José
M. Castillo S.
www.religiondigital.com/12.06.15
Llama la atención que,
en este momento -cuando en nuestro país se están decidiendo cosas tan
importantes para tanta gente- la religión esté tan ausente. Al menos, por lo
que se dice y se oye, la impresión que se puede tener (y resulta inevitable
tener) es que el tema de la religión no se tiene en cuenta o apenas se tiene en
cuenta en lo que se está decidiendo. A los obispos apenas se les oye hablar en
público de este asunto.
Los políticos, si es
que aluden al tema, es para referirse a los acuerdos del Estado con el
Vaticano, para decir que aborto sí, aborto no, o en otros casos (los menos)
para elogiar o atacar a los homosexuales y sus pretensiones. Ya sé que todo
esto se puede y se tiene que matizar más y más. Pero, en todo caso, ¿qué pasa
con la religión para que esté tan ausente de lo que está ocurriendo en nuestra
sociedad?
Como es lógico, no es
éste ni el sitio ni el momento para ponerse a escribir un análisis a fondo
sobre un asunto tan complejo. Pero hay una cosa (una por lo menos) que no me
puedo callar. Esta ausencia chocante, este silencio, de la religión en España
(y en Europa), cuando se están tomando decisiones que van a ser determinantes,
para bien o para mal y quizá para bastantes años, nos está diciendo a gritos
que la religión anda desorientada, perdida, extraviada, en la sociedad
española. Muchas cosas se pueden discutir en lo que se refiere a lo que acabo
de decir. Pero hay algo que está fuera de duda.
La
religión le da más importancia a sus ritos y a sus normas que a la ética que
nos propone el Evangelio. Seguramente que, en teoría, habrá mucha gente que
no esté de acuerdo con lo que acabo de decir. Pero aquí no estoy hablando de
las teorías que cada cual tenga o pueda tener.
Aquí estoy hablando de
lo que estamos viendo y viviendo, de lo que pasa y de lo que se le mete por los
ojos de todo el mundo. Y la verdad es que lo que todos vemos es que, si
exceptuamos el caso ejemplar del Papa Francisco (y algunos clérigos más), sin
poder remediarlo tenemos la sensación de que el espantoso asunto de la
corrupción económica y política, que nos arrolla y nos abruma, no parece
preocupar demasiado a los “hombres de la religión”.
¿No es esto uno de los
fenómenos más graves que estamos soportando? ¿No ha llegado el momento de decirles a los profesionales de la
religión que lo central en la vida -y por tanto en la misma religión- no son
los rituales y las ceremonias, sino la ética de la honestidad, la decencia y la
honradez?