Nazanin Armanian
www.publico.es/100615
Histórico golpe a la
farsa de la “democracia religiosa”, otro ropaje engaña-masas del capitalismo
siempre autoritario, misógino, anti-plural y corrupto.
Los resultados de las
elecciones parlamentarias de Turquía, en las que no sólo el partido islamista
gobernante de Justicia y Desarrollo (AKP) perdió escaños en favor de los
partidos nacionalistas seculares de centro-izquierda, sino que pone fin a una
década de confusión dirigida por otro excéntrico ‘Führer’ (líder supremo y
absolutista) llamado Tayyeb Erdogan.
Mientras retiran la
pancarta electoral más grande del mundo que llevaba su imagen, el jefe
“espiritual” del AKP, un inquietante personaje malabar con delirio de grandeza,
medita sobre su futuro, sentado en el sofá de su “Casa Blanca” —megapalacio que
le ha costado al pueblo unos 400.000
euros, construido ilegalmente en un bosque protegido—, ignorando que
a pocos kilómetros, cerca de 8.000 trabajadores de las fábricas del montaje de
Renault y Fiat estaban de huelga en protesta por sus bajos salarios.
Las 8 lecciones turcas
1. La inutilidad de políticas islamizadoras para tapar los problemas
sociales: ponerse a separar las mujeres de los hombres en las residencias
universitarias, repartir miles de ejemplares del Corán en las zonas rurales,
acusar de “ateos y zoroástricos”, de “enemigos de Turquía y del Islam” y
de “agentes de extranjero”, a los opositores políticos, no empujan
al alza el crecimiento económico que está en 0%, ni crean empleo para 5-6
millones de parados.
La respuesta del
gobierno a las protestas del Gezi Park (2013) fue polarizar la sociedad entre
los religiosos conservadores (turcos y kurdos) y los seculares, y ahora Erdogan
ha caído en su propia trampa: los seculares ya son la mayoría en la Asamblea
Nacional; dato, que por otro lado, desdibuja el fondo del problema, que es el
sistema capitalista que produce dictadores, aunque ciertamente los que además
utilizan la fe de los creyentes, son los peores.
Las consecuencias
del resurgimiento del islamismo y
con ello el retroceso en los derechos sociales conquistados durante el siglo
pasado, obligan a las fuerzas progresistas rescatar el lema de “la separación
de la religión del poder” que había sido guardado en el baúl, hasta hace pocas
décadas.
2. Contundente presencia de las mujeres como candidatas en todas las
listas electorales como desafío a las políticas misóginas del erdoganismo y
sus leyes religiosas —que obligan, por
ejemplo, a una mujer maltratada a indemnizar a su maltratador—. Ha
llegado a acusar a las mujeres forzadas de interrumpir su embarazo de conspirar
para “eliminar a los turcos del escenario mundial”, y así restringir el
aborto. El 48% de los candidatos del Partido Democrático de los Pueblos (HDP)
eran mujeres acompañadas por tres personas de la comunidad LGBT. El HDP ha
hecho una innovación política: una mujer y un hombre compartirán la secretaria
general del partido.
3. La genial medida de
convertir a HDP (fundado en 2012) en
una amplia plataforma de unión de las
fuerzas de izquierda, —kurda, turca, armenia, izadi, alawi, asiria, las
minorías sexuales, etc—. HDP, que no es un partido kurdo como afirman algunos
medios, cuenta con el apoyo de los socialistas y del Partido Comunista. El
papel de su líder, el carismático abogado kurdo Selahattin Demirtas de 42 años,
ha sido decisivo en el triunfo del partido.
4. “Mejor un poder
repartido en el parlamento que uno concentrado en el palacio de Erdogan”, o
sea, la opción ganadora de “menos Presidente y más Parlamento”, mostraba el
temor ciudadano a un despotismo ya desenfrenado que ha llevado a 64 periodistas
a la prisión, y ha llenado el espacio político de odio, desconfianza y
violencia. Los activistas y las sedes partidos izquierdistas han sufrido cerca
de un centenar de ataques que ha causado varios muertos y heridos.
5. Instaurar el
mediocre culto a su personalidad tiene su precio: el castigo al Sultán Erdogan
ha dañado al AKP que ya busca otro rostro, otro “Ata” (Padre) con
el fin de recuperar el poder en una sociedad –como las demás orientales-, muy
dada al paternalismo de hombres poderosos.
6. Estas elecciones han
vuelto a mostrar una innegable realidad:
que la identidad étnica está por encima
de la religiosa, lo mostró el vuelco del voto tradicional kurdo conservador
al AKP “musulmán”, ahora depositada en favor de HDP, partido en cuyo programa
se exige la supresión de las señas de identidad lingüística, étnica y religiosa
de los documentos de los ciudadanos y la plena igualdad de todos.
7. Que los partidos kurdos —clandestinos o
legales— se han convertido en actores
decisivos del escenario de Oriente Próximo, a pesar de que unos estén al
servicio de los intereses de las potencias reaccionarias mundiales y regionales
y otros al servicio de sus gentes. El baile de
Erdogan con el PKK fue una táctica para desactivar la lucha armada y
arrancarle concesiones unilaterales. El último clavo al ataúd del proceso de
paz se lo puso cuando impidió, hace unos meses, la entrada de los refugiados
civiles kurdos sirios a Turquía, mientras daba cobijo a los terroristas del
Estado Islámico que masacraban a aquella gente desesperada.
8. El uso oportunista de la carta kurda en los conflictos
de la región es como echar piedras sobre su propio tejado.
Desde principios del siglo pasado, cientos de miles de kurdos han sido
asesinados por todos los regímenes de la zona. Hoy, ni siquiera EEUU puede
ignorar la “cuestión kurda”. Tal es así que Masoud Barzani,
presidente de la Autonomía Kurda de Irak, está preparando, con el apoyo de
Obama, la declaración de la independencia de este territorio, dando por
terminada la desintegración de Irak, que los demás países de la región con kurdos
en sus senos, pongan su barba a remojar.
Erdogan y el mundo
Su sueño de extender la
influencia turca desde el mar Egeo hasta la Gran Muralla China, ha sido
enterrado en las fosas comunes de sirios asesinados por grupos terroristas apadrinados por él con
tal de quedarse con parte del destruido Estado sirio.
La política neo-otomana
del Pashá turco le ha llevado, no a la llamada “soledad preciosa” que suelen
sufrir personas de integridad ética rodeado de hostilidad, sino al aislamiento
propio de los populistas, quienes lanzan promesas huecas con el fin de atraer
simpatías.
Así, Erdogan ha
conseguido la enemistad de:
Occidente: a Barak Obama
no le habrá disgustado la caída de Erdogan, el Netanyahu turco, que
va por libre y le tiende
trampas —como cuando aseguraba en 2013 que Assad había usado
gases químicos, con el objetivo de forzar a la OTAN a acabar con el presidente
sirio, colocando a Obama en una situación embarazosa de la que fue rescatado
gracias a Vladimir Putin—, o se atreve a incriminarle por no condenar el
asesinato de “tres musulmanes” en California.
El presidente de EEUU,
que había apostado fuertemente por los
Hermanos Musulmanes, también ha llegado a criticarle por los ataques
a las libertades en Turquía; él ahora ve que “el modelo turco”, —el sistema
político del Islam capitalista incapaz de respetar los mínimos derechos
sociales de los ciudadanos—, se derrumba.
Los republicanos
también dudan de su lealtad: inadmisible que un socio de la OTAN compre a China
misiles de defensa antiaérea HQ-9 y forme parte de la nueva ruta de la
seda, permitiendo inversiones del Banco Industrial y Comercial de China (ICBC),
o se niegue a participar en las sanciones contra Rusia y encima acepte que
el abandonado gasoducto de la Corriente Sur
vuelva a cobrar vida en el cuerpo de la Corriente Turca.
EEUU se pondrá a buscar
en Ankara otro hombre que garantice la estabilidad de este socio “musulmán” de
la OTAN: el primer ministro Ahmet Davutoglu es una de las apuestas.
Israel: se acabaron
aquellos ataques televisados a los mandatarios judíos, mientras agitaba la
bandera palestina. Ahora Tayyeb Erdogan ni se pronuncia sobre la negativa de
Netanyahu de respetar “la solución de dos estados”. En cambio, se gasta 1.5
millones de dólares en la reforma de la sinagoga de Edrine —la tercera más
grande de Europa— ignorando la propuesta de convertirla en un museo hasta la
normalización de la situación de la mezquita de Al-Aqsa en Jerusalén por parte
de Israel.
Erdogan está preocupado
por el acercamiento de Tel Aviv a Grecia, y que de paso extrae petróleo de la
costa griega de Chipre. Paralelo a estos guiños a Netanyahu, el político turco
se seguía negando a reconocer el genocidio
armenio, –quizás para no tener que indemnizar a los miles de
familiares—, ni compadecer a las actuales víctimas sirias e iraquíes de todas las religiones. Quien le pidió paz
para la región y protección para los fieles a Jesús fue el Papa Francisco
durante su visita a Turquía –país en el que trabajó el “Papa Turco”, apodo
otorgado al arzobispo Angelo Roncalli, el futuro Papa Juan XXIII.
La sombra de la rival
Iglesia Ortodoxa Rusa, convertida en uno de los protagonistas del escenario
geopolítico de Eurasia, pesaba sobre los motivos de la oposición del Vaticano a las guerras en Oriente Próximo, y
en su defensa a los “hermanos” Ortodoxos en esta región.
Países árabes: el
proselitismo en favor de los Hermanos Musulmanes, y el afán de liderar a los
fieles del Islam del planeta le ha enfrentado al presidente turco a Arabia
Saudi, otro aspirante del mismo cargo, que no dudó de pararles los pies desde Egipto, derrocando
al hermano Mohamad Mursi. Para “el mundo árabe”, los
turcos son tan intrusos como los iraníes.
Irán: desde Siria,
Irak y Yemen, Erdogan pretende “cortar los
brazos largos de Irán”, apuntándole además con los misiles Patriot,
sin dejar de hacer suculentos negocios familiares, teñidos de corrupción, con
Teherán.
Ahora bien, el Partido
Democrático de los Pueblos ha prometido sacar Turquía del pantano sirio,
colaborar con Irán y Rusia para pacificar este país y ayudar a un millón de
refugiados a regresar a sus hogares. Por lo que los yihadistas se quedarían
huérfanos de “Padre”, y Obama tendrá que revisar su estrategia acerca del destino de Assad, antes de las elecciones
de 2016 en EEUU. Todo indica que los occidentales pueden estar tranquilos:
Turquía permanecerá en la OTAN.
Estamos ante el fin del
erdoganismo que no de Erdogan, quien tiene 45 días para formar el gobierno de
coalición, si no tendrá que convocar nuevas elecciones. Es poco probable que el
poder judicial llegue a acusarle de asesinato de manifestantes en Gezi Park, la
suerte que corrió Mohamad Mursi. El
huracán turco ha despeinado el bigote del Sultán, pero a él no le ha tumbado.