Robert Fisk
www.jornada.unam.mx/090814
Después de todas las
advertencias y todas las frases hechas sobre la guerra que se derramará
sobre la frontera siria, los salvajes combatientes del califato sunita
musulmán de Abu Bakr al Bagdadi al fin han llegado a Líbano. Hasta ahora el
ejército libanés ha perdido 13 soldados en una fragorosa batalla con los
rebeldes para recuperar el control sobre la localidad sunita de Arsal, al
noreste del país y sobre la frontera con Siria. Dicha posición funciona como
base de reabastecimiento para los islamitas que intentan derrocar al presidente
sirio, Bashar Assad.
El conflicto ha
generado los más horrendos acontecimientos que han seguido a las victorias de
los islamitas en Irak y Siria: reportes de civiles ejecutados, soldados
del gobierno tomados como rehenes, al menos 12 muertos confirmados, incluidos
cinco niños, y el prospecto de una muy larga y sangrienta guerra por venir.
Desde luego, la
atención del mundo se ha concentrado en la matanza en Gaza. En Medio Oriente la
tragedia debería ocurrir un día a la vez, pero como no es así la guerra civil
siria y el avance del ISIL sobre el oeste de Irak han continuado bajo la sombra
del conflicto palestino-israelí.
Pero la llegada de
los islamitas a Líbano y la posibilidad de una miniguerra civil en los
alrededores de Arsal y, tal vez, incluso Trípoli, puede tener repercusiones
mucho más graves que la situación en Gaza.
En la medida en que
los islamitas se apoderan de Mosul y otros distritos kurdos en el norte de Irak
y presionan cada vez más a las tropas del gobierno sirio, su avance hacia
Líbano marca su mayor progreso hasta ahora, desde el río Tigris hasta el
Mediterráneo.
En Arsal, los
combatientes, oficialmente del frente Nusra, cuyos miembros se están uniendo a
los del califato Abu Bakr al Bagdadi, ya aplican su usual estrategia de tomar
edificios grandes del centro de una ciudad. En este caso son el colegio
técnico, un hospital y una mezquita, y se aferrarán a ellos con la esperanza de
que sus opositores se desintegren. El ejército libanés, que en dos ocasiones ha
derrotado rebeliones islamitas dentro de Líbano en los últimos 15 años, afirma
haber retomado el colegio. Pero las declaraciones tanto del comandante libanés
como del primer ministro bien podrían ser correctas: afirman que la toma
de Arsal fue planeada con mucha anticipación y que en realidad es sólo parte de
una estrategia rebelde de gran magnitud.
Según el ejército
libanés, han muerto 50 rebeldes, cifra que suena muy semejante a las prematuras
proclamaciones de victoria hechas por el ejército sirio al otro lado de la
frontera; sin embargo, es improbable que las fuerzas gubernamentales de Líbano
retrocedan. Musulmanes sunitas conforman la mayor parte de las fuerzas
libanesas, cuyas unidades están entre las mejor integradas de todos los
ejércitos de Medio Oriente. Esto nunca les ha impedido atacar y someter a
rebeldes sunitas. Ello ocurrió por primera vez en 2000, en las montañas de Sir
el Diniyeh, al norte de país, y luego en el campamento palestino de Naher el
Bared, en 2007, en el que hubo 500 muertos, entre soldados, combatientes y
civiles.
Durante más de un
año el ejército libanés ha intentado en vano cruzar la frontera este de Arsal.
La victoria de las tropas sirias sobre los rebeldes en Yabroud, al otro lado de
la frontera, a principios de este año sugería que los insurgentes sunitas
podían abandonar Arsal, pues quedaron separados de sus aliados. Sin embargo, su
resurgimiento demuestra que lo sirios no tienen el control que dicen tener en
las zonas fronterizas. De hecho, los hombres de Nusra no tuvieron dificultad en
secuestrar a 15 soldados y a casi otros tantos hombres del personal de la
fuerza de seguridad interna cuando llegaron a Arsal. La batalla entre ambas
fuerzas sunitas opuestas a las de Assad en Damasco (que también fueron
responsables del bombardeo de posiciones chiítas en Líbano) y las fuerzas
libanesas era casi inevitable.
Hace menos de dos
semanas las fuerzas especiales de Trípoli mataron a Mounzer Hassan, sunita yihadista,
oficial de logística, de quien se dijo dio cinturones explosivos a dos
atacantes suicidas que se hicieron estallar en los suburbios sureños de Beirut
y frente a la embajada iraní de la capital.
Quienes estuvieron
presentes en la batalla dicen que Hassam escuchaba música islámica grabada
cuando finalmente una granada de mano, que probablemente él mismo traía, le
explotó en la cara.
Su muerte ocurrió
poco después de la captura de Houssam Sabbagh, militante salafista, quien
encabezó las milicias en recientes batallas contra los chiítas alawitas en
Trípoli. Sabbagh combatió en Afganistán, Chechenia e Irak contra fuerzas
estadunidenses y fue uno de los pocos líderes de Trípoli que se negó a
participar en el plan de seguridad del gobierno para esa capital.
Las batallas en
Siria son más complejas. Mientras el Isil, que aún usa las siglas del
movimiento conocido como Frente Islámico de Irak y Levante a pesar de que se
incorporó a lo que Al Bagdadi llama el Estado Islámico, EI o califato, ha
reforzado sus posiciones en Deir el Zour y aldeas vecinas, donde son comunes
las ejecuciones feroces con todo y la exhibición de cabezas decapitadas
sobre estacas.
El ejército sirio
parece decidido en expulsar a los rebeldes de los suburbios de Damasco,
especialmente del distrito de Douma, que se encuentra sobre la principal
carretera hacia la ciudad. Si los hombres de Al Bagdadi luchan por controlar el
este del país, Assad no tiene la intención de dejarlos tomar el lugar de los
rebeldes, menos fieros, que hoy se encuentran en torno a Damasco.
Existen reportes de
grupos de resistencia opuestos tanto a Assad como al Isil, quienes
supuestamente se hacen llamar Mortajas Blancas, y con ellos Damasco debe ser
especialmente cuidadoso. Diferentes milicias, tanto sunitas como de confesiones
mixtas, han logrado ingresar sin problema al escenario de esta guerra civil
durante los últimos dos años, y siempre o se desvanecen o se funden con fuerzas
de mayor tamaño, ya sea del gobierno o rebeldes.
Pero de la misma
manera en que deben regirse por las leyes tribales en Irak, los islamitas se
han topado con que es peligroso intentar emprenderla contra tribus sirias de la
meseta de Kazeera, al norte de Deir ez Zour. Puede que no le tengan cariño a
Assad, pero tampoco van a permitir que combatientes de Argelia o Chechenia
quieran mandar en sus tribus y tierras.
Lo más perturbador,
sin embargo, es la noticia de que hombres armados sunitas del califato tomaron
la más grande presa afuera de Mosul, que estaba bajo control de los combatientes
kurdos peshmerga.
Los kurdos
incrementaron su territorio quizá 40 por ciento cuando el ejército iraquí huyó
del norte, pero la reputación de su supuestamente invencible ejército peshmerga
se está viendo golpeada ahora que admiten haber perdido también el control
sobre las aldeas vecinas a la presa.
Si los islamitas
logran capturar toda esa instalación técnicamente tendrán la posibilidad de
quitar el suministro de agua a Bagdad, incluso de inundar la ciudad. El
gobierno iraquí chiíta ha demostrado que es incapaz de gobernar e incluso de
arrebatar a los sunitas los territorios que han ganado.