En abril de 1974
tres jóvenes blancos, estudiantes de secundaria de Farmington, Nuevo México,
asesinaron a tres hombres navajos, Benjamin Benally, John Harvey y David
Ignacio. Los adolescentes les aporrearon la cabeza y les hundieron el pecho con
piedras del tamaño de una pelota de baloncesto. Hicieron estallar petardos
sobre sus cuerpos e intentaron quemarles los genitales. Los cuerpos que
encontraron las autoridades resultaron irreconocibles después de haber sido
golpeados y quemados.
Los asesinatos
brutales no eran algo nuevo en Farmington, donde se sabía de algunos
estudiantes blancos de secundaria que habían amputado los dedos de hombres
navajos ebrios y los habían exhibido orgullosamente en sus taquillas del
instituto. Asesinar y torturar a hombres y mujeres navajos en las ciudades
fronterizas que rodean la reserva tiene hasta un nombre: Indian Rolling
[1].
Las protestas
estallaron a raíz de los asesinatos y duraron meses. Uno de sus líderes, John
Redhouse, describió el Indian Rolling como un deporte sangriento:
"Nosotros no
entendimos los asesinatos como la acción de tres chicos locos. Los vimos del
contexto de un racismo generalizado. Durante años ha sido casi un deporte, una
especie de tradición nauseabunda y degenerada entre los jóvenes anglos del
Instituto de Educación Secundaria de Farmington, que iban al sector indio de la
ciudad a atacar físicamente y a robar lo que fuera a hombres y mujeres navajos,
ancianos y a veces ebrios, por el solo motivo de ser indios".
Indian Rolling es otro
término para linchamiento, y es parte del día a día en el Indian
Country [2]. Según un informe de 2004 del Departamento de Justicia de
Estados Unidos, los nativos americanos sufren el doble de violencia que el
resto de la población. La mayor parte de esta violencia, más del 70%, la cometen
personas de una raza distinta. Esto es particularmente cierto en Nuevo México,
donde, según un estudio de 2003 del Comité Consultivo de Nuevo México para la
Comisión de los Derechos Civiles de Estados Unidos, los nativos americanos
sufren "actos de intimidación étnica; amenazas de violencia física,
asaltos y otros potenciales delitos de odio" como parte de la vida diaria
en ciudades fronterizas como Gallup, Farmington y Albuquerque.
Precisamente el
pasado verano, en las primeras horas de la mañana del 19 de julio de 2014, tres
adolescentes de Albuquerque deambulaban por los callejones de la parte de atrás
de su vecindario buscando hombres sin hogar para darles una paliza. Durante
meses, en grupos de tres y a veces mayores, estuvieron persiguiendo nativos
americanos sin hogar, un ‘deporte sangriento’ de golpizas violentas.
Aquella mañana
encontraron a tres hombres navajos durmiendo en colchones entre la maleza de un
descampado al oeste de la ciudad. Recogieron trozos de bloques de hormigón y
les rompieron la cabeza a dos de ellos, Allison Gorman y Kee Thompson. El
tercero escapó. Los chicos remataron a Gorman y Thompson con barras de metal.
El superviviente dijo a la Policía que los chicos ya habían hecho eso antes, y
los propios chicos –el mayor de 18 y el más joven de 15 años– admitieron ante
la Policía que escogían a sus víctimas entre los nativos americanos sin hogar.
La única cosa
excepcional de estos brutales asesinatos es lo comunes que son en Nuevo México.
En las ciudades que bordean las numerosas reservas indias que existen en Nuevo
México, los nativos americanos tienen muchas más probabilidades de ser pobres,
de ser encarcelados y de sufrir violencia que cualquier otro grupo. Desde julio de 2013, solo en Gallup, más de
170 ciudadanos navajos murieron por causas no naturales.
Albuquerque es
exactamente igual de violenta para los nativos americanos. De los 25.000 que se
estima viven en esa ciudad, el 13% son personas sin hogar por largo tiempo,
como Gorman y Thompson. Y muchos de ellos viven en una parte de la ciudad de
Albuquerque que la Policía llama "zona de guerra". Según los nativos
americanos sin hogar que viven en ella, se trata de la guerra que la Policía
libra contra ellos.
A unas pocas
manzanas del Centro Indio de Albuquerque –un lugar que ofrece una comida
gratuita a los nativos americanos, les pone en contacto con los servicios
sociales e incluso recoge su correo– un hombre me dijo que lo acosaban
permanentemente y que a menudo el acoso provenía de la Policía, no de los
adolescentes: "Ya sabes, soy un alcohólico y bebo en la calle, y [los
policías] me recogieron y me trajeron hasta el parque Bio, y me golpearon
mientras estaba esposado, y luego me quitaron las esposas y me dejaron
ir".
Unas calles más
allá, otro hombre me contó: "Yo iba andando por la calle y [un policía] me
seguía. Me metí en el callejón y vino detrás. '¿Por qué no te vuelves a la Rez
[3]? No eres bienvenido en Albuquerque', me dijo".
Un hombre apache
jicarilla llamado Natani tuvo una experiencia parecida en una tienda de campaña
de personas sin hogar. "Esto es nuestro, es nuestra tierra", afirmó.
"Y los policías te dicen cosas como '¿por qué queréis traernos la reserva
aquí?'"
Cuando le pregunté
con qué frecuencia el acoso se volvía violento, me devolvió una mirada
impaciente. "Es habitual", dijo. Me mostró sus muñecas. Estaban
llenas de heridas con costra. Eran de las esposas, señaló. Se quitó las gafas
de sol. Tenía un ojo rojo e hinchado. "Me lanzaron gas lacrimógeno en él.
Se me acercaron por detrás y me gasearon así", me explicó colocando sus
manos a unos pocos centímetros de mis ojos para mostrarme cómo lo hicieron.
"¿Cómo es de común? ¿Les pasa a todos?", pregunté. "Sí",
respondió. "Te esposan y luego te golpean y después te llevan al hospital
y dicen cosas como 'lo encontramos así'".
Unos días después,
cerca del Centro Indio, una mujer me contó que un policía la había tirado al
suelo al golpearla en la cabeza. "Luego se metió de nuevo en el coche y se
fue". Su amiga describió el acoso constante. "Tiran de ti y te dicen
que te vayas o te arrestan por merodear". Le pregunté dónde sucedía esto.
"En todas partes", dijo, "incluso cuando estamos esperando en la
parada de autobús".
Según los Centros
para el Control y Prevención de Enfermedades, los nativos americanos representan el 0,8% de la población, pero suman casi
las dos terceras partes de las víctimas de violencia policial, una tasa muy
superior a la de cualquier otro grupo racial. Y a pesar de que la Policía mata
a más jóvenes negros que de ningún otro grupo, la proporción de nativos
americanos asesinados por la Policía es aún mayor.
Mucha de esta
violencia tiene lugar en Nuevo México, el estado con la tasa más elevada de
asesinatos policiales en Estados Unidos en 2014. Y entre los departamentos de Policía
de Nuevo México, el de Albuquerque es el que tiene la mayor tasa de disparos
mortales realizados por la Policía, y una de las más elevadas del país. Más del
20% de los homicidios que hubo en esa ciudad en 2014 fueron cometidos por
agentes de Policía. Desde 2010 los policías de Albuquerque han disparado a
cerca de 50 personas, matando a 28.
Los líderes navajos
enviaron a la Comisión de Derechos Humanos de la Nación Navajo a Albuquerque en
diciembre para investigar el doble asesinato del verano pasado. Pero los
miembros de la Comisión estaban igualmente interesados en la violencia
policial, y programaron una audiencia pública en el Centro Indio de Albuquerque
sobre el trato que reciben los ciudadanos navajos por parte de los agentes del
orden público. El director ejecutivo de la Comisión, Leonard Gorman, comenzó
recordando a los asistentes el problema: "Se supone que el papel de la
Policía es proteger y servir, pero nuestra gente nos dice que tenemos que
protegernos de la Policía".
La primera persona
en testificar describió acoso permanente por parte de la Policía de
Albuquerque: "Yo era el indio, y por eso era el malo, imagino. La Policía
no nos va a ayudar. Les da lo mismo".
Sobre el acoso
policial a los nativos americanos sin hogar, otra persona declaró: "Sucede
tanto si somos personas sin hogar como si no. El peligro está en todas partes.
Pero las personas sin hogar son objetivos más fáciles. Recientemente alguien
fue disparado mortalmente en la calle y nadie se enteró. No se informó de ello".
Según una
investigación del Departamento de Justicia, el Departamento de Policía de
Albuquerque habitualmente pone en práctica medidas inconstitucionales y a
menudo usa la fuerza de manera injustificada y fatal. Sin embargo, su duro
informe del pasado abril no menciona la violencia contra los nativos
americanos. Tan solo dos meses antes, en febrero, el alcalde de Albuquerque,
Richard Berry, que se negó a asistir a la audiencia de la Comisión de Derechos
Humanos de la Nación Navajo, en declaraciones a una radio local manifestó que
la violencia policial en Albuquerque no tenía absolutamente nada que ver con la
raza.
Cuando le
preguntaron cómo se explica la violencia policial y la indiferencia hacia el
sufrimiento de los nativos americanos en las ciudades fronterizas de Nuevo
México, la respuesta de Natani fue muy simple: "Los prejuicios".
"Es todo lo mismo desde Farmington hasta Albuquerque. Viene de
lejos".
Notas de la
traductora:
[1]
El término alude a la antigua práctica de lanzar o hacer rodar los cuerpos de
las víctimas por el borde de un precipicio después de ser atacadas.
[2]
Indian Country, cuando se traduce como "País indio", suele
hacer referencia a cualquiera de las comunidades de nativos americanos con un
gobierno propio dentro de Estados Unidos. En cambio, traducido como
"territorio indio" designa comúnmente la región al oeste del país que
fue reservada para uso de los nativos americanos y cuyas fronteras quedaron
establecidas en la Indian Intercourse Act de 1834.
[3]
Palabra de la jerga popular para referirse a una "reserva india".
David
Correia es autor de Properties of
Violence: Law and Land Grant Struggle in Northern New Mexico y uno
de los editores de La Jicarita:
An Online Magazine of Environmental Politics in New Mexico .