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Producir el odio

Lorena Freitez / Celag (1)
www.alainet.org / 230517

Después de 50 días de intensa movilización social y política en Venezuela por la disputa del poder ejecutivo, se observa la cristalización de un peligroso dispositivo de agitación social, asedio y descalificaciones morales activado por la derecha venezolana, que podría estar creando las condiciones para un “movimiento reaccionario de masas” que le abra las puertas a una cultura de odio e incluso una cultura política fascista en Venezuela.

La violencia en la política no aparece de forma espontánea ni tampoco se va sin dejar efectos: llega para romper con un orden de cosas y si está dispuesta a quedarse como forma de gobierno, instala un nuevo orden de relaciones más asimétrico y desigual como única vía para sostenerse.

Por esto debe prestarse atención cuando una fuerza política que pretende dirigir una sociedad, renuncia a sus propias habilidades políticas y apuesta por la violencia como mecanismo para hacerse de una posición de dominio, porque más allá de conseguir sus objetivos o no, estará anidando las condiciones para horadar los tejidos sociales que armonizan a una sociedad imponiendo una contracultura de odio, donde se confunde la idea con la persona, la doctrina con la parcialidad y se niega la cooperación por la labor común,  haciendo encallar los esfuerzos por lo público y la paz. Todo ello podría acabar con la política como el espacio que dirime y gestiona diferencias, y con la sociedad como el lugar de los comunes.

 En 50 días continuos de movilizaciones por parte de la derecha venezolana para forzar la salida del presidente Nicolás Maduro, se observa la construcción de un dispositivo que combina un amplio espectro de tácticas de presión política:
1) nutridas manifestaciones de calle de interpelación democrática (elecciones ya),
2) un intenso lobby diplomático internacional para vender “una crisis política y humanitaria sin precedentes”,
3) activación de grupos “de resistencia” de calle visiblemente dotados de equipos y logística para acciones violentas de choque,
4) activación de grupos paramilitares que operan en silencio para generar miedo, mediante atentados en vías públicas, secuestros a oscuras y asesinatos selectivos a jóvenes afectos a la misma oposición y a jóvenes y dirigentes afectos al chavismo,
5) asedio moral y amenazas físicas a funcionarios e hijos de funcionarios públicos (chavistas) en todo el mundo,
6) linchamientos a jóvenes sospechosos de “infiltrados chavistas” en las manifestaciones opositoras, y
7) una épica comunicacional que, anclándose en el mar de imprecisiones, rumores y pasiones que ofrecen las redes sociales, sortea el manejo de símbolos para darle sentido al odio en dos direcciones: teorización de acciones y sujetos violentos como vanguardia de resistencia política y aniquilamiento de la condición de sujeto político del chavismo, sus símbolos, programa y representantes…

Los mecanismos del odio político

Para que el odio “antipopulista” sea eficaz como política, debe encontrar un terreno fértil y unos mecanismos para desarrollarse. La estrategia de aniquilamiento del adversario político, comienza con una guerra de orden moral que se aplica por distintas vías. En esta coyuntura política en Venezuela, se abrió aplicando el lawfare[2] -el uso instrumental de artilugios jurídicos que tienen como objeto la persecución política, destrucción de imagen pública e inhabilitación de un adversario político- ya aplicado en Brasil, Argentina y Perú[3].

Tareck El Asami, el vicepresidente de la República, sería el escogido como blanco del departamento del Tesoro de Estados Unidos para inculparlo –sin pruebas públicas fehacientes- de vinculaciones con el narcotráfico, con la intención de instalar la idea del Estado venezolano como un “narco-estado” y “estado corrupto”…

El argumento de la violencia con cara chavista bebe del caldo de cultivo de su previo desprestigio moral, para hacer síntesis en la deshumanización del adversario: si es chavista puede ser insultado, humillado, quemado y hasta puede morir.

El odio comienza a mostrar su peor cara: los “grupos de resistencia” o intimidación que activó la derecha venezolana no sólo incendian camiones de PDVSA y de la telefónica nacional (CANTV), bloquean vías, roban armas a los funcionarios de los cuerpos de seguridad del Estado, y escenifican y toman fotografías de un policía al que pretenden degollar. También linchan “infiltrados chavistas” dentro de sus propias manifestaciones, golpeándoles, apuñaleándoles e incluso quemándoles vivos [7].

Asimismo, la derecha hace uso de grupos paramilitares que operan asesinatos selectivos para infundir mensajes de miedo, tal como sucedió con el caso de Pedro Josué Carrillo en el estado Lara, a quien el 16 de mayo secuestraron en las inmediaciones de su lugar de residencia: identificándole como chavista lo obligaron a montar en una camioneta y el día 18 de mayo su cuerpo apareció quemado y con dos disparos en la cabeza [8].



Subjetividades reaccionarias y responsabilidades

Lejos de hacer análisis aéreos, habría que dejar sentado que cuando se es dirigente y se aspira a llegar al poder del Estado, se debe ser responsable de lo que se auspicia. En el día 50 de las manifestaciones de la derecha en Venezuela, el dirigente Enrique Capriles Radonsky, en su alocución de cierre de la marcha convocada para ese día, coronó la estrategia de derecha de asedio moral contra el chavismo. Insultó - con la más grave ofensa que se puede propinar a un venezolano- al presidente de la República, Nicolás Maduro, como el “coño e’ madre” de Miraflores. Esta frase coreada por las masas que le asistían, retrató la génesis de un “movimiento reaccionario de masas” donde se incuban subjetividades fascistas que no sólo toleran, sino que suscriben el aniquilamiento físico y moral de los adversarios políticos.

Un movimiento de estas características al desarrollarse, propagarse e institucionalizarse no sólo es un fatídico instrumento de exterminio humano sino que resulta un poderoso instrumento-político-cultural del capital para liquidar las fuerzas sociales y políticas de izquierda.

Resulta sorpresivo que Capriles Radonsky, luego de haber invertido casi una década en la construcción de una estrategia política anclada en el discurso de la reconciliación nacional y la interlocución con sectores populares afectos al chavismo, con esta intervención se reubique como vanguardia de la violencia política, como la más peligrosa táctica de polarización social. No sólo porque está echando por la borda la trayectoria de sus esfuerzos políticos, sino porque automáticamente se convierte en agente de una propuesta política de exterminio y odio en Venezuela.

Bajo estas condiciones, lo que la oposición venezolana hace es transformar de un soplo la opción de “El Cambio” por la oferta de un gobierno de exterminio y bajo estas condiciones el juego político en Venezuela seguirá trancado. Veremos cómo reaccionará el país cuando desde ya las fuerzas progresistas han convocado a una gran movilización política de calle para rechazar la opción de odio que se instala en la derecha venezolana.


(1) institución dedicada a la investigación, estudio y análisis de los fenómenos políticos, económicos y culturales de la región, cuyo objetivo es elaborar saberes e instrumentos para entes decisores de políticas públicas, estrategias electorales o acciones sociales.