David
Brooks
www.jornada.unam.mx/101016
Donald
Trump, candidato republicano a la presidencia de Estados Unidos, convocó
sorpresivamente ayer a mujeres que han acusado al ex presidente Bill Clinton de
acoso sexual, horas antes del debate con la demócrata Hillary
Clinton. Estas cuatro valientes mujeres (de izquierda a derecha: Kathleen
Willey, Juanita Broaddrick, Kathy Shelton y Paula Jones) han pedido estar aquí,
dijo Trump en San Luis, sede del debate. Ninguna de las acusaciones es nueva.
Bill Clinton nunca fue acusado en ninguno de los casos y arregló una demanda
por acoso sexual con Paula Jones por 850 mil dólares, sin disculpas ni admisión
de culpabilidad. La campaña de Clinton respondió que se trata de un ardid
publicitario en una destructiva carrera hacia el fondo. Foto Ap
Este
es un país donde políticos pueden anunciar, promover u ordenar guerras que
matan a miles, calificar de violadores y asesinos a todos los
mexicanos, deportar comunidades enteras, torturar, desaparecer y detener de
manera indefinida a cualquier extranjero, vigilar de manera ilegal a la
población entera, envenenar las aguas de pueblos enteros, permitir que uno de
cada seis niños en el país más rico del mundo padezca hambre, dejar impune el
asesinato de civiles desarmados por la policía, pero aparentemente esos mismos políticos no pueden
tocar el tema del sexo, ni para bien o para mal, en público.
A
veces es difícil entender dónde está esa línea que no se puede cruzar y a
diferencia de muchos otros países, aquí todo político tiene que pretender que es una persona ética y
moral, aun cuando nadie les cree. Más aún, como se exhibió esta semana,
esto puede llegar al absurdo de que hombres en la política que llaman a
respetar a las mujeres y que denunciaron las declaraciones de Donald Trump
sobre su agresión sexual –dijo que cree que puede tocar donde quiera y cuando
quiera a cualquier mujer– son los mismos que violan el fundamental derecho de
una mujer a decidir sobre su propio cuerpo. Casi todos los políticos
republicanos que condenaron a su abanderado por su falta de respeto a las
mujeres se oponen al aborto y, más aún, han promovido limitar e incluso anular
servicios de salud para mujeres por todo el país.
Las
declaraciones de Trump en una grabación difundida por el Washington
Post el viernes pasado podrían ser el último clavo en el ataúd de su
campaña política, pero nadie puede fingir que fue sorprendido; el
multimillonario tiene una larga historia repugnante de trato verbal y físico
hacia las mujeres (sin hablar de sus declaraciones anti migrantes, racistas,
xenófobas, sus propuestas anticonstitucionales, incluyendo más tortura, sus
burlas hacia los discapacitados y veteranos de guerra, y más).
Pero
estas declaraciones de hace una década, reveladas el viernes, aparentemente
fueron too much. Aunque Trump
primero insistió en que sus palabras no eran más que plática de
vestidor entre hombres, o sea, algo común, Trump no estaba hablando de su
gran poder de seducción o de sus conquistas sexuales, sino que, literalmente,
estaba describiendo que había cometido y deseaba cometer actos de agresión
sexual, alabando su poder para hacerlo.
Un
activista político veterano aquí explicó que “una cosa es decir que todos
hablamos de cómo deseamos a una mujer atractiva… pero otra muy diferente es lo
que dijo Trump: forzar a una mujer a hacer lo que queremos; los cuates no
hablan así, eso es hablar de violación sexual”.
Pero
entonces ¿sí se puede
hablar de deportaciones y de dividir familias, de bombardear aldeas donde
mueren mujeres y niñas, de pintar como amenaza a toda una fe religiosa y más,
pero eso no descalifica a un político aquí? Pues sí, a fin de
cuentas estamos en un país imperialista, puritano y racista, resume un veterano
del movimiento de derechos civiles y políticos de los latinos. Explica que esos
son extranjeros, que esta superpotencia se adjudica el derecho a
bombardear y matar cualquier país o fuerza que considere una amenaza, y
que todo eso es moralmente justificado por los políticos. Además, todos
esos no votan, explicó otro observador.
Otros
señalan que este escándalo no es un asunto moral, sólo está disfrazado de
moral. Afirman que es mucho más sencillo y se reduce a aritmética nada más: las
mujeres son más de la mitad del electorado y en las últimas elecciones
presidenciales representaron 53 por ciento del voto emitido.
Por lo
tanto, todo esto no tiene
que ver con el respeto a las mujeres, sino evitar el suicidio
político de un candidato o de un partido entero.
Aunque
la farsa moral es espectacular, es más curiosa aún la aparente necesidad de
mantener la obra en pie. Desde la amante esclava de Jefferson a John Kennedy y
Marilyn Monroe, a los juegos sexuales del presidente Bill Clinton en la Casa
Blanca, pasando por una historia maravillosamente perversa de un desfile de
políticos y figuras religiosas de gran influencia política y otros que se
presentaron como los defensores de los valores familiares (o sea, la
homofobia, antifeminismo y más) que finalmente se colgaron por su propia soga
moralista al ser descubiertos en todo tipo de aventuras sexuales, algunas
criminales.
Este
domingo, Trump respondió a todos los líderes y políticos de su partido que lo
denunciaron en estos dos días: Tantos hipócritas con aires de
superioridad, escribió en un tuit, afirmando que no necesitará del apoyo
de ellos para ganar la elección. En lo primero tiene razón, y lo segundo aún no
está descartado.
La violencia sexual, sobre todo contra
mujeres en Estados Unidos, es espeluznante. Cada 109 segundos un estadunidense
sufre un asalto sexual, y cada 8 minutos esa víctima es un menor de edad.
Una de cada 6 mujeres ha sido víctima de una violación sexual o un intento de
violación, según estadísticas de RAINN, la organización nacional contra la
violencia sexual en este país, y datos oficiales del gobierno.
Que un
candidato a la presidencia sea una de las caras de las estadísticas en este
tipo de agresiones y violencia contra las mujeres, es obviamente repugnante y
espantoso.
Pero
hay muy pocos entre la clase política, incluida la contrincante de Trump, que
pueden atreverse a ser jueces de la moralidad. Y ese es el gran problema que se
está exhibiendo en esta elección. Más aún, tal vez lo más escandaloso de todo es que los políticos
se atrevan a usar la palabra moral.
Tal
vez debería haber una moratoria sobre el uso de esa palabra entre la clase
política, por ahora. Sería un alivio tanto para ellos como para todos los que
tenemos que escucharlos.