del 56% hoy, a un 25% en 2030... O sea que, en
menos de quince años, occidente perderá más de la mitad de su preponderancia
económica... Una de las principales consecuencias de esto es que EE UU y sus
aliados ya no tendrán los medios financieros para asumir el rol de gendarmes
del mundo... De tal modo que este cambio estructural podría lograr debilitar
durablemente a occidente.
IMPARABLE EMERGENCIA DE
CHINA
El mundo pues se
"desoccidentaliza" y es cada vez más multipolar. Destaca, una vez
más, el rol de China que emerge, en principio, como la gran potencia en ciernes
del siglo XXI. Aunque China se halla lejos aún de representar un auténtico
rival para Washington. Por una parte, la estabilidad del Imperio del Medio no
está garantizada porque coexisten en su seno el capitalismo más salvaje y el
comunismo más autoritario. La tensión entre esas dos dinámicas causará, tarde o
temprano, una quebradura que podría debilitar su potencia.
De todos modos, en 2016,
los Estados Unidos sigue ejerciendo una indiscutible dominación hegemónica
sobre el planeta. Tanto en el dominio militar (fundamental) como en varios
otros sectores cada vez más determinantes: en particular, el tecnológico
(Internet) y el soft power (cultura de masas). Lo cual no
significa que China no haya realizado prodigiosos avances en los últimos
treinta años. Nunca en la
historia, ningún país creció tanto en tan poco tiempo.
Por el momento, mientras
declina el poderío de Estados Unidos, el ascenso de China es imparable. Ya es
la segunda potencia económica del mundo (delante de Japón y Alemania).
Para Washington, Asia es
ahora la zona prioritaria desde que el presidente Obama decidió la
reorientación estratégica de su política exterior. Estados Unidos trata de
frenar allí la expansión de China cercándola con bases militares y apoyándose
en sus socios locales tradicionales: Japón, Corea del Sur, Taiwán, Filipinas.
Es significativo que el primer viaje de Barack Obama, después de su reelección
en 2012, haya sido a Birmania, Cambodia y Tailandia, tres Estados de la
Asociación de naciones de Asia del Sureste (ASEAN), una organización que reúne
a los aliados de Washington en la región, la mayoría de cuyos miembros tienen
problemas de límites marítimos con Pekín.
Los mares de China se han convertido en las zonas de mayor potencial de
conflicto armado del área Asia-Pacífico. Las tensiones de Pekín
con Tokyo, a propósito de la soberanía de las islas Senkaku (Diaoyú para los
chinos). Y también la disputa con Vietnam y Filipinas sobre la propiedad de las
islas Spratly está subiendo peligrosamente de tono. China está modernizando a
toda marcha su armada. En 2012, lanzó su primer portaaviones, el Liaoning, y
está construyendo un segundo, con la intención de intimidar a Washington. Pekín
soporta cada vez menos la presencia militar de Estados Unidos en Asia. Entre estos
dos gigantes, se está instalando una peligrosa «desconfianza estratégica» que,
sin lugar a dudas, podría marcar la política internacional en esta región de
aquí a 2030.
EL TERRORISMO YIHADISTA
Otra de las amenazas
globales que nos indica nuestra brújula es el terrorismo yihadista practicado
ayer por Al Qaeda y hoy por la Organización Estado Islámico o Daesh (ISIS, en
inglés). Las principales
causas de ese terrorismo yihadista actual hay que buscarlas en los desastrosos
errores y los crímenes cometidos por las potencias que invadieron Irak en 2003.
Además de los disparates de las intervenciones en Libia (2011) y en Siria
(2014).
En oriente próximo se sigue situando el actual foco perturbador del
mundo. En particular en torno a
la inextricable guerra civil en Siria. Lo que está claro es que, en ese país,
las grandes potencias occidentales (Estados Unidos, Reino Unido, Francia),
aliadas a los Estados que más difunden por el mundo una concepción arcaica y
retrógrada del islam (Arabia Saudíta, Qatar y Turquía), decidieron apoyar (con
dinero, armas e instructores) a la insurgencia islamista sunní.
Estados Unidos constituyó en esa región un amplio «eje sunní» con el
objetivo de derrocar a Bachar El Asad y despojar así a Teherán de un gran
aliado regional. Pero el gobierno de Bachar El Asad, con el apoyo de Rusia e Irán, ha
resistido y sigue consolidándose. El resultado de tantos errores es el
terrorismo yihadista actual que multiplica los atentados odiosos contra civiles
inocentes en Europa y Estados Unidos.
Algunas capitales
occidentales siguen pensando que la potencia militar masiva es suficiente para
venir a cabo del terrorismo. Pero, en la historia militar, abundan los ejemplos
de grandes potencias incapaces de derrotar a adversarios más débiles. Basta recordar
los fracasos norteamericanos en Vietnam en 1975, o en Somalia en 1994. En un
combate asimétrico, aquél que puede más, no necesariamente gana. El historiador
Eric Hobsbawn nos recuerda que «En Irlanda del Norte, durante cerca de treinta
años, el poder británico se mostró incapaz de derrotar a un ejército tan
minúsculo como el del IRA; ciertamente el IRA no tuvo la ventaja, pero tampoco
fue vencido.»
Los conflictos de nuevo
tipo, cuando el fuerte enfrenta al débil o al loco, son más fáciles de comenzar
que de terminar. Y el empleo masivo de medios militares pesados no permite
necesariamente alcanzar los objetivos buscados.
La lucha contra el
terrorismo también está autorizando, en materia de gobernación y de política
interior, todas las medidas autoritarias y todos los excesos, incluso una
versión moderna del «autoritarismo democrático» que toma como blanco, más allá
de las organizaciones terroristas en sí mismas, a todos los insumisos y
protestatarios que se oponen a las políticas globalizadoras y neoliberales.
HAY CRISIS PARA LARGO...
Otra constatación
importante: los países
ricos siguen padeciendo las consecuencias del terremoto económico-financiero
que fue la crisis del 2008. Por primera vez, la Unión Europea, (y el
«Brexit» lo confirma), ve amenazada su cohesión y hasta su existencia. En
Europa, la crisis económica durará al menos un decenio más, es decir hasta por
lo menos 2025...
Decimos que hay crisis, en
cualquier sector, cuando algún mecanismo deja de pronto de actuar, empieza a
ceder y acaba por romperse. Esa ruptura impide que el conjunto de la maquinaria
siga funcionando. Es lo que está ocurriendo en la economía mundial desde que
estalló la crisis de las sub-primes en 2007-2008.
Las repercusiones sociales de ese cataclismo
económico han sido de una brutalidad inédita: 23 millones de desempleados en la Unión Europea y más de
80 millones de pobres… Los jóvenes en particular son las víctimas
principales; generaciones sin futuro. Pero las clases medias también están
asustadas porque el modelo neoliberal de crecimiento las abandona al borde del
camino.
La velocidad de la economía
financiera es hoy la del relámpago, mientras que la velocidad de la política,
por comparación, es la del caracol. Resulta cada vez más difícil conciliar
tiempo económico y tiempo político. Y también crisis globales y gobiernos
nacionales. Todo esto provoca, en los ciudadanos, frustración y angustia.
La crisis global produce
perdedores y ganadores. Los ganadores se encuentran, esencialmente, en Asia y
en los países emergentes, que no tienen una visión tan pesimista de la
situación como la de los europeos. También hay muchos «ganadores» en el
interior mismo de los países occidentales cuyas sociedades se hallan
fracturadas por las desigualdades entre ricos cada vez más ricos y pobres cada
vez más pobres.
En realidad, no estamos
soportando una crisis, sino un haz de crisis, una suma de crisis mezcladas tan
íntimamente unas con otras que no conseguimos distinguir entre causas y
efectos. Porque los efectos de unas son las causas de otras, y así hasta formar
un verdadero sistema. O sea, enfrentamos una auténtica crisis sistémica del
mundo occidental que afecta a la tecnología, la economía, el comercio, la
política, la democracia, la identidad, la guerra, el clima, el medio ambiente,
la cultura, los valores, la familia, la educación, la juventud, etc.
Desde el punto de vista
antropológico, estas crisis se están traduciendo por un aumento del miedo y del
resentimiento. La gente vive en estado de ansiedad y de incertidumbre. Vuelven
los grandes pánicos ante amenazas indeterminadas como pueden ser la pérdida del
empleo, los electrochoques tecnológicos, las biotecnologías, las catástrofes
naturales, la inseguridad generalizada... Todo ello constituye un desafío para
las democracias. Porque ese terror se transforma a veces en odio y en repudio.
En varios países europeos, y también en Estados Unidos, ese odio se dirige hoy
contra el extranjero, el inmigrante, el refugiado, el diferente. Está subiendo
el rechazo hacia todos los "otros" (musulmanes, latinos, gitanos,
subsaharianos, "sin papeles", etc.) y crecen los partidos xenófobos y
de extrema derecha.
DECEPCIÓN Y DESENCANTO
Hay que entender que, desde
la crisis financiera de 2008 (de la que aún no hemos salido), ya nada es igual en
ninguna parte. Los ciudadanos están profundamente desencantados. La propia
democracia, como modelo, ha perdido credibilidad. Los sistemas políticos han
sido sacudidos hasta las raíces. En Europa, por ejemplo, los grandes partidos
tradicionales están en crisis. Y en todas partes percibimos subidas de
formaciones de extrema derecha (en Francia, en Austria y en los países
nórdicos) o de partidos antisistema y anticorrupción (Italia, España). El
paisaje político aparece radicalmente transformado.
Ese fenómeno ha llegado a
Estados Unidos, un país que ya conoció, en 2010, una ola populista devastadora,
encarnada entonces por el Tea Party. La irrupción del multimillonario Donald
Trump en la carrera por la Casa Blanca prolonga aquello y constituye una
revolución electoral que ningún analista supo prever. Aunque pervive, en
apariencias, la vieja bicefalia entre demócratas y republicanos, la ascensión
de un candidato tan heterodoxo como Trump constituye un verdadero seísmo. Su estilo directo, populachero, y su mensaje
maniqueo y reduccionista, apelando a los bajos instintos de ciertos sectores de
la sociedad, le ha conferido un carácter de autenticidad a ojos del sector más
decepcionado del electorado de la derecha.
A ese respecto, el
candidato republicano ha sabido interpretar lo que podríamos llamar la
«rebelión de las bases». Mejor que nadie, percibió la fractura cada vez más
amplia entre las élites políticas, económicas, intelectuales y mediáticas, por
una parte, y la base del electorado conservador, por la otra. Su discurso
violentamente anti-burocracia de Washington, anti-medios y anti-Wall Street
seduce, en particular, a los electores blancos, poco cultos, y empobrecidos por
los efectos de la globalización económica.
SEÍSMOS Y MÁS SEÍSMOS
A este respecto podríamos
decir que otra gran
característica del Nuevo Sistema Mundo son los seísmos. Seísmos financieros,
monetarios, bursátiles, seísmos climáticos, seísmos energéticos, seísmos
tecnológicos, seísmos sociales, seísmos geopolíticos como el
restablecimiento de relaciones entre Cuba y Estados Unidos, o, en otro sentido,
el reciente golpe de Estado institucional en Brasil contra la presidenta Dilma
Rousseff...
Seísmos electorales como la reciente victoria del «no» en Colombia a
los Acuerdos de Paz entre el gobierno de Juan Manuel Santos y las FARC; o el
reciente «Brexit» en el Reino Unido, o el éxito de la extrema derecha en
Austria, o la derrota de Angela Merkel en varias elecciones parciales en
Alemania. O el enorme seísmo que podría constituir efectivamente la eventual
victoria electoral de Donald Trump en Estados Unidos.
Acontecimientos imprevistos irrumpen con fuerza sin que nadie, o casi
nadie, los haya visto venir. Hay una falta de visibilidad general. Si gobernar es prever, vivimos
una evidente crisis de gobernanza general. En muchos países, el Estado que
protegía a los ciudadanos ha dejado de existir. Hay una crisis de la democracia
representativa: "¡No nos representan!", decían los
"indignados". La gente reclama que la autoridad política vuelva a
asumir su rol conductor de la sociedad. Se insiste en la necesidad de
reinventar la política y de que el poder político le ponga coto al poder
económico y financiero de los mercados.
INTERNET, EL
CIBER-ESPIONAJE Y LA CIBER-DEFENSA
El Nuevo Sistema Mundo
también se caracteriza por la multiplicidad de rupturas estratégicas cuyo
significado a veces no comprendemos. Hoy, Internet es el vector de la mayoría
de los cambios. Casi todas las crisis recientes tienen alguna relación con las
nuevas tecnologías de la comunicación y de la información, con la
desmaterialización y la digitalización generalizadas, y con la explosión
inaudita de las redes sociales. Más que una tecnología, Internet es pues un
actor fundamental de las crisis. Basta con recordar el rol de WikiLeaks,
Facebook, Twitter y las demás redes sociales en la aceleración de la
información y de la conectividad social a través del mundo.
De aquí a 2030, en el nuevo
sistema mundo, algunas de las mayores colectividades del planeta ya no serán
países sino comunidades congregadas y vinculadas entre sí por Internet y las
redes sociales. Por ejemplo, ‘Facebooklandia’: más de mil millones de
usuarios... O ‘Twitterlandia’, más de 800 millones... Cuya influencia, en el
juego de tronos de la geopolítica mundial, podría revelarse decisivo. Hoy, las
estructuras de poder se difuminan gracias al acceso universal a la Red y el uso
de nuevas herramientas digitales.
Por otra parte, por las
estrechas complicidades que algunas grandes potencias han entablado con las
grandes empresas privadas que dominan las industrias de la informática y de las
telecomunicaciones, la capacidad en materia de espionaje de masas ha crecido
también de forma exponencial. Las mega empresas, como Google, Apple, Microsoft,
Amazon y más recientemente Facebook han establecido estrechos lazos con el
aparato del Estado en Washington, especialmente con los responsables de la
política exterior. Esta relación se ha convertido en una evidencia. Comparten
las mismas ideas políticas y tienen idéntica visión del mundo. En última
instancia, los estrechos vínculos y la visión común del mundo, por ejemplo, de
Google y la Administración estadounidense están al servicio de los objetivos de
la política exterior de los Estados Unidos.
Esta alianza sin precedentes –Estado + aparato militar de seguridad +
industrias gigantes de la Web- ha creado un verdadero imperio de la vigilancia
cuyo objetivo claro y concreto es poner Internet bajo escucha, todo Internet y a todos
los internautas, como lo denunciaron Julian Assange y Edward Snowden.
El ciberespacio se ha convertido en una especie de quinto elemento. El filósofo griego
Empédocles sostenía que nuestro mundo estaba formado por una combinación de
cuatro elementos: tierra, aire, agua y fuego. Pero el surgimiento de Internet,
con su misterioso “interespacio” superpuesto al nuestro, formado por miles de
millones de intercambios digitales de todo tipo, por su roaming, su streaming y
su clouding, ha engendrado un nuevo universo, en cierto modo
cuántico, que viene a completar la realidad de nuestro mundo contemporáneo como
si fuera un auténtico quinto elemento.
En este sentido, hay que
señalar que cada uno de los cuatro elementos tradicionales constituye,
históricamente, un campo de batalla, un lugar de confrontación. Y que los
Estados han tenido que desarrollar componentes específicos de las fuerzas
armadas para cada uno de estos elementos: para la tierra: el ejército de Tierra;
para el aire, el ejército del Aire; para el agua, la Armada; y, con carácter
más singular, para el furgo: los bomberos o “guerreros del fuego”. De manera
natural, desde el desarrollo de la aviación militar en 1914-1918, todas las
grandes potencias están añadiendo hoy, a los tres ejércitos tradicionales y a
los combatientes del fuego, un
nuevo ejército cuyo ecosistema es el quinto elemento: el ciberejército,
encargado de la ciberdefensa, que tiene sus propias estructuras orgánicas, su
Estado mayor, sus cibersoldados y sus propias armas: superordenadores
preparados para defender las ciberfronteras y llevar a cabo la ciberguerra
digital en el ámbito de Internet.
UNA MUTACIÓN DEL
CAPITALISMO: LA ECONOMÍA COLABORATIVA
Treinta años después de la
expansión masiva de la web, los hábitos de consumo también están cambiando. Se
impone poco a poco la idea de que la opción más inteligente hoy es usar algo en
común, y no forzosamente comprarlo. Eso significa ir abandonando poco a poco
una economía basada en la sumisión de los consumidores y en el antagonismo o la
competición entre los productores, y pasar a una economía que estimula la
colaboración y el intercambio entre los usuarios de un bien o de un servicio.
Todo esto plantea una verdadera revolución en el seno del capitalismo que está
operando, ante nuestros ojos, una nueva mutación.
Es un movimiento
irresistible. Miles de plataformas digitales de intercambio de productos y
servicios se están expandiendo a toda velocidad. La cantidad de bienes y
servicios que pueden alquilarse o intercambiarse mediante plataformas online,
ya sean de pago o gratuitas (como Wikipedia), es ya literalmente infinita.
A nivel planetario, esta economía colaborativa crece actualmente entre
el 15% y el 17% al año. Con algunos ejemplos de crecimiento absolutamente
espectaculares. Por ejemplo Uber, la aplicación digital que conecta a pasajeros
con conductores, en solo cinco años de existencia ya vale 68.000 millones de
dólares y opera en 132 países. Por su parte, Airbnb, la plataforma online de
alojamientos para particulares surgida en 2008 y que ya ha encontrado cama a
más de 40 millones de viajeros, vale hoy en Bolsa (sin ser propietaria de ni
una sola habitación) más de 30.000 millones de dólares, o sea más que los
grandes grupos Hilton, Marriott o Hyatt.
A este respecto, otro rasgo
fundamental que está cambiando –y que fue nada menos que la base de la sociedad
de consumo–, es el sentido de la propiedad, el deseo de posesión. Adquirir,
comprar, tener, poseer eran los verbos que mejor traducían la ambición esencial
de una época en la que el tener definía al ser. Acumular “cosas” (viviendas,
coches, neveras, televisores, muebles, ropa, relojes, libros, cuadros,
teléfonos, etc.) constituía para muchas personas la principal razón de la existencia.
Parecía que, desde el alba de los tiempos, el sentido materialista de posesión
era inherente al ser humano.
La economía colaborativa constituye pues un modelo económico basado en
el intercambio y la puesta en común de bienes y servicios mediante el uso de
plataformas digitales. Se inspira de las utopías del compartir y de
valores no mercantiles como la ayuda mutua o la convivialidad, y también del
espíritu de gratuidad, mito fundador de Internet. Su idea principal es: “lo mío
es tuyo”, o sea compartir en vez de poseer. Y el concepto básico es el trueque.
Se trata de conectar, por vía digital, a gente que busca “algo” con gente que
lo ofrece. Las empresas más conocidas de ese sector son: Uber, Airbnb, Netflix,
Blabacar, etc.
Muchos indicios nos conducen
a pensar que estamos asistiendo al ocaso de la 2ª revolución industrial, basada
en el uso masivo de energías fósiles y en unas telecomunicaciones
centralizadas. Y vemos la emergencia de una economía colaborativa que obliga,
como ya dijimos, al sistema capitalista a mutar.
Por otra parte, en un
contexto en el que el cambio climático se ha convertido en la amenaza principal
para la sobrevivencia de la humanidad, los ciudadanos no desconocen los
peligros ecológicos inherentes al modelo de hiperproducción y de hiperconsumo
globalizado. Ahí también, la
economía colaborativa ofrece soluciones menos agresivas para el planeta.
En un momento como el
actual, de fuerte desconfianza hacia el modelo neoliberal y hacia las elites
políticas, financieras, mediáticas y bancarias, la economía colaborativa parece
aportar respuestas a muchos ciudadanos en busca de sentido y de ética
responsable. Exalta valores de ayuda mutua y ganas de compartir. Criterios
todos que, en otros momentos, fueron argamasa de teorías comunitarias y de
ambiciones socialistas. Pero que son hoy –que nadie se equivoque– el nuevo
rostro de un capitalismo mutante deseoso de alejarse del salvajismo despiadado
de su reciente periodo ultraliberal.
Nuestra brújula también nos
señala la aparición de tensiones entre los ciudadanos y algunos gobiernos en
unas dinámicas que varios sociólogos califican de ‘post-políticas’ o
‘post-democráticas’... Por un lado, la generalización del acceso a Internet y
la universalización del uso de las nuevas tecnologías están permitiendo a la
ciudadanía alcanzar altas cuotas de libertad y desafiar a sus representantes
políticos (como durante la crisis de los «indignados»). Pero, a la vez, estas
mismas herramientas electrónicas proporcionan a los gobiernos, como ya vimos,
una capacidad sin precedentes para vigilar a sus ciudadanos.
AMENAZAS NO MILITARES
“La tecnología –señala un
reciente informe de la CIA– continuará siendo el gran nivelador, y los futuros
magnates de Internet, como podría ser el caso de los de Google y Facebook,
poseen montañas enteras de bases de datos, y manejan en tiempo real mucha más
información que cualquier gobierno”.
Por eso, la CIA recomienda
a la administración de EE.UU. que haga frente a esa amenaza eventual de las
grandes corporaciones de Internet activando el Special Collection Service, un
servicio de inteligencia ultrasecreto -administrado conjuntamente por la NSA
(National Security Service) y el SCE (Service Cryptologic Elements) de las
Fuerzas Armadas- especializado en la captación clandestina de informaciones de
origen electromagnético. El peligro de que un grupo de empresas privadas
controle toda esa masa de datos reside, principalmente, en que podría
condicionar el comportamiento a gran escala de la población mundial e incluso
de las entidades gubernamentales. También se teme que el terrorismo yihadista
sea sustituido por un ciberterrorismo aún más sobrecogedor.
La CIA toma tanto más en
serio este nuevo tipo de amenazas que, finalmente, el declive de Estados Unidos
no ha sido provocado por una causa exterior sino por una crisis interior: la
quiebra económica acaecida a partir de 2007-2008. El informe insiste en que la
geopolítica de hoy debe interesarse por nuevos fenómenos que no poseen
forzosamente un carácter militar. Pues, aunque las amenazas militares no han
desaparecido, algunos de los peligros principales que corren hoy nuestras
sociedades son de orden no-militar: cambio climático, mutación tecnológica,
conflictos económicos, crimen organizado, guerras electrónicas, agotamiento de
los recursos naturales...
Sobre este último aspecto,
es importante saber que uno
de los recursos que más aceleradamente se está agotando es el agua dulce.
En 2030, el 60% de la población mundial tendrá problemas de abastecimiento de
agua, dando lugar a la aparición de “conflictos hídricos”... En cuanto al fin
de los hidrocarburos en cambio, gracias a las nuevas técnicas de fracturación
hidráulica, la explotación del petróleo y del gas de esquisto está alcanzado
niveles excepcionales. Ya Estados Unidos es casi autosuficiente en gas, y en
2030 podría serlo en petróleo, lo cual tiende a abaratar sus costes de
producción manufacturera y exhorta a la relocalización de sus industrias. Pero
si EE.UU. –principal importador actual de hidrocarburos- deja de importar petróleo,
es de prever que los precios del barril se reducirán. ¿Cuáles serán entonces
las consecuencias para los grandes países exportadores?
HACIA EL TRIUNFO DE LAS
CIUDADES Y DE LAS CLASES MEDIAS
En el mundo hacia el que
vamos, el 60% de las personas vivirán, por primera vez en la historia de la
humanidad, en las ciudades. Y, como consecuencia de la reducción acelerada de
la pobreza, las clases
medias serán dominantes y triplicarán, pasando de los 1.000 a los 3.000
millones de personas. Esto, que, en sí, es una revolución colosal, acarreará como secuela,
entre otros efectos, un
cambio general en los hábitos culinarios y, en particular, un aumento del consumo de carne
a escala planetaria. Lo cual agravará la crisis medioambiental.
En 2030, los habitantes del
planeta seremos 8500 millones pero el aumento demográfico cesará en todos los continentes menos
en África, con el consiguiente envejecimiento general de la población
mundial. En cambio, el vínculo entre el ser humano y las tecnologías protésicas
acelerará la puesta a punto de nuevas generaciones de robots y la aparición de “superhombres”
capaces de proezas físicas e intelectuales inéditas.
El futuro es muy pocas
veces predecible. No por ello hay que dejar de imaginarlo en términos de
prospectiva. Preparándonos para actuar ante diversas circunstancias posibles,
de las cuales una sola se producirá. A este respecto, la geopolítica es una
herramienta extremadamente útil. Nos ayuda a tomar conciencia de las rápidas
evoluciones en curso y a reflexionar sobre la posibilidad, para cada uno de
nosotros, de intervenir y fijar el rumbo. Para tratar de construir un futuro
más justo, más ecológico, menos desigual y más solidario.
Ignacio Ramonet. Doctor en
Semiología. Profesor Emérito de la Universidad de Paris. Director de Le Monde
Diplomatique en español. Autor de El Imperio de la vigilancia (Clave
Intelectual, Madrid, 2016).