José
María Castillo S.
www.religiondigital.com/300715
Se sabe que el difunto cardenal Martini le dijo al papa
Benedicto XVI que la Iglesia lleva doscientos años de retraso respecto a la
sociedad y a la cultura actual. Supongo que Martini se refería al
ejercicio del poder y al sistema de gobierno eclesiástico. Si el cardenal le
hubiera hablado al papa de la liturgia, lo más probable es que le habría dicho
que la Iglesia lleva un retraso de más de mil años.
No estoy exagerando.
Basta repasar la excelente y documentada historia de la misa, de J. A.
Jungmann, para caer en la cuenta de que la estructura de la celebración
eucarística, el lenguaje que en ella se utiliza (aunque esté traducido del
latín), la mayor parte de los gestos rituales y el conjunto de la ceremonia,
todo eso se quedó anclado y atascado en
lo que se hacía y se expresaba según el lenguaje y las costumbres de la Alta
Edad Media.
O sea, según los usos y
formas de expresión que eran actuales en los lejanos tiempos del siglo quinto
al octavo. Sin duda alguna, se puede afirmar que no existe ninguna otra
institución, por más conservadora que sea, que se comporte de esta manera. ¿Y
nos sorprende que haya tantos cristianos que apenas van a misa?
Por esto conviene
reconocer que la Constitución sobre la Liturgia, del concilio Vaticano II, hizo
bien a la Iglesia en algunas cosas, por ejemplo al permitir la traducción del
latín a las lenguas actuales. Pero también es cierto que aquello fue una “actualización” que se quedó muy corta.
Seguramente porque
faltó tiempo, la debida preparación y las condiciones indispensables para afrontar los problemas más de fondo y
más actuales que afectan a la liturgia, los rituales, los signos, los símbolos
y los embrollados y actualísimos temas relacionados con la comunicación entre
los seres humanos. Sobre todo cuando se trata de comunicar y poner en claro
cuestiones tan complicadas como es todo lo que se refiere a nuestras relaciones
con “lo trascendente”. Y sabemos que eso precisamente es lo que se pretende en
la liturgia. ¿Por qué habrá tantos
católicos más preocupados por ser fieles al Catecismo que por afrontar y
resolver estos problemas tan serios y apremiantes?