Robert Fisk
www.jornada.unam.mx / 120517
Desde Ibn Batuta,
que recorrió Medio Oriente en el siglo XIV, nadie se había fijado aspiraciones
más altas que Donald Trump. Batuta, un viajero y erudito musulmán marroquí,
tenía algunas cosas en común con Trump. Llegó a la actual Arabia Saudita. Fue a
Jerusalén. Incluso tenía ojo alegre para las damas núbiles: había algunas
esposas, sin mencionar una esclava griega para toquetear. Pero allí terminan
los paralelos, porque Ibn Batuta estaba cuerdo.
Aun así, hoy
sabemos que Trump cree que está tocando las tres religiones monoteístas porque
irá a Riad, Jerusalén y luego al Vaticano (que no está en Medio Oriente, pero
qué son unos cientos de kilómetros para alguien como Trump). Unos cuantos
problemas, claro. No puede ir a la Meca porque los cristianos tienen prohibido
entrar y el viejo rey de Arabia Saudita representa una autocracia wahabita
cortadora de cabezas, algunos de cuyos ciudadanos han subvencionado al temible
Isis (también conocido como Estado Islámico) –y peleado a su lado–, al que
Trump cree que está combatiendo.
Entonces, cuando
vaya a Jerusalén, se reunirá con Benjamin Netanyahu, quien difícilmente
representa a la comunidad judía y planea seguir robando tierras árabes en
Cisjordania para judíos, y sólo judíos, piense lo que piense Trump.
Luego se
presentará en el Vaticano para confrontar a un hombre que, por muy buen tipo
que sea, sólo representa a los católicos romanos y no siente mucho agrado por
el visitante. Ibn Batuta se alejó de su hogar casi un cuarto de siglo. Por
fortuna, Trump está limitándose a tres días.
Desde luego, no se
dirigirá al islam en Arabia Saudita, como tampoco al judaísmo en Jerusalén. Los
sauditas sunitas hablarán de aplastar la serpiente del Irán chiíta –y debemos
recordar que Trump es el orate que derramó lágrimas de cocodrilo por los bebés
sunitas muertos en Siria el mes pasado, pero ninguna por los bebés chiítas
muertos en Siria unos días después– y esperarán restablecer relaciones
verdaderas entre su reino adicto a las ejecuciones y Estados Unidos, tan adicto
como él. Tal vez Trump podría intentar leer el más reciente informe del relator
de la ONU Ben Emmerson sobre la supresión de los derechos humanos y la tortura
a sospechosos de terrorismo en Arabia Saudita. No, olvídenlo.
De todos modos, el
rey no es un imán, como tampoco Netanyahu es un rabino. Pero Jerusalén será un
gran logro porque Trump podrá pedir ayuda a Netanyahu contra el Isis, sin darse
cuenta, al parecer, de que Israel sólo bombardea en Siria al ejército sirio y
al Hezbolá chiíta, pero nunca jamás al Isis. De hecho, los israelíes han dado
asistencia médica a combatientes de Jabhat Al Nusra, que es parte de Al Qaeda,
la cual (tal vez Trump se haya enterado de esto) atacó a Estados Unidos el
11-S. Así que tal vez el Vaticano será un alivio.
Desde luego, Trump
podría haber pasado a Líbano a visitar al patriarca Beshara Rai, prelado
cristiano que por lo menos vive en Medio Oriente y que tal vez le habría podido
contar algunas verdades sobre Siria. O, ya que Trump considera que sería un
honor reunirse con el gran líder de Corea del Norte, pudo haber estremecido al
mundo dándose una vuelta para ver a Bashar al Assad por un par de horas. Ibn
Batuta por lo menos llegó a Damasco.
Pero no, Trump va
en busca de amigos y socios para combatir al terrorismo, el cual, por supuesto,
nunca ha sido infligido a Yemen por Arabia Saudita ni a los palestinos por
Israel. Esto tampoco será mencionado por los chicos y chicas de CNN, ABC y
todos los titanes mediáticos estadunidenses que, con el interés de promover su
importancia simulando que su presidente no está loco, lo siguen servilmente por
la región con las acostumbradas tonterías sobre políticas, jugadores claves y
moderados (como cuando dicen la moderada Arabia Saudita) y todas las demás
criaturas fantásticas que inyectan en sus reportes.
Y, claro, Trump
también quiere llevar la paz a Tierra Santa. Por eso irá del rey de los
cortadores de cabezas al ladrón de tierras palestinas y rematará con el pobre
Santo Padre, quien sabiamente sólo concederá al presidente unos minutos de la
mañana antes de su audiencia general semanal. Puesto que el Papa describió las
posturas de Trump como no cristianas –lo que no fue muy santo de su parte para
referirse a un hombre mentalmente enfermo–, y Trump dijo que las palabras del
pontífice son deplorables, no es de preverse un encuentro muy ameno.
Pero en fin, el
Papa estrechó hace apenas una semana la mano del sultán de Egipto, el
igualmente santo presidente y mariscal de campo Abdel-Fattah Al-Sisi, cuyo
golpe de Estado derrocó a un presidente electo y quien ahora desaparece a sus
enemigos. Trump debe ser un flan después de eso. Ibn Batuta, por cierto, llegó
hasta Pekín en sus viajes, pero jamás tuvo el honor de reunirse con el tipo
listo que gobernaba Corea (la cual ya existía en el siglo XIV).
Pero, siendo un
narrador verboso, Ibn Batuta registró la llegada a su patria con estas
palabras: He cumplido mi deseo en este mundo, que era viajar por la Tierra, y
he alcanzado este honor que ninguna persona ordinaria ha logrado. Por cierto,
es un verdadero honor. Pero a Ibn Batuta no se le puede acomodar en un tuit.