José
María Castillo S.
www.religiondigital.com/300715
Tal como se han puesto
las cosas en la Iglesia, lo más probable es que al papa Francisco le espera un próximo mes de octubre complicado.
Quizá más complicado de lo que algunos se puedan imaginar. Por la sencilla
razón de que, como es bien sabido, en octubre se completa y se clausura el
Sínodo sobre la familia. Un tema erizado de dificultades, en torno al que se
van a debatir problemas tan complicados como el del divorcio, el matrimonio
entre personas del mismo sexo, el modelo de familia que quiere la Iglesia, la
educación de los hijos, etc, etc.
Además - y esto lo más
complicado -, se avecina el momento en el que al papa se le va a pedir que se
pronuncie sobre asuntos como los que acabo de indicar y otros similares.
Asuntos sobre los que, en la Iglesia y en la sociedad, abundan los cristianos
(y no cristianos) que tienen posturas firmemente asumidas de forma inamovible e
incluso no exentas quizá de fanatismo. Por esto he dicho (y repito) que al papa
Francisco le espera una “ottobrata
romana” que no resultará precisamente placentera y fácil.
Así las cosas -y para
acabar de complicar la situación-, Francisco ha publicado recientemente la Bula “Misericordiae Vultus”, en la
que (en el nº 3) afirma literalmente: “Hay
momentos en los que de un modo mucho más intenso estamos llamados a tener
misericordia”. ¿Por qué precisamente, en este momento, necesitamos mucho
más tener misericordia?
En no pocos ambientes
eclesiásticos, concretamente en la curia vaticana, hay quienes sospechan que el
papa afirma que ahora necesitamos (vamos a necesitar) dosis abundantes de
misericordia, porque ahora es cuando la
suprema autoridad de la Iglesia nos va a decir cosas sobre la familia que
algunos (posiblemente) no están dispuestos a escuchar y menos aún a aceptar.
No puede tener
misericordia quien no tiene respeto, tolerancia y comprensión hacia quienes
piensan y viven de manera que producen, en otras personas o grupos humanos, repugnancia y vergüenza, las dos emociones
que tanto nos distancian a unos de otros. Y hasta nos enfrentan a los
unos con los otros. Dos emociones tan determinantes en la vida, que, como es
sabido, el pensamiento liberal americano considera que, si no se supera la
repugnancia y la vergüenza, no es posible la igualdad entre los ciudadanos
(Martha C. Nussbaum).
Para concluir esta
reflexión, terminaré diciendo que no creo en modo alguno que el papa Francisco
haya publicado la Bula sobre la misericordia porque les tenga miedo a quienes
se puedan poner nerviosos por causa de las decisiones que tome la suprema
autoridad de la Iglesia ante los problemas que hoy nos plantea la familia.
Y, sobre todo, nos
pongamos como nos pongamos ante lo que decida el Sínodo presidido por el papa,
lo más urgente en cualquier caso - creo yo - es que sepamos reaccionar como nos indica el Evangelio de Jesús. Con
la misma bondad siempre. Con la misma misericordia siempre. Aunque quizá nos
pueda ocurrir lo que les pasó a los familiares de Jesús, que llegaron a pensar
de él que se había vuelto loco (literalmente, “estaba fuera de sí”) (“existêmi”), tal como indica expresamente
el evangelio de Marcos (3, 21).