Héctor
Abad Faciolince
El
escritor y columnista de El Espectador Héctor Abad Faciolince analiza en este
texto los resultados del pasado 2 de octubre en el plebiscito por la paz.
Es muy fácil ser sabio el día después.
Cuando ocurre lo que nadie se esperaba, ni siquiera los expertos, entonces los
expertos salen (salimos) a explicarlo, serios como tahúres, y sin vergüenza
alguna de no haberlo previsto antes. En un mundo globalizado lo que antes se
llamaba, con pomposas palabras hegelianas, “el espíritu de la historia”, hoy
lleva un nombre mucho más vulgar: “trending topic”, y lleva un # para indicar
el hashtag. El “trending
topic” (aquí decimos tendencia) que ganó en el plebiscito colombiano es bien
curioso, un sí pero no: #SiALaPazPeroEstaNo. Yes but not. El
contradictorio corazón humano entiende estos absurdos de la lógica formal.
Hay
sabios que ahora dicen, por ejemplo, que el voto colombiano por el No al
acuerdo de paz, se debe a la falta de educación y a la ignorancia de un pueblo que
es manipulado por la mentira de los enemigos de la paz. O que votó poca gente
por el huracán. Hay en esto algo de verdad.
Pero
como lo mismo ha ocurrido en la culta Gran Bretaña con el Brexit, en Alemania
con el castigo a Merkel por decir cosas sensatas sobre los refugiados, en los
países de la primavera árabe con el voto mayoritario por los fanáticos
religiosos, en Estados Unidos en vísperas de la elección de Donald Trump, me da
la impresión de que la “ignorancia” de los colombianos no es buena explicación.
En
realidad parecemos un pueblo muy adaptado al mundo contemporáneo, globalizado,
y en el mismo “trending topic” de la tierra: la insensatez democrática. Si lo
nuestro es ignorancia, forma parte de la misma ignorancia global, del primer
mundo que destruye la idea de una Europa unida y en paz, del segundo mundo que
elige una y otra vez al mafioso de Putin, y del tercer mundo del extremo oriente
y el extremo occidente. América Latina, recuérdenlo, es el extremo occidente,
con un alma tan misteriosa e incomprensible como la del extremo oriente. Tan
misteriosa como la supuesta cultura del centro: la europea occidental que hoy
persigue el suicidio como solución.
En Colombia, como
en el mundo entero, la
lucha democrática se juega entre una clase política vieja y cansada
(bastante sensata, tan corrupta como siempre y desprestigiada por decenios de
feroz crítica nuestra, de los “intelectuales”) contra otra clase política menos sensata, más corrupta
que la tradicional, pero cargada de eslóganes y payasadas populistas. El
populismo, la demagogia vulgar, ha arrasado en todo el mundo. Berlusconi fue el
prólogo, porque en Italia son los magos del “trending topic” y se inventan todo
antes. Vinieron Chávez, Putin, Uribe, Ortega. ¿Vendrán Trump y Le Pen? Quizá.
Todos son demagogos perfectos, cleptócratas que denuncian a la vieja
cleptocracia.
El pueblo prefiere votar por ellos con
tal de cambiar. ¿Un salto al vacío? Sí. Es preferible el salto al vacío que el
aburrimiento de la sensatez. La sensatez no da votos:
produce bostezos. Y a lo que más le temen los votantes es a aburrirse. Un
pueblo incapaz de aburrirse con buena música, con libros, con cultura, es un
pueblo dispuesto a votar por cualquier disparate con tal de divertirse un rato;
con tal de ver derrotados, pálidos y ojerosos a los políticos que, por llevar
años en la televisión y en el poder, más detestan. Mejor cambiarlos por otros, aunque sean locos. Es
una especie de borrachera, de viaje de drogas, de danza dionisíaca.
Y así
nos toca asistir al trend topic de la insensatez mundial. Para ponerle un
hashtag apropiado, propongo algunos: #QueGaneElDemagogo, #TodoMenosLaPolítica,
#AFavorDelQueEstéEnContra. En fin, alguna cosa así: el espíritu de la historia.
Los países que ya lo han ensayado, empiezan a salir, con una resaca horrenda.
Venezuela ya no quiere seguir el experimento chavista, y tarde o temprano
saldrá de la locura que los ha consumido económica y moralmente. Ya Italia
vivió la penitencia de 15 años de Berlusconi y tal vez no quiera regresar a
algo parecido con Beppe Grillo. A Gran Bretaña le llegó la resaca del Brexit al
día siguiente, pero ya no sabe cómo evitar la pesadilla que la mayoría votó.
¿Qué
haremos en Colombia? Estamos como estaría Estados
Unidos al día siguiente del triunfo de Trump: atónitos, desconsolados y sin
saber qué va a ocurrir. Pero quizá las cosas sean más sencillas. No tan
hegelianas (el pomposo “espíritu de la historia”) sino más bien nietzscheanas:
humanas, demasiado humanas. Todo sigue siendo una feria de vanidades. Si Uribe
estuviera en el gobierno, habría firmado la misma paz con las FARC, aunque
quizá sin nada escrito y con una dosis muy pero muy baja de verdad. A Uribe lo
que menos le interesa es la verdad, pues en la verdad podrían salir muy
salpicados él y sus amigos más íntimos. Pero en el fondo el acuerdo sería
parecido. Para que ganara el no, ha dicho muchas mentiras que ni él mismo se
cree: que el comunismo se tomará el poder, que ya viene el lobo del
castrochavismo, que está en contra de la impunidad de los terroristas. Qué va,
no es eso. Santos y Uribe
quieren lo mismo: ser ellos, cada uno, los protagonistas del acuerdo, y que el
protagonista no sea su adversario político. Es un asunto humano, demasiado
humano, de pura vanidad. La paz sí, pero si la firmo yo.
Cambiar
el Acuerdo de Paz, que es lo que el pueblo ha decidido al votar
mayoritariamente por el no, es posible jurídicamente, pero muy difícil
políticamente. El presidente Santos tendría que darle a Uribe uno o dos puestos
en la mesa de negociación de La Habana. Los delegados de Uribe tendrían que
obtener algo de las FARC (digamos dos años de cárcel), y todo esto a cambio de
lo que tanto Uribe como las FARC quieren: una asamblea constituyente. Con una
nueva constitución pactada con las FARC, Uribe podría nuevamente aspirar a ser
presidente (lo que está prohibido en la constitución actual), y las FARC
podrían ser un nuevo gran partido de la izquierda populista (estilo Ortega y
Chávez). Así, todos contentos. Pero obviamente Santos no querrá que Uribe le
quite el protagonismo. Así que no sabemos nada, y viviremos en un pantanero
confuso hasta que haya elecciones y tengamos un nuevo presidente.
El 2
de octubre se acabó el periodo de Santos, el presidente que hizo el esfuerzo
más serio por la paz y alcanzó a firmarla, para verla caer ocho días después.
Gobernará por ley y por inercia hasta el 7 de agosto de 2018. Y el proceso de
paz seguirá en un limbo de incertidumbre jurídica y real. Pero eso no importa, Colombia es el país en el que
todo es provisional, todo es por el momento, mientras tanto. Un país
hiperactivo y sobreexcitado, experto en drogas estimulantes: cafeína, cocaína,
nicotina, alcohol.
No es que los encuestadores fracasaran
al pronosticar el triunfo del sí: lo que pasa es que la gente contestó mentiras:
les daba vergüenza votar por el no, pero votaron. Así
como les da vergüenza decir que votarán por Trump, pero votarán. Los que
votamos por el sí, soñábamos con “una paz estable y duradera”. La mayoría, el no,
votó por una incertidumbre estable y duradera. Al fin y al cabo ese es el
verdadero “trending topic” de Colombia, ahora y siempre:
#UnaIncertidumbreEstableYDuradera. Como estará el mundo entero cuando amanezca
el 9 de noviembre del 2016 y haya ganado Trump. Yo ya sé lo que se siente:
miedo, tristeza y desesperación.