Robert Fisk
www.jornada.unam.mx/130814
En Medio Oriente,
las primeras imágenes de cada guerra definen la narrativa que deberemos seguir
obedientemente. Así que ésta es la mayor crisis desde la última gran crisis con
Irak. ¿Los cristianos huyen por sus vidas? Hay que salvarlos. ¿Los yazidíes se
mueren de hambre en las montañas? Arrójenles víveres. ¿Los islamitas avanzan
hacia Erbil? Bombardéenlos. Destruyan sus convoys, su artillería y a sus
combatientes, y bombardéenlos una y otra vez hasta que...
Bueno, el primer
indicio del itinerario a seguir en nuestra más reciente aventura en Medio
Oriente se nos mostró el fin de semana, cuando Barack Obama le dijo al mundo:
no creo que podamos resolver este problema en semanas; llevará tiempo. Se notó
ese deliberado esfuerzo para que la palabra misión no se colara en su
enunciado. Fue el vocablo mejor disfrazado de tiempos recientes.
Entonces ¿cuánto
tiempo? Al menos un mes, obviamente. Quizá seis meses... ¿Un año? ¿Otro más?
Después de la guerra
del Golfo de 1991, de hecho ha habido tres conflictos similares en las últimas
tres décadas y media, con otro que está por estallar. Los estadunidenses y
británicos impusieron zonas de exclusión aérea sobre el sur de Irak y el
Kurdistán (norte) y bombardearon todas las amenazas militares que encontraron
en el Irak de Saddam Hussein durante los siguientes 13 años.
¿Está Obama
preparando el terreno –la amenaza de genocidio y el mandato del impotente
gobierno de Bagdad de arrasar con los enemigos de Irak– para comenzar otra
guerra aérea en la nación? Y de ser así, qué lo hace pensar, o a nosotros, que
los islamitas, quienes están muy ocupados creando su califato en Irak y en
Siria, nos seguirán la corriente en este alegre escenario.
¿Acaso el presidente
de Estados Unidos, el Pentágono, el Centcom (Mando Central de Estados Unidos)
y, supongo, el puerilmente llamado Comité Cobra británico en verdad creen que
el Isil, con todo y su ideología medieval, se sentará en las planicies de
Nínive y esperará a ser destruido por nuestras municiones?
No, los muchachos
del Isil, o Estado Islámico, o el califato, o como sea que quieran llamarse en
el momento, simplemente van a dirigir sus ataques a otros puntos. Si el camino
a Erbil está cerrado, tomarán el camino a Alepo o el de Damasco, mismos que
estadunidenses y británicos estarán menos dispuestos a bombardear o defender
porque eso significaría ayudar al gobierno de Bashar Assad en Siria, a quien
odiamos tanto como odiamos al Estado Islámico.
Sin embargo, si los
yihadistas tratan de capturar Alepo o sitiar Damasco y cruzar a la fuerza la
frontera con Líbano, la mayoritariamente sunita ciudad mediterránea de Trípoli
sería el objetivo más deseado. Entonces tendríamos que expandir nuestro
precioso mandato para que incluyera a otros dos países, sobre todo porque
empezaría a estar amenazada la frontera de una nación que es aún más merecedora
de nuestro amor y protección que Kurdistán: Israel. ¿Alguien ha pensado en eso?
Y claro, existe lo
inmencionable. Cuando liberamos Kuwait en 1991, tuvimos que recitar una y otra
vez que esta guerra no era por el petróleo. Cuando invadimos Irak en 2003,
tuvimos que repetir ad nauseam que este acto de agresión no era por el
petróleo, como si la misión de los marines estadunidenses que fueron
enviados a Mesopotamia hubiera sido proteger la exportación de espárragos.
Ahora que protegemos
a nuestros amados occidentales en Erbil, damos apoyo y asistencia a los
yazidíes en las montañas del Kurdistán y lamentamos la injusticia que sufren decenas
de miles de cristianos que huyen de las amenazas del Isil.
No debemos ni
podemos mencionar el petróleo, ni lo haremos, bajo ninguna circunstancia. Me
pregunto por qué no; no es que sea significativo ni relevante... en lo más
mínimo.
El Kurdistán produce
43 mil 700 millones de barriles de los 143 mil millones de barriles que
conforman las reservas iraquíes, además de 25 mil 500 millones de barriles de
reservas no comprobadas y tres de los seis millones de metros cúbicos de gas
que produce el país.
Conglomerados de
combustible y gas han emigrado masivamente al Kurdistán; de ahí que hubiera
miles de occidentales viviendo en Erbil, si bien su presencia no ha sido
explicada por los medios. El hecho es que Mobil, Chevron y Total, entre otras,
han hecho inversiones múltiples de más de 10 mil millones de dólares, y no se
permitirá al Isil meterse con compañías así en un lugar donde los operadores
petroleros obtienen 20 por ciento de las ganancias de producción y exploración.
En efecto, reportes
recientes sugieren que la actual producción de petróleo kurdo es de 200 mil
barriles al día y llegará a 250 mil barriles diarios el próximo año,
suponiendo, claro está, que mantengamos lejos de la zona a los muchachos del
califato, lo que significa, según la agencia Reuters, que si el Kurdistán iraquí fuese un país verdadero y no sólo un trozo de
Irak, estaría entre los diez países más ricos en petróleo del mundo, lo
cual, obviamente, es algo que vale la pena defender. ¿Alguien lo ha mencionado
siquiera? ¿Al menos un reportero de la Casa Blanca ha incomodado a Obama con
una sola pregunta acerca de este hecho notable?
Claro, nos
solidarizamos con los cristianos iraquíes, aunque muy poco nos importaban
cuando se les empezó a perseguir después de nuestra invasión de 2003. Y sí,
prometimos proteger a los yazidíes de la misma forma en que prometimos –y
fracasamos– proteger a millón y medio de armenios cristianos víctimas del
genocidio perpetrado por los musulmanes en esta misma región, hace 99 años.
No olvidemos que los
amos del nuevo califato de Medio Oriente no son idiotas. Las fronteras de su
guerra se extienden mucho más allá de nuestros mandatos militares. Saben que,
incluso si no lo admitimos, nuestro mandato incluye al inmencionable petróleo.