Robert Fisk
www.jornada.unam.mx/100814
El no bombardearía
al sangriento califato de Abu Bakr al Baghdadi cuando se está asesinando a la
mayoría chiíta musulmana de Irak. Pero Barack Obama emprendió ya el rescate de
los refugiados cristianos y de los yazidistas, pues teme un potencial acto de
genocidio. Bombas fuera y gracias al cielo que los refugiados en cuestión no
son palestinos.
Esta hipocresía casi quita el aliento, entre otras cosas
porque el presidente estadunidense todavía tiene demasiado miedo de irritar a
los turcos si usa la palabra que empieza con g y que podría relacionarse aún
con el genocidio de millón y medio de armenios cristianos por parte de Turquía
en 1915; un asesinato en masa en una escala que los matones de Abu Bakr todavía
no han intentado. Tendremos que esperar otro año para ver cómo consigue Obama
escabullirse de las conmemoraciones del centésimo aniversario de la matanza de
cristianos a manos de los musulmanes.
Pero por ahora
Estados Unidos llega para ayudar a Irak con ataques aéreos contra los convoyes
de combatientes del Isil. ¿No era eso lo mismo que los estadunidenses fingieron
hacer contra los talibanes? ¿No es verdad que muchas veces confundieron inocentes
festejos de boda con un convoy islamita?
Arrojar desde
aviones paquetes de víveres a refugiados de minorías que temen por sus vidas en
las despobladas montañas del norte de Irak es exactamente la misma operación
que las fuerzas estadunidenses llevaron a cabo para ayudar a los kurdos hace
exactamente un cuarto de siglo; al final, de todos modos tuvieron que poner a
soldados estadunidenses y británicos en el terreno para crear un refugio
seguro a los kurdos.
Obama no ha dicho
nada sobre su amistoso aliado, Arabia Saudita, cuyos salafistas sirven de
inspiración y de recaudadores de fondos para las milicias sunitas de Irak y
Siria, de la misma forma en que lo fueron para los talibanes en Afganistán.
El muro que separa a
los sauditas de los monstruos que hoy son bombardeados por Estados Unidos se
debe mantener tan alto como se necesario para tornarse invisible. Esta es la
medida de la simulación de Washington ante su más reciente acto de duplicidad.
Así, Obama arroja
bombas sobre los amigos de sus aliados sauditas, quienes, por cierto, además
son los enemigos del gobierno de Assad en Siria, aunque nadie lo mencione.
Además, sólo por
precaución, Obama cree que su país debe actuar en defensa de su consulado en
Erbil y su embajada en Bagdad.
Esa es la misma excusa
que usó Estados Unidos cuando disparó desde sus buques contra las montañas
Chouf, de Líbano, hace 30 años: que los señores de la guerra pro sirios de
Líbano amenazaban su embajada en Beirut. El hecho de que sea improbable que los
islamitas capturen tanto Erbil como Bagdad no parece ser algo que se esté
tomando en consideración.
Obama asegura que
tiene el mandato del gobierno iraquí de Nuri Maliki, el chiíta dictatorial
quien está a la cabeza del país ahora fragmentado y sectario. Cómo nos fascina
eso de los mandatos a los occidentales. Desde el Tratado de Versalles de 1919,
que definió las fronteras en Medio Oriente de todos nuestros mandatos; las
mismas fronteras que el califato Abu Bakr ha jurado destruir. No hay mucha duda
sobre las horrendas intenciones del igualmente sectario Isil que se está
creando gracias a Abu Bakr.
La amenaza sobre los
cristianos de Irak –quienes tienen sólo tres opciones: convertirse, pagar
impuesto o morir– ahora se vuelve contra los yazidistas, la inofensiva y
diminuta secta de raíces persas-asirias, que tienen rituales islámicos con
elementos cristianos y un Dios tolerante que, al parecer, los ha condenado. Los
yazidistas, que son de etnia kurda, consideran que Dios, cuyos siete ángeles
gobiernan sobre la tierra, perdonó a Satanás y, por tanto, este antiguo pueblo
es considerado adorador del diablo por los yihadistas.
Los 130 mil miembros
de esta minoría, de los cuales al menos 40 mil viven en montañas rocosas en al
menos nueve localidades del monte Sinjar, cuentan historias de violaciones y
asesinatos de adultos y niños a manos de los hombres Abu Bakr. Y,
desgraciadamente, todo eso puede ser cierto.
Los yazidistas
probablemente descienden de grupos que apoyaron al segundo califa Umayyad,
Yazid primero, quien venció a Hussein, hijo de Alí, cuyos seguidores son hoy
día los chiítas de Medio Oriente. En teoría, esto pudo haber hecho que en algún
momento los yazidistas pudieran haber sido invitados a unirse al ejército
sunita musulmán de Abu Bakr. Pero sus rituales mixtos y su negación del mal
nunca iban a ser vistos con buenos ojos por un grupo que, al igual que los
árabes sauditas y los talibanes, cree en la supresión del vicio y la
propagación de la virtud.
En las grietas de
esas creencias se encontraban el antiguo Kurdistán, Armenia y lo que fue
Mesopotamia. La historia le hizo una mala jugada a los yazidistas.
Por ellos, por los
nestorianos y otros grupos cristianos. Los franceses, cuyo antiguo espíritu de
cruzado ha despertado, llamó al Consejo de Seguridad a considerar el riesgo de
que ocurra un pogromo cristiano.
Pero la pregunta
permanece: ¿habría actuado de la misma
forma Estados Unidos si la minoría refugiada y miserable en el norte de Irak
fuera de palestinos? ¿O será que la más reciente campaña de bombardeos de Obama
es simplemente una distracción bienvenida a las matanzas en el territorio de
Gaza?