José M. Castillo
S.
www.religiondigital.com
/ 13.05.17
Por ley de vida, la gran generación de
teólogos, que hicieron posible la renovación teológica que llevó a cabo el
concilio Vaticano II, está a punto de extinguirse del todo. Y en las décadas
siguientes, por desgracia, no ha surgido una generación nueva que haya podido
continuar la labor que los grandes teólogos del s. XX iniciaron.
Los estudios
bíblicos, algunos trabajos históricos y algo también en lo que se refiere a la
espiritualidad, son ámbitos del quehacer teológico que se han mantenido
dignamente. Pero incluso movimientos importantes, como ha ocurrido con la
teología de la liberación, dan la impresión de que se están viniendo abajo.
Ojalá me equivoque.
¿Qué ha sucedido
en la Iglesia? ¿Qué nos está pasando? Lo primero, que deberíamos tener en
cuenta, es que es muy grave lo que estamos viviendo en este orden de cosas. Los
demás ámbitos del saber no paran de crecer: las ciencias, los estudios históricos
y sociales, las más diversas tecnologías sobre todo, nos sorprenden cada día
con nuevos descubrimientos. Mientras que la teología (hablo en concreto de la
católica) sigue firme, inasequible al desaliento, interesando cada día a menos
gente, incapaz de dar respuesta a las preguntas que se hacen tantas personas y,
sobre todo, empeñada en mantener, como intocables, presuntas “verdades” que yo
no sé cómo se pueden seguir defendiendo a estas alturas.
Por poner algunos ejemplos:
¿Cómo podemos seguir hablando de Dios, con la seguridad con que decimos lo que
piensa y lo que quiere, sabiendo que Dios es el Trascendente, que – por tanto –
no está a nuestro alcance? ¿Cómo es posible hablar de Dios sin saber
exactamente lo que decimos? ¿Cómo se puede asegurar que “por un hombre entró el
pecado en el mundo”? ¿Es que vamos a presentar como verdades centrales de
nuestra fe lo que en realidad son mitos que tienen más de cuatro mil años de
antigüedad?
¿Con qué
argumentos se puede asegurar que el pecado de Adán y la redención de ese pecado
son verdades centrales de nuestra fe? ¿Cómo es posible defender que la muerte
de Cristo fue un “sacrificio ritual” que Dios necesitó para perdonarnos
nuestras maldades y salvarnos para el cielo? ¿Cómo se le puede decir a la gente
que el sufrimiento, la desgracia, el dolor y la muerte son “bendiciones” que
Dios nos manda? ¿Por qué seguimos manteniendo rituales litúrgicos que tienen
más de 1.500 años de antigüedad y que ya nadie entiende, ni sabe por qué se le
siguen imponiendo a la gente? ¿De verdad nos creemos lo que se nos dice en
algunos sermones sobre la muerte, el purgatorio y el infierno?
En fin, la lista
de preguntas extrañas, increíbles, contradictorias, se nos haría interminable.
Y mientras tanto, las iglesias vacías o con algunas personas mayores, que
acuden a la misa por inercia o por costumbre. Al tiempo que nuestros obispos
ponen el grito en el cielo por asuntos de sexo, mientras que se callan (o hacen
afirmaciones tan genéricas que equivalen a silencios cómplices) ante la cantidad
de abusos de menores cometidos por clérigos, abusos de poder que hacen quienes
manejan ese poder para abusar de unos, robarles a otros y humillar a los que
tienen a su alcance.
Insisto en que, a
mi modesta manera de ver, el problema está en la pobre, pobrísima, teología que
tenemos. Una teología que no toma en serio lo más importante de la teología
cristiana, que es la “encarnación” de Dios en Jesús. El llamamiento de Jesús a
“seguirle”. La ejemplaridad de la vida y del proyecto de vida de Jesús. Y la
gran pregunta que los creyentes tendríamos que afrontar: ¿Cómo hacemos presente
el Evangelio de Jesús en este tiempo y en esta sociedad que nos ha tocado
vivir?
Termino
insistiendo en que el control de Roma sobre la teología ha sido muy fuerte,
desde el final del pontificado de Pablo VI hasta la renuncia al papado de
Benedicto XVI. El resultado ha sido tremendo: en la Iglesia, en los seminarios,
en los centros de estudios teológicos, hay miedo, mucho miedo. Y bien sabemos
que el miedo bloquea el pensamiento y paraliza la creatividad.
La organización de
la Iglesia, en este orden de cosas, no puede seguir como ha estado tantos años.
El papa Francisco quiere una “Iglesia en salida”, abierta, tolerante, creativa.
Pero, ¿seguiremos adelante con este proyecto? Por desgracia, en la Iglesia hay
muchos hombres, con bastones de mando, que no están dispuestos a soltar el
poder, tal como ellos lo ejercen. Pues, si es así, ¡adelante! Que pronto
habremos liquidado lo poco que nos queda.