Gustavo Gutiérrez, OP
www.reflexionyliberacion.cl/220416
La pobreza es una realidad polifacética, inhumana e injusta;
consecuencia, sobre todo, de la forma como se piensa y se organiza la vida en
sociedad.
Un hecho complejo
La pobreza es un hecho complejo. No se
limita, por lo tanto, sin que esto signifique negar su importancia, a la
vertiente económica. La realidad de países plurirraciales y pluriculturales,
como lo son una buena parte de los latinoamericanos, el Perú entre ellos, nos
puso rápida y directamente ante esa diversidad.
Visión reforzada por la compleja comprensión
que la Escritura, en ambos testamentos, tiene de los pobres: los que mendigan
para vivir, las ovejas sin pastor, los ignorantes de la Ley, aquellos que son
llamados “los malditos” en el evangelio de Juan (7,49), las mujeres, los niños,
los extranjeros, los pecadores públicos, los enfermos de males graves.
Presente desde un inicio, como problema y
como enfoque, esta complejidad (realidad que hoy las agencias internacionales
han comenzado a subrayar) fue ahondada, por la reflexión teológica
latinoamericana, siguiendo variadas líneas, en los años siguientes.
Precisamente, la conciencia de esa
multidimensionalidad llevó a las tempranas expresiones de ‘no persona’ y de
‘insignificante’ para referirnos a los pobres. Con ellas se quería subrayar lo
que tienen en común todos los pobres: la ausencia del reconocimiento de su
dignidad humana y de su condición de hijas e hijos de Dios, sea tanto por
razones económicas, como raciales, de género, culturales, religiosas u otras.
Condiciones humanas, estas últimas, que la
mentalidad dominante de nuestras sociedades no valora, creando una situación
desigual e injusta.
Injusticia, no infortunio
La pobreza no es una fatalidad, es una condición; no es un infortunio, es una injusticia. Es resultado de estructuras sociales y de categorías mentales y culturales, está ligada al modo como se ha construido la sociedad, en sus diversas manifestaciones. Es fruto de manos humanas: estructuras económicas y atavismos sociales, prejuicios raciales, culturales, de género y religiosos acumulados a lo largo de la historia, intereses económicos cada vez más ambiciosos; por lo tanto, su abolición se halla también en nuestras manos.
Actualmente disponemos de los instrumentos
–sujetos al examen crítico de rigor– que permiten conocer mejor los mecanismos
económico-sociales y las categorías en juego. Analizar esas causas es una
exigencia de honestidad, y, a decir verdad, el camino obligado si queremos
realmente superar un estado de cosas injusto e inhumano. Punto de vista que
–sin olvidar que en la pobreza de los pueblos intervienen variados factores–
desvela el papel que tiene la responsabilidad colectiva en este asunto y, en
primer lugar, la de quienes tienen mayor poder en la sociedad.
Reconocer que la pobreza no es un hecho
ineluctable, que tiene causas humanas y que es una realidad compleja, conduce a
repensar las formas clásicas de atender la condición de necesidad en la que se
encuentran los pobres e insignificantes. La ayuda directa e inmediata a quien
vive una situación de necesidad e injusticia conserva su sentido, pero debe ser
reorientada y, al mismo tiempo, ir más allá: eliminar lo que da lugar a ese
estado de cosas.
Pese a la evidencia del asunto, no puede
decirse, sin embargo, que esta perspectiva estructural se haya convertido en
una opinión generalizada en el mundo de hoy, ni tampoco en ambientes
cristianos. Hablar de causas de la pobreza hace ver la delicadeza y, en verdad,
la conflictividad del problema, razón por la cual muchos
buscan soslayarlas.
Una situación que se agrava
A lo anterior se agregan otros elementos de
nuestra actual percepción de la pobreza que deben ser considerados.
Uno de ellos es la dimensión
planetaria de la situación en que se encuentra la gran mayoría de la
población mundial. Esto vale para el conjunto de lo que entendemos por pobreza,
aunque muchas veces los estudios al respecto insistan, más bien, en su vertiente
económica, sin duda la más fácil de medir.
Por largo tiempo, las personas sólo
conocieron la pobreza que tenían cerca, en su ciudad o, a lo sumo, en su país;
su sensibilidad, cuando ella tenía lugar, se limitaba, se explica, a lo que
tenían ante los ojos y, literalmente, al alcance de la mano (para dar una ayuda
directa, por ejemplo). Las condiciones de vida de entonces no permitían tener
un entendimiento suficiente de la extensión de ese estado de cosas. Esto
cambió, cualitativamente, con la facilidad de información que se fue
adquiriendo; lo que antes era distante y remoto se ha hecho próximo y
cotidiano. Además, los datos y los estudios sobre la pobreza masiva, realizados
por un sinnúmero de organizaciones en nuestros días, se multiplican y perfilan sus
métodos de investigación. No pueden ser ignorados.
Otro rasgo que ha modificado, asimismo,
nuestra aproximación a la pobreza es su profundización y el incremento de
la brecha entre las naciones y personas más ricas y las más pobres.
Esto, a juicio de ciertos economistas, está llevando a lo que se ha calificado
de neodualismo: la población mundial se coloca cada vez más en los dos extremos
del espectro económico y social. Una de las líneas divisorias es el
conocimiento científico y técnico que se ha constituido en el eje más
importante de acumulación en la actividad económica y cuyos avances han
acelerado la ya desenfrenada explotación –y depredación– de los recursos
naturales del planeta que son un patrimonio común de la humanidad. Estos
factores han acrecentado la distancia que anotábamos.
No obstante, el asunto no se limita al aspecto económico de la pobreza y la insignificancia. En el espacio creado por esa disparidad creciente intervienen y se entrecruzan los elementos mencionados anteriormente: los que vienen del terreno económico, por un lado, con los referentes a las cuestiones de orden cultural, racial y de género, por el otro. Esto último ha llevado a hablar, con razón, de una feminización de la pobreza; las mujeres constituyen, en efecto, el sector más afectado por la pobreza y la discriminación, sobre todo si pertenecen a culturas o a etnias postergadas. Si bien la cuestión ha alcanzado ahora proporciones escandalosas, el proceso de acentuación de esa distancia estaba en marcha desde hace décadas, lo que explica la alarma que ya provocaba entonces.
Hoy –y este hoy lleva ya un buen tiempo– la
inhumanidad e injusticia de la pobreza, la ignorancia de sus causas y la
percepción de su complejidad, extensión y hondura, tengamos o no una
experiencia directa de ella, no puede ser disculpada. Es un conocimiento que se
constituye en pauta importante para apreciar la calidad –y la eficacia– humana
y cristiana de la solidaridad con el pobre.
Extracto de un artículo del P. Gustavo Gutiérrez
para un libro en homenaje a Aloysius Pieris, Encounter with the Word (Sri Lanka, The Ecumenical Institute for Study and
Dialogue).