Roque
Paloschi
www.cpalsocial.com/010816
El presidente del Consejo Indigenista Misionero Roque
Paloschi hace un análisis sobre las innumerables luchas de resistencia indígena
en la defensa del territorio y la Amazonía como un escenario de explotación por
parte del gobierno brasileño.
Introducción
La
historia de la región amazónica desde la llegada de los primeros europeos hasta
el día de hoy, ha sido un camino de pérdidas y daños. La Amazonía es víctima de
aquello que la hace más especial: su magia, biodiversidad, sociodiversidad,
exuberancia y riqueza.
Podemos
decir sin temor a equivocarnos: la Amazonía fue siempre más rentable y útil
económicamente a la colonia, en el pasado, y hoy en día a la Federación y
especialmente al capital internacional, que a sus propios habitantes, pues los
pueblos originarios y las comunidades tradicionales mantenían y todavía hoy
mantienen una forma de convivencia integrada con la biodiversidad amazónica.
En el
pasado, la Amazonía fue vista como “un lugar con un buen stock de indios”
que servirían como esclavos, según palabras de los cronistas de la época; una
fuente de lucros en el periodo de las “drogas do sertão”, enriqueciendo
así a la colonia; la mayor productora y exportadora de caucho, tornándose en
una de las regiones más rentables del mundo, y continua siendo el mismo granero
que almacena riquezas para que sean sacadas de allí; la ideología del pasado
que veía en esta gran región “una tierra sin hombres, para hombres sin
tierra”, sirve para imponer el modelo capitalista neo-liberal y la
invisibilidad de pueblos y culturas que convivieron en armonía con el medio
ambiente, “la tierra es vida, sin ella no podemos existir” (Cizino
Karitiana).
Desde el primer colonizador que pisó este
territorio, la ideología dominante fue que los pueblos que vivían aquí eran
bárbaros y salvajes, que no poseían cultura y que no tenían alma. Al contrario
de todo lo que conocían como parte del mundo, esta era una región habitada por
innumerables pueblos y culturas.
Crónicas
de siglos pasados relatan la sorpresa del colonizador al encontrarse con un
mundo habitado, sin embargo, éste no conseguía comprender la diversidad que
allí existía y mucho menos establecer una relación de igual a igual con ella,
de esta forma, el primer europeo que pisó tierras amazónicas, el español
Vicente Pinzón (enero de 1500) recorrió la desembocadura del Amazonas, conoció
la isla de Marajó y “se sorprendió al ver que se trataba de una de las regiones
más intensamente pobladas del mundo entonces conocido. A pesar de haber sido
bien acogido, su viaje marca el primer choque cultural y el primer acto de
violencia contra los pueblos de la Amazonía, él mismo captura indígenas y los
lleva consigo para venderlos como esclavos en Europa”.
Desde
su llegada, los colonizadores no se conformaron con ver esa tierra, que les
pereció el paraíso terrestre, pues estaba habitada por pueblos que juzgaban
como bárbaros, primitivos, rudos, perezosos y posiblemente desprovistos de
alma. Esta visión equivocada en relación a los pueblos que aquí habitaban,
generó una especie de prejuicios sobre los pueblos amazónicos que perdura hasta
el día de hoy.
Orellana
(1549) instaura el momento fundador de los primeros mitos, como el de las
Amazonas (indígenas guerreras, bravas habitantes de una aldea sin hombres). Con
su viaje inaugura el ciclo de los mitos sobre la Amazonía, construidos a través
de la mirada y del alma del extranjero, fundamentado en el imaginario del
hombre que viene de fuera de la región.
A lo largo de la historia y hasta hoy, la
historia de la Amazonía ha sido el penoso registro de un enorme esfuerzo para
modificar la realidad original. Se trata de un
intento por domesticar y mercantilizar al hombre y a la naturaleza de la
región, amoldándolos a la visión y expectativa de explotación del hombre de
afuera (extranjeros en el pasado, brasileros y extranjeros actualmente), ocasionando así el ecocidio de
la naturaleza, glotofagia de muchas lenguas y el genocidio de innumerables
pueblos por parte de una visión hegemónica y colonizadora.
Una
realidad bastante menos conocida y debatida en el mundo, es la gran y compleja
sociodiversidad amazónica. Los pueblos, que en ella se fueron multiplicando por
miles, constituyeron complejas redes lingüísticas, intrincadas redes sociales y
sistemas económicos de trueque, armoniosos y abundantes.
En el
siglo XX, otros mitos se juntaron a aquellos de los primeros siglos. La
Amazonía fue considerada como la tierra de la superabundancia y el granero del
mundo. “Una selva tan exuberante debía estar sustentada por un suelo
igualmente fértil”. Así, la Amazonía podría ser, a futuro, el granero del
mundo, un “lugar bíblico” al cual, en periodo de escasez, todos podrían
recurrir.
La
“Amazonía” en este comienzo de milenio es una de las palabras mejor o peor
dichas en el planeta Tierra. Sobre ella pesan afirmaciones como “pulmón del
mundo”, “selva tropical de mayor biodiversidad del planeta”, “región que tiene
el río más grande de la Tierra”, “infierno verde”, “en la Amazonía está casi un
tercio del agua dulce del mundo”, etc. Son razones suficientes para que
miradas, radares, codicias y preocupaciones de pueblos, países, organizaciones
mundiales, empresas y científicos, pongan su atención en esa región.
La
Amazonía es un tema indispensable desde los espacios más nacionalistas hasta
para los investigadores más preocupados por el futuro de nuestro planeta. Se
dice incluso que el futuro tendrá que pasar necesariamente por la Amazonía. Sin
embargo, este gran bioma
está amenazado de muerte por innumerables proyectos y emprendimientos que
explotan irracionalmente los recursos naturales y los pueblos que en ella
habitan.
La explotación irracional vs el Buen Vivir
Desde
el inicio de su colonización, la Amazonía es explotada por la acción de grupos
inescrupulosos en busca del lucro y del aumento de capital, contrariando la
lógica del Buen Vivir de los pueblos originarios y de poblaciones
tradicionales, quienes mantienen una relación de respeto y de interdependencia
con el cosmos.
Recientemente,
ha sido aún más explotada como:
+Fuente
de riquezas minerales: oro,
plata, diamante, casiterita y otros (Serra Pelada, Terra Yanomami, Cinta
Larga, etc.) para pagar la deuda externa;
+Productora
de hierro y otras
menas, ayudando a Brasil a mantener su balanza comercial, aunque poco se
beneficie con las exportaciones;
+Generadora
de energía eléctrica,
exportada hacia otras regiones de Brasil y para grandes proyectos que la
consumen a precios subsidiados, mientras que los habitantes de la región pagan
por la misma energía un precio más elevado;
+Última
frontera económica,
pues Brasil ya no dispone de tierras no trabajadas. En las últimas décadas,
gracias al incentivo económico gubernamental, emergió como una promisora
frontera económica, atrayendo a millones de brasileros en busca de un destino
mejor.
En
consecuencia, la región se volvió un espacio de disputa territorial, donde se
registran graves conflictos en el campo, ocasionando el éxodo forzado de muchos
campesinos hacia la ciudad, aumentando la miseria urbana, además del
desperdicio de recursos naturales.
Infelizmente,
con ello no logramos revertir el curso de la historia: la Amazonía ha generado
siempre más recursos para afuera de lo que ha recibido a cambio; ha sido
permanentemente un lugar de explotación, de abuso y extracción de riquezas en
favor de otras regiones y pueblos. Incluso en las últimas cuatro décadas,
cuando fueron hechas grandes inversiones en infraestructura, las mismas
buscaron posibilitar la explotación de riquezas en favor de la Federación.
El
avance capitalista sobre la Amazonía es como una fiera, casi indomable.
Motosierras y tractores hacen parte de los programas oficiales de devastación.
Las grandes madereras, que ya exprimieron el potencial de otras regiones del
mundo, ahora avanzan determinadas hacia la Amazonía, vestidas con pieles de
cordero, con el discurso de la “explotación/devastación sostenible”,
ostentando diplomas de “certificación verde” y con proyectos de “autosostenibilidad”
en la Amazonía. Quien vivió la devastación en décadas pasadas, tiene razones de
sobra para prever nuevas catástrofes ambientales, afectando particularmente los
territorios indígenas, reservas agrícolas y pecuarias, así como áreas de
conservación ambiental.
Las
mineras y compañías de petróleo están afilándose las uñas para cavar cada vez
más a fondo y más rápido, y así aumentar al máximo su capital globalizado. En
Brasil ejercen presión sobre el Congreso Nacional para que sea reglamentada la
explotación mineral en tierras indígenas. Hay pedidos de investigación y
explotación mineral sobre tierras indígenas en toda la Amazonía.
Al
mismo tiempo en que la Amazonía es un escenario de explotación, también es
escenario de innumerables luchas de resistencia y afirmación, como aquella por
la defensa de los lagos contra los pesqueros depredadores; como la del
campesino que en la reserva gesta un nuevo pensamiento colectivo de vivir, en
medio de la abundante naturaleza; la de los científicos que pacientemente
profundizan conocimientos sobre la realidad amazónica y los devuelven a la
población. Y está el empeño diario de los pueblos indígenas por continuar,
dinámicamente, viviendo a su manera, apuntando hacia el Buen Vivir como una
posibilidad de continuidad de la vida en el planeta.
Equívocos sobre la naturaleza de la Amazonía.
Sin
embargo, el raciocinio lógico expuesto anteriormente no corresponde a la
realidad. La naturaleza
amazónica no es resistente,
superabundante, autorecuperable e inagotable. Se trata de un complejo
macro sistema homogéneo de selva, ríos y riachuelos en toda su extensión. Su
mayor riqueza, justamente la biodiversidad, ha sido ignorada, cuestionada y
combatida sistemática e implacablemente por las políticas públicas.
De
hecho, se coloca un falso dilema entre el desarrollo y la conservación
ambiental, ya que el concepto de desarrollo se reduce al modelo económico
capitalista, enérgicamente denunciado por el papa Pablo VI en la carta
encíclica Populorum Progressio (1967).
En
este sentido, actividades económicas tan diversas como la ganadería, la
explotación maderera, la minería industrial y artesanal y otras, vienen siendo
desarrolladas impunemente sobre áreas de selva densas, nacientes y márgenes de
ríos, regiones de manglares, altiplanicies, suelos frágiles y en los raros
suelos bien estructurados. Todo eso con un enorme e injustificable desperdicio
de recursos naturales, sin mencionar la desaparición de culturas milenarias que
por siglos convivieron de forma armoniosa y respetuosa con el medio ambiente
amazónico.
Prejuicios respecto a la cultura de la región
amazónica
La
lógica mercantilista de los colonizadores propaga la ideología y el prejuicio
de que los pueblos originarios y las comunidades tradicionales son obstáculos
para el desarrollo de la región. Vamos a destacar a continuación, dos prejuicios presentes
en los planes y políticas federales para la región:
#Indígenas y ribereños viven en
tierras excesivamente vastas y las ocupan en actividades poco rentables
para el Estado y de forma incompatible con la economía y la sociedad modernas;
#Indígenas, comunidades afro y ribereños son considerados portadores de una cultura pobre, primitiva, tribal y por lo tanto, inferior.
#Indígenas, comunidades afro y ribereños son considerados portadores de una cultura pobre, primitiva, tribal y por lo tanto, inferior.
La
guerra contra los pueblos indígenas en Brasil continúa abiertamente orquestada
por el propio Estado, el cual tiene por obligación constitucional proteger los
pueblos indígenas y otras poblaciones tradicionales. Por desgracia, grupos
económicos conjugan sus fuerzas con el Estado, volviéndose así dueños de
Brasil; es el caso del agro negocio y del gran capital internacional. Sin dejar
de mencionar que el Estado entra con su triple brazo “legítimamente
constituído”, a saber: el ejecutivo, el legislativo y el judicial, contrariando
el bienestar y los derechos garantizados constitucionalmente.
Las
masacres contra los pueblos indígenas del siglo antepasado, volverían a
repetirse en las décadas de 1960 y 1970 con las políticas de desarrollo e
integración de la Amazonía que comenzaron a rasgar la selva con la apertura de
carreteras como la nueva Transamazónica, la Belén-Brasilia, la BR 364, la BR
174 y la Perimetral Norte. Pueblos como los waimiri-Atroari, yanomami, arara, parakanã,
cinta larga y nambikwara, entre muchos otros, fueron duramente afectados,
incluso por expediciones de exterminio con participación del poder público.
Recientemente
con el avance de las fronteras agrícolas sobre las tierras indígenas y
específicamente del agro negocio en Mato Grosso do Sul, que genera una
situación de violencia sistemática contra el pueblo guarani kaiowá, y los
ataques paramilitares que provocan el genocidio de ese pueblo, conforme declaró
la relatora de la ONU, Vitoria Tauli, “está en curso el genocidio de los
pueblos indígenas”.
Las
tierras que los pueblos indígenas habitan en Brasil no son de su propiedad, y
no sólo porque los territorios indígenas son oficialmente “tierras de la
Unión”, sino porque en
la cosmovisión indígena son ellos quienes pertenecen a la tierra y no al contrario,
porque la tierra es madre, es vida. No es posible, en la comprensión indígena, que la tierra
sea propiedad de alguien, ella es parte intrínseca de la persona.
Pertenecer a la tierra, en lugar de ser propietario de ella es lo que define al
indígena. Sin embargo, a primera vista, esto parece incomprensible a nuestros
ojos.
Los
indígenas no se reconocen en el Estado, no se sienten representados por un
Estado dominado por una casta de poderosos. Realmente, no pueden reconocer un
Estado que los persiguió durante cinco siglos, ya sea por las “guerras justas”
del tiempo de la colonia, por las leyes del imperio o, por las administraciones
indigenistas republicanas que los explotaron y maltrataron. El estado brasilero
siempre apoyó indirectamente los intentos de “desindianizar” el
territorio, de acabar con sus habitantes originarios para implantar un modelo
de civilización que no sirvió a nadie más sino a los poderosos.
“El Estado brasilero y sus ideólogos siempre apostaron que los indios
desaparecerían, y cuanto más rápido mejor; hicieron lo posible y lo imposible,
lo innominable y lo abominable para ello. No es que fuera necesario
exterminarlos físicamente para conseguirlo– sin embargo, como sabemos, el
recurso del genocidio sigue ampliamente vigente en Brasil- pero era necesario
de cualquier manera desindianizarlos, transformarlos en “trabajadores
nacionales”. Cristianizarlos, “vestirlos”, prohibirles las lenguas que hablan o
hablaban, las costumbres que los definían para sí mismos, someterlos a un
régimen de trabajo, policía y administración. Pero, por encima de todo, cortar
la relación de ellos con la tierra” (Viveros 2016).
El
estado brasilero siempre apostó que los indígenas desaparecerían del territorio
nacional, pues el proyecto gubernamental de “integrar a los indios en la
comunión nacional”, siempre fue una forma de usurpar sus territorios
ancestrales para fines económicos. Sin embargo, la Constitución Federal de
1988, en el artículo 231 “reconoce a los indios su organización social,
tradiciones, creencias y lenguas…” marcando una nueva perspectiva para los
pueblos indígenas. Muchos pueblos indígenas considerados extintos, reivindican
al estado brasilero el derecho al reconocimiento étnico y al territorio
tradicional.
Amazonía: Disputada y codiciada
Con
una extensión superior a 7 millones de km², la Amazonía es la selva tropical
más grande del planeta, concentra 1/3 de su biodiversidad y se extiende por
nueve países suramericanos. Más de 5 millones de km², un 64% de esta selva, se
encuentra en territorio brasilero. De cada tres especies conocidas, una está en
la Amazonía. Esta región
también concentra el 20% de toda el agua dulce no congelada del planeta y es
una de las mayores áreas minerales del mundo. Por toda esa riqueza
natural, la Amazonía es una región estratégica bastante codiciada y disputada.
Con todo, hoy el 25% de la
panamazonía ya fue deforestada.
Respecto
a su sociodiversidad, la
panamazonía abriga cerca de 400 pueblos indígenas. Estos llegan a ser
una población de 3 millones de personas que hablan más de 250 lenguas diferentes,
pertenecientes a 50 familias lingüísticas principales. Además de esos pueblos
contactados, hay referencia de más de 140 pueblos aislados que no tienen
contacto con la sociedad mayoritaria. Solamente en Brasil, la Funai ya tiene
documentada la existencia de 105 pueblos aislados. Infelizmente, estos pueblos
aislados siguen huyendo de los grandes proyectos y de los frentes
colonizadores, y están seriamente amenazados de extinción, principalmente en el
estado de Rondônia y en el sur del Amazonas.
Los pueblos indígenas con sus cosmovisiones
holísticas y culturas de reciprocidad han sido, por milenios, los guardianes de
la selva. El Buen Vivir (Sumak Kawasay) es un proyecto de vida
basado en la reciprocidad, complementariedad y en un profundo respeto a la
madre tierra. A pesar de que estas culturas no son reconocidas ni valoradas en
ese sentido, las imágenes de satélite comprueban que las áreas más preservadas
en la Amazonía son las tierras indígenas.
El grito de los pueblos indígenas
A
pesar de la explotación de la Amazonía, de la implacable persecución, de la
esclavitud, de las guerras, las enfermedades criminalmente introducidas y de la
imposición de un sistema que se orienta por parámetros completamente distintos
de los practicados por los pueblos indígenas, ellos no fueron vencidos.
Marcando
la resistencia y la lucha por la defensa de la vida y de los derechos, en el
año 2000 durante la Marcha y Conferencia Indígena 2000, los indígenas de la
Amazonía llamaban la atención de la sociedad para este hecho: “Reducidos sí,
vencidos, nunca”. La resistencia indígena asumió diversas formas y estrategias
que iban desde la confrontación directa o la guerra abierta hasta una
aceptación tácita de la dominación, cuando el contexto así lo exigía; las
alianzas interétnicas y con los sectores marginalizados de la sociedad
brasilera, como en la Cabanagem del
siglo XIX, fueron y son construidas para combatir el poder opresor.
En la
Amazonía, actualmente están en curso innumerables proyectos y emprendimientos
que comprometen la biodiversidad y la sobrevivencia de las futuras generaciones
como consecuencia de la escasez de recursos vitales para la manutención de la
vida en la tierra. “ya cortaron el rio Madeira, también el rio Xingú, y
ahora quieren cortar nuestro rio Tapajós”, denunciaron los indígenas munduruku
del medio Tapajós durante la asamblea en la aldea watupu, en septiembre de
2015.
Se prevé la construcción de 43 grandes represas
con potencia superior a 30 mw en la cuenca del río Tapajós, siendo diez de ellas consideradas prioritarias por
el ministerio de Minas y Energía y con conclusión prevista hasta el año 2222.
Entre otros impactos, varias represas inundarán tierras indígenas y unidades de
conservación ambiental. Es necesario denunciar también que este “monstruo
hidroeléctrico” destruirá el hábitat de varios pueblos indígenas aislados
que están diseminados a lo largo de la cuenca hidrográfica, empujándolos al
exterminio.
El
cacique Juarez Munduruku, de la aldea Sawré Muybu, está amenazado de muerte por
defender su tierra. En la asamblea referida anteriormente, denunció que el
gobierno no quiere reconocer ni demarcar su tierra ancestral “Daje Kapap
Eipi” para imponer la construcción de las hidroeléctricas. Con voz firme
gritan: “Nosotros no le estamos pidiendo esta tierra al gobierno… ¡La tierra
es nuestra! Fue Karosakaybuque quien dejó esta tierra para nosotros, para que
nosotros la cuidemos y ella cuide y alimente a nuestro pueblo. No nos dio
tierra para que el gobierno la destruya con los grandes proyectos e
hidroeléctricas, vías fluviales y carreteras, agro negocio y minería, madereras
y haciendas… Nosotros sólo
exigimos que el gobierno asuma y reconozca lo que es nuestro, que esta tierra
es nuestra”.
Los
pueblos indígenas resisten con todas sus fuerzas la implantación de los
gigantescos e impactantes proyectos de infraestructura que afectan y amenazan
sus modos de vida ancestrales y hasta su propia supervivencia. Los severos
impactos al medio ambiente, a los pueblos, a sus comunidades tradicionales y a
toda la humanidad, causados por un modelo que prioriza los intereses
económicos, hieren mortalmente a la Madre Tierra, a todos sus hijos y todas sus
formas de vida.
Davi
Kopenawa Yanomami afirma sabiamente: Nosotros no estamos en contra del
desarrollo: nosotros estamos en contra solamente del desarrollo que ustedes,
blancos, quieren echarnos encima. Nosotros tenemos otras riquezas dejadas por
nuestros ancestros que ustedes, blancos, no logran ver: la tierra que nos da la
vida, el agua limpia que tomamos, nuestros niños satisfechos”.
Sabiamente,
Davi Kopenawa anima a todas las personas a observar: “En la selva, la
ecología somos nosotros, los humanos. Pero tanto como nosotros, también los
xapiri, los animales, los árboles, los ríos, los peces, el cielo, la lluvia, el
viento y el sol. Es todo lo que vino a la existencia en la selva, lejos de los
blancos; todo lo que todavía no tiene cerca… algunos blancos están comenzando a
entender por qué nosotros luchamos para mantener viva la selva y nunca la
devastamos”.
Los
pueblos indígenas tienen el derecho de ser consultados y definir libremente el
camino que quieren seguir. El
Estado, por su parte, tiene
el deber legal y moral de consultar a los pueblos indígenas sobre cualquier
emprendimiento o iniciativa legislativa que los afecte, y en consecuencia, respetar sus decisiones
conforme pauta la convención 169 de la OIT, que garantiza el derecho a la
consulta previa, libre e informada.
En defensa de la Madre tierra
Son
varias las iniciativas de la Iglesia para defender la vida en sus múltiples
formas y sobre todo, el derecho de los pobres, que en este sistema capitalista
son considerados obstáculos para el desarrollo.
Ya en
1952 la Iglesia en Brasil tenía esta preocupación en relación a los problemas
de la Amazonía y su acción evangelizadora. El primer encuentro de obispos,
reveló la necesidad que sentían los obispos de la Amazonía de organizarse y
expresar la responsabilidad más allá de los límites de las propias prelaturas y
diócesis. Se dieron cuenta que separados unos de los otros, no tendrían
condiciones de acompañar los nuevos tiempos. Como conocedores de la región, los
obispos se sintieron llamados a acompañar y evaluar los proyectos del gobierno,
especialmente el plan de integración y valorización de la Amazonía, que
llevaría a la creación de la Superintendencia para el Plan de Valoración
Económica de la Amazonía (SPVEA) y ampliaría el área de su ejecución hacia la
llamada Amazonía Legal.
En
1972 fue lanzado el “Documento de Santarém”, considerado el documento
más importante de la Amazonía. Ese mismo año se acentuaron los problemas en la
Amazonía implicando la cuestión indígena, conflictos sociales, entre otros
asuntos, así como la respuesta de la iglesia a los desafíos presentes en la
Amazonía. Durante el encuentro, se definieron acciones internas de
evangelización de la iglesia en la Amazonía como la formación pastoral para los
laicos, la atención a los pueblos indígenas, además de un acompañamiento en las
cuestiones sociales: conflictos de tierra, carreteras, entre otros.
A
partir de las orientaciones del Concilio Vaticano II, de la Conferencia del
Episcopado Latinoamericano en Medellín (1968), y de los anhelos de las bases,
la iglesia de la Amazonía escogió dos directrices básicas: la encarnación en la realidad, con el consentimiento y la
convivencia con el pueblo en la simplicidad y la evangelización libertadora.
Cuarenta años después del Documento de Santarém, en 2012, los obispos reunidos
reafirmaron su opción por los pobres y el compromiso evangelizador en defensa
de la vida en sus múltiples expresiones en la Amazonía, sobre todo en el
cuidado de la casa común y los pueblos que en ella viven.
Desde
la década de 1970 la lucha y la resistencia indígena es grande. Los pueblos
indígenas, apoyados por la Iglesia, por medio del Consejo Indigenista Misionero
(CIMI), comenzaron a encontrarse para discutir sus problemas en grandes
asambleas indígenas. Ocupando espacios en los medios de comunicación,
denunciaron el proyecto oficial de exterminio de una dictadura militar que
propuso el fin de los indios con un plazo hasta el año 1998.
Los
pueblos indígenas lograron que la Constitución Federal de 1988 asegurara sus
derechos históricos a la tierra y al reconocimiento de sus organizaciones
sociales. Constituyeron varias formas de articulación y organización para hacer
avanzar concretamente las conquistas legales. Todo eso para defender la
integridad física y cultural de las generaciones presentes y futuras.
Como
consecuencia de la acción profética de la iglesia junto a los pueblos
indígenas, el CIMI viene siendo criminalizado a través de la Comissão Parlamentar de Inquérito. La
CPI del CIMI, fue instalada y puesta en práctica por la Asamblea Legislativa de
Mato Grosso do Sul, como instrumento de ataque usado contra la acción misionera
de la Iglesia Católica junto a los pueblos indígenas.
El CIMI
tiene la misión de animar y articular la pastoral de la Iglesia Católica junto
a los pueblos indígenas. La estrategia de la criminalización contra el CIMI
también está implementada por medio de la CPI de la FUNAI/INCRA. Recientemente
la bancada ruralista aprobó una solicitud determinando la instauración de una investigación
policial más, ahora sobre la labor de nuestros misioneros junto a las
comunidades indígenas en el estado de Rio Grande do Sul.
El CIMI
es acusado por los mismos diputados sorprendidos en discursos de explícita
incitación al odio y a la violencia contra los pueblos en aquel estado. Las
persecuciones, amenazas y ataques que el CIMI sufre cotidianamente, muestran
que estamos andando por el camino correcto, pues el propio Señor Jesús llamó de
bien aventurados “los que son perseguidos por causa de la justicia” prometiéndoles
el “Reino de los Cielos”.
En los
años 70 (1975) nace la Comisión Pastoral de la Tierra (CPT) durante el
encuentro de obispos y prelados de la Amazonía, convocado por la Conferência
Nacional dos Bispos do Brasil (CNBB). Fundada en plena dictadura militar como
respuesta a la grave situación vivida por los trabajadores rurales, raizales y
peones, sobre todo en la Amazonía, explotados en su trabajo, sometidos a
condiciones análogas al trabajo esclavo y expulsados de las tierras que
ocupaban.
Con
los innumerables problemas en la panamazonía y la situación de vulnerabilidad
en las fronteras entre los países, que ha facilitado el tráfico humano (niños y
mujeres) y de órganos a partir de 2006, la iglesia y la vida religiosa asumen
la defensa de la vida con la creación y articulación de la red “Un Grito Por
la Vida”, que agrupa la vida religiosa consagrada, las organizaciones
eclesiales y civiles para fomentar, promover y/o participar de actividades y
procesos de prevención y asistencia e intervención política en el combate al
crimen organizado, así como posibilitar a la sociedad los medios para cohibir
el crecimiento de la inserción de víctimas en este mercado del crimen.
La Red
Eclesial Panamazónica (REPAM) es un mecanismo de acción de la iglesia católica
que nació con la misión de ser una “plataforma de intercambio y
enriquecimiento mutuo, así como una confluencia de esfuerzos de las iglesias locales,
congregaciones religiosas y movimientos eclesiales, con voz profética y al
servicio de la vida y del bien común”, con el ánimo de “potenciar de manera
articulada la acción que realiza la Iglesia en el territorio panamazónico,
actualizando y concretizando opciones apostólicas conjuntas, integrales y
multiescalares, en el marco de la doctrina y de las orientaciones de la
Iglesia”.
El
Papa Francisco en la encíclica “Laudato Si”, sobre el Cuidado de la Casa Común,
hace cuestionamientos profundos para todos nosotros, para la humanidad y nos
invita a tener coraje. “¿Qué le está pasando a nuestra casa?”, “¿qué tipo de
mundo queremos dejar a quienes nos sucedan, a los niños que están creciendo?” y
“¿con qué propósito pasamos por este mundo? ¿Para qué vinimos a esta vida?
¿Para qué trabajamos y luchamos? ¿Para qué nos necesita esta tierra?”.
El
Papa insiste y menciona la relación íntima entre los pobres y la fragilidad del
planeta, la convicción de que todo está estrechamente interrelacionado en el
mundo, la crítica al nuevo paradigma y a las formas de poder que derivan de la
tecnología, la invitación a buscar otras maneras de entender la economía y el progreso,
el valor propio de cada criatura, el sentido humano de la ecología, la
necesidad de debates sinceros y honestos, la grave responsabilidad de la
política internacional y local, la cultura del descarte y la propuesta de un
nuevo estilo de vida.
Consideraciones Finales
Los
pueblos indígenas vienen cuestionando, desde hace 500 años, toda la depredación
y violencia contra la Madre Tierra impuesta por occidente con su modelo
económico y desarrollo severamente destructor.
En la
lucha por el Cuidado de la Casa Común, todos los pueblos hijos de la Madre
Tierra son llamados a aportar. Los pueblos indígenas son sabios maestros en
esta reciprocidad y solidaridad cuidadosa con la Casa Común, la Madre Tierra y
con todos los seres que la habitan. Los pueblos indígenas son semillas de
solución y fuentes de esperanza para la humanidad y el planeta.
La decisión es nuestra: acoger los gritos de la
creación y de sus hijos e hijas o destruir la Casa Común en nombre del lucro y
del bienestar de muy pocos.
“Todas las cosas están ligadas como la sangre que une a una familia. Todo
está conectado. Lo que ocurra con la tierra recaerá sobre los hijos de la
tierra. El hombre no tramó el tejido de la vida; él simplemente es uno de sus
hilos. Todo lo que haga a este tejido, se lo hará a sí mismo”.