Nazarin Armanian
www.publico.es/040814
Mientras preparaban la
conquista militar de Oriente Próximo y Asia Central en 1990 y 2000, EEUU y sus
socios lanzaron una gran campaña publicitaria contra el Islam y los musulmanes,
presentándoles a los habitantes de 52 países del mundo (salvo a regímenes
totalitarios, misóginos y financiadores del terrorismo, Arabia Saudi, la amiga)
como bárbaros y salvajes, necesitados de una inyección del civismo
“judeo-cristiano”, y transportados por miles de mercenarios, tanques y bombas.
Las imágenes de lapidaciones,
de mujeres golpeadas y enburkadas, o de islamistas agarrando cabezas cortadas
llenaron los medios de comunicación, a la vez que unos tertulianos buscaban en
el Corán aquellos versículos que justificaran tales barbaries, y otros las
explicaban desde la justicia de la venganza de los colonizados, ajenos a que
tales grupos fanáticos no sólo no representaban a tantas naciones de
ancestrales civilizaciones diferentes, sino que habían sido fabricados en los
tenebrosos sótanos del Pentágono.
Hoy ningún “contertuliano” se
atreverá a preguntar, ni mucho menos afirmar, la relación entre la religión
judía con la masacre de los palestinos, organizada por el Gobierno israelí, al
menos que quiera ser acusado de antisemitismo, con todas sus consecuencias. El
objetivo de este truco-chantaje es impedir cualquier crítica, incluso
constructiva, hacia sus políticas de extrema derecha.
¿Tiene un fundamento religioso
la apología del terror colectivo que propone el profesor universitario israelí
Mordechai Kedar de que violando a las madres o hermanas de los militantes
palestinos éstos dejarían de molestar a Israel? Idea nacida de una mente
pornográfica, que proyecta la dominación masculina de la violencia sexual
individual a la colectiva, involucrando a los soldados de su propio país en un
crimen organizado más. La siguiente pregunta no es si este señor aún sigue en
su puesto, sino ¿qué opinan sus alumnas y sus alumnos al respecto?
Los “subhumanos” de ayer y de
hoy
Para banalizar el mal,
haciendo que millones de personas “normales” llegasen a ser cómplices de sus
crímenes, los nazis dividieron el mundo entre humanos superiores —ellos
mismos—, y los Untermensch, «subhumano», que incluían a judíos, gitanos,
eslavos, comunistas y homosexuales, entre otros grupos, a quienes se les podía
subyugar o matar, como a los animales. Estos seres a los que con los mismos
criterios subjetivos torturamos, subyugamos y matamos, a pesar de que
compartimos la misma categoría biológica.
Menachem Begin llegó a llamar
a los palestinos “bestias que caminan sobre dos piernas” e Isaac Shamir dijo que
la cabeza de los palestinos sería aplastada como saltamontes contra las rocas y
paredes. Este tipo de afirmaciones ideológicas de expresión de superioridad y
la voluntad de ejercer un poder devastador sobre otros seres humanos, que
estremecían a judíos como Albert Einstein y Hannah Arendt, abundan en el
Antiguo Testamento, al igual que en otros libros de antiguas religiones.
En él, entre ritos y
oraciones, se mezclan el mito sumerio de creación —aunque con la innovación
antinatural de asignarle a un hombre llamado “Adán” para que pare a la mujer—,
la cosmología de los pueblos vecinos, como la dualidad persa —creadora de la
pareja de antagonismo cósmico: Dios/Demonio, paraíso/infierno, Bien/Mal,
etc.)—, relatos de sucesos, algunos no registrados por otras comunidades
vecinas, o normas tomadas prestadas de códigos anteriores, como el de
Hammurabi. Lo mismo sucede con el Corán, o con el Avesta, el Libro de los
zoroastrianos que precede al Antiguo Testamento.
Guerras no tan santas
La ley de Talión de Hammurabi,
recogida siglos después por la Biblia y el Corán, que en su momento supuso un
gran avance en tanto que prohibía las venganzas colectivas y
desproporcionadas, e imponía indemnizaciones económicas por los daños hechos
(¡si no sería imposible gobernar a un pueblo sin ojos y sin dientes!), ha
sufrido un importante cambio 3774 años después, por el Gobierno israelí: “Miles
de vidas inocentes por daños ficticios cometidos contra nadie”. Cierto que
Yahvé también sepultó bajo una montaña de rocas y un mar de fuego a los
habitantes inocentes de Sodoma y Gomorra, por la actitud de unos cuantos
hombres del pueblo.
Un relato emblemático que es
además dos veces misógino: cuando el profeta Lot pide a los violadores
que dejasen en paz a sus huéspedes varones, ofreciéndoles a sus propias hijas
vírgenes —sin voz ni voto y menores de edad, teniendo en la cuenta las
costumbre del tiempo—, y otra cuando dios convierte a la esposa de Lot en un
pilar de sal sólo porque quiso mirar por última vez a su hogar y su aldea que eran
destruidas por la furia divina.
Dios también exterminó a todos
los cananeos y amalecitas, incluidos a los niños, aunque en otras ocasiones les
permitía a sus fieles soldados que tras asesinar a todos los hombres de la
localidad, se quedasen con las mujeres, los niños, el ganado y lo que pillasen
se lo quedaran como botín de guerra (Deuteronomio 20:12-14). Así han hecho los
gobiernos israelíes en distintas fases de la limpieza étnica palestina: en Al
Nakba en 1948, en Sabra y Shatila en 1982, en Jenin y Nablus en 2002, y en
Cisjordania y Gaza un día sí y otro también.
Al menos 35 rabinos
acompañaron a cientos de soldados israelíes camuflados bajo la bandera de EEUU
en Irak, quizás para leerles estos versículos, anulando cualquier posible
barrera moral ante las atrocidades planeadas contra la vida de 25 millones de
personas que no les habían hecho nada. Israel fue el principal instigador y
beneficiario de la invasión liderada por EEUU contra Irak, el principal país
árabe que le desafiaba.
Aprovechando el temible avance
de los fundamentalismos político-religiosos en el mundo y de todos los colores,
algunos juristas hebreos de EEUU han propuesto restablecer la pena de muerte
por decapitación como una de las cuatro formas de ejecución talmúdica —junto
con la lapidación, la quema, la estrangulación—, y la forma menos dolorosa de
matar a un semejante. Exigir la abolición de la pena capital es incompatible
con su integrismo, al igual que para sus homólogos islamistas.
En Israel, y entre decenas de
maneras de intentar el genocidio palestino, se están utilizando, además de
métodos prehistóricos, juguetes muy avanzados: misiles con sensores que les
permiten reconducirlos después del lanzamiento si se desvían del objetivo. Por
lo que matar a los niños en las playas, escuelas de la ONU y hospitales no
podía haber sido por el “defecto de fábrica” del misil.
Los seres humanos de
diferentes regiones del mundo que un día crearon a las divinidades para que les
protegiesen de las inclemencias naturales, no sabían que iban a ser rehenes de
sus propios inventos y criaturas, y que unos pocos aprovecharían su fe para
nublar su razón y manipularles a su antojo.
La espiritualidad individual
debe estar separada de la religión institucionalizada y ésta del poder
político.
No hay nada espiritual ni
moralidad en el saqueo, violación, aterramiento y asesinato a otros seres
vivos, de disfrutar o beneficiarse de su dolor.
No hay guerras santas, todas son diabólicas.