José
M. Castillo S.
www.religiondigital.com/17.09.14
La estimación
comúnmente aceptada entre los expertos sitúa los orígenes del ser humano en
torno a los cien mil años (Ernst Mayr, Bioastronomy News,
7, 3 (1995). De esos cien mil años, unos siete mil nos son suficientemente
conocidos, ya que es en el tercer milenio (a. C.) donde se sitúa el “nacimiento
de la civilización”, cuando en Oriente Medio (Mesopotamia) aparecieron la
agricultura, la metalurgia y la escritura (Jean
Bottéro, Mésopotamie, Paris, 1987, 8).
Nacieron así las
primeras “ciudades-estado”, con su organización, sus jerarquías y las
consiguientes desigualdades sociales. Y fue entonces cuando dieron la cara dos
grandes fenómenos culturales que han crecido sin cesar hasta el día de hoy: la
evolución de la tecnología y la evolución social.
Pero ahora caemos en la
cuenta de que estos dos grandes fenómenos, que han marcado la historia de la
humanidad, han crecido en sentido opuesto: la evolución tecnológica como
progreso imparable, la evolución social como degradación inhumana que ahonda
cada día más y más las desigualdades, las humillaciones y el sufrimiento de los
mortales. (María Daraki, Las tres negaciones de Yahvé, Madrid,
2007, 8).
¿Qué
papel ha desempeñado el Evangelio en esta apasionante y amenazante historia de
la humanidad? Por los datos más fiables que nos proporcionan los cuatro evangelios,
sabemos que Jesús tenía muy claro el peligro que representan, en la historia de
los mortales, el dinero de los ricos y el poder de los grandes. De ahí que
“servir al dinero” y “servir a Dios” son dos cosas incompatibles (Mt 6, 24).
Como “mantener riquezas” y “seguir a Jesús” son igualmente incompatibles (Mc
10, 17-31). Y en cuanto al asunto del poder de los grandes de este mundo, Jesús
fue tajante: lo que hacen es “dominar” y “tiranizar” (Mt 20, 25).
Por eso, el mismo Jesús
cortó en seco las apetencias de poder y mando que ya asomaron en los primeros
apóstoles (Mt 20, 26; Lc 22, 25-26). Y el ejemplo supremo lo dio el propio
Jesús cuando, al despedirse de sus discípulos, hizo con ellos el oficio de un
esclavo (Jn 13, 1-15).
Más aún, las tres
grandes preocupaciones de Jesús, un hombre profundamente religioso (por su
relación con el Padre y su frecuente oración), no fueron de orden religioso,
sino preocupaciones laicas, comunes a todos los humanos: la salud de los
enfermos (relatos de curaciones), compartir mesa y mantel con toda clase de
personas (relatos de comidas), y las mejores relaciones humanas de todos con
todos (sermón del monte, (Mt 5-7), o de la llanura, Lc 6, 12-49).
Pero sabemos que Jesús
realizó todo esto de tal manera, que entró en conflicto con los dirigentes de
la religión (José M. Castillo, La laicidad del Evangelio,
Bilbao 2014, 121-137). Hasta el extremo de tener que aceptar “la
función más baja que una sociedad puede adjudicar: la de delincuente ejecutado”
(Gerd Theissen, El movimiento de Jesús. Historia de una revolución de
valores, Salamanca, 2005, 53).
¿En qué ha quedado todo
esto? En un programa heroico y raro, para pocas personas. ¿Y para la Iglesia?
Es imposible contarlo en un breve artículo. Pero el hecho es que, con el paso
de los tiempos, en la Iglesia terminó por imponerse más la Religión (con sus
jerarquías, sus poderes, sus rituales, sus dogmas...) que el Evangelio (con las
convicciones tan claras que Jesús transmitió).
Como igualmente es un
hecho que la cultura de Occidente, tan marcada por la Iglesia, ha sido una
cultura de guerras y violencias, colonizaciones y poderes, a los que la misma
Iglesia se ha tenido que acomodar, a los que la Iglesia “legitima” y de los que
la Iglesia recibe, tantas veces, dinero y privilegios.
Es cierto que en
Occidente se han elaborado los derechos humanos (que, por cierto, no han sido
aún suscritos por el Vaticano). Pero no es menos verdad que Occidente
representa el ideal del desarrollo tecnológico (con su contrapartida de
degradación social), la cuna del capitalismo, y el mantenedor de las más
brutales desigualdades entre los pueblos y entre los seres humanos.
¿Se puede decir que el futuro de la Iglesia es el futuro del Evangelio? Lo será, en la medida en que la Iglesia se ajuste al Evangelio. Pero, ¡atención!, el Evangelio no es una doctrina, ni es una organización. El Evangelio es un proyecto de vida. De manera que quien viva ese proyecto, ése será el que se entere de lo que es el Evangelio. Y de lo que debe ser, y cómo debe ser, la Iglesia de Jesús. La Iglesia del Jesús de la vida, no de la religión que ha discutido con las demás religiones para ver cuál de ellas es la verdadera; o para buscar a las otras religiones, con el buen deseo de ver si, por fin, nos ponemos de acuerdo.