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Condenado
a cadena perpetua en 1964, Nelson Mandela se convirtió en una figura legendaria
de la lucha contra el apartheid y la opresión racial. Al frente del
Congreso Nacional Africano (CNA) desde su salida de
prisión en 1991, trabajó de acuerdo con el presidente sudafricano Frederik W.
De Klerk para acabar con el apartheid. El 9 de mayo de 1994 Mandela fue elegido
presidente de Sudáfrica en las primeras elecciones libres y multirraciales de
la historia del país.
Revisión
de la representación de Sudáfrica en el BRICS (Brasil, Rusia, India, China y
Sudáfrica) dos años después del fallecimiento de la figura mítica de ese país,
Nelson Rolihlahla Mandela, «Madiba» por su nombre tribal que significa el
indomable, fallecido el 5 de diciembre de 2013 en Johannesburgo y 22 años
después de la llegada al poder de la mayoría negra del país.
En 22 años de independencia pos apartheid Sudáfrica
padece casi todos los males que pueden afligir a un estado.
En el segundo puesto en el palmarés de
los países más desiguales del mundo, justo después de
Brasil, la República de Sudáfrica solo dispone de cartas de doble
filo en el juego del concierto de las naciones.
Tercera
economía del continente africano con un estatus envidiable de país emergente,
Sudáfrica atrae numerosas oleadas de inmigrantes procedentes de sus vecinos
continentales. Esos flujos de extranjeros no deseados por el gobierno, junto al
desempleo masivo (entre el 25 y el 35 % según los métodos de cálculo), están en
el origen de una pulsión xenófoba idéntica a la que vive Europa. Las
exacciones con respecto a los emigrantes en el espacio europeo tienen su eco en
las persecuciones de las personas no sudafricanas en los suburbios de las
metrópolis del país.
Desde hace algunos años el racismo
entre negros se está convirtiendo en un asunto cada vez más importante.
Durante el apartheid la frustración de los más pobres, limitados a
salarios de miseria, podía expresarse en la violencia contra los representantes
del Estado. Desde el final de la euforia vinculada a la llegada al poder de
Nelson Mandela esa frustración ya no tienen un chivo expiatorio. Ahora se
expresa contra el emigrante «más negro» que viene a robar el trabajo (no
deseado) de los nacionales.
En el
caso que nos ocupa la amnesia causa estragos. En Sudáfrica la amnesia ha
ocultado el papel central desempeñado por los países fronterizos en la lucha
contra el apartheid y la sangre derramada, así como los numerosos refugiados
económicos o políticos que fueron acogidos por dichos países.
En
paralelo con Europa la amnesia desemboca en una memoria selectiva que borra los
apoyos gubernamentales a los dictadores hoy derrotados, así como los intereses
económicos que se preservan poniendo en sordina los derechos que tal altamente
se proclaman en las instituciones públicas.
Mientras
los miembros de la Unión Europea se enfrentan a un continuo recrudecimiento del
desempleo, a la falta de perspectivas para las jóvenes generaciones, a la
inmigración, al aumento del «Coeficiente de Gini» y a la falta de diálogo
social que pone en peligro incluso la propia construcción europea otro país,
Sudáfrica, lidia con los mismo problemas en formas más evolucionadas.
País
rico en medio de los pobres y pobre en medio de los ricos,
la República Sudafricana dispone ciertamente de una democracia efectiva y no de
fachada, al contrario que la mayoría de sus vecinos regionales. Sin embargo la
realidad democrática de ese país tiende a acentuar todas las frustraciones económicas
y sociales de sus ciudadanos.
Sudáfrica
cuenta con más de 54
millones de habitantes, el 76 % de la población es negra, el 12 % blanca, el 9
% mestiza y el 3 % de origen hindú. El sistema del apartheid separó a
esos grupos en diferentes categorías raciales con diferentes derechos. Los
negros eran considerados subhumanos y estaban separados en diferentes etnias
asociadas a las zonas geográficas en las que se les autorizaba a
residir, los bantustanes o homelands. Esa segregación estuvo en el
origen del aumento de las desigualdades entre comunidades que generaron un
desarrollo de geometría variable.
A la caída del apartheid en
1994, el país tenía un 20 % de analfabetos, una tasa de mortalidad infantil del
50 % que afectaba de formas diferentes a las diversas «razas», el 70 % los
negros, el 40% a los mestizos y el 12 % a los blancos. A
título de comparación, en la misma época, la tasa de mortalidad infantil en
Francia era del 5 %.
En el año 2000 solo el 1,2 % de los
blancos sudafricanos de más de 20 años no había ido a la escuela frente al 24,3
% de los africanos. El desempleo afectaba al 50 % de la población negra
en edad de trabajar, el paro entre los africanos era siete veces mayor que el
de los blancos. El 50 % de la población vivía por debajo del umbral nacional de
la pobreza, 300 rands, es decir, 22 euros mensuales. De repente el 40 % de la
población activa se contabiliza como desempleada frente al 17 % en los últimos tiempos
del apartheid.
En
1994 solo el 50 % de los hogares tenían acceso a la sanidad, el 65 % al agua
potable y el 50 % a la electricidad.
La
llegada al poder el Congreso Nacional Africano, con Nelson Mandela al frente,
cambio el panorama. Inició una larga serie de programas de reformas económicas
y sociales en los que la discriminación positiva de los blancos se convirtió en
la piedra angular. Esos programas diversos inevitablemente se revisaron a la
baja a lo largo de los años ante la evidencia de los problemas estructurales del
país.
Aunque
el primer programa de enderezamiento del país llevaba una huella de socialismo
y una voluntad de reducción de las desigualdades por la redistribución de la
riqueza, los siguientes se orientaron cada vez más hacia una visión liberal con
el fin de favorecer las inversiones extranjeras y animar a las empresas a
contratar. Sin embargo, aunque no es fácil encontrar a un sudafricano
satisfecho con los servicios públicos, todos reconocen la mejora en los accesos
a los servicios básicos de las poblaciones necesitadas.
En 2012 el 83 % de los hogares tenía
acceso a la sanidad, el 95 % al agua potable y el 86 % a la electricidad.
En la
actualidad el principal problema no es realmente la creación de
infraestructuras elementales en el siglo XXI, sino un acceso real sobre el
terreno, la democratización y el pago de los impuestos correspondientes a los
servicios públicos.
Durante
el apartheid el rechazo a pagar los impuestos y las tasas se consideraba una
forma de protesta contra el régimen. En la actualidad esa cultura del rechazo
no ha dejado de ser una costumbre a pesar del reclutamiento de numerosos
mediadores sociales encargados de esta problemática, la justificación del
rechazo simplemente ha pasado de la política a la pobreza.
II.-
Dos naciones en un país
«Two
nations in one country» son palabras de Thabo Mbeki para tratar de los blancos
y los negros, así como de los pobres y los ricos, en un discurso del 29 de mayo
de 1998:
«Una
de esas naciones es blanca, relativamente rica, sin diferencias remarcables
debidas al género o a la localización geográfica. Esa nación ya tiene acceso a
las infraestructuras económicas, físicas, educativas, de comunicación,
etc., desarrolladas (…) La segunda y mayor nación sudafricana es negra y pobre,
siendo las más afectadas las mujeres en las zonas rurales, la población negra
rural y los discapacitados.... Esta nación vive en las condiciones
características de las infraestructuras económicas, físicas, educativas, de
comunicación, etc., ampliamente subdesarrolladas».
El
coste de esos servicios está en el centro del problema, a saber, la
imposibilidad de conciliación entre las «dos naciones» sudafricanas. Mientras
que el gobierno del CNA dedica desde hace 20 años dos tercios de su presupuesto
a las ayudas sociales y a la reducción de las desigualdades, el porcentaje de
personas pertenecientes a la clase media no aumenta más deprisa que el de la
«nación» pobre, contrariamente a la voluntad fijada por los dirigentes
políticos.
En los
países de Europa occidental las clases medias establecen un vínculo, con muchos
matices, entre la pobreza y la riqueza. Ante el aumento del coste de la vida y
el estancamiento de los recursos necesarios para el crecimiento económico, es
posible vislumbrar en la situación sudafricana, a pesar de las diferencias
históricas, la potencial situación social europea del futuro.
Sudáfrica
padece el mismo mal que los países europeos mientras que al contrario de éstos
su subsuelo alberga las
mayores riquezas del mundo actual: oro, platino, petróleo y otros minerales
primordiales para la fabricación de material tecnológico. La lógica de la
globalización empuja siempre a buscar el beneficio permitiendo comprar nuevas
tecnologías a un mayor número de personas mientras los salarios de las personas
que participan en la elaboración material de esos productos no lo permiten casi
nunca.
Esta
lógica no hará más que acentuarse con el tiempo debido al agotamiento
progresivo de los recursos naturales. Ese modelo de desarrollo de los siglos
pasados no se adapta al siglo XXI.
Así el
abismo que separa las «dos naciones» de Thabo Mbéki se ahonda por la acentuada
disparidad en el acceso al bienestar. A partir de ahí se justifican los muros y
alambradas electrificadas y los vigilantes armados, cuatro veces más numerosos
que las fuerzas de policía del país, para proteger las conquistas de la «nación
privilegiada» frente a la codicia de la otra «nación» y se pierde la esperanza
del ascensor social descrito por la ley. De la misma forma que Europa Sudáfrica
es víctima del sistema que impone el mundo moderno.
III.
¿Hacia un pasaporte internacional reservado a una franja de ingresos?
Sea
cual sea el país, sea cual sea el partido en el poder, el primer objetivo es la
reelección. El mejor medio para conseguirlo es encontrar soluciones a las
preocupaciones más importantes del
electorado.
La
primera preocupación de la mayoría de las democracias es el desempleo. Sin
entrar en detalles del carácter perfectible de las políticas públicas,
cualquier democracia funcional tiende a hacer todo lo posible para luchar
contra el desempleo, sin embargo la curva del paro global no tiene tendencia a
bajar porque la democracia se subordina a un sistema económico incompatible.
La
política ya tiende a no poder responder a las aspiraciones concretas de la
ciudadanía debido a las estructuras internas y externas de la economía actual,
lo que se materializa en la subida constante de la abstención y en la
desaparición del voto de opinión, dejando lugar al voto de sanción
clientelizado.
Esta
mutación progresiva del voto en los países democráticos conlleva una mayor
demagogia en los discursos políticos. Eso favorece a los particos extremos a la
busca de chivos expiatorios sociales, lo que acentúa las rupturas al señalar a
ciertas comunidades para finalmente debilitar sistemáticamente la identidad
nacional y la eficacia de la nacionalidad.
¿Acabaremos
viendo un pasaporte internacional reservado a un determinado sector de ingresos
mientras el resto sólo podrá soñar con librarse de su miseria?
Sudáfrica
se puede ver como un modelo del mecanismo de las democracias modernas. Si la
democracia del país, centro de muchos problemas, zozobra en el callejón sin salida de
la economía, es muy probable que los países europeos sigan un camino parecido.