Maciek Wisniewski
www.jornada.unam.mx/290814
Dicen que la primera
–y la más lamentable– víctima de una guerra es la verdad. Y yo diría que los
niños. Y la verdad. Juntos. ¿Un ejemplo? La manera en que Israel trató de sepultar
a los niños de Gaza –512 de los 2 mil 142 palestinos asesinados, la vasta
mayoría civiles–, junto con la verdad sobre su culpa por su muerte.
Para justificarlo en
principio la propaganda israelí (hasbara) recurría al derecho a
defenderse de la amenaza terrorista, lamentando los necesarios daños
colaterales. Un documento especial instruía a los políticos y oficiales a
unirse al dolor de los palestinos usando fórmulas así: Un día niños israelíes y
palestinos crecerán juntos, estarán jugando y trabajando hombro a hombro...,
una muestra magistral de hipocresía (The
Independent, 29/7/14).
Pero cuando éste PR
se quedó corto frente al uso premeditado de fuerza desproporcionada contra la
población y blancos civiles (la doctrina Dahiya) y la clara táctica colonial de
golpear a la población más vulnerable (niños, jóvenes –más de la mitad de los
habitantes de Gaza– y mujeres) para quebrar la resistencia de todo el pueblo, hasbara
recurrió a otras viejas casuísticas que apuntan a: 1) deshumanizar a los
palestinos, y 2) culparlos de su muerte.
Primera –recuerda
Joseph Massad, politólogo palestino–, dirigida sobre todo a los niños (pequeños
demonios que valen menos), acompaña siempre a las masacres israelíes (Al Jazeera, 30/5/11).
Segunda –que pasa la
culpa del colonizador al colonizado–, está presente desde que Israel empezó a
avanzar sobre las tierras de los palestinos. La primera ministra Golda Meir
dijo: Podemos perdonarles por matar a nuestros niños. Pero no por forzarnos a
matar a los suyos. Habrá paz sólo cuando ellos amen a sus niños más que lo que
nos odian a nosotros (1957). Este argumento que difama a los palestinos fue
repetido en contexto actual –¡como si ella hablara de Hamas!– por la...
Anti-Defamation League (Electronic Intifada, 25/8/14).
Pero el caso más
extremo de culpar a la resistencia palestina por la muerte de sus niños
masacrados en los bombardeos israelíes fue el anuncio del premio Nobel de la
Paz –y principal gerente de Holocaust industry– Elie Wiesel.
Publicado en varios
periódicos del mundo, invocando la bíblica historia de Abraham y sus hijos,
rezaba: Los judíos rechazaron el sacrificio de los niños hace 3 mil 500 años.
Ahora le toca a Hamas.
Así, repitiendo el
axioma de Meir –ellos no aman a sus niños– Wiesel acusó a esta organización de
sacrificarlos usándolos como escudos humanos y (de paso) de negarles todo
futuro y vida digna, como si fuera Hamas, no Israel, quien los tiene encerrados
en el gueto-campo de Gaza.
¿Cómo responder a un
dictum así? Con dos contra-críticas y un recordatorio histórico:
• Que no hay ninguna
evidencia –lo reconoció hasta The New York Times– de que Hamas usara
niños como escudos humanos. No obstante, hay numerosas evidencias de que lo
hacía... el ejército israelí, secuestrando a los niños palestinos y poniéndolos
en la cabeza de sus fuerzas invasoras (véase:
reportes de Rania Khalek).
• Que cualquier
persona que acusara a los judíos de sacrificar a sus niños acabaría acusada de
antisemitismo, ¡pero a los palestinos se les puede tachar de todo! Incluso –como
hace Wiesel– de modernos cananitas que según el Antiguo Testamento sacrificaban
a sus niños ante Moloch, y por eso merecen morir, justificando así
(in)directamente la masacre de los gazatíes A.D. 2014 (Electronic Intifada, 9/8/14).
• Y que en los
últimos 3500 años hay al menos un caso en que la comunidad judía sacrificó a
sus niños: ocurrió en condiciones extremas e incomparables, pero no deja ser un
hecho.
Recordarlo duele,
pero el tono de Wiesel y su menosprecio al sufrimiento y la muerte palestina merecen
una respuesta contundente (también del tipo sopa de su propio chocolate).
Es la historia del
gueto de Lodz/Litzmannstadt –mi ciudad natal y gran centro textil–, convertido
por los nazis en una maquila de servicios del Tercer Reich. El gueto producía
uniformes y botas militares, pero también artículos de lujo como vestidos para
muñecos, confeccionados por niños judíos para alegrarles la vida a los niños
alemanes. Pronto, para aumentar la eficiencia, los menores de 10 años fueron
declarados elemento improductivo. Los nazis exigieron a las autoridades judías
su entrega.
Su jefe, Chaim
Mordechaj Rumkowski, empresario malogrado y activista sionista, en un histórico
discurso bañado de retórica cuasi religiosa pidió a los habitantes entregar sus
niños (junto con ancianos y enfermos) y sacrificar los miembros para salvar el
cuerpo: Me lo prometieron: si entregamos este sacrificio, habrá paz (4/9/42).
Rumkowski –retratado
por Primo Levi en Los hundidos y salvados (1986)– era un egomaníaco y
amante del poder. Según algunos era un pederasta que abusaba de los niños del
orfanato que fundó. Según otros, al no tener hijos propios, amaba a los ajenos.
Según él mismo, era un nuevo Moisés que iba a pasar a los judíos por el mar de
la guerra y ser jefe del nuevo Estado judío fundado bajo auspicios de Hitler
(¡sic!). El sacrificio de niños –exterminados una vez entregados– era en su
cabeza delirante un medio para llegar a este fin (que nunca se dio).
Wiesel, por
supuesto, no cuenta esta historia, pero no falló en legitimar su tesis
–Hamas/palestinos sacrifican a sus niños–, con una imagen de niños judíos
arrojados al fuego. Así queda muy claro cómo se construye la narrativa de la
industria cultural del Holocausto (Finkelstein).
Como sólo elementos
selectos del sufrimiento judío (especialidad de Wiesel, también respecto a su
propia biografía, véase La Jornada, 28/9/11) sirven
para justificar el sufrimiento palestino y absolver a Israel aun cuando es
culpable, como reza la doctrina Wiesel (Counterpunch,
29/5/12).
La buena noticia es
que su monopolio se quiebra: un grupo de sobrevivientes del Holocausto rechazó
su indignante desplegado y abuso de historia que justifica lo injustificable:
el asesinato de más de 2 mil palestinos, incluidos cientos de niños (The New York Times, 23/8/14).
Y la noticia para
los que no se enteraron es que los 512
niños de Gaza en verdad no fueron sacrificados por Hamas, sino por el propio
Israel, en el altar de su superioridad moral y militar.