El acuerdo sobre el
programa nuclear iraní fue recibido como una bomba en varias capitales del
Próximo y Medio Oriente, particularmente en Tel Aviv y Riad, los dos mayores
enemigos de Irán. Tanto Israel como Arabia Saudita consideran el acuerdo como
una catástrofe para sus intereses y razones no les faltan. Con el acuerdo, la República Islámica sale del ‘club de los malditos’,
legitimada políticamente, fuerte militarmente y con un abanico extenso de
posibilidades económicas, comerciales y científico-técnicas, fundamentadas en
los enormes recursos energéticos del país.
Apenas terminadas
las reuniones, los gobiernos de Rusia e Irán anunciaban la puesta en marcha de
decenas de proyectos conjuntos, desde la construcción de centrales nucleares al
desarrollo de yacimientos de hidrocarburos, pasando por construcciones
ferroviarias y un incremento exponencial del comercio. Producción de maquinaria
pesada, aviación, generación eléctrica, astilleros, productos agrícolas y
alimenticios, etc.
A todo ello habría
que agregar el sustancioso mercado militar, que empezaría con la entrega –al
fin-, por Rusia de los sistemas de defensa antiaérea S-300, congelada por el
embargo. Los intereses mutuos de Moscú y Teherán son tan grandes que Vladimir
Putin había declarado, semanas atrás, que alcanzar el acuerdo nuclear era
“importante para grandes proyectos de cooperación entre Rusia e Irán”.
Rusia no es el único
país que se volcaría en Irán. China está también interesada en realizar grandes
inversiones en un país que es imprescindible para su megaproyecto de comunicar
China con el golfo Pérsico y el mar Mediterráneo, en lo que ha llamado “las
nuevas rutas de la seda”.
Se trata de un
proyecto estratégico donde los haya, a través del cual China se garantizaría
rutas y recursos en caso de conflicto con EEUU y, en cualquier caso, abriría
una colosal ruta comercial transcontinental. Una ruta con la que espera
completar su plan, ya en marcha, de construir una inmensa red de autovías y
ferrocarriles que comuniquen China con casi toda Asia, Europa y África,
acortando distancias y sustituyendo vías marítimas históricas como rutas
comerciales. La posición geoestratégica de Irán hace de este país una pieza
esencial del proyecto chino.
Para Irán, el tema
nuclear había dejado de ser tabla de salvación ante un posible ataque de Israel
y EEUU para convertirse en el mayor obstáculo para su desarrollo económico y
científico-técnico. El cambio drástico de circunstancias en Oriente Medio -tras
los fracasos estrepitosos de la OTAN y EEUU en Afganistán e Iraq, la extensión
del terrorismo de raíz suní y el surgimiento del Estado Islámico-, había
situado a Irán en una posición de fuerza.
Su alianza con Iraq
y Siria y el resurgir del chiísmo en Bahrein, Yemen y la misma Arabia Saudita,
ampliaban su margen de maniobra y, mejor aún, de seguridad. Era, pues, posible
transigir en el tema nuclear –ya secundario- para dar paso a un acuerdo
estratégico y de mayor alcance sobre la cuestión nuclear, sobre un trueque:
Irán garantizaba a Occidente la no construcción del arma atómica, a cambio del
fin de las sanciones y del reconocimiento del derecho iraní al desarrollo
pacífico de la energía nuclear. Un
acuerdo que abre a Irán una autopista a un portentoso desarrollo económico.
Pese al feroz
bloqueo económico Irán se había convertido en la decimoctava economía mundial,
según datos proporcionados por el FMI, superando a Australia y Taiwán. A pesar
de las sanciones, el bloqueo científico y técnico había obligado a Irán a
desarrollar su propio potencial científico y centros de investigación. Este
esfuerzo le llevó a convertirse en la mayor potencia científica y técnica del
mundo islámico, lo que sacó a relucir la Royal Society británica en
2011, publicitando el dato del número de publicaciones científicas iraníes, que
había pasado de 736 en 1996, a 13.238 en 2008. Tal dato ilustraba el
sorprendente desarrollo científico alcanzado por Irán, superior al de cualquier
otro país musulmán.
Con el acuerdo
nuclear, Irán, de entrada, recuperará 100.000 millones de dólares que tiene
congelados en el extranjero, a causa de las sanciones. Una cifra respetable que
le permitiría inyectar dinero fresco a su economía y empezar su reactivación,
sin tener que esperar a inversores extranjeros o a fondos provenientes del
exterior.
Lo económico, con
todo y tener una importancia mayúscula, no es la única cuestión que el acuerdo
nuclear ha puesto en solfa. Israel ha
recibido ese acuerdo como una derrota estratégica, pues considera a Irán el
único adversario de envergadura que le queda en Oriente Medio y Próximo. Si,
aún bajo el duro sistema de sanciones, el poderío militar de Irán era una
obsesión, un Irán reconstruido económicamente y fortalecido militarmente es
percibido como una amenaza más que formidable.
Similares razones
han sacudido a Arabia Saudita, con el agregado de la rivalidad religiosa y la
pugna por la hegemonía política en la región. Irán está lejos, relativamente,
de Israel, pero Arabia Saudita lo tiene enfrente. Y dentro, pues en el país de
la familia Saud hay una relevante minoría chiíta (14% de su población), que se
ha convertido en blanco del terrorismo del Estado Islámico –fanáticos sunitas-,
que es apoyado por los Saud.
Un Irán fortalecido dispondría de más recursos para apoyar a los
gobiernos de Iraq y Siria en lucha contra los radicales suníes y el Estado
Islámico. De hecho, el gobierno sirio ha celebrado el acuerdo nuclear,
manifestando que dicho acuerdo “repercutirá de manera positiva sobre Siria, ya
que le permitirá prestar una gran ayuda al pueblo hermano” de Siria. La
consolidación del eje Irán-Iraq-Siria, con sus aliados en Líbano (Hezbolá y la
mayoría chiíta), Palestina (Hamás) y Yemen (los hutíes, atacados por Riad),
quita el sueño a Israel y Arabia Saudita, además de hacer poco feliz a Turquía,
un tercer damnificado del acuerdo nuclear, aunque no haga protestas al
respecto.
Hasta ahora, Turquía
se ha presentado como el modelo musulmán a seguir y como la única potencia
regional capaz de contener a los enemigos de Occidente. No obstante, la
implicación descarada de Ankara en el atroz conflicto sirio y su apoyo solapado
al Estado Islámico –unido a su temor a un fortalecimiento del movimiento kurdo-
ha mermado considerablemente su papel en la región.
El sueño turco de
convertirse en el líder del ‘pan-turkismo’ y de los árabes suníes ha naufragado
en el torbellino de guerras religiosas y sectarias, que, sin el apoyo turco y
saudita, no habrían alcanzado la magnitud que tienen en el presente. En la
realidad de las cosas, los tres grandes aliados de EEUU y la OTAN en la región
–Israel, Arabia Saudita y Turquía- se han convertido en los grandes
desestabilizadores de la misma y, por lo mismo, en una amenaza real a la paz.
En medio de ese caos, la República Islámica ha emergido como el Estado
fundamental, el más estable y prudente y, en resumen, el aliado inevitable si
se quiere cortar de raíz el extremismo islamista apoyado por israelíes, saudíes
y turcos.
EEUU, por su parte,
expresa con el acuerdo nuclear el descenso relativo de su interés por Oriente
Medio. Si antes su dependencia del crudo de la “zona del petróleo” justificaba
su despliegue militar y político, en el presente la técnica del fracking
le ha convertido en el primer productor mundial de petróleo y, por tanto,
independiente de las vicisitudes de esa región. Esto no significa que la
‘abandone’; simplemente la sitúa en un nuevo marco, donde la zona prioritaria
para Washington es China y el Pacífico.
Una muestra de realpolitik,
en un mundo donde EEUU pierde peso aceleradamente, en tanto lo ganan China y
Rusia. El acuerdo es otra muestra del inexorable reordenamiento de poder en la
sociedad internacional. Los fracasos en Afganistán e Iraq hicieron ver que EEUU
no puede mantener dos conflictos al mismo tiempo. También, que necesitaba de
Irán, Rusia y China para sostenerlos. Un mundo complejo donde los futuros
rivales no serán Estados pobres y mal armados, sino potencias de la magnitud de
Rusia y China.
La historia suele
dar infinitas vueltas. La que ahora estamos presenciando es una de las más
sorprendentes, pero no inesperadas. Irán renuncia al uso militar de la energía
atómica a cambio de ser reconocida y admitida como la potencia hegemónica en
Oriente Medio y Próximo.
Podrá Israel y
Arabia Saudita maniobrar en el Congreso de EEUU para que se rechace el acuerdo
pero, en tal caso, quien quedaría en evidencia serían Obama y EEUU. Un posible
–pero no probable- rechazo del acuerdo nuclear en el Congreso estadounidense
liberaría al resto de potencias de cualquier compromiso con EEUU, que sería
responsable del fracaso del acuerdo.
El Consejo de
Seguridad validará el histórico convenio en pocos días, dándole legitimidad
internacional. Frustrar el acuerdo sería
un desastre político para Obama y para la OTAN. Irán, pase lo que pase, ha
ganado ya. Lo habíamos afirmado hace varias semanas. La afirmación sigue
siendo válida. Deberían tomar nota en Europa, que será la zona siguiente en ser
abandonada por EEUU, cuya única preocupación real es su propia supervivencia.
Lo dijo el presidente Ronald Reagan en noviembre de 1983: “Nosotros no estamos
en el mundo para defender los intereses de los demás. Estamos para defender
nuestros intereses”. Que tome nota quien desee.
Augusto
Zamora R. es Profesor de Relaciones Internacionales.