Víctor M. Toledo
www.jornada.unam.mx/140914
¿Se puede dudar de
quienes se dedican a la noble tarea de defender, restaurar o conservar a la
naturaleza? En los tiempos modernos nada permanece intocado, todo sucumbe a la neoliberalización.
Cooptada y perversamente utilizada por buena parte de los mayores corporativos,
la ecología se convierte en una nueva ideología entre las masas cautivas de los
ciudadanos modernos.
El fenómeno surge
precisamente en una época en que la destrucción ecológica alcanza sus máximos
históricos, en razón de los impactos producidos por esos mismos agentes que hoy
ofrecen compartir con nosotros, y por todos los medios, su glamoroso encanto.
Un estado de gracia en el que no importa quién lo realice sino que lo realice
con el mayor colorido, entrega, elegancia, glamour y espectacularidad. Los
actos siempre van engalanados de una atmósfera burbujeante que evoca antiguas
filantropías y que, por supuesto, casi siempre aparecen en las exclusivas secciones
de sociales de televisión, prensa, revistas.
En plena era de la
monopolización más brutal de que se tenga memoria, de los máximos históricos de
inequidad social, la ecología permite realizar un acto mágico por el cual el
carácter depredador de las corporaciones se trastoca en sublime devoción para
salvar plantas, animales, bosques, ríos, lagos, naturalezas y el planeta mismo.
Y las limosnas que dedican a estos
menesteres, pues lo invertido de sus exorbitantes ganancias no se ve ni con
lupa, se vuelven altamente redituables porque permiten ocultar garras, fauces y colmillos tras el disfraz de un
cruzada por la naturaleza, de un acto heroico para salvar al planeta. El
resto se deja a la propaganda, al bombardeo mediático, todo bien aderezado por
la puntual bendición de científicos famosos, reconocidos, banales o frívolos.
El burbujeante
atractivo de la ecología como maquillaje o cosmética no logra, sin embargo,
ocultar los instintos mercantiles. Ya en un número especial dedicado al tema,
la revista Expansión afirmaba en su portada que los
proyectos ecológicos han dejado de ser una moda, para convertirse en un buen
negocio*. La lista de empresas con campañas verdes es interminable: de Exxon a
Walmart, pasando por Coca Cola, McDonald’s, Volkswagen, Ford, Kellogs, Bimbo y
un largo etcétera.
En México, las
campañas verdes se han incrementado inusitadamente. El fenómeno se vuelve
trágico por cuatro razones:
a) se vive la más
feroz de las devastaciones sobre su naturaleza y su ambiente, provocada por los
proyectos mineros, energéticos, hidráulicos, turísticos, habitacionales,
automotrices y biotecnológicos de las corporaciones, en complicidad con los
gobiernos de todos los colores y de todas las escalas;
b) la resistencia a
estos proyectos depredadores ha sido reprimida y de manera brutal; hoy existen
decenas de verdaderos ambientalistas asesinados y líderes y activistas
encarcelados de manera ilegal*;
c) los corporativos
han logrado cooptar a luminarias de la ciencia mexicana dedicadas a esos temas
(biólogos, ecólogos, conservacionistas), además de organizaciones no
gubernamentales y oficinas de gobierno, y
d) estas campañas
que buscan eliminar pecados y culpas esconden no sólo los impactos ambientales,
sino también los escabrosos asuntos laborales y sociales, como la explotación
de los trabajadores y la supresión de derechos elementales (sindicatos,
prestaciones, protección a menores y a madres).
Lo que sigue es un
primer repaso del glamour ecológico en México, una pasarela de máscaras, de
contradicciones entre lo que se proyecta o aparenta y lo que realmente se hace.
Grupo México (8 mil millones de dólares de ventas en 2010) es
la compañía minera más grande del país, extractora de cobre, zinc, plata, oro,
plomo y molibdeno, y la tercera productora de cobre más grande del mundo.
Ferrocarril Mexicano, la división de transporte ferroviario de la empresa,
opera la flota más extensa de la nación. Su portal hace un marcado énfasis en
el cuidado del medio ambiente y de las comunidades aledañas, y su filosofía proclamada
es el desarrollo sustentable.
Además de un
programa de reforestación, el corporativo anuncia una planta eólica en Juchitán
y reducciones en el uso de energía y combustibles. Expoliador por décadas de
las riquezas nacionales, su inmoral respuesta durante el accidente de Pasta de
Conchos, junto al reciente derrame de 40 millones de litros de sulfuro de cobre
y otros siete metales pesados en dos ríos de Sonora, muestran la falsedad de su
imagen como empresa social y ambientalmente amigable.
Es posible que el
corporativo mexicano con más antigüedad en los escenarios del glamour ecológico
sea Cemex (Cementos Mexicanos), la
compañía trasnacional más importante del mundo en materiales para construcción,
pues ya desde hace dos décadas apoyó la edición de libros científicos sobre el
tema. Con presencia en 50 países y ventas, en 2013, por 15 mil millones de
dólares, Cemex también abraza el desarrollo sustentable como su eje estratégico
y edita un anuario detallado. Su propaganda anuncia un sello verde (Eco-operando)
y la construcción sustentable, y su informe más reciente reporta acciones
contra el cambio climático, el ahorro energético y por un entorno urbano
sustentable.
Frente a esta
imagen, Cemex fue sancionado en México (2008) y España (2011) por sendos fraudes
fiscales (ocultó ganancias multimillonarias) y soborno de autoridades. Su mayor
inmoralidad es la contaminación que provocan sus actividades extractivas,
denunciadas en Nicaragua, Colombia y otros países, así como en su sede central
y originaria, Monterrey, que fue convertida por Cemex en la ciudad con el aire
más contaminado de Latinoamérica por la acción de 64 pedreras, la mayoría de
las cuales abastecen a la corporación.*
Otro destacado
ejemplo proviene de VW (Volkswagen de
México), la cual declara que “…desde hace tiempo hemos asumido nuestro
compromiso con el futuro de la Tierra”, porque “…usamos pinturas sin
disolventes y materiales reciclables”*. Sus acciones van desde bioconservación
en Guanajuato y un parque eólico en Zacatecas hasta viveros sustentables,
reforestación y el programa Eco-chavos.
Por amor al
planeta se ha encargado, además, de otorgar premios anuales a
investigadores mexicanos*, es decir pequeñas limosnas corporativas que le
reditúan sustento científico. Su máxima hazaña fue sumergir un automóvil de
cemento de cuatro toneladas de peso en los mares de Cancún a manera
de escultura submarina.
Si Walmart hace el ridículo con sus bolsas
verdes, sus cajas ecológicas y sus proveedores sustentables, también se la toma
más en serio al calcular el número de árboles al año que se salvan por la
captura de carbono que significa por ejemplo “…situar más mercancía en menos
espacio en las cajas de los tráileres”*.
Por su parte, Monex, el grupo financiero sospechoso
de mover ilegalmente millones de dólares a la campaña de E. Peña Nieto creó
el Fondo Verde, que dona una parte (¿cuánto?) de las inversiones a la
conservación biológica.
En comal aparte se
cuecen Bimbo y Telmex. El primero,
por su desbordante campaña donde el osito níveo se pinta de verde: plantas
sustentables, empaques degradables y vehículos híbridos, cuyos motores
eléctricos se nutren de la energía del viento de un parque impuesto con
violencia a las comunidades zapotecas del istmo oaxaqueño.
La panificadora
también teoriza, y con Reforestemos México define a la
sustentabilidad como sinónimo de competitividad y rentabilidad*, al fin que
nadie cuestiona. En cuanto a Telmex, la alianza WWF–Fundación Carlos
Slim-Semarnat, fundada en 2008, ha logrado conformar una estrategia de conservación
y desarrollo sustentable de México, al apoyar proyectos de conservación junto
con organizaciones de la sociedad civil, comunidades rurales e instituciones
académicas como el Instituto de Ecología de la UNAM.
Todo ello, mientras
las mineras del grupo arrasan montañas y comunidades, adquieren extensas
propiedades (Puebla, Hidalgo y Tlaxcala) y la fundación apoya la investigación
del maíz transgénico.*
Finalmente, el caso
emblemático de Coca Cola resulta tan
descomunal que habremos de dedicarle un artículo completo.
De todo
este lavado de imagen sorprende la manera en que los consumidores se
dejan a sí mismos lavar el cerebro. De alguna forma ello explica por qué
la elite de consumidores mexicanos (incluidos científicos renombrados) se ha
convertido en una masa silenciosa y conformista, incapaz de generar ideas
críticas y en consecuencia de realizar compromisos más allá de sus estrechos
intereses individuales, familiares o de gremio.
El glamoroso encanto de la ecología se ha convertido en uno de los
anestésicos más eficaces del mundo moderno. El futuro que
viene, por desgracia y por fortuna, los hará despertarse súbitamente. Pasarán
de un sueño construido a partir de una falsa conciencia, a la pesadilla
inevitable de la realidad.
*Más
información, referencias y archivo fotográfico en www.laecologiaespolitica.blogspot.mx