Robert Fisk
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El califato
tiene productores teatrales bastante estrictos. Han escrito un sórdido y
salvaje guión. Nuestro trabajo es responder cada una de sus frases. Nos
comprenden lo suficiente para saber qué diremos. Así que decapitaron a James
Foley y amenazan con hacer lo mismo con uno de sus colegas. ¿Qué es lo que
hacemos? Exactamente lo que predije hace 24 horas: convertir la muerte de Foley
en una nueva razón para seguir bombardeando el califato del Isil.
¿Y qué más nos
provocaron hacer, o al menos al presidente estadunidense de vacaciones? Una
guerra en estrictos términos religiosos, que es exactamente lo que ellos
querían. Barack Obama, antes de volver al campo de golf, informó al mundo que
ningún Dios justo permitiría (al Isil) hacer lo que el grupo hace a diario.
Ahí lo tienen: Obama convirtió la barbarie del califato
en una batalla interreligiosa entre dioses rivales; el nuestro (occidental)
y el de ellos (el Dios de los musulmanes, claro). Esto es lo más que Obama se
ha acercado a rivalizar con la necia reacción de George W. Bush cuando, al
referirse al 9-11, afirmó que nos batiríamos en una cruzada.
Ahora, claro, Obama no
se refirió al Dios musulmán de la misma forma en que Bush no tenía la intención
de mandar a miles de guerreros cristianos a caballo a las tierras bíblicas de
Medio Oriente. De hecho, Bush sólo envió guerreros en tanques y helicópteros.
Obama mencionó también
que las víctimas del califato son “musulmanas en su inmensa mayoría, con
lo que dio a entender que el califato ni siquiera es musulmán, pese a
que su entusiasmo por intervenir en Irak a principios de este mes no fue por
ayudar a esos miles de pobres musulmanes, sino porque le preocupaba que
cristianos y yazidíes fueran perseguidos.
Y, desde luego, existía
el peligro potencial de que hubiera víctimas estadunidenses, hecho que los
hombres de Abú Bakr Bagdadi comprendieron muy bien. Por eso asesinaron al pobre
James Foley. No porque fuera periodista, sino por ser estadunidense; uno de los
estadunidenses a los que Obama prometió defender en Irak.
Independientemente de
si a Obama se le olvidó que había rehenes de nacionalidad estadunidense en
Siria, el intento de rescate llevado a cabo por el ejército de Estados Unidos
al menos prueba que sabían que Foley estaba en Siria. Pero, ¿por qué el Isil
está en Siria? Pues para derrocar al gobierno de Assad, claro, que es lo mismo
que nosotros intentamos hacer, ¿cierto?
¿Qué demonios hizo que
Obama creyera que puede decir a los musulmanes lo que un Dios justo puede o no
puede hacer? El presidente que lamentó la guerra de Bush en Irak, pero que no
se da cuenta de que millones de musulmanes en Irak no creen que un Dios justo
acepta la invasión estadunidense a su país en 2003, o que decenas de miles de
iraquíes han sido asesinados por las mentiras de Bush y de Blair.
Quedé anonadado cuando
escuché a Obama decir: Algo en lo que todos nosotros (sic) podemos estar de
acuerdo es que un grupo como el Isil no tiene cabida en el siglo XXI.
Es el mismo discurso
pedante que el viejo bribón de Bill Clinton usó para dirigirse al Parlamento
jordano después del impopular tratado del rey Hussein con Israel; cuando afirmó
que todos los grupos musulmanes que se opusieron al acuerdo estaban formados
por hombres del pasado.
Por alguna razón, en
verdad creemos que los musulmanes de Medio Oriente necesitan que les contemos
su historia y les expliquemos qué los beneficia o los perjudica.
Los musulmanes que
están de acuerdo en que el asesinato de Foley fue un repugnante crimen contra
la humanidad fueron insultados por un cristiano que les dijo que un Dios justo
aprobaría o desaprobaría. Y quienes apoyaron el asesinato estarán aún más
convencidos de que Estados Unidos es, muy justificadamente, enemigo de todos
los musulmanes.
En cuanto al siniestro
verdugo británico John, me inclino a pensar que vivió entre Newcastle,
Tyne o Gateshead, pues dado que he pasado tiempo en Tyne creí haber escuchado
una pizca del acento característico de esa región.
Pero John bien
puede ser francés, ruso o español. No es que algo de pronto lo volviera; se
trata de un fenómeno que afecta a muchos otros jóvenes, y miles harán lo mismo
que él.
¿Cómo fue que, por
ejemplo, un australiano permitió que su hijo posara con la cabeza decapitada de
un soldado sirio? (Un militar que servía en el ejército de Assad, cuyo gobierno
juramos derrocar).
¿Y cómo han respondido
nuestros servicios de seguridad a esto? Con sus tonterías habituales,
dando a entender que el simple hecho de ver vía Internet esa horrenda ejecución
podría constituir un crimen terrorista. ¿Qué clase de idiotez es esta?
Personalmente,
encuentro igualmente ofensivo filmar –para luego mostrar por televisión– el
asesinato en masa de seres humanos mediante bombardeos. Pero aún así los
mostramos, ¿no es así? Repetidamente se nos invita a observar en nuestras
pantallas de televisión los aviones y drones haciendo blanco en las
supuestas posiciones de los combatientes del Isil e imaginar su muerte dentro
de la bola de fuego que calcina sus vehículos. El que no podamos ver sus
rostros no lo hace menos obsceno. Claro, sus actividades son lo opuesto a
aquello por lo que luchaba Foley, pero ¿en verdad todos son milicianos? Aún no
hemos escuchado esa aberrante maldición lingüística: daño colateral, pero estoy
seguro de que pronto lo haremos.
¿Qué harán nuestros
jefes de seguridad? ¿Convertir en crimen terrorista ver los videos de
las acciones militares estadunidenses? Lo dudo, a menos que en las filmaciones
se muestre el sangriento asesinato de muchos civiles. Entonces sí que podrían
argumentar, con justa razón, que al verlos se alienta el terrorismo. Y
entonces tendríamos que dejar de cubrir las guerras.