Es polémico el título del artículo. E inclusive ya puedo escuchar
algunas objeciones. Especialmente de las buenas conciencias liberales
progresistas. Y por eso trataré de ser cuidadoso con los juicios e
interpretaciones que acá se enuncien.
Sí. Efectivamente, Hillary Clinton parece más peligrosa que Donald Trump
para las agendas e intereses de los pueblos latinoamericanos. Y esa
peligrosidad a la que acudo en este análisis no está necesariamente consignada
en el programa de gobierno o en la plataforma electoral de los candidatos.
Aunque es cierto que ese también es un dominio que amerita atención, pero que,
en cualquiera de los dos casos, demócratas o republicanos, la omisión de temas
cruciales como la crisis ambiental o el irrefrenable ascenso del militarismo
global o la posibilidad de una conflagración nuclear es un silencio rutinario
en las alocuciones de los candidatos en pugna.
Pero si en los aspectos
fundamentales no se distinguen Hillary y Donald, en los aspectos
supletorios (no por ello menos importantes), hay diferencias que cabe atender,
sin obviar la realidad concreta en la que esas diferencias se manifiestan. Y
sólo para evitar un vituperio de algún incauto, advierto que esto no es una
apología disfrazada de la candidatura de ese personaje pedestre e impresentable
que aspira a dirigir el timón político de Estados Unidos, como sí se puede
inferir de algunas otras opiniones que circulan en la prensa, incluso en
espacios pretendidamente alternativos.
Lo primero que cabe recordar es lo sostenido en otra oportunidad: a
saber, que no es accidental que las detracciones contra Donald Trump provengan
de ciertos círculos privilegiados o de grupos de poder nacionales e
internacionales (http://lavoznet.blogspot.com.ar/2016/03/el-rompecabezas-continental-estados.html). Con excepción de su base social dura (blancos desposeídos,
tradicionalmente despolitizados e indignados), las acusaciones o condenas
contra el candidato republicano se lanzan unánimemente desde cualquier ámbito
social o político, extra e intramuros. Y si bien es cierto que se trata de un
signo saludable de cordura política, lo que no es razonable es que contra
Hillary las críticas sigan un tenor más terso u omiso.
¿Qué es eso que irrita tanto acerca de Trump? A esta pregunta, casi todos responderían sin titubear que su xenofobia, su intolerancia o su racismo.
Es cierto que es chocante. Pero no es menos cierto que la clase política en su conjunto y las élites dominantes de Estados
Unidos piensan exactamente lo mismo que él, señaladamente en relación con
la comunidad afrodescendiente o los mexicanos o los pobres. Y si el individuo
en cuestión es mexicano, negro y pobre, pues que dios lo ayude, porque en las
categorías de las clases dominantes esa persona es algo menos que un humano.
Sólo que no lo dicen.
Si el grito contra Trump, particularmente ese que procede de la cúspide
del establishment, es tan armoniosamente monocorde e innegociable es porque en
cierto sentido contraviene un principio cupular inquebrantable: hacer público el discurso oculto de los
ricos y poderosos. Esa es la fuente del escándalo: no que lo piense, sino que
lo diga.
Insisto que la respuesta de ciertos sectores de la población civil
estadunidense hacia Trump es meritoria de simpatía, precisamente porque
demuestra que las clases subalternas no han claudicado ante esa modalidad de
dominación basada en la discriminación racial. Pero no se puede confundir esa
respuesta con las reprobaciones viscerales que vocifera la podrida clase
política e intelectual norteamericana.
De hecho, ellos son parcialmente responsables del ascenso de una figura
tan despreciable como Trump. Ellos con su prepotencia y su falta de tacto
social y sus peroratas fútiles e indulgentes y su lambisconería con los dueños
del dinero. Donald Trump sólo está capitalizando exitosamente el descontento de
esos segmentos poblacionales tercamente ignorados en las ecuaciones y los
programas y los planes de gobierno del establishment tradicional.
Detrás de la tribuna pública, los poderosos y los esbirros de los
poderosos desprecian al ciudadano común. Pero en secreto. La violación de ese pacto tácito de secrecía es altamente probable que
le cueste la elección a Trump. La función del discurso político es manipular
ocultando. James Scott decía que el discurso público responde a un interés
inconfesable que consiste en reproducir un autorretrato halagüeño de las élites
dominantes, que además cultive una apariencia de unanimidad entre esos grupos
dominantes y de consentimiento entre los subordinados. Esa tradición es
constitutiva del liberalismo político, y acaso de todo el pensamiento político
occidental: neutralizar los contenidos traumáticos de la política, anular
práctica y discursivamente el conflicto, y trasladar la politicidad hacia
escenarios susceptibles de gestión oligárquica.
Trump traiciona al establishment tradicional, pero no traiciona el
precepto básico de la manipulación política: recoge esos dos contenidos, el de
las élites dominantes, con su desprecio sin rubor hacia los grupos minoritarios
y su aspiración supremacista, y el de los subordinados, con su condena a los
partidos políticos o a ciertas familias de abolengo en Estados Unidos.
¿Que por qué es más peligrosa Hillary Clinton? Bueno, si rastreamos la carrera política de la ex secretaria de Estado,
es posible descubrir que en el renglón latinoamericano su trayectoria es una historia de criminalidad. Y un eventual
triunfo de la candidata demócrata en la próxima elección reforzaría la
continuidad de esa política criminal. ¡Y con el respaldo moral de los gobiernos
latinoamericanos!
Durante la presidencia de Bill Clinton, que ejerció conjuntamente con la
“dama de hierro” norteamericana, la
pareja diseñó el Plan Colombia, que tras su implementación arreció el baño
de sangre en el país cafetalero. Recientemente, Hillary reivindicó esa política,
y aunque teóricamente respondía a la premura de combatir el narcotráfico, la
señora de Clinton admitió sin ruborizarse que el Plan había conseguido los
objetivos no declarados: “…[el] objetivo era tratar de utilizar nuestra
influencia para controlar las acciones del gobierno contra las FARC y las
guerrillas, pero también para ayudar al gobierno a detener el avance de las
FARC y de las guerrillas” (http://www.democracynow.org/es/2016/4/13/hear_hillary_clinton_defend_her_role).
Unos años después (2002), ya como senadora, respaldó el fallido golpe contra Hugo Chávez en Venezuela. Nunca
negó su involucramiento. Y por cierto que esa agenda golpista no ha virado un
ápice.
Y en 2009, en funciones de secretaria de Estado, apoyó el golpe de Estado que derrocó a Manuel Zelaya en Honduras.
Pese a la ola de violencia que desató la agresión en ese país, y que incluso
sigue su vejatoria marcha (recuérdese el asesinato de la activista Berta
Cáceres), Hillary reconoció con orgullo su participación en los hechos, y
justificó el agraviante intervencionismo estadunidense.
En entrevista con Democracy Now, Clinton adujo: “Trabajé muy duro
con los líderes de la región y conseguí que Óscar Arias, el ganador del Premio
Nobel, tomara el liderazgo para tratar de negociar una resolución sin
derramamiento de sangre. Y eso era muy importante para nosotros, ya sabe,
Zelaya tenía amigos y aliados, no sólo en Honduras, también en algunos de los
países vecinos, como Nicaragua, y podríamos haber tenido una terrible guerra
civil, con una aterradora pérdida de vidas… Y comparto su preocupación, no sólo
sobre las acciones del gobierno; las bandas de narcotraficantes y los
traficantes de todo tipo se están aprovechando del pueblo de Honduras. Así que creo que tenemos que hacer un plan Colombia
para Centroamérica (¡sic!)”.
Donald Trump no es el único sociópata suelto
Después vino la secuencia de golpes blandos en el resto de América
Latina, con base en juicios políticos prefabricados o elecciones fraudulentas:
Paraguay contra Fernando Lugo (2012), Argentina contra el kirchnerismo
(2015), Brasil contra Dilma Rousseff (2016). Y otros golpes fallidos contra Evo
Morales en Bolivia (2008) o Rafael Correa en Ecuador (2010). E intervención en
el proceso de paz en Colombia, y desactivación política de Cuba (revestida de
normalización diplomática), y reducción a escombros de organismos
latinoamericanos como Unasur o Celac.
Esa es la herencia del partido demócrata, en cuya agenda de reconquista
regional participó directamente Hillary Clinton. Es más, en 2015 el
departamento de estado de Estados Unidos desclasificó documentos que reportan
que la ex secretaria de estado es
coautora de la reforma energética mexicana, que por cierto es claramente
lesiva para el interés económico de México, y a todas luces ventajosa para las
grandes petroleras internacionales, como Exxon Mobil, Chevron y British
Petroleum, La reedición de la Doctrina Monroe es una operación política que
oficiaron exitosamente los demócratas (http://lavoznet.blogspot.com.ar/2016/03/el-golpismo-o-la-encrucijada-politica.html
).
regresando a la pregunta de por
qué Hillary es más peligrosa que Trump, cabe tan sólo puntualizar que, en el
caso de una victoria electoral de Clinton, el grado de legitimidad que conseguiría
acopiar sería virtualmente ilimitado, sólo por el hecho de haber derrotado al
“monstruoso” Trump. No habría contrapesos gubernamentales o políticos o
sociales para frenar esa agenda criminal de los grupos de poder que representa
Hillary. Y todas las derechas golpistas en Latinoamérica ganarían legitimidad o
credibilidad “democrática” con una alianza con la dirigente demócrata.
Hillary es la pieza clave que necesitan las derechas emergentes en
América Latina. Con Trump no es tan factible esa pax mafiosa. La alianza
con un Estados Unidos gobernado por el republicano despertaría descontento e
intranquilidad social. Y naturalmente que ese es un escenario indeseable para
las élites latinoamericanas.
El triunfo de Hillary inhibe la posibilidad de una radicalización de las
agendas sociales en América Latina. Hillary
es la condición de la posibilidad de alcanzar un consenso continental
oligárquico, de establecer un orden regional unificado profundamente derechizado
donde la neoliberalización y la reedición de la criminal doctrina Monroe
arrollarían sin obstrucciones.