www.rebelion.org/130814
Una breve
introducción escrita por el traductor
El
autor presenta aquí 10 escenarios posibles; en dos de ellos describe fenómenos
naturales (la erupción de un supervolcán y el impacto en la Tierra de un
asteroide de gran tamaño) en los que los seres humanos –aparte de sufrirlos–,
no tenemos nada que hacer. En el resto de los escenarios, la actividad humana
es decisiva. Quiero comentar un poco este aspecto, el de la actividad humana
como responsable de la posibilidad de extinción de la raza humana.
Hace
varios cientos de millones de años una conjunción muy casual de circunstancias
–la existencia de agua, de aire y de unas temperaturas medias benignas–
permitió que en la Tierra surgiera la vida. Desde entonces, una evolución
necesariamente lenta permitió la aparición de las especies zoológicas y
botánicas como las que hoy conocemos. Eso fue posible gracias a un equilibrio
muy frágil, y siempre amenazado, de las condiciones necesarias para la
continuación de los ciclos vitales.
Ese
equilibrio está a punto de romperse, si no se ha roto ya. Hace tres días,
algunos medios de prensa informaron de que un pueblo originario que vive en
Panamá, en un archipiélago de unas 35 islas, se ha planteado evacuarlas poco a
poco debido a que sus islas están siendo engullidas por el mar. Es decir, el
cambio climático –la principal amenaza global– no es algo que quizás podría
pasar en el futuro sino algo que está ocurriendo ahora mismo.
Desde
luego, nada ha contribuido tanto en la posibilidad de la rotura de ese
equilibrio como el capitalismo –depredador, destructor de ecosistemas,
dilapidador y agotador de recursos, e interesado solo en el beneficio
inmediato–, cuya ambición es el “progreso infinito”. Progreso infinito en un entorno de recursos finitos no parece ser una
ecuación inteligente y sostenible.
Hace
pocos días también, se celebró el día de la Pachamama, que no es tanto una
religión de los antepasados de los Andes centrales de la América del Sur como
una concepción del mundo, del estar en y con él, es decir, una noción del “buen
vivir”, que tiene como principales valores el cuidado y el respeto. El cuidado
y el respeto a la tierra y a todo lo que en ella vive. Al fin y al cabo,
cuidado y respeto son los principales ingredientes de toda relación amorosa.
La serie Los
muertos vivientes del canal de TV estadounidense AMC está en lo más alto de
lo que se llama “el espíritu del tiempo”, es decir, el clima intelectual y
cultural de la época: es una de las series más populares. En la serie, un virus
ha hecho estragos en la Tierra y matado a la mayor parte de la humanidad; un
día, resucitan los cadáveres para aterrorizar a las pocas personas que aún
están vivas. Aunque se trata de un enorme entretenimiento, nos muestra el
escenario más probable del final de la raza humana. A pesar de la presencia de
Dick Cheney, los zombis no son verosímiles.
Sin embargo, el
final de la humanidad puede ser algo muy real. Mientras resulta muy difícil
imaginar un mundo sin “nosotros”, hay varios escenarios que nos están
contemplando, aquí mismo, ahora mismo –no es necesario buscarlos muy lejos–,
que pueden acabar con todos, o con casi todos, los seres humanos, dejando atrás
una tierra yerma para que sea reclamada por la Madre Naturaleza.
He aquí algunas de
las posibles formas en que puede acabar el reino del hombre –y la mujer–, sin
necesidad de zombis. Muchos ambientalistas piensan que ya hemos superado el
punto en el que no hay retorno. Una vez que hayamos pasado cierto límite, la
Tierra seguirá calentándose aunque consigamos cortar nuestras emisiones de CO2.
1. El cambio
climático global
El cambio climático
es el protagonista en todos los escenarios en los que se termina la presencia
humana en el Tierra. A pesar de lo que puedan creer aquellos que lo niegan, el
cambio climático es algo muy real. Está provocado por los seres humanos con la
pequeña ayuda de los rebaños de vacunos que –con sus ventosidades– liberan
metano, además del gigantesco depósito de metano que está debajo del hielo del
Ártico. A medida que quemamos carbón e incrementamos el consumo de carne
vacuna, más y más gases de efecto invernadero se acumulan en la atmósfera.
Es muy fácil ver el
final del juego en este escenario. Coged un telescopio y mirad Venus, un
planeta con una espesa atmósfera que atrapa el calor del Sol; en la superficie
de Venus, la temperatura es tan alta que puede derretir el plomo. Hace unas
pocas décadas, el científico que se ocupa del clima James Hanson estudió Venus
y vio ciertos paralelismos con lo que está ocurriendo en la Tierra. Lo que vio
le alarmó; en 1988, habló sobre esta cuestión ante el Congreso de Estados
Unidos para advertir a nuestro gobierno de que a menos que cambiáramos nuestros
hábitos ligados a la combustión del carbón, íbamos directamente hacia el
desastre. Hanson solo fue escuchado por un senador: Al Gore.
Mientras tanto,
continuó quemándose carbón y el CO2 siguió aumentando; el resultado
de ello es un lento aumento de la temperatura media del planeta, a pesar de las
ocasionales heladas invernales. En promedio, la temperatura de la Tierra viene
aumentando paulatinamente desde que la Revolución Industrial dio lugar a un
frenético incremento de la quema de carbón. Los años más calientes de la
historia han sido los de la última década.
El escritor y
activista del medio ambiente Hill McKibben describe la situación: “El hielo del
casquete polar del Ártico se está derritiendo (y liberando más gas de efecto
invernadero), el enorme glaciar que cubre Groenlandia está perdiendo espesor;
ambas circunstancias se dan a un ritmo que no esperábamos y nos desconcierta.
Ha aumentado la acidez de los océanos y su nivel está creciendo… Ha aumentado
la potencia de las tempestades, huracanes y ciclones en el planeta… Las fuertes
lluvias ácidas en la Amazonia están secando las zonas marginales… Los extensos
bosques boreales de América del Norte se están muriendo en los últimos años…
[El] nuevo planeta tiene más o menos el aspecto que le conocíamos, pero
claramente ya no es el mismo”.
Muchos
ambientalistas piensan que ya hemos superado el punto en el que no hay retorno.
Una vez que hayamos pasado cierto límite, la Tierra seguirá calentándose aunque
consigamos cortar nuestras emisiones de CO2. Lo que sabemos es que si no empezamos a reducir la cantidad de CO2
que ponemos en el aire, y al menos minimizamos el daño, el desastre de
dimensión planetaria está asegurado.
2. La pérdida de
biodiversidad
Si no contribuimos a
nuestra propia extinción, otro camino para llegar al final de los tiempos es un
subproducto del cambio climático: la pérdida de la biodiversidad. La actividad
humana es responsable de la extinción de innumerables especies que viven en el
planeta Tierra. El Servicio de Noticias Medioambientales ya en 1999 informó de
que “el índice de extinción actual se está aproximando a 1.000 veces el índice
del entorno [lo que sería considerado el índice normal de extinción] y podría subir
a 10.000 veces el índice del entorno durante los próximos 100 años, si continúa
la tendencia actual [resultando en] una pérdida que podría igualar a la de las
extinciones del pasado”.
La Evaluación del
Ecosistema del Milenio, un importante informe ambiental publicado en 2005,
informó de que entre el 10 y el 30 por ciento de los mamíferos, aves y reptiles
del planeta están en peligro de extinción debido a la actividad humana,
actividad que incluye la deforestación (con la consiguiente destrucción de hábitats),
las emisiones de CO2 (lluvias ácidas), la sobreexplotación (por
ejemplo, la excesiva pesca en los mares) y la introducción de especies exóticas
(como la boa constrictora en Everglades, Florida).
“Es muy probable que
estas rápidas extinciones precipiten el colapso de ecosistemas a escala
mundial”, dijo Jann Suurkula, director de Físicos y Científicos por la
Aplicación Responsable de la Ciencia y la Tecnología. “Se prevé que esto
produzca problemas agrícolas a gran escala, con la consecuente amenaza de la
disponibilidad de alimentos para cientos de millones de personas. Esta
predicción ecológica no tiene en cuenta los efectos del calentamiento global,
que no harán más que agravar la situación”.
Los reptiles, como
los sapos y las salamandras, están considerados como las “especies
indicadoras”, es decir, que aportan importantes señales sobre la salud de un
ecosistema. Ahora mismo, la población de sapos, como de otros reptiles está
declinando rápidamente. En cualquier ecosistema, la desaparición de una especie
afecta a las demás, que dependían de la especie extinguida para su alimentación
y quizás otras necesidades vitales. Cuando se da una extinción súbita y masiva
de varias especies, se produce una reacción en cadena de catastróficas
consecuencias.
Hasta ahora ha
habido cinco enormes extinciones en la historia de la Tierra; muchos
científicos dicen que estamos en medio de la sexta extinción planetaria.
“Estamos entrando en un territorio desconocido de cambio del ecosistema marino
y exponiendo a muchas criaturas a una intolerable presión evolutiva”, declara
el Informe sobre el Estado de los Océanos (IPSO, por sus siglas en inglés), que
se publica cada dos años.
Puede que la próxima
extinción masiva ya haya comenzado. ¿Qué puede pasar? Bueno, en la peor de
ellas, hace 250 millones de años, desapareció el 96 por ciento de la vida
marina y murió el 70 por ciento de la vida terrestre. ¿Qué podemos esperar de
la sexta extinción masiva? Seguramente, preferiríamos no tener que averiguarlo.
3. La desaparición
de las abejas
Las abejas se están
muriendo; muchísimas de ellas, debido al “trastorno del colapso de las
colonias” (CCD, por sus siglas en inglés). “Un tercio de lo que comemos los
habitantes de la Tierra depende de los agentes polinizadores –entre ellos, las
abejas–; para unas cosechas provechosas hacen falta las abejas”, dice Elizabeth
Grossman, autora de Chasing Molecules: Poisonous Products, Human Health.
Para producir alimentos, las plantas dependen de la dispersión del polen de sus
flores. Las abejas se ocupan eso, de polinizar. Si no hay abejas, no hay comida (o al menos, toda la necesaria).
En los últimos 10
años, alrededor del 50 por ciento de las colmenas de Estados Unidos y Europa ha
muerto. Se sospecha que la muerte de las abejas se debe a un agente químico
llamado neonicotinoide, un componente de los pesticidas utilizados a gran
escala en la agricultura comercial. Se cree que el agente químico afecta al
sentido de orientación de las abejas, lo que les impide regresar a su colmena.
Si hay menos polen
en las colmenas, se producen menos reinas y finalmente la colonia se muere.
Después de que la Agencia Europea de Seguridad Alimentaria concluyera que estos
pesticidas plantean un “alto riesgo” para la abeja melífera, la Comisión
Europea los ha prohibido.
Sin embargo, Estados
Unidos ha declinado unirse a Europa en la prohibición de los neonicotinoides y
ha insinuado otras posibles causas para el CCD, incluyendo los parásitos.
Mientras tanto, Nerón sigue tocando el violín y Roma se quema; y las abejas
están desapareciendo rápidamente. No resulta difícil imaginar un escenario en
el que una grave escasez de alimentos provoque grandes hambrunas, guerras y la
extinción del ser humano.
4. La desaparición
de los murciélagos
Las abejas no son
los únicos polinizadores que se están muriendo. Los murciélagos también están
cayendo como moscas. Como resultado de la deforestación, la destrucción de
hábitats y la caza, combinado todo con la dispersión de una micosis llamada
“síndrome del hocico blanco”, los murciélagos están desapareciendo a un ritmo
alarmante. Además de su contribución en la crisis de la polinización, la
declinante población de murciélagos anticipa otro escenario de posible
extinción de la vida humana.
Según sus hábitats
son destruidos, cada vez más los murciélagos y los seres humanos cruzan sus
caminos en la búsqueda de alimento y cobijo. Y con los murciélagos vienen los
virus de los murciélagos. “Es muy fácil ver cómo los agentes patógenos pueden
saltar desde los animales a los seres humanos”, dice Jon Epstein en la
EcoHealth Alliance, una organización sin ánimo de lucro dedicada a la
conservación de la biodiversidad.
En promedio, cada año surgen cinco nuevas enfermedades
infecciosas y alrededor del 75 por ciento de ellas provienen de los animales.
Ya se sospecha que males mortales, como
el ébola, se han originado entre los murciélagos. ¿Podría algún nuevo
patógeno –mortal para el ser humano– mutar desde los murciélagos y diezmar la
humanidad?
5. Las pandemias
El punto anterior
nos lleva a un escenario de extinción que está relacionado: una pandemia de
alcance mundial. Cada día aparecen nuevas enfermedades; algunas de ellas tienen
la capacidad potencial de devastar la población.
En 1918, una cepa de
gripe se extendió por todo el mundo y mató a entre 20 y 50 millones de
personas, más que las que habían muerto en la Primera Guerra Mundial. En
2002-2003, el síndrome respiratorio agudo y grave (SARS, por sus siglas en
inglés) estuvo cerca de convertirse en una pandemia de alcance mundial; no es
inconcebible que en tiempos en los que se hacen tantos desplazamientos aéreos y
el mundo está tan interconectado, pudieran presentarse otros gérmenes
infecciosos con una virulencia y capacidad de transmisión como para diezmar, si
no aniquilar, la población humana.
“Ningún virus está
interesado en la muerte de todos sus anfitriones, por lo tanto es improbable
que un virus acabe con la raza humana”, dice María Zambón una viróloga del
Laboratorio de la Agencia de Protección Contra la Gripe, “pero puede provocar
un infortunio que dure unos cuantos años. Nunca podemos estar completamente
preparados para enfrentar los avatares de la naturaleza: la naturaleza es el
peor bioterrorista.
6. El terrorismo
biológico o nuclear
En el ínterin, hay
muchos terroristas –algunos más desinhibidos, otros más corrientes– cuya máxima
aspiración es hacerse con un arma de destrucción masiva, como un artefacto
nuclear o una ampolla de virus de la gripe. “La sociedad de hoy es más
vulnerable al terrorismo porque es fácil que un grupo con malas intenciones
pueda conseguir los materiales, la tecnología y la pericia necesarios para
fabricar una arma de destrucción masiva”, dice Paul Wilkinson, director del
consejo asesor del Centro de Estudios sobre el Terrorismo y la Violencia Política
de la Universidad de St. Andrew.
“Lo más probable es
que, ahora mismo, un ataque terrorista a gran escala capaz de producir una
mortandad masiva utilice un arma química o biológica. La liberación a gran
escala de algo como el ántrax, el virus de la gripe o la peste, tendría un
efecto formidable, y las comunicaciones modernas lo convertirían muy pronto en
un problema que no respetaría ninguna frontera. Existe una elevada posibilidad
de que, en el término de nuestra vida, ocurra un ataque importante en algún
lugar del mundo.”
En lo que respecta a
un ataque nuclear, con el incremento del número de países poco estables como
Pakistán o Norcorea, que poseen armas nucleares, la posibilidad de que alguna
de ellas caiga en manos de un grupo terrorista es solo una cuestión de tiempo.
7. Los supervolcanes
Existen los
volcanes, y también existen los supervolcanes. “En la Tierra, un supervolcán
entra en erupción más o menos cada 50.000 años. Más de mil kilómetros cuadrados
de tierra pueden quedar arrasadas por ríos de lava piroclástica, mucha más
superficie aún a su alrededor puede quedar cubierta de ceniza y liberarse en la
atmósfera toneladas y toneladas de gases sulfurosos que crean un velo de ácido
sulfúrico alrededor de todo el planeta; este velo rechazaría los rayos del sol
durante años. En las horas diurnas no habría más luz que la que hay en una
noche de luna llena.”
Este ‘encantador’
escenario nos lo trae Hill McGuire, director del Centro Benfield de
Investigación de Riesgos del University College de Londres. Hace unos 74.000
años la erupción más violenta de un supervolcán se produjo en Indonesia, en la
región de Toba, cerca del Ecuador; esto hizo que los gases se extendieran
pronto por ambos hemisferios. La luz del Sol no llegaba a la Tierra, y las temperaturas
bajaron en todo el mundo durante los cinco o seis años siguientes, incluso por
debajo del punto de congelación en las regiones tropicales.
Estadísticamente, la
probabilidad de la erupción de un supervolcán supera 12 veces a la del impacto
de un asteroide. Los supervolcanes conocidos están en el parque Nacional de
Yellowstone, EEUU, y en la región de Toba, Sumatra, Indonesia. También están
los que no conocemos…
8. El impacto de
asteroides
Películas recientes,
como Impacto profundo o Armageddon, han hecho un espectáculo de
este escenario de la extinción humana: un asteroide que golpea la Tierra.
Holywood es Holywood, pero en 2013, sin previo aviso, un asteroide de verdad
cayó sobre Chalyabinsk, Rusia. De unos 20 metros, penetró en la atmósfera terrestre
a más de 64.000 kilómetros por hora. Gracias a su tamaño, relativamente
pequeño, y al ángulo con que llegó, los daños fueron menores.
Pero ¿qué hubiera
pasado si un asteroide –nada fuera de lo común– de un kilómetro y medio de
diámetro hubiera tocado la Tierra a esa velocidad? Es posible que hubiera
acabado con la raza humana. La terrible explosión sobrevenida hubiera producido
una nube de polvo tan espesa que la luz del Sol habría quedado bloqueada, la
vida vegetal y las cosechas habrían muerto y los trozos incandescentes del
pedrusco habrían causado tormentas de fuego en todo el planeta.
Esto ya ha pasado al
menos una vez. La razón más probable de que ya no veamos dinosaurios entre
nosotros es que fueron barridos por un fenómeno de esta naturaleza. Donald
Yeomans, de la NASA, dice: “Creemos que, en promedio, un acontecimiento como
ese puede ocurrir cada millón de años”.
9. La presencia de
la máquina
Para presentar
nuestro próximo escenario regresamos a Holywood. Las películas de la serie
Terminator nos entretienen con sus androides asesinos propios de un futuro en
el que la guerra ha sido dejada en manos de máquinas superinteligentes. Muy
bien, eso todavía no ha llegado, pero a medida que contamos con programas que
incrementan la “inteligencia” de nuestras computadoras, aumentando cada año
exponencialmente su capacidad, la posibilidad de que se conviertan en más
listas que nosotros solo es una cuestión de tiempo.
Hoy día ya confiamos
a las computadoras la gestión de los stocks de mercaderías, del aterrizaje de
los aviones, la corrección de nuestros escritos, la búsqueda de los temas que
nos interesan y el cálculo de la propina que dejamos en el restaurante. En su
desarrollo, los robots tienen el mismo aspecto que nosotros, hablan como
nosotros y, como nosotros, son capaces de reconocer los rasgos faciales. En la
medida que les incorporamos los pensamientos y recuerdos que llevamos en
nuestro disco rígido, es decir, nuestra “singularidad”, ¿cuánto tiempo falta
para que nos suplanten?, ¿cuánto falta para que esas máquinas tengan su propia
conciencia?
Ray Kurzwell,
escritor interesado por la futurología, cree que hacia 2029 los ordenadores
serán tan inteligentes como nosotros y que en 2045 serán muchísimo más
inteligentes que los seres humanos. Y entonces, ¿qué? ¿Podrían decidir que ya
no nos necesitan? También puede suceder que seamos nosotros quienes decidamos.
Parece demasiada anticipación, pero hay personas muy inteligentes que se mueven
es este escenario; personas como el genial físico Stephen Hawking, que dice:
“El peligro de que [los super-ordenadores] puedan desarrollar inteligencia es
real”.
10. El apocalipsis
de los zombis
Lo sé. Dije que los
zombis no existen. Pero hay un parásito llamado Toxoplasma gondii. Este
pequeño bichejo infecta a las ratas, pero solo es capaz de reproducirse en los
intestinos de los gatos, entonces ha desarrollado un ingenioso ardid y tomado
el control del cerebro de la rata para obligarla a moverse cerca de un gato.
Naturalmente, el gato se come a la rata y se siente feliz. El parásito también
se siente feliz porque consigue reproducirse en el intestino del gato. ¿Y la
rata? La rata no se siente tan feliz, como es de suponer.
¿Por qué tendríamos
que preocuparnos por la felicidad de las ratas? Porque, en realidad, las ratas
y los seres humanos son muy similares, y esta es la razón por la cual
utilizamos ratas para los experimentos médicos. Y los seres humanos se infectan
con el Toxoplasma gondii. De hecho, la mitad de la población de la
Tierra está infectada con este parásito.
Pero sucede que el Toxoplasma
gondii no afecta a los seres humanos como afecta a la rata. Pero, ¿y si le
afectara?; los virus mutan. En los laboratorios de armas biológicas se
manipulan virus. De pronto, la mitad de la población no sería inmune a ellos.
La mitad de la población infectada e incapaz de pensar racionalmente. De
pronto, algo muy similar a lo de los zombis. “No; es imposible que pase”, nos
decimos. Pero, ¿y si pasara?