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En año cervantino, hay que recordar que Miguel de Cervantes, fracasado,
empobrecido, alejado de Madrid, fue a partir de 1594 recaudador de impuestos en
Andalucía, lo que le acarreó muchos sinsabores y desventuras. Al igual que su
Don Quijote, también él fue a menudo expulsado a pedradas y palos de aldeas
empobrecidas cuyos habitantes se negaban a financiar las guerras y lujos de la
Corona.
Durante siglos -en efecto- sólo los pobres pagaron impuestos, en moneda
o en especies, y la mayor parte de las revueltas tenían como objeto -recordemos
a Robin Hood- sacudirse esta presión de Estado, que sólo se presentaba ante
ellos, bajo la forma de funcionario severo y malhadado, para robarles. Esta
práctica histórica justifica la desconfianza de los españoles -y de los
europeos del sur- respecto de Hacienda, así como nuestra dificultad para
asociar el pago de impuestos a los servicios públicos, cada vez más reducidos,
que el Estado paga con ellos.
La culpa es de los ricos. Claro que desde 1594 las cosas han cambiado
mucho. Hacienda somos todos. ¿O no? Los papeles de Panamá demuestran lo
contrario. Hacienda somos todos, salvo los reyes, los empresarios, los
banqueros, los deportistas de élite: los ricos. Nada en realidad que no
supiéramos, pero cuya revelación documentada “desmoraliza” profundamente. Sólo
cuando los cadáveres reflotan comienza el duelo; sólo cuando -es el ejemplo de
Zizek- se prueba la infidelidad del esposo, se desata la cólera.
Los papeles de Panamá y su promiscua transversalidad dejan dos lecciones. La primera tiene que ver con la
dificultad para trazar fronteras nítidas entre las clases sociales. O la
necesidad de redefinirlas al margen de la producción y el salario. Si los de
abajo tienen una conciencia borrosa de sus intereses comunes -pues el centro de
trabajo ya no es un eje espacial estable-, la conciencia de los de arriba tiene
que ver con el acceso directo a una riqueza cada vez más abstracta y
caprichosa: el capital productivo, el financiero y el simbólico mezclan ahí a
empresarios y banqueros con estrellas de la cultura y del deporte. La clase
dirigente mundial en una economía globalizada es tan “transversal” y, si se
quiere, tan “populista” como Podemos. Los papeles de Panamá configuran, sí, la
lista mestiza -ni de derechas ni de izquierdas- de los inscritos o militantes
en “el partido de los ricos”.
La segunda lección tiene que ver con la política. Los papeles de Panamá, que incluyen a futbolistas y directores de cine
junto a grandes financieros, yuxtaponen asimismo, codo con codo, a dictadores y
gobernantes democráticos, lo que prueba que entre las dictaduras y las
democracias, bajo una economía global capitalista, existe una intersección
indudable que valida las tesis marxistas: todos ellos consideran por igual el
Estado un instrumento despreciable de extracción de riqueza. Si en términos de
pluralidad los papeles de Panamá son tan “populistas” como Podemos, en su
relación con los Estados revelan el mapa de una extravagante -la única
realmente existente- “internacional anarquista”.
Soria, Macri, Gunnlaugsson, Bachar Al-Asad, Moubarak, Gadafi, elegidos o
golpistas, todos ellos huyen del Estado, al que consideran sobre todo un
obstáculo y una cadena. Ni dios ni patria ni amo: esa es -esa ha sido siempre-
la consigna de los ladrones poderosos que persiguen a los rateros, los trileros
y los manteros.
Europa tiene hoy dos problemas: los “refugiados” y los “prófugos”. Seamos precisos. Si un “refugiado” es -en estricto sentido etimológico-
una persona que “huye hacia atrás”, que “retrocede” hacia el pasado, conviene
aceptar que refugiados somos los europeos y no los sirios o los iraquíes,
huidos de su propia casa y de su propio país y abandonados en las fronteras.
El acuerdo entre la UE y Turquía, que autoriza deportaciones colectivas
y que trata a los seres humanos como si fueran monedas o reses (la definición
misma de “terrorismo”, según Kant) convierte a nuestro continente en un
“refugio bárbaro” o, si se prefiere, en “una reserva salvaje”. Mientras
nosotros retrocedemos unos ochenta años para protegernos de los niños huérfanos
y sus piojos, nuestros “representantes” huyen hacia delante con sus maletas
llenas de billetes.
Un refugiado es una persona que huye hacia atrás. ¿Cómo se llama el que
“huye hacia delante”? Prófugo. Pues bien, podemos
decir que Europa está hoy compuesta sobre todo de “refugiados” que huyen hacia
el pasado y de “prófugos” que huyen de la justicia o que, en todo caso, tratan
de evadir las leyes; por no hablar de los políticos que intentan salvar su
pellejo arrastrando de la cola hacia el abismo la ristra entera de los
principios y las instituciones. Los papeles de Panamá registran las cifras del
dinero “prófugo” que abandona nuestros “refugios”, cada vez más desamueblados y
desconchados, y los nombres de los “prófugos” que, huyendo del Estado,
pretenden al mismo tiempo “representarlo”.
Hay una tercera lección: frente al “populismo” del lujo y la
“internacional anarquista” de los ladrones ha sido el internacionalismo
periodístico -un periodismo
global- el que ha denunciado el caso
y el que debe servir para alimentar la resistencia local contra los que saquean
la Hacienda común.
Vivimos un nuevo “barroco”, pero la indignación ya no puede ser sólo
“moral”, como lo fue la de Quevedo o Gracián. Cervantes y don Quijote, expulsados
de las aldeas, hoy nos ayudarían a expulsar a nuestros gobernantes de sus
palacios. Si hay que volver a votar, no olvidemos a Cervantes; no olvidemos los
papeles de Panamá.
Fuente
original: http://www.atlanticaxxii.com/