José M. Castillo S.
www.religiondigital.com
/ 090517
La
religión no es Dios.
La religión es un conjunto de creencias y prácticas (ritos, observancias, rezos
y ceremonias) que, según pensamos los creyentes, nos llevan a Dios. Por eso hay
tantas personas convencidas de que, si su relación con la religión es correcta,
su relación con Dios también es correcta. Y aquí es donde está el peligro que
entraña la religión.
Este
peligro consiste en que la religión nos puede engañar. Porque nos puede
hacer pensar que estamos bien con Dios, si somos religiosos, si somos
observantes de las cosas que manda la religión, defendemos sus intereses y
promovemos su esplendor.
Esto es lo que explica –seguramente y
entre otras cosas– por qué hay tantas personas, países y culturas, que son tan
religiosas como corruptas. Es más, posiblemente no es ningún disparate afirmar
que la tranquilidad de conciencia, que proporciona la religión, es (o puede
ser) un factor que ayuda a que los corruptos cometan sus fechorías, pensando
que ellos son religiosos y que los buenos servicios que le hacen a la Iglesia,
al clero (o a la religión que sea), eso justifica sus conciencias. De forma que
su fiel observancia religiosa es lo que explica por qué pueden decir que ellos
tienen la “conciencia tranquila” y “las manos limpias”.
Por todo esto se comprende que los
evangelios sean la hiriente y dura historia de aquel hombre de pueblo, un
galileo, Jesús de Nazaret, que fue rechazado, condenado y asesinado por la
religión. Porque puso al descubierto lo engañados que vivían los hombres más
religiosos de su tiempo. No porque aquellos hombres fueran religiosos, sino
porque su religiosidad les permitía despreciar a todo el que no pensaba como
ellos. Y condenar a todo el que no hacía lo que hacían ellos.
Exactamente lo mismo que ocurre ahora con
no pocos profesionales de la religión. Y con los observantes fanáticos. Los que
le dan más importancia a “lo sagrado” que a “lo profano”. Hasta el extremo de
pensar que, si “lo sagrado” está bien protegido y bien costeado, “lo profano”
es asunto que corresponde a los poderes públicos, con los que hay que mantener
buena relación, con tal que nos respeten y nos costeen lo más digno que hay en
la vida: la seguridad y la dignidad de “lo sagrado”. De lo demás…, “se hará lo
que se pueda”. ¿No acabamos de ver el peligro que entraña todo esto?
Al decir todo esto, no es que yo desprecie
a “lo sagrado”. Lo que digo es que tan sagrado es un templo como el dolor de un
enfermo, el hambre de un pobre o la vergüenza humillante del que tiene que
vivir “de la caridad” de otros.
Es más, si el Evangelio dice la verdad, el día del juicio final no nos van a
preguntar si fuimos a visitar los templos, sino si estuvimos cerca del que
sufre, ya sea por hambre, por estar enfermo, por ser extranjero o estar en la
cárcel (Mt 25, 37-40).