José
Ignacio González Faus
www.religiondigital.com/250714
Hace casi cien años,
Walter Benjamin redactó una nota titulada “Capitalismo como religión”: el
capitalismo funge religiosamente porque se presenta como “experiencia de la
totalidad”. Pero es una religión sólo de culto: sin dogmas ni moral. Ese culto
se lleva a cabo mediante el consumo, empalmando con la tesis marxiana de la
mercancía convertida en fetiche mientras al trabajador se le convierte en
mercancía.
Es además una religión
de culto continuo en la que todos los días son “de precepto”. Y de un culto
culpabilizador (en alemán Schuld significa a la vez deuda y culpa: por eso,
según Benjamin, vivir con una deuda equivale a vivir con una culpa.
Curiosamente en el arameo de Jesús sucedía algo parecido: la palabra schabq
significa a la vez el perdón de los pecados y la remisión de las deudas).
2.- Toda religión tiene
un dios. Hacia 1936, Keynes, en su Teoría general del empleo, el interés y el
dinero, habló del dinero como dios: todas las funciones que antaño desempeñaba
Dios las desempeña hoy el dinero. Keynes subraya que no habla simplemente de la
riqueza sino del dinero contante y sonante (la liquidez), que permite la
disponibilidad inmediata y la especulación.
Ese dinero: a) da
seguridad y garantiza el futuro: valen de él aquellas palabras del salmista:
“te amo, Señor, tú eres mi roca, mi fortaleza”. b) Da seguridad porque es
todopoderoso y omnipresente: no hay nada que no pueda conseguirse sin él.
Finalmente c) el dinero es fecundo: en el capitalismo financiero el dinero ya
no se usa como medio para crear riqueza sino que él mismo produce más dinero:
“especular resulta entonces más lucrativo que invertir” (por eso los Bancos ya
no dan créditos).
A todo ello podríamos
añadir d) que hoy que el dinero también es invisible, como Dios, a pesar de su
poder y su omnipresencia. Resumiendo: si el dinero es el último punto de
referencia, bien se puede hablar de él como “el ser necesario” (clásico término
metafísico para designar a Dios).
3.- Todo eso pone de
relieve la no-neutralidad del dinero que ya no es un mero instrumento práctico
de intercambio, como pretenden los teóricos neoliberales.
Plantea además una
pregunta muy seria sobre la legitimidad del préstamo a interés, cuya historia
tiene tres etapas:
a) Tanto en la Biblia
como en el mundo grecolatino era considerado inmoral: Aristóteles calificaba la
usura como el más bajo de los vicios, comparándola al proxenetismo que
aprovecha la necesidad del otro para el enriquecimiento propio. Si pido
prestado un kilo de patatas no es lícito que me obliguen a devolver kilo y
medio. ¿Por qué habría de ser lícito si pido dinero en vez de patatas?
b) En los albores del
capitalismo, el dinero se convierte en una ocasión para crear riqueza: si te
presto un dinero evito comprarme con él un campo que podría cultivar, o montar
una pequeña industria. En ese sentido el préstamo me priva de un beneficio y
parece legítimo que, al devolverlo, se me dé alguna compensación por esa
ganancia perdida.
c) Con la economía
especulativa financiera, la cosa vuelve a cambiar: el dinero ya no es una
oportunidad para que yo cree riqueza, sino que él mismo es fecundo: con menos
riesgos y con porcentajes de ganancia más altos. Eso será una gran mentira,
pero “funciona” hasta que estalle la crisis.
Pues bien: así como, en
los comienzos del primer capitalismo no se vio que el préstamo a interés
cambiaba de significado y siguieron prohibiendo, así ahora tampoco se ve que,
en el capitalismo financiero, el interés vuelve a cambiar de significado, y se
lo sigue permitiendo. Según la tesis de Benjamin del capitalismo como religión
de culpa, ahora el interés viene a ser respecto del préstamo lo que es la
penitencia respecto de la culpa.
Dejemos ese problema
para el futuro y volvamos a Keynes. De lo antedicho deduce él que nuestro
sistema tiene dos grandes defectos: es incapaz de crear empleo y reparte
injustamente la riqueza y los ingresos.
¿Dos defectos o dos
desautorizaciones totales?.
4.- Todo lo antedicho
nadie lo percibió con tanta claridad como Lutero, cuando ya iba amaneciendo el
capitalismo. Creer en Dios es confiar en Él, pero nosotros hemos sustituido la
confianza por el culto: confiamos nuestro futuro al dinero, y a Dios le hacemos
procesiones y templos que “no llegan hasta el cielo”.
Por eso, en su Gran
Catecismo, Lutero trata del dinero al comentar no el séptimo mandamiento sino
el primero: porque el dinero es “el ídolo más común en la tierra”. Según
Lutero, la comunidad cristiana debería ser un ámbito donde no rigen las leyes
de la economía monetaria. Los cristianos deberían manifestar al Dios verdadero
con su conducta en cuestiones económicas.
Por eso añade: “siempre
he dicho que los cristianos somos gente rara en la tierra”. Pero esa rareza
permite comprender que la frase de Jesús (“no podéis servir a Dios y al
dinero”) tiene una traducción laica bien clara: no podéis servir al hombre y al
dinero.