Immanuel Wallerstein
www.jornada.unam.mx/100814
Hace casi un siglo
que existe un gran cúmulo de violencia en la zona geográfica que hoy llamamos
Israel-Palestina. Esta zona ha sido el espacio de una lucha más o menos
continua entre los árabes palestinos y los colonos judíos, respecto de los
derechos a ocupar la tierra. Ambos grupos han buscado la afirmación jurídica de
sus derechos. Ambos han buscado legitimación en narrativas históricas
contrapuestas. Ambos han buscado solidificar el respaldo de sus pueblos
en toda la comunidad mundial. Ambos han buscado poner de su lado a la opinión
pública internacional.
El modo en que se ha
jugado el juego evolucionó debido a las cambiantes realidades geopolíticas. En
1917 los militares británicos ocuparon el área, expulsando al Imperio Otomano,
viraje que desde entonces se consagró al obtener el Mandato de la Liga de
Naciones para un país llamado Palestina. También en 1917 el gobierno británico
de ocupación publicó lo que se conoce como la Declaración de Balfour, la cual
afirmaba el objetivo de establecer el Hogar Nacional Judío en Palestina.
El término hogar
es poco claro y su significado ha sido objeto de controversia desde entonces.
En la década de 1920 una serie de decisiones separaron el Mandato en dos
partes. Una era Transjordania (lo que hoy es Jordania), definida como Estado
árabe que eventualmente se volvería independiente. La otra era Palestina, al
oeste del Jordán, que se gobernaría de forma diferente.
En 1947 la Organización de Naciones Unidas (ONU) sancionó la partición
del área al oeste del río Jordán en dos Estados separados: uno judío y otro
árabe. Sobre la base de esa resolución el liderazgo sionista proclamó el
Estado de Israel el 14 de mayo de 1948. Siguió una guerra –es decir, una
violencia más intensa que involucró las fuerzas armadas de algunos Estados–
entre el nuevo Estado judío y casi todos los Estados árabes, que culminó con
una tregua y diferentes líneas fronterizas de las que había proclamado la ONU.
Habrían de ocurrir
otras dos importantes guerras ulteriores. En 1967 y 1973. La de 1973 culminó de
nuevo con líneas fronterizas diferentes e Israel consiguió poseer, de facto,
lo que había sido el área completa al oeste del Jordán.
Las múltiples guerras
cambiaron el carácter y el nivel de respaldo que recibieron ambos grupos. Pese
a que en 1947 el apoyo del sionismo representaba todavía una posición
minoritaria dentro del judaísmo mundial, la guerra de 1967 y, en particular, la
de 1973 parecieron transformar las actitudes y magnificar el nivel de respaldo,
que virtualmente se volvió ilimitado.
Y aunque las tres
guerras las pelearon los Estados árabes, después de la de 1967 los árabes
palestinos intentaron asumir el control político de su lucha. Su nueva
instancia fue la Organización para la Liberación de Palestina (OLP),
confederación de un amplio rango de movimientos palestinos. El grupo integrante
más grande era Al Fatah y su líder, Yasser Arafat, asumió la presidencia de la
OLP.
La OLP estableció su
sede en Beirut. En 1982 las fuerzas armadas israelíes entraron en Líbano e
intentaron liquidar a la OLP. Trabajaron con algunas organizaciones maronitas
de Líbano, que masacraron cerca de 2 mil palestinos y libaneses chiítas en
Sabra y Shatila, mientras el ejército israelí contemplaba los sucesos. Aun una
comisión israelí condenó más tarde la responsabilidad moral del comandante
israelí Ariel Sharon, quien fue forzado a renunciar.
Bajo la protección
de las fuerzas de la ONU, el liderazgo de la OLP dejó Beirut y se fue a Túnez.
La guerra condujo a la creación de un movimiento chiíta libanés conocido como
Hezbollah, que creció en fuerza y obligó a los israelíes a retirarse de Líbano
en la segunda guerra de Líbano en 2006.
En la misma
Palestina ocupada ocurrieron tres insurrecciones palestinas (las llamadas
intifadas), que Israel fue hallando más difíciles de suprimir.
Todo esto es el
contexto de fondo de la guerra actual entre Hamas e Israel, que prosigue ahora
y es probable que continúe por largo tiempo. Militarmente, Hamas no es un peligro serio para Israel.
Económicamente Israel tiene buena condición, por lo que el bloqueo israelí ha
ocasionado que Gaza sufra severas carencias de todo. Pero es en la esfera
diplomática donde primordialmente está ocurriendo la lucha y aquí ambos lados
están más parejos.
La posición de
Israel parece bastante clara. Quiere utilizar su fuerza militar para destruir
Hamas, según las palabras utilizadas en los titulares de un artículo de Amos
Yadlin, antes jefe de la inteligencia militar israelí, aparecido en el New
York Times. El artículo publicado en el Washington Post por Michael
Oren, hasta hace poco embajador de Israel en Estados Unidos, es más terminante.
Oren, dice a los amigos occidentales de Israel, por qué no se deben meter, pero
sobre todo por qué no deben intentar conseguir una tregua hasta que Israel haya
completado su trabajo.
La posición de Hamas
es igualmente clara. Su líder, Khaled Meshal, ha dicho que es posible una
tregua sólo si se levanta el bloqueo de ocho años, porque los habitantes de
Gaza están viviendo una lenta muerte en la prisión más grande del mundo. La
creciente pérdida de vidas palestinos en gran desproporción y la masiva
destrucción de Gaza han conducido a llamados mundiales en favor de una tregua humanitaria,
incluida una moción unánime en el Consejo de Seguridad de la ONU.
El juego diplomático
es: quién negocia con quién. Inicialmente, Egipto (hostil sin cesar hacia
Hamas) proclamó los términos de una tregua, después de consultar con Israel sin
siquiera informar a Hamas. Después las fuerzas mundiales buscaron incluir a
Hamas excluyendo a Egipto y negociando con Hamas vía Qatar y Turquía. El
respaldo a esta iniciativa por el secretario de Estado estadunidense, John
Kerry, ha conducido a que los israelíes denuncien su traición.
Ambos lado juegan a
conseguir la opinión pública mundial. Los israelíes confían en la aceptación de
facto de su continuada ocupación de Palestina. El primer ministro Benjamin
Netanyahu ha reafirmado la intención israelí de mantener para siempre sus
tropas en la frontera con Jordania y Siria e insistir en la desmilitarización
de Hamas.
Hamas confía en el
lento colapso del respaldo mundial a Israel. Analíticamente parece claro que
Hamas, en el mediano plazo, ganará este juego diplomático.
También parece claro
que los israelíes simplemente se atrincherarán. En vez de gustarle el nuevo
acuerdo entre Hamas y la Autoridad Palestina, con la aceptación implícita de
Hamas de una solución con dos Estados, Israel logrará su solución con un solo
Estado mediante una venganza.
Israel puede
aniquilar a Hamas como organización. Lo que conseguirá entonces no será un
grupo de aquiescentes palestinos, sino los militantes de un califato islamita,
un grupo que aún no cuenta con una presencia real en Palestina.