José Fitzgerald, cm
www.prensa.com/080715
La nueva encíclica del papa Francisco sobre el
medio ambiente, Alabado Sea: Sobre el Cuidado de la Casa Común, tiene mucho que
decir sobre una situación como la de Barro Blanco y la gran injusticia cometida
en contra del pueblo ngäbe. En este breve espacio quiero resaltar una sección
de la encíclica titulada “ecología cultural”, en la que el Papa señala la
importancia de evaluar cualquier intervención en la naturaleza desde la cultura
local, en este caso, la ngäbe.
El conflicto de Barro Blanco en su profundidad es
un choque entre dos cosmovisiones distintas; la cosmovisión capitalista
neoliberal de los que favorecen la terminación del proyecto; y la cosmovisión
ngäbe que considera todo lo que contiene la “casa común”, incluyendo el río,
como miembro de una “gran familia”. El discurso desarrollista de los promotores
del proyecto Barro Blanco siempre empieza con cifras sobre la demanda
energética y crecimiento indiscriminado del país. Hablan sobre el agua del río
como un “recurso” para explotar, convertir en dinero para seguir “creciendo”.
El Papa critica esta reducción de la creación de
Dios a “bienes del mercado” y dice que “hace falta incorporar la perspectiva de
los derechos de los pueblos y las culturas, y así entender que el desarrollo de
un grupo social supone un proceso histórico dentro de un contexto cultural y
requiere del continuado protagonismo de los actores sociales locales desde su
propia cultura” (144).
Los ngäbe fácilmente se identifican con las
palabras familiares de san Francisco de Asís que cita el Papa en su encíclica,
como “hermano sol y hermana agua”. Los hermanos ngäbe de las comunidades
afectadas, durante toda su vida, han bajado al río en la madrugada para bañarse,
lavar y pescar. Han vivido los ritos sagrados del baño de agua con plantas
medicinantes. Han oído numerosas veces los mitos ngäbe de la creación que se
centralizan en el río y nuestra responsabilidad de vivir en armonía con él.
Desde su cultura y cosmovisión escuchan la palabra
“río” en lo más profundo de su corazón y con razón no aceptan los argumentos
progresistas que prometen una “vida mejor” que se inicia con la destrucción
total del río y ecosistema natural que han sido una bendición de Dios y la
“vena de vida” para su pueblo desde siempre.
La encíclica del Papa nos invita a reflexionar
sobre el peligro de imponer, no solamente un proyecto como Barro Blanco, sino
una cosmovisión que reduce el milagro de la creación de nuestro Dios a simple “mercancía”
para aprovechar económicamente. Él dice con claridad que “para (los indígenas),
la tierra no es un bien económico, sino don de Dios y de los antepasados que
descansan en ella, un espacio sagrado con el que necesitan interactuar para
sostener su identidad y sus valores” (146).
El Papa dice además que “ni siquiera la noción de
calidad de vida puede imponerse, sino que debe entenderse dentro del mundo de
símbolos y hábitos propios de cada grupo humano” (144). Podemos, como un país
de diversos pueblos y culturas, abrir nuestro horizonte para aceptar esta
diversidad cultural y de cosmovisiones como una bendición, no como un obstáculo
a un solo modelo de “progreso” neoliberal que se impone desde arriba a base de
una ‘visión consumista del ser humano” (Alabado Sea 144).
A la luz de la destrucción de casi todos los
grandes ríos de esta parte del país por la indiscriminada proliferación de
hidroeléctricas, sería un paso significativo colocar al río Tabasará bajo
protección ambiental, social, cultural y espiritual, desde la cordillera hasta
el mar. La solución de la crisis Barro Blanco comienza al ubicarnos en la
cosmovisión ngäbe y buscar relaciones armónicas con todas las criaturas en la
“casa común”.