Alabada
seas, ecología guaraní
Bartomeu
Melià, s.j.
www.religiondigital.com/140715
La ecología, dice la reciente encíclica del Papa Francisco, reclama prestar
atención a las culturas locales a la hora de analizar cuestiones
relacionadas con el medio ambiente, poniendo en diálogo el lenguaje
científico-técnico con el lenguaje popular.
Es indispensable
prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones
culturales (L.S 146). Ahora bien una de las naciones originarias del
Paraguay es precisamente la guaraní, que tomaremos como interlocutora. Esta
elección no excluye a las otras naciones indígenas del Paraguay, que también
son modelos de estilos de vida comparables.
Interlocutores
Alguien podrá
argumentar que la nación guaraní constituye una ínfima minoría en el
Paraguay, con 55.845 personas en la región Oriental y 6.057 en el Chaco, según
el Censo Nacional de Pueblos Indígenas de 2012.
Pero en realidad, no
son una simple minoría entre otras, sino que deben convertirse en los
principales interlocutores, sobre todo a la hora de avanzar en grandes
proyectos que afecten a sus espacios, dirá la encíclica del Papa Francisco,
Laudato Si'. (LS:146).
Esas comunidades indígenas que de hecho
forman naciones, son interlocutores válidos tanto o más importantes incluso que
otras minorías que están en el Paraguay -no sé si son del Paraguay, como son
los funcionarios y asesores del Estado, empresarios, ganaderos, sojeros,
banqueros, diputados y senadores y jueces, militares y educadores, para nombrar
sólo algunos de los que se han apropiado por cuenta propia la representación
exclusiva del país.
Los guaranís, como conjunto, son interlocutores privilegiados que
necesitamos, porque conservan saberes que
la sociedad paraguaya ha perdido y se rigen por un estilo del cual se puede
aprender mucho. Necesitamos hablar con ellos.
Edgar Faure, en un
informe para la UNESCO, titulado Aprender a ser, acerca de la educación,
ya advertía que "las civilizaciones amerindias, las culturas africanas,
las filosofías del Asia y muchas otras tradiciones ocultan valores en los que
se podrían inspirar no sólo los sistemas de educación de los países, herederos
de ellos sino también el pensamiento educativo universal".
Desde el inicio de
la colonia hay pocos indicios de un sincero diálogo entre conquistadores y
colonos europeos con los guaranís, sino más bien un ‘cállate' continuo de
los recién llegados frente a los primeros pobladores, a pesar de que la
colonia sólo pudo subsistir gracias a la ayuda y al trabajo indígena. Las
uniones con las mujeres nativas y la participación de los ‘cuñados' guaraníes
al servicio de los karai cada vez más
forzada no llevaron al diálogo sino a la sumisión. Los guaraníes fueron encomendados
para servir a sus nuevos amos en un régimen que si no era de plena esclavitud,
era sí de "disimulado cautiverio".
Conflictos y rebeliones no se hicieron
esperar. Sí los consultaron alguna vez como baqueanos para entrar y hacer
nuevas invasiones. Hubo un corto periodo en la historia, sin embargo, en el que
se consultó a los guaraníes, al menos en algunas cuestiones. Fue en las
misiones jesuíticas, una "colonia sin colonos".
Consta que los
misioneros consultaban a los indios para la elección del lugar donde se
fundaría el nuevo pueblo o reducción. Y los escuchaban, especialmente para
aprender su lengua, a través de la cual les llegó la cultura tradicional.
Después de esa experiencia bastante efímera de 150 años, de 1610 a 1768, no se
escuchó más la voz de los guaranís, a pesar de que se hablara una nueva lengua,
el guaraní paraguayo, que vehiculaba en sus pliegues muchos aspectos de la
cultura guaraní.
El lenguaje popular,
su heredero, dice todavía verdades tan auténticas que se prefiere no atenderlas.
Gran parte del diálogo con el pueblo se hizo en guaraní, pero éste también se
está olvidando. El Paraguay se está volviendo di-lingüe, sin que avance
el bilingüismo.
El tekoha guaraní
Un primer diálogo
con los guaraní puede ser sobre el medio ambiente. Una de las crisis centrales
del Paraguay actual no es solo la degradación galopante de sus espacios
físicos, en cuanto problema de territorio, y muy grave por cierto, sino sobre
todo la destrucción de la ecología ambiental, moral, política e incluso
religiosa.
El diálogo acerca de
la tierra es un tema imprescindible, ya que la concepción indígena y la
ideología paraguaya son contrarias y se distancian cada día más. Para ellos
-podemos decir de los guaraníes- la tierra no es un bien económico, sino don de
Dios y de los antepasados que descansan en ella, un espacio sagrado con el
cual necesitan interactuar para sostener su identidad y sus valores (L.S.
146).
Hay una palabra que
había caído en desuso, pero sigue siendo un eje de la vida guaraní: el tekoha.
La partícula -ha, es un afijo instrumental que determina varios sentidos,
siendo uno de ellos ‘lugar'. Es el lugar del teko, del modo de ser guaraní,
de tal manera que tekoha es el lugar
donde se vive al estilo guaraní, donde se mantiene la tradición, donde se
plantan y cosechan los productos que aseguran una soberanía alimentaria, donde
se practican los ritos de la religión y se relatan los mitos.
La tierra es don
gratuito de Ñande Ru Ete, Padre
de verdad y Padre de todos; esa tierra es el descanso de los muertos y donde se
proyecta el porvenir; es el pasado, el presente y el futuro. Es en fin de
cuentas un espacio sagrado donde no dejamos de tener los pies en el suelo. El tekoha es para el guaraní el lugar de la
comunidad: ñande rekoha, que incluye
a todos sus habitantes, sin excluir a nadie.
Este espacio no es
una tierra, yvy, aunque también lo
es. Es un lugar de cultura, de relaciones humanas y comunitarias, y si se me
permite un barbarismo para exaltar algo tan humano, el tekoha no es un
terri-torio, sino un cultura-torio. La
tierra puede ser medida, la cultura, sin embargo, no se encierra en
cantidades; es sentida; ahí está la
diferencia entre el conocimiento y la sabiduría, entre el arakuaa y el arandu.
Se conoce lo que
ocurre en el tiempo, pero se sienten los tiempos reflejados en su rostro, en su
olor, en su vista y en su gusto. Ese tekoha
que es más que tierra, es la madre que no se puede cortar y ni vender a
pedazos; es un crimen carnear a su propia madre, dicen los Paĩ Tavyterã, una de las etnias guaranís.
Cuando los guaranís
permanecieron en sus territorios, son precisamente ellos quienes mejor los
cuidaron (L.S.: 146). Y por esto esos tekoha
guaranís se hicieron tan apetecibles, como tierra y monte virgen -yvy ha ka'aguy marane'ỹ, que no
han sido manoseados irresponsablemente ni dejados en puro desierto pelado,
despreciable. Esos territorios cuidados por ellos, nunca vendidos, fueron hasta
bien entrado el siglo XX, una reserva de bienes incalculable, que los
intrusos de los últimos tiempos han codiciado y usurpado sin razón, sin ley y
sin permiso, y han explotado hasta acabarlos.
Nadie puede explicar
con qué derecho ese territorio, ese culturatorio,
pudo pasar a manos ajenas y ser pisado hasta no dejar un resto de selva.
Pero el mal ya está hecho. Y es irrecuperable sin el esfuerzo de todos, que son
también los que manejan los territorios vecinos.
La degradación de la
naturaleza
Hasta que llegaron
los otros -yvypo ambue esas nuevas
figuras de hombre, que los guaraníes consideraron tan humanos como ellos, pero
se comportaron como tigres feroces a poco de haber comido todo lo que
encontraban a su alrededor y no haber plantado nada.
La secuencia fue un
país pobre, del cual muchos huían. Es un eufemismo decir que Asunción fue
madre de ciudades. Fue madrastra que expulsó a sus hijos e hijas. En diversas
partes del mundo, los indígenas son objeto de presiones para que abandonen sus
tierras a fin de dejarlas libres para proyectos extractivos y agropecuarios que
no prestan atención a la degradación de la naturaleza y de la cultura (LS 146).
Son resultado de la
degradación muchos de los guaraníes que ahora conocemos, y más precisamente los
que han sido copados por la ‘civilización'. El ciclo está en marcha. Se
avecinan tiempos en los que por razones de minería esos mismos territorios
serán heridos en su piel y en sus entrañas más profundas, para extraer de ellos
con medios agresivos y peligrosos para la salud de alma y cuerpo, productos que
nadie produjo, pues son dados por la naturaleza, para que sirvan al capricho
consumista de unos pocos que viven de la muerte de los otros.
El Acuífero Guaraní
está en peligro. A ello se une que la legislación es
discriminatoria. A las tierras reconocidas ya como indígenas se les niega los
eventuales beneficios del subsuelo.
Otro estilo de vida
Ha habido colonos,
especialmente los más recientes, que trajeron el descuido, la destrucción y
la degradación de la naturaleza en grado tal que con el tiempo se ha expandido
hasta los últimos rincones del suelo patrio, algunos de ellos apenas
descubiertos en la segunda mitad del siglo XX.
En realidad la
conquista de gran parte del Paraguay es un fenómeno de última generación y
no se ha completado gracias a Dios. Los guaranís conocieron ya el trueno de la
destrucción y huyeron. En su camino de ida todavía hicieron rozas y chacras.
Pero el trueno de la destrucción los seguía, la tierra se desmoronaba y ellos
huían más lejos, y la tierra se desmoronaba cada vez más rápidamente. Y dejaron
de hacer chacras, era inútil, llegó el diluvio y fue el fin de la primera
tierra.
¿Es todo eso
mitología? Ciertamente, y ¿qué? Pero más lógica y razonable
que la ideología de la propiedad y del consumismo, que se ha globalizado como
malos aires que circulan por doquier sin conocer fronteras y que nadie puede
controlar, ni si siquiera los Estados más poderosos.
Lo que está en juego
no es sólo el medio ambiente, sino el sentido de la existencia y de la
convivencia. Muchas formas altamente concentradas de explotación y
degradación del medio ambiente no sólo pueden acabar con los recursos de
subsistencia locales, sino también con capacidades sociales que han permitido
un modo de vida que durante mucho tiempo ha otorgado identidad cultural y un
sentido de la existencia y de la convivencia. (L.S.: 145).
En el Paraguay esta
realidad está cuantificada: el 2% de los
establecimientos agrícolas posee el 89% de las tierras destinadas para tal fin.
Esto quiere decir que el 2% produce para la exportación hacia el exterior, produciendo
pobreza hacia el interior.
Consecuencia es la
degradación del ambiente y la casi total destrucción de los recursos de
subsistencia locales. El Paraguay está en vías de perder su soberanía
alimentaria y depende de productos del exterior aun en los rubros más
típicos y tradicionales como la mandioca, el maíz, las hortalizas, hasta las
típicas naranjas, y tiene que recurrir a la importación de esos recursos.
Su capacidad de producción diferenciada en términos generales ha disminuido
notablemente, por no decir casi del todo.
Estos hechos se han
traducido en el éxodo de la población rural hacia las periferias de las
ciudades, donde la identidad cultural, el sentido de la vida y las relaciones
familiares y vecinales han sido sacudidos de mala manera. Es el nuevo rumbo. Lo
que ocurre con los guaranís ha sido todavía más dramático. Por una parte las
comunidades mantienen el grado de identidad más elevado y firme en el país, la
mayoría perseveran su modo de ser y persisten en él. Por otra parte es
interés primordial del Estado la desaparición de esas culturas.
Lo más grave es que
a través de pseudoprogramas educativos se ataca las raíces de su identidad: sus
lenguas desaparecen -así como el mismo guaraní paraguayo, su religión auténtica
y tradicional es poco practicada por las generaciones más jóvenes, sus
conocimientos tradicionales de fauna y flora se pierden, sustituidos por
abundantes materias escolares inservibles; los docentes indígenas, que ya han
pasado por el sistema escolar paraguayo, se encuentran confusos.
Ni siquiera los
nombres auténticos de las personas son aceptados en los registros civiles, aunque
hay que decir que los guaraníes -y hay que darles en esto la razón- los
ocultan. La desaparición de una cultura puede ser tanto o más grave que la
desaparición de una especie animal o vegetal. La imposición de un estilo
hegemónico de vida ligado a un modo de producción puede ser tan dañina como la
alteración de los ecosistemas (LS.:145).
La colonización real
y la dependencia que empobrece se nutrieron y se nutren de la imposición de un
monoteísmo único, del monopolio financiero y de la monarquía o exclusivo modelo
de Estado; estos son los tres ‘monos' que harían reír si no fueran tan fieros,
agresivos y homicidas. Los guaranís viven su monoteísmo con mayor pureza y
sinceridad que la mayoría de los cristianos, que adoran a varios dioses a la
vez.
Ellos adoran y creen
en un solo Padre que no tiene hijos pobres y ricos, separados y enemigos a
matar; su economía de jopói, de
manos abiertas uno para otro, asegura la distribución equitativa según las
necesidades; no hay monarcas ni caciques, sino una asamblea democrática y
respetuosa, no sujeta a obediencias partidarias ni a silencios impuestos.
Pero, ¿dónde se ha
visto esto?, preguntará alguno. Viva usted en una comunidad guaraní durante un
tiempo suficiente y lo escuchará, lo vivirá y lo sentirá. Es indispensable
prestar especial atención a las comunidades aborígenes con sus tradiciones
culturales (L.S.: 146), dice el Papa Francisco. Es bueno y necesario
hablar con los guaranís, escucharlos y dejar de lado las prisas por querer
enseñarles.